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América Latina, en el ojo de la nueva tormenta global

Como plantea Kissinger, estos tiempos requerirán de liderazgos que alternen la pericia de dirigir y administrar, con la capacidad de ver más allá con una claridad que evite mesianismos autocráticos. ¿La política latinoamericana podrá estar a la altura del desafío?

Henry Kissinger
Henry Kissinger

La salida de Rusia del Acuerdo de Exportación de Granos del Mar Negro pone nuevamente en jaque a la seguridad alimentaria global. Las principales rutas comerciales de granos, los puertos más grandes y los embarques más cuantiosos de trigo, cebada, girasol y fertilizantes corren el riesgo de no llegar a destino. 

Y países como Yemen, Somalia, Sudán del Sur, Eritrea y Djibouti se acercan a desastre humanitario que no tiene marcha atrás. 

Mientras tanto, el mundo es testigo omnisciente de cómo los principales líderes del planeta marchan al compás los delirios del Kremlin, abriendo rápidamente las puertas a una recesión global.

Otro hecho que no puede pasar inadvertido es que el expresidente Donald Trump parece acercarse con fuerza a su tan ansiada reelección. 

No nos dejemos engañar. Joe Biden demostró ser capaz de rodearse de un equipo que muestra resultados a pesar de la adversidad de una pandemia, de la Guerra en Ucrania y de la inflación. Es, bajo los mismos preceptos, el alter ego de Alberto Fernández, quien ha utilizado los mismos argumentos retóricos para justificar la ineficacia de su gestión al frente del Gobierno.

Biden ofrece hoy una amplia variedad resultados que muestran a las claras el éxito de su política de empleo, así como también el desplome de la inflación y la fortaleza de Estados Unidos en el escenario internacional, al utilizar el multilateralismo como una herramienta asertiva para contener a China y a Rusia. Pero con resultados en el frente doméstico no alcanza. Estados Unidos necesita de nuevos aliados, con urgencia.

En su destacado libro "On China", Kissinger advierte sobre el gran parecido que tiene el Asia actual con el multipolarismo decimonónico que llevó a las grandes potencias europeas a la Primera Guerra Mundial.

Un actor clave en la región es la India, que se ha convertido en el país con mayor cantidad de habitantes del globo. La democracia más numerosa del mundo, que sin embargo ha dado un giro hacia un régimen menos democrático, sobre todo si tenemos cuenta el achicamiento de derechos para las minorías no hindúes, como la musulmana. 

La semana que pasó, India sacudió el escenario internacional al anunciar la suspensión de exportaciones de arroz. Si consideramos que la India es el principal exportador de ese cereal, podemos intuir que la cadena de abastecimiento de este insumo básico de la cocina de millones de seres humanos a lo largo y ancho del globo se verá cuanto menos sacudida, dando como resultado un incremento en el precio global del arroz.

Situación que impacta directamente en ciertos países que dependen de ese cereal como base de sus dietas familiares. 

Algunos podrán hacerle frente, como es el caso de Brasil o Argentina, productores de arroz que tienen capacidad ociosa para aumentar la superficie a sembrarse de acá a la próxima campaña. 

Pero para aquellos países que son 100% importadores, como es el caso de varios países del Caribe o parcialmente vulnerables como algunas naciones de Centroamérica, podemos augurar tensiones entre la oferta y la demanda que impulsen el precio y se traduzcan en mayor malestar social en la región. 

América Latina no ha terminado de recuperarse de los efectos que tuvo la pandemia sobre sus economías y la situación social, con una creciente involución democrática, no auspician momentos de tranquilidad.

Cómo hará Estados Unidos para sostener esta nueva alianza, aún a costa de los intereses económicos de sus viejos aliados, es una gran incógnita.

La Unión Europea no se siente cómoda negociando con la India. Por ello, América Latina se ha convertido en el centro de atención. La región corre el riesgo de caer en la irrelevancia estratégica ya que África es el centro de atención para las inversiones de China mientras que Estados Unidos se enfoca en la contención estratégica de ese país en el Indo-Pacífico. Así, Europa trata de sobrevivir al mayor desafío que enfrenta desde la Segunda Guerra Mundial.

Y da la impresión de que a la Administración Biden no pareciera preocuparle que la UE quiera ocupar el rol que durante mucho tiempo Estados Unidos ha descuidado. La líder de la UE, Úrsula von der Leyen, está haciendo un buen trabajo. A pesar de su pertenencia a la CDU en su época de Ministra de Defensa de Alemania, se siente más cómoda negociando con Lula Da Silva que con su antecesor Jair Bolsonaro. Sobre todo, en cuestiones de medio ambiente, cambio climático, protección de los pueblos originarios y resguardo de la Amazonia. 

Una agenda fundamental para los principales socios europeos que están detrás de las negociaciones del acuerdo UE-Mercosur. Von der Leyen se encuentra flanqueada por el hispano-argentino Josep Borrell, que está en sintonía con el Gobierno de Pedro Sánchez y, en consecuencia, con la izquierda latinoamericana. De hecho, la entrada en vigor del acuerdo UE-Chile, bajo el Gobierno del socialista Gabriel Boric, es un tubo de ensayo que observan con detenimiento sus hermanos del Mercosur.

Sin embargo, este enfoque diplomático corre un gran riesgo: Sánchez pende de un hilo ya que su reelección a la presidencia del Ggobierno español no parece estar asegurada. Y España acaba de acceder a la presidencia del Consejo de la Unión Europea, sin conocer quién estará el frente de su Gobierno. Una eventual fórmula del PP con Vox y Coalición Canaria que encumbre a Alberto Núñez Feijóo daría por tierra con el "Frankestein progresista" de socialistas, separatistas catalanes y exetarras vascos que llevaron a Sánchez a La Moncloa. Y cambiaría la hoja de ruta que la socialdemocracia europea trazó para sus relaciones con América Latina.

Hoy, los países de la región enfrentan enormes desafíos internos: retrocesos en los índices de calidad democrática e institucional, un crecimiento anémico de la economía, creciente malestar social, aumento del crimen organizado, incremento de la violencia callejera, y la presencia erosiva de las inversiones de capital chino. Como resultado, la capacidad de articular acciones coordinadas de política exterior, donde los actores promuevan la cooperación antes que las acciones individuales, parecen no encontrar terreno fértil. Los estímulos para que el Mercosur, la Alianza del Pacífico, la CELAC o los distintos foros de integración regional de las Américas actúen de manera sincrónica son escasos. 

En este escenario, la región corre el riesgo de caer en una reprimarización de sus economías, ampliando así las diferencias sociales internas, el atraso tecnológico, la dependencia de capitales extranjeros y la subordinación estratégica.

Tal como plantea el centenario Secretario de Estado de Richard Nixon en una de sus obras más recientes, titulada "Leadership", estos tiempos requerirán de liderazgos que alternen la pericia de dirigir y administrar, con la capacidad de ver más allá con una claridad tal que evite caer en mesianismos autocráticos. Resta ver si la política latinoamericana podrá estar a la altura de tamaño desafío.

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