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La nueva temporada de Stranger Things y el negocio de la retromanía

La nostalgia y el tránsito por un universo nuevo per conocido (o reconocido) funcionan como un ancla para el espectador

La nueva temporada de Stranger Things es un éxito para Netflix
La nueva temporada de Stranger Things es un éxito para Netflix
Pablo Manzotti 02 junio de 2022

Una canción de Kate Bush empieza a sonar en un par de escenas clave de la cuarta temporada de Stranger Things. Es “Running Up that Hill” una composición de 1985 de su quinto disco solista, “Hounds of Love”.

Por esas maravillas de la regurgitación cultural, la resignificación de sentido y el contexto, la canción se convierte en un éxito 37 años después de su lanzamiento como single. Fue número uno de descargas en iTunes y se dispararon las escuchas en Spotify. El uso de las plataformas es el modo de medir un éxito musical en estos días, aunque se trata de un viaje al pasado en el sentido más estricto del término. 

En 2016 cuando se estrenó la primera temporada de la serie, rápidamente se convirtió en uno de los emblemas de la señal y, cómo no, en un modelo de producción

Stranger Things construyó un universo propio a partir de un seleccionado de referencias a la cultura pop en general, y al cine en particular, forjado en la década del '80. 

  • La nostalgia, el tránsito por un universo nuevo pero, en definitiva, conocido (o reconocido), funcionan como un ancla para el espectador que no solo disfruta del relato que la historia propone sino de la mirada intertextual, esas hermosas referencias que parecen conectar con otra parte del placer. 

La cuarta temporada de Stranger Things sigue férreamente por ese sendero trazado hace seis años. No solo aprovecha el link emocional con Kate Bush sino que todo su arco argumental oficia como un gran homenaje a la saga “Pesadilla en lo profundo de la noche” (A Nightmare on Elm Street), un exponente máximo del cine de terror de los ochenta fruto de la mente maravillosa del director Wes Craven.

De hecho, en uno de los episodios, aparece Robert Englund, el actor que interpretó a Freddy Krueger, ese acosador de los sueños que protagonizó esa serie de películas. Pero también, esta  temporada avanza un poco más allá y juega con referencias del inicio de los años '90: todo el cuarto episodio funciona como un muy lindo homenaje a El Silencio de los Inocentes. 

El amor fetichista por el pasado

En su libro Retromanía (Ed Caja Negra, 2012), el escritor e investigador Simon Reynolds se sumerge en esta obsesión de la sociedad por los artefactos culturales de su pasado inmediato y comenta: “La palabra retro tiene un significado específico: refiere a un fetiche autoconsciente por la estilización de un período (en cuanto a música, ropa o diseño) que se expresa creativamente a partir del pastiche y la cita. Lo retro, en su sentido más estricto, tiende a ser la prerrogativa de los estetas, de los conocedores y coleccionistas. Personas que poseen una profundidad de conocimiento casi académica combinada con un afilado sentido de la ironía”. Una definición certera pero, a su vez, amplia para tratar de entender el fenómeno. El discurso que articula con lo retro ofrece al espectador la posibilidad de ser parte de algo, de sentirse conocedor. 

Stranger Things dio impulso a una interesante línea de productos similares: una saga de tres películas con el título de La Calle del Terror, cada una de ellas ambientada en un año específico: 1994, 1978 y 1666; o uno de los episodios más famosos de la serie Black Mirror: San Junípero, una suerte de viaje a una utopía post mortem con estilo 1987. 

En todos esos relatos más allá del conflicto motor de la historia, hay ejes destacados en base a elementos de esa época: música, ropa, un juguete o un programa de televisión. 

Obviamente, esto no se agota en Netflix ni, mucho menos, es de concepción reciente. Si bien es cierto, como afirma Reynolds, que esta sociedad del presente está aferrada como nunca a los objetos del pasado reciente, este recorrido puede empezar a identificarse con fuerte presencia hace ya más de tres décadas: obviamente, en el marco del Posmodernismo y su regurgitación cultural. 

