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Esa es la cuestión

¿Massa abandonó la promesa de Silvina Batakis de caja única, como herramienta para detener la sangría monetaria de la ineficiencia pública?

Sergio Massa
Sergio Massa
Carlos Leyba 11 agosto de 2022

Ningún programa de estabilización, que es absolutamente necesario, exime de la urgencia de pensar y proponer las condiciones de un programa que ataque las causas del problema

En materia económica, quienes han gobernado medio siglo, han cometido todos los pecados posibles. Las consecuencias las venimos acumulado desde hace décadas. 

Un síntoma de esas consecuencias, el que más alarma, es la tasa de inflación que, en doce meses, midió 71% con una tasa mensual (7,4%) que, en julio, fue la más alta desde 1992. La dilución de la moneda, la huida de la misma. 

En 1992 todavía no teníamos la pobreza que degrada como la sociedad. 

La inflación es un flagelo. La pobreza es lo más grave que sufrimos como presente de la sociedad y como condición para nuestro futuro.

Lo más grave, muchas veces, alarma menos. Por eso progresa sin que se le preste atención. Sus consecuencias son letales; las que el mejor plan de estabilización no repara ni supera. 

Sergio Massa el ministro de economía de Alberto Fernández con mayor poder, por ahora apunta a la estabilización. Está muy bien. 

¿Creerá que “su” estabilización reparará o superará estos niveles de pobreza? 

¿Menos inflación y después vemos? No hay señales de lo contrario. 

Esta idea es compartida por muchos economistas. Es más, se habla del “consenso de la estabilidad”, primero “la macro” y después vemos. 

Esta idea del “consenso macro” es vigorosa. En las urgencias ha acumulado colosales fracasos por abandono de la mínima racionalidad; y no ha dejado de acumularlos a pesar de ingenierías ocurrentes y racionales de mediana duración. 

La idea subyacente es que no hay tal cosa como una “estructura económica” que produce desequilibrios macro. 

Y, en consecuencia, que la administración irracional de los instrumentos (fiscales, monetarios, cambiarios y hasta de ingresos) genera esos desequilibrios macro. 

La conclusión es que la corrección de los desequilibrios macro ha de permitir que, luego, la estructura se exprese en todo su potencial. 

Llega a la guardia la ambulancia con un paciente casi terminal en urgencia y un choque en la ruta da con el enfermo en el suelo y se rompe una pierna. Se da intervención al traumatólogo, postergando la llamada al especialista del mal del paciente. Reparación de la pierna, el mal previo al accidente se agrava. 

Todo a la vez. Veamos.

Unicef en su encuesta detectó que más de un millón de chicos dejaron de hacer alguna de las comidas diarias por falta de dinero: 7% de los niños y tres millones de adultos, no tuvieron acceso a las cuatro comidas diarias. 

Entre los niños bajó 67% el consumo de carne y 40% el de frutas y verduras. Pero aumentó 20% el consumo de fideos, harinas o pan. ¡Proteínas!

Uno de cada tres hogares no cubre sus gastos básicos y la mitad no puede afrontar los gastos escolares. ¡Deserción escolar! 

De la ausencia de proteínas a la deserción escolar hay una ruta imparable. ¿Cuál es la consecuencia de la deserción escolar?

Unicef detectó declive alimentario en sectores de clase media los que usan tarjeta de crédito para afrontar lo básico. ¡Sobrevivir a crédito! 

En esas condiciones, es amargo y necesario repetirlo, el futuro aterra. 

El futuro no es un síntoma y tampoco alarma. 

Sergio Massa ha dado muestras de estar preocupado por el síntoma inflación y ha reiterado voluntad de cuidar las cuentas públicas. 

Cuenta J. Ortega y Gasset que el rito egipcio establece, para el final de los días, “la confesión al revés”. 

En ese ritual, cuando estemos frente a los jueces de ultratumba no deberemos declarar los pecados cometidos, sino aquellos que no hemos cometido. 

En el caso de la economía argentina, en la oportunidad final, deberíamos permanecer en silencio porque, en materia económica, no hemos dejado pecado por cometer. 

La clase dirigente, en su conjunto, debería anticipar ese ejercicio del silencio post mortem para realizar el examen de conciencia imprescindible para mejorar la calidad de la política que, vale la pena recordarlo, es una virtud: ocuparse del bien común. 

Argentina no lo estaría logrando. Lo pone en blanco y negro el “macroeconomista” Martín Rapetti: en 2020 el PIB por habitante resultó igual al de 1974. 

Una sola palabra define esa situación, por otra parte, irrefutable: decadencia.    

Justamente por esa razón toda la política que ha participado del poder o del debate, en todos estos años, debería llamarse a silencio que es el mejor estado para pensar. 

Esa actitud, por otra parte, nos permitiría escuchar la realidad que grita. Pero que nuestros oídos no perciben porque nos hemos ensordecido por abundancia de palabras dedicadas a la culpa de los otros. 

A la manera del borracho, que busca la llave perdida en mitad de cuadra bajo el farol de la esquina porque es donde hay luz. 

