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Gobernar hoy es innovar

Montoya
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13 junio de 2021

Por Daniel Montoya (*)

“¿Alguna vez has tenido un sueño, Neo, del que parecías tan seguro de que era real? Pero si no pudieras despertar de ese sueño, ¿cómo distinguirías la diferencia entre el mundo de los sueños y el mundo real?”. Para aquellos familiarizados con viejos textos de Borges, este diálogo de la película “Matrix” no representa ninguna novedad. “Quería soñar a un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad”.

¿Qué cambió entre estas líneas de 1940 y aquel film de las hermanas Wachowski de 1999? El estadio de la evolución tecnológica.

Mientras que nuestro genial escritor pergeñaba “Las ruinas circulares” en la antesala de la última guerra con derramamiento de sangre a gran escala, las cineastas icónicas de la metamorfosis transgénero ponían en pantalla un mundo dominado por la inteligencia artificial y la realidad virtual, en vísperas de su vertiginoso proceso de materialización.

En ese ámbito, un informe reciente de la OCDE describe el progreso de la conectividad digital en el seno de ese grupo de países, en su mayoría desarrollados. Por un lado, la banda ancha móvil creció de 32 a 113 suscripciones por cada 100 habitantes entre 2009 y 2019. En segundo término, la utilización promedio de datos móviles se cuadruplicó en el curso de los últimos 4 años de esa década, alcanzando 4,6 gigabytes en 2018. Asimismo, los precios de los paquetes de banda ancha móvil de alto rendimiento cayeron 60% entre 2013 y 2019.

En tal sentido, la pandemia no hizo más que acelerar, dramáticamente, la consolidación de una mudanza a la virtualidad, es decir, hacia ese universo donde resulta imposible distinguir realidad de ficción y que hoy quizás forzaría a Perón a reformular su famoso adagio político en estos términos: “La única verdad es la virtualidad”.

La nueva fuente de riqueza

Por cierto, esa tendencia de largo plazo tan particular del Siglo XXI explica el actual ranking de valuación de empresas donde la petrolera saudí Aramco, una reliquia del planeta que todavía respira el embriagante aroma a combustibles fósiles, es una mosca en la leche dentro de un pelotón encabezado por gigantes tecnológicos como Apple, Microsoft, Amazon, Delta Electronics, Alphabet/Google, Tesla, Facebook, Tencent y Alibaba Group.

Vale aclarar, este nuevo ecosistema tecnológico tiene poco y nada de mundial. De los 19 gigantes tecnológicos creados en los últimos 25 años cuya cotización supera los US$ 100.000 millones, 9 están localizados en Estados Unidos y 8 en China.

En ese contexto, ¿a quién se le puede ocurrir que la eterna rivalidad por la hegemonía mundial sea protagonizada por herramientas del Siglo XX como los submarinos y los aviones que, en su época, sustituyeron los anticuados cuerpo a cuerpo?

Sin ir más lejos, Argentina vive en estos días una de las innumerables variantes de las nuevas guerras, sustentadas sobre la enorme viralización de información y noticias falsas en tiempo real.

Según un reciente sondeo de Zuban Córdoba, 34% de los encuestados votarían por la vacuna Pfizer contra el Covid versus 43% que se inmunizarían con Sputnik. Por cierto, una batalla virtual que representa un gran tributo a aquel diálogo de ficción entre Morfeo y Neo de “Matrix”, citado al inicio de esta columna. Parafraseando de nuevo a Perón, “¿alguno de ustedes vio alguna vez una Pfizer?”.

Este es un componente esencial de las guerras modernas, donde la agitación de la población por vía tecnológica juega un rol esencial, invalidando los procedimientos militares a gran escala. ¿Qué sentido tienen los bombardeos masivos en un ambiente donde la tecnología puede anular centros estratégicos por medio de un algoritmo?

De Arpanet a China 2025 y más allá

Quienes imaginen, al estilo de algunos libertarios naif, que esta carrera por la innovación científica y tecnológica brota espontáneamente del suelo o por obra y gracia de una mano invisible, se pegarían un fuerte golpe contra la pared al saber que el GPS que los está guiando a un asado de fin de semana, la Internet con la que suben sus videos a las redes sociales o el láser con el que fueron operados de la vista, tiene su origen en una agencia estatal de Estados Unidos que, en su nacimiento, tuvo un presupuesto de U$S 500 millones que salió de los bolsillos de los contribuyentes.

