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EE.UU., la OTAN y una segunda oportunidad que se empieza a esfumar
Análisis

EE.UU., la OTAN y una segunda oportunidad que se empieza a esfumar

En febrero de 2022, cuando la guerra en Ucrania estalló, se creía que esa era la chance perfecta para revitalizar a la OTAN, alianza a la que en 2019 se acusó de tener "muerte cerebral". Sin embargo, más de dos años después, todo hace indicar que dejó pasar esta segunda oportunidad.

Damián Cichero 11 julio de 2024

Hace ya dos años, en julio de 2022, y para el 71 aniversario de El Economista, escribí unas líneas sobre cómo la OTAN, alianza a la que se acusaba de tener "muerte cerebral", se había generado una segunda oportunidad.

Fundada en 1949, hace ya 75 años, la alianza fue creada con el objetivo de frenar la expansión soviética en Europa occidental, éxito que se confirmó con la caída del Muro de Berlín. 

Pocas alianzas tienen un propósito tan claro. Por eso, con el histórico triunfo ya asegurado, muchos en Occidente comenzaron a poner en duda si la OTAN debía seguir existiendo. 

Sin embargo, el temor a una posible "venganza rusa", sumado a la importancia de la organización, permitieron que perdurara en el tiempo, aunque con otros fines, como combatir el terrorismo o expandir la democracia (algo extraño para una alianza militar). 

Así, imponiendo como requisito una serie de estándares democráticos mínimos, comenzó un proceso de ampliación por el cual el total de miembros, que eran 16 en 1982, aumentó hasta 30 para 2009.

Desde un punto de vista occidental, resulta difícil poner en discusión los "nobles" fines de esta política, si bien hay otros objetivos detrás de esta estrategia.

Muchos liberales han argumentado que, al estilo del Frankenstein de Mary Shelley, las instituciones como la OTAN "cobran vida propia" más allá de los intereses de sus miembros. 

Pero, desde una perspectiva realista, en un mundo anárquico en el que los Estados dependen de ellos mismos para sobrevivir, tenemos que ser conscientes de que las instituciones internacionales sirven, principalmente, para intereses nacionales. 

Y allí está la clave de la cuestión: EE.UU., responsable de casi el 70 % del presupuesto militar de la OTAN, comprendió que la alianza era una herramienta óptima para mantener y prolongar su dominio sobre Europa. 

Luego de su triunfo en la Guerra Fría, EE.UU. se convirtió en la única hegemonía, generándose, por primera vez en la historia, una unipolaridad de escala global. Y Washington comprendió que, pese a la bondad de la democracia, la expansión de este sistema le permitía afianzar su posición hegemónica.

Como John Mearsheimer explica en "La tragedia de las grandes potencias", la anarquía del Sistema Internacional obliga a los países más poderosos a competir para asegurar su supervivencia: "Las grandes potencias están permanentemente buscando oportunidades de acrecentar poder a costa de sus rivales, con la hegemonía como su último objetivo".

Esto explicaría cómo, pese a su promesa de no expandir la OTAN más allá de Alemania oriental, la alianza permitió que ex países que estuvieron bajo la órbita soviética, como Polonia y República Checa, o que incluso formaron parte de esta, como Lituania, Letonia y Estonia, se le unieran.

Y fue este accionar lo que le dio a la OTAN una segunda oportunidad: su expansión generó inseguridad en Rusia, país que alertó que no toleraría el posible ingreso de Ucrania a la organización. 

Desde Washington, creyéndose omnipotentes, no escucharon las debidas advertencias. Esto provocó que Rusia atacara a Ucrania y, pese a vivir en un mundo muy diferente al de la Guerra Fría, terminó con la OTAN nuevamente enfrentada a su enemigo por excelencia. 

EE.UU. y la OTAN en alerta máxima por Rusia
 

¿Una oportunidad perdida?

Pero, a dos años de las líneas que escribí en 2022, hoy puedo decir que la OTAN ha desaprovechado lo que quizás nunca fue ni siquiera una oportunidad. 

Esta semana, en el 75 aniversario de su fundación, los 32 líderes de la alianza militar se han reunido en Washington

Muchos destacarán que, tras el inicio de la guerra en Ucrania, la OTAN se ha fortalecido gracias al ingreso de dos nuevos miembros (Finlandia y Suecia).

Además, 23 de sus 32 miembros ahora cumplen con el objetivo de gastar, al menos, el 2 % de su PIB en defensa, frente a los 3 puntos porcentuales de hace una década. 

Y a esto se suma un férreo apoyo a Kiev, país que ha recibido US$ 206.000 millones en ayuda militar y no militar.

De todas formas, estas cifras son solo una ilusión que intenta maquillar, como mínimo, tres grandes problemas a los que se enfrenta la alianza.

En primer lugar, y quizás el menos grave, es que la retórica de EE.UU. acerca de que la guerra en Ucrania es un conflicto entre una democracia y un autoritarismo casi no se menciona, ya que la realidad demuestra lo contrario.

