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Año nuevo con mercados viejos

30 diciembre de 2019

Por Tomás Piqueras Fontaneda Economista

EUROPA- El Nobel Daniel Kahneman escribió uno de esos libros que no deberían faltar en la librería de nadie: “Piensa rápido, piensa despacio”. Entiendo que 500 páginas de psicología conductual en época de navidades sólo son apetecibles para los raritos como yo, así que les trataré de resumir el libro en una sola frase para ahorrarles trabajo y que así se puedan dedicar a lo verdaderamente importante estas vacaciones, el fernet: “Las cosas no siempre son lo que parecen a simple vista”.

Si hacemos una lectura rápida los mercados, parecen haber evolucionado de manera muy positiva durante el 2019. El índice S&P 500 cerrará el 2019 sumándose otro record histórico con una suba de 28,5%, con EE.UU. con un desempleo en mínimos históricos (cerca del 3,5%) y un crecimiento del PIB en torno a 2,3%.

Europa, dentro de sus rigideces institucionales, también aprobaría el curso y su principal índice bursátil se anota una subida del 24%, con un desempleo que sigue descendiendo (está próximo a 6%) y un crecimiento del 1% en su economía.

Todo esto sucede en un entorno al que ninguno de nosotros estábamos acostumbrados. ¿Se imaginan ustedes prestar $100 a su vecino a sabiendas de que sólo les devolverá $98? Pues esto es lo que sucede actualmente en los mercados de renta fija. Unos U$S 500 billones de bonos corporativos dan ya rendimientos negativos y en total el 20% de los bonos del mundo (unos U$S 12 trillones, aproximadamente) se compran sabiendo que vas a perder parte de la inversión. Para un argentino que tiene la tasa de interés a 55% y la inflación disparada, todo esto le debe sonar a juegos de magia. La lógica que los bancos centrales de Europa y Estados Unidos quieren difundir es la siguiente: baja de tasas de interés, crédito barato, mayor movimiento del dinero en la economía y, en última instancia, un mayor crecimiento económico. Todo esto es maravilloso hasta que termina volviéndose en tu contra y te encuentras con que la inversión no aumenta, la productividad se estanca y los desajustes en el mercado monetario y el de crédito son cada vez mayores.

No cabe duda de que las llamadas expansiones cuantitativas jugaron un papel primordial cuando en el 2012 el sistema financiero parecía estar a punto del colapso. Sin embargo, aunque por el momento no parece existir un riesgo masivo al estilo de 2008, que conlleve una crisis financiera similar, sería necesario prestar atención a todos esos efectos que provoca la resaca posterior a la borrachera monetaria. El Bank of International Settlements (BIS) ha determinado que al menos el 12% de las empresas en las 14 principales economías son lo que se suele llamar “empresas zombis”, es decir, incapaces de cubrir el costo de su deuda con beneficios recurrentes.

Estas empresas representan un potencial riesgo en forma de efecto dominó, en el que el dedo que empuja la primera ficha es una mínima suba de tasas por parte del banco central que desencadene una caída de pieza tras pieza en forma de impagos y reestructuraciones en aquellas compañías acostumbradas a vivir alimentadas únicamente de la deuda barata.

Por parte de los inversores minoristas, la política monetaria ultralaxa tampoco pasa desapercibida. El contexto de tasas de interés en mínimos históricos termina por empujar a las familias a soportar un mayor riesgo del que desearían afrontar en condiciones normales. Como la renta fija o los depósitos no rinden lo que rendirían en condiciones habituales, los activos con un mayor riesgo como los bonos basura terminan siendo la única fuente posible de rentabilidad para aquellos que busquen no lapidar su capital a golpe de una inflación que, aun estando en mínimos históricos en el caso de Europa y EE.UU., termina por deteriorar gravemente el poder adquisitivo de los agentes económicos en el largo plazo.

No sabemos si 2020 será el año en el que los dos principales bancos centrales cambien su rumbo hacia una política monetaria menos agresiva (todo apunta a que no), pero lo que sí sabemos es que cuanto más tiempo se prolonguen las políticas monetarias expansivas, mayor será el costo de abandonarlas con un sistema financiero cada vez más dependiente de una insaciable provisión de liquidez.

El futuro de las economías ya no depende más de cuanto sea capaz de expandirse el balance de los que dictan la política monetaria sino de cuan eficiente sea la canalización de los activos desde el sistema financiero hacia la economía real. Para eso, los economistas deberíamos ponernos como propósito de año nuevo pensar despacio y establecer un plan que permita a los mercados volver a su función previa de canalizar el ahorro hacia aquellos que necesiten financiación permitiendo, así, un mayor dinamismo en la economía sin la necesidad de utilizar esteroides monetarios.

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