Es decir, el actual ecosistema innovador donde participan gigantes tecnológicos con una relación muchas veces tirante con los gobiernos de las grandes potencias, está estrechamente vinculado con la mano visible de líderes, programas y agencias gubernamentales con objetivos militares y estratégicos que luego derramaron al terreno civil.

En este ámbito, la inteligencia artificial es uno de los focos centrales de la pelea geopolítica de la tecnología, donde se juega el liderazgo del Siglo XXI y la actual brecha aplastante a favor de Estados Unidos ante cualquier otro país, hoy se ve amenazada por un gigante oriental que la corre de atrás, pero que se metió de lleno en la contienda con la iniciativa “Hecho en China 2025”, un programa no solo relacionado con el desarrollo de la inteligencia artificial, sino también con la informática, la robótica y la tecnología aeroespacial.

Por cierto, ese programa no es ningún eslogan vacío, sino que cuenta con un producto testigo de la exitosa estrategia industrial del Gobierno, cuya irrupción causó un terremoto internacional. Huawei, con su conexión 5G, cuyo lanzamiento fue bautizado por muchos expertos internacionales como “el momento Sputnik”, aquel donde la extinta Unión Soviética logró la delantera en el ámbito satelital.

Argentina en la nueva Guerra Fría tecnológica

Si hay algo que dejó en claro el proyecto “Hecho en China 2025”, es que las súperpotencias van adaptando sus políticas a la competencia donde se juega el control de las redes de transmisión de datos, la innovación científica y tecnológica, al igual que uno de los objetivos estratégicos más importantes de la actualidad, el control del espacio.

Es tan acuciante esta carrera, que una de las primeras iniciativas de la nueva administración de Joe Biden es un proyecto de innovación y competencia tecnológica de U$S 250.000 millones aprobado con apoyo bipartidista.

Si bien esta competencia de fondo transcurre a varias leguas de distancia de Argentina, ello marca el tono de la competencia de época. En particular, no hay forma de pegar saltos de andarivel material, sino por vía de las invenciones científicas, así como por los procesos de imitación y adaptación aplicados a la producción de bienes y servicios locales.

El fracaso económico de Argentina está determinado por nuestra incapacidad de adaptarnos a un nuevo patrón de desarrollo emergente de las esquirlas de la crisis del petróleo de 1973. En particular, ese big bang que barre con casi todo el viejo tejido industrial de Occidente agarró a nuestra dirigencia sin un libreto y, peor aún, con un país abatido por sus conflictos políticos internos.

En esta oportunidad, estamos mucho mejor parados. En particular, el mundo actual no está dividido en polos de poder tajantes, como estaba aquel al que no conseguimos adaptarnos desde nuestra tercera posición genética. Hoy Estados Unidos y China compiten duramente, pero dentro de un ambiente de intercambio comercial de U$S 630.000 millones anuales. Si hay cortina de hierro, en realidad es un muro líquido a tono con la época, in honorem Zygmunt Bauman.

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En virtud de ello, Argentina está en perfectas condiciones de aprovechar el nuevo eje del desarrollo mundial a partir de su red de instituciones, organizaciones y líderes con capacidad de vincularse mano a mano con todo el planeta.

En todo caso, lo que tendremos que revisar es lo que nos faltó, es decir, la capacidad de convertir todo ese capital económico, empresarial, individual y social, en un proyecto colectivo que no choque, una y otra vez, contra el mismo paredón.

A su vez, que consiga, en términos de una estrategia de desarrollo, elevar el bienestar material así como obtener las divisas no solo necesarias para garantizar la reproducción continua de esos nodos claves en la gestión del cambio, sino esenciales también para asegurar su sinergia con otros sectores con más funciones de bienestar e integración social, que de innovación y diálogo con el mundo.

Llegó el tiempo de actualizar el viejo mantra de Juan Bautista Alberdi, in memoriam. Gobernar no es poblar como lo fue en el Siglo XIX. Tampoco industrializar como lo fue en el Siglo XX. Gobernar hoy es innovar.

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