Esta misma semana, mientras la OTAN se reunía en Washington, Narendra Modi, primer ministro de la India, la democracia más grande del mundo, se reunió con Vladimir Putin en Moscú.

Y Brasil, la democracia más grande de América Latina, tampoco ha tenido problemas para mantener sus vínculos con Moscú (tanto en el mandato de Lula como en el de Bolsonaro), lo que demuestra que el conflicto no es ideológico. 

Pero hay asuntos más urgentes para la alianza: durante la cumbre de esta semana, el fantasma de Donald Trump se hizo más presente que nunca. 

El magnate, un claro crítico de la alianza (incluso durante su mandato retiró tropas de Alemania), ha llegado a decir que le permitiría a Rusia hacer "lo que quiera" con los miembros que no cumplan con sus obligaciones económicas.

Y el problema para la OTAN es que Trump, como consecuencia de la elevada edad de Joe Biden, tiene altas probabilidades de regresar a la Casa Blanca a partir de enero de 2025 (que los estadounidenses lo elijan como su presidente sería una prueba de qué sienten sobre la alianza). 

Así, pese a que es poco probable que EE.UU. abandone esta organización, la realidad es que la idea de que la OTAN está "más fuerte que nunca", tal como afirmó Biden esta misma semana, se esfumará en cuestión de segundos. 

Trump no solo presionaría a los países europeos para que aumenten drásticamente su gasto en la OTAN, sino que emprendería una "reorientación radical" de la alianza.

El exmandatario parece comprender que el mayor desafío de su país es, sin dudas, China. Por ello, aunque mantendría el paraguas nuclear estadounidense sobre Europa, además de sus bases en Alemania, Inglaterra y Turquía, tomaría la decisión de que la mayor parte de la infantería, los blindados, la logística y la artillería pasen a manos europeas.

E incluso muchos no descartan que implemente un sistema de dos niveles, en donde los países miembros que no cumplan con el objetivo de gasto no disfrutarían de la misma garantía de seguridad de EE.UU.

Esto no solo pondría en juego el rol de EE.UU. como defensor de las democracias, sino que pondría en jaque el artículo 5 de la OTAN, que obliga a todos los países de la alianza a salir en defensa de un miembro atacado.

trump
 

 

Un problema más allá de Trump 

Por último, efectivamente, la guerra en Ucrania es el problema más serio para la OTAN: si el magnate vuelve al poder, no solo podría cortar la ayuda estadounidense a Ucrania, sino que incluso estaría considerando hacer un trato con Rusia sobre qué países podrían unirse a la OTAN.

En este sentido, le aseguraría a Moscú que ni Ucrania ni Georgia lo harán. Tampoco se descarta que Trump acepte presionar a Ucrania para que ceda Crimea y la región fronteriza de Donbás a Rusia.

No obstante, aunque parezca descabellado, una reelección de Biden podría ser aún más contraproducente porque, a pesar de su férrea defensa de la alianza, la realidad le pondrá un freno a sus aspiraciones liberales. 

Los resultados en el campo de batalla muestran que la victoria rusa en Ucrania es inminente y Putin solo parece estar demorándola hasta ver qué sucede con las elecciones en EE.UU. (una victoria de Trump le permitiría obtener mayores concesiones).

Así, cuando la derrota ucraniana se concrete, la credibilidad de que la OTAN es una alianza eficiente irá en picada.

Y a esto se suma que tampoco cumplirá con su promesa, hecha en la Cumbre de Bucarest de 2008, cuando le aseguró a Kiev que podría unirse a la alianza, política que ha sido respaldada por el propio Biden. 

Que Ucrania se una a la OTAN en este momento representaría, sin tapujos, una declaración de guerra contra Rusia, algo que sus líderes saben más que nadie. 

Por ello, el canciller alemán, Olaf Scholz, ha dicho que no cree que Ucrania pueda formar parte de la OTAN hasta dentro de unos 30 años, mientras que Jens Stoltenberg, líder de la alianza, indicó que un alto el fuego no sería suficiente: "Tenemos que estar seguros de que esto es paz y no solo una pausa. Necesitamos garantías de que este es el final".

Por lo tanto, es difícil pensar cómo la OTAN, que indirectamente incitó a Ucrania a comportarse de esta manera, podrá mantener su credibilidad. 

Como dato de color, una encuesta de Pew Research Center encontró que, aunque la mayoría de los estadounidenses (58 %) tiene una opinión favorable de la OTAN, la proporción de los ciudadanos que considera que la influencia de la alianza en el mundo es cada vez más fuerte disminuyó 11 puntos porcentuales desde mayo de 2022 hasta el 23 %.

En consecuencia, aunque difícilmente la OTAN desaparezca del mapa, todo hace indicar que la alianza desaprovechó su segunda oportunidad. 

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