Fue en 1992 cuando Mike Myers y Dana Carvey sacudieron sus cabezas al son de Rapsodia Bohemia, el tema de Queen de 1975 y lo volvieron a colocar en el primer lugar de los charts de música. 

La escena es parte de El Mundo Según Wayne (Wayne's World) una de las películas más representativas de los noventa que jugaba con sus referencias al rock de los setenta. La voracidad por el pasado ya estaba en marcha. 

Con la expansión de Internet, el aumento de conceptos globalizados y, finalmente, la irrupción de YouTube y las redes sociales en los últimos 15 años, las conversaciones públicas de toda una generación acerca de los gustos del pasado se hicieron mundiales. Y los discursos y los negocios en torno a ello, también. 

Una fuente inagotable de posibilidades 

Esta semana se estrenó en los cines de todo el mundo “Top Gun: Maverick”. 

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La secuela de esa película emblemática de 1986  se convirtió en el film con mejor recaudación en Estados Unidos en el fin de semana del estreno en toda la carrera de Tom Cruise. Superó los 150 millones de dólares y, con las proyecciones internacionales, ya cubrió los costos de producción. Todo esto no es poco decir considerando que Cruise es, hoy por hoy, una de las estrellas más importantes de la historia de Hollywood y, ciertamente, la que sigue vigente, apostando a las grandes producciones y a sostener la tradición de ver cine en el cine. 

El actor de Misión: Imposible es productor de sus films y se pone al hombro su promoción. Sabe que para lograr el éxito de un film es clave definir el target y hablarle a su audiencia potencial: “36 años después de la primera película, TopGun: Maverick finalmente está aquí. La filmamos para la pantalla grande. Y lo hicimos para ustedes, los fans. Espero que disfrutes del paseo durante este fin de semana”, lanzó previo al estreno desde sus cuentas oficiales en redes sociales. 

El componente nostálgico y emotivo era clave. Pero hizo más: convenció a Val Kilmer (el personaje de Iceman, su némesis en la primera película) después de mucha insistencia para que apareciera en la producción. El escenario retro nunca estuvo mejor preparado. El resultado es sumamente interesante para medir el fenómeno: un análisis de taquilla en Estados Unidos demostró que, en esos días, 55% de los compradores de entradas tenían 40 años o más. La nostalgia fue la clave. 

La expansión más allá del discurso con características retro propiamente dicha excede a la música. Implica redescubrir una estética (el ambiente, la ropa, el uso de colores), una mirada del mundo (los años de la Guerra Fría, por ejemplo), la tecnología (la romantización de lo analógico, como el auge del casete o los vinilos) y, claro, el merchandising unido a esos discursos.

La serie documental de Netflix “Los juguetes que nos formaron” (The Toys That Made Us) atraviesa con suma precisión las franquicias de juguetes más populares que poblaron la década del ochenta: Mattel con sus figuras de He-man y los Amos del Universo o Kenner con los personajes de Star Wars. 

Un mercado que mutó pasó contar con el juguete preferido de una generación de niños para actualmente convertirse en objeto preciado de coleccionistas (que fueron niños en esa época) que pagan muchísimo más dinero por esa misma figura de acción que, pasada la moda del estreno del film, estaba perdida en una mesa de saldos en impecable estado. Es por eso que los nuevos diseños que acompañan como merchandising estos discursos artísticos retro apuntan, directamente, a un consumidor adulto.

El tiempo todo lo resignifica y le otorga un valor particular. Habrá que ver hasta dónde llega la experiencia de la retromanía de ese tiempo pasado ahora que, luego de la fuerte marca de la década del ochenta como precursora de esta obsesión general, se suma una década del noventa que pide pista para albergar historias y relatos en su amplio espectro de influencia.

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