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Avatar: el arte de los efectos visuales en su máxima expresión

El estreno de Avatar: El Camino del Agua vuelve a poner en el primer lugar a la mejor aventura y a los efectos visuales en el centro de atención. Una charla con el productor Jon Landau ayuda a valorizar el nuevo hito de James Cameron como máximo exponente del cine de acción.

"El aspecto más desafiante de esta producción fue el agua, aprender a lidiar con el agua"
"El aspecto más desafiante de esta producción fue el agua, aprender a lidiar con el agua"
Pablo Manzotti 16 diciembre de 2022

"Vas a creer que un hombre puede volar". Así, explícito, fue el lema de la campaña publicitaria de cara al estreno de Superman, aquella maravillosa película de Richard Donner de 1978 protagonizada por Christopher Reeve. No importaba tanto que las figuras de los oscarizados Marlon Brando y Gene Hackman fueran primeros en los créditos antes de Reeve sino el efecto que generaba en la audiencia ver (y creer) por primera vez, que Superman, efectivamente, existía y, claro, volaba. 

Un año antes, en 1977 y de la mano de George Lucas, Star Wars abría no solo una de las franquicias más importantes de la historia del cine sino que elevaba el rubro de "Efectos Visuales" a condición necesaria en el cine espectáculo de gran escala. Para entender esa progresión, ese dominó imparable, es necesaria la lectura la nota de Sebastián Tabany, en esta misma sección, acerca de la serie documental Light & Magic, disponible en Disney+.

Décadas después de la irrupción de la magia en gran escala, el eje del debate se traslada a otras variables como se ha desarrollado en este espacio en más de una oportunidad. Hoy la discusión atraviesa a las plataformas y a su enfrentamiento con las salas cinematográficas que luchan, una vez más, por mantener viva esa consigna, a esta altura, histórica: ver cine en el cine. Un negocio que sigue mutando y que subsiste a gran escala por productos como Top Gun: Maverick, las películas de superhérores y la saga de Misión: Imposible (dos de los tres ejemplos con el incansable Tom Cruise detrás de ellos).

En este contexto, se estrena la secuela de la película más taquillera de la historia del cine: Avatar: El Camino del Agua sigue la historia de la película homónima que estrenó James Cameron en 2009 y que recaudó más de US$ 2.000 millones en todo el mundo desde su lanzamiento.

"El aspecto más desafiante de esta producción fue el agua, aprender a lidiar con el agua", comenta Jon Landau, productor de la película. Y agrega: "Tuvimos que desarrollar un sistema que le permita a nuestros actores y actrices realizar su performance debajo del agua, no solo nadando en las secuencias de acción sino realizando las de carácter dramático. Tuvimos que entrenarlos para la contención de la respiración. No quisimos simular que estaban bajo el agua sino que quisimos que estuvieran bajo el agua y que se expresaran y poder capturar sus acciones".

James Cameron hizo honor a la tradición en Hollywood que lo ubica como un realizador que fuerza los límites de sus actores y actrices al máximo posible, incluso, al borde del maltrato. Es conocida la anécdota aquella en la que periodistas le consultaron respecto de ciertas exigencias a su cast en la película El Abismo (1989) a lo que el director de Terminator respondió irónicamente: "No fue tanto, los dejé respirar". O aquellas versiones de la circulación de remeras posteriores a la filmación que usaban quienes habían sido parte de su equipo técnico con la leyenda: "¿El Abismo 2? No cuenten conmigo". 

Parece que en Avatar: El Camino del Agua la historia se vuelve a repetir, al menos en esa necesidad del director de no solo ampararse en los efectos digitales. Y esto es importante porque, ante todo, confirma una forma de trabajo, una filosofía respecto de la producción y la realización cinematográfica. Es un director que piensa en la construcción artística, en el principio básico del cine, en la necesidad de captar ópticamente esas acciones imposibles.  El resultado es altamente positivo. Avatar: El Camino del Agua es una implosión visual en el rostro del espectador y Cameron quiere repetir el éxito que tuvo con la primera parte además de confirmar que es uno de los mejores directores de acción de la historia del cine.

Esa idea del cine espectáculo en una escala clásica, casi emparentando las producciones actuales a aquel Hollywood clásico de la década del cincuenta, es lo que supone una dialéctica propositiva interesante con la actual industria. Los estudios hoy, más que nunca, apuestan a lo seguro y tratan de achicar los márgenes de gastos al máximo. Volviendo sobre el nombre de Tom Cruise, su proyecto para Misión: Imposible 7 (Dead Reckoning: Part One) llevó la producción a dividir el relato en dos volúmenes (algo similar a lo que hizo Tarantino con Kill Bill) y a prolongar el proceso muchos meses más allá de lo estipulado, algo que molestó a la industria que rápidamente dejó trascender que ya no era viables ese tipo de películas. Un cine que parece quedar atrás.

El cine, la tecnología y los efectos visuales

"Nosotros pensamos cada película como una evolución, queremos llevar cada aspecto a un nivel superior", comenta Landau respecto del proceso de producción y el uso de la tecnología aplicada al relato. Y suma: "Número uno, vuelvo al tema de la performances: en esta película filmamos los rostros con dos cámaras de alta definición. Y obtuvimos una mayor fidelidad de las actuaciones. También pudimos filmar a una velocidad de fotogramas más alta y nos habilitó a obtener un rango dinámico mayor. Y eso, respecto de los efectos podemos decir que, si en la primera película el aspecto era fotográfico en esta secuela es "foto realísta". Hay escenas en esta película que suceden en Pandora dónde actúan personajes que no existen y que absolutamente pensarás que son reales. Y eso es algo que la gente debe ver en una sala de cine". Los dos aspectos finales de esa respuesta del productor de Avatar remiten a la clásica batalla. Ver cine en el cine y la misma premisa de aquel afiche de Superman que prometía creer que un hombre puede volar. Cameron apuesta a todo: no solo al clásico rodaje manual a gran escala sino a la innovación en efectos especiales. Lo hizo con El Abismo, con Terminator 2 y en cada momento que pudo en su carrera sin renunciar a su pulso narrativo para la dirección.

Hace unas semanas se cumplieron 30 años del estreno de Drácula de Francis Ford Coppola. Conviene bien el recuerdo porque, simbólicamente, es un punto de inflexión importante en el marco de lo que se viene tratando. En 1992, transcurrían los primeros años de los efectos digitales, del uso del CGI con exponentes como Jurassic Park y las ya mencionadas Terminator 2 o El Abismo. La obra de Coppola sobre el libro de Bram Stoker fue la última gran producción de Hollywood con efectos especiales ópticos, artesanales. Y es una película que trabajó el cuadro desde un costado barroco, con cantidad de información en cada fotograma. Es tal el quiebre que se estaba produciendo en la industria que el director de El Padrino dedicó una de las grandes secuencias del film a reflejar ese proceso. Fue en el primer encuentro entre Mina y Drácula, en Londres. El realizador decidió enmarcar ese momento en los orígenes del cinematógrafo, para lo que utilizó una de las primeras cámaras de registro a fin de obtener  un granulado y una velocidad acordes a la época. El resultado es una maravilla cinéfila. 

James Cameron, con su vuelta sobre ese paraíso imaginario que es Pandora en su saga de Avatar, trata de unir los dos mundos posibles.  

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