Mes a mes “la luz” se refleja en las estadísticas y todos los días en el bolsillo. Pero la causa de los males no está ahí. 

Encontrarla obliga a buscar en un terreno oscuro, no en el de las estadísticas diarias. Y requiere de la convocatoria a distintas miradas, ópticas, especialistas que “busquen” las “causas” pero con la visión de un futuro deseado. Buscar con un “para que”.   

Necesitamos “silencio de culpas” para habilitar la capacidad de escucha... por lo menos de la realidad.  

Una realidad que nos dice que la inflación es un síntoma que hay que atender con urgencia, sin ignorar que la pobreza es la tragedia del presente para los que la sufren y la cancelación del futuro para todos los argentinos. 

La pobreza no ha dejado de crecer desde hace casi medio siglo (1975), atravesando períodos, más cortos o más largos de estabilidad de precios y períodos dominantes de alta inflación, y esa es la consecuencia de un modelo de funcionamiento de la economía y la sociedad.

Los breves períodos de estabilidad de precios -como mínimo- no revirtieron la pobreza.

No lo podían hacer, porque la pobreza es la consecuencia de un modelo de funcionamiento de la economía que se inició, justamente, en 1975 y que, además, generó tasas de inflación exóticas que, a pesar de las podas a la carrera de los precios, de éxito transitorio, que volvieron a crecer multiplicando el número de pobres. 

No se puede negar que la pobreza genera mecanismos de inflación, entre los que se cuentan el exceso de gasto público improductivo presuntamente paliativo, la marea de empleo público compensatoria de la ausencia de inversiones privadas, el océano de subsidios destinados a contener, en una primera iteración, el deterioro de la calidad de vida anterior; y luego a sostener la supervivencia de los millones de excluidos, explícitamente, del sistema. 

Estas consecuencias son la deriva de la ausencia de una mirada global por parte de quienes gobernaron y de su incapacidad, durante casi medio siglo, de formular una estrategia de largo plazo para el desarrollo de las fuerzas productivas. 

Pero es cierto que no puede postergarse el ataque al exceso dramático del gasto público que -más allá de las ayudas indispensables- es un lugar que acumula el fracaso de la sociedad. 

Cuando comenzó el siglo el empleo público alcanzaba a 2,1 millones de empleados. Hoy se estima que casi se ha duplicado ese número. Todos sabemos que ese Estado ha dejado de aumentar la calidad de la educación, de la salud, de la seguridad y de la administración propiamente dicha. 

Todos sabemos que la educación, la salud y la seguridad privadas han aumentado vertiginosamente, en parte, como consecuencia de la insatisfacción de esos servicios públicos. 

Vivimos una explosión de empleo público, cuando los ciudadanos de a pie no perciben la presencia del Estado y sí la multiplicación de privilegios asociados a muchos sectores de la Administración Pública, que no son justamente ni los maestros, ni el personal de la salud, ni de la seguridad.

Juan Perón en 1974, respecto de 1973, redujo en 7% el personal de la Administración Pública Nacional y ese Estado administró una política económica concertada y formuló un plan de mediano plazo. Estado presente. Los gobiernos “peronistas” no han seguido esa norma. Creció el gasto público y declinaron las funciones del Estado como agente del bien común. 

Silvina Batakis renunció formalmente al cargo de ministro de economía hace dos semanas. Sergio llevaba un largo recorrido como futuro “super ministro de economía”. 

Su juramento se concretó con una convocatoria multitudinaria y presencia dominante de muchos de los empresarios de la “oligarquía de los concesionarios”. Desde los ´90 es evidente que “los concesionarios” forman el marco de referencia de todos los gobiernos y la jura de Massa lo ha puesto en evidencia. No es nada nuevo.

Han sido escasos los anuncios concretados. Uno no concretado es la designación de un “macroeconomista” que no estaba -o no fue revelado- en el diseño inicial de Sergio. Su llegada, de ocurrir, sería la de un administrador de las decisiones ya tomadas. Peor sería que las decisiones no hayan sido tomadas a la espera de una designación. 

Lo que Massa concretó con éxito es el desplazamiento de los vencimientos de la deuda en pesos que Martín Guzmán había abandonado en manos de sus sucesores. Logró la colocación de un bono dual que sustituye la deuda en pesos a vencer. Fue un lanzamiento de bala al corazón de los que vengan: los acreedores podrán, al momento del cobro, optar por la mejor opción entre indexación en pesos o indexación al tipo de cambio oficial. 

Naturalmente la cuestión queda en manos de quien esté en la ventanilla para pagar. 

Sólo la estabilización de precios y la recuperación de la cotización oficial del dólar o la reducción de la brecha, habrá de habilitar el crecimiento de la confianza que permitirá -cuando venza el compromiso- afrontarlo sin un estremecimiento mayor al que imagino Martín Guzmán. 

¿Massa abandonó la promesa de Silvina Batakis de caja única, como herramienta para detener la sangría monetaria de la ineficiencia pública? 

Sergio optó por medidas, no por un plan. La caja única es el freno al entusiasmo militante. ¿No pudo o no quiso? Esa es la cuestión.

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