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Cumplir las normas

Toda política macroeconómica para tener éxito, necesariamente, ha de ser global y simultánea, y contener mecanismos de coordinación.

Carlos Leyba 11 enero de 2024

Primer mes de Javier Milei, más inflación, más pobres, más estancamiento, menos productividad. Pero la responsabilidad no es de Milei ni de las decisiones que tomó. Venía de antes. 

No frenaron la tendencia. Muchas eran inevitables. Agravaron la situación. Tal vez por decisiones que eran absolutamente necesarias; pero, tal vez, porque por una mala gestión de política económica, esas decisiones, no fueron compensadas por medidas que recomienda la literatura de la disciplina y que avalan las experiencias de política económica exitosa en todo el Planeta. Toda política macroeconómica para tener éxito, necesariamente, ha de ser global y simultánea, y contener mecanismos de coordinación: p.ej. "política de ingresos". Eso no está. 

A pesar de eso, Milei no es "el responsable" de los desaguisados del presente: la herencia, particularmente de Sergio Massa, fue fatal. 

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Pero la política Milei -hasta el momento- arrastra la inhabilidad de una concepción extremadamente simplista y hasta contradictoria; y a pesar que el BCRA está a años luz de ser "independiente" del ministerio de Economía. Veamos.

El programa de Milei se monta en sólo dos "patas". Cualquiera sea la solvencia de esas "patas", por definición, son insuficientes para garantizar equilibrio de largo plazo. 

Esta es una carencia del actual gobierno que se suma así al riesgo de los mismos fracasos y carencias de los últimos 50 años. 

La primera pata es el conjunto de decisiones macroeconómicas. La segunda es el elefante legislativo encapsulado en el DNU y la Ley Ómnibus. 

Antes de abordar ambos pilares de Milei, una breve reflexión: en las democracias capitalistas occidentales, además de un programa macroeconómico y un conjunto de normas legales de reforma o consolidación del sistema, es habitual contar, en cada gestión, con una tercera pata que es el acuerdo tripartito económico y social; y una cuarta, que es el diseño -más o menos consensuado- de una construcción a largo plazo, una estrategia de Nación de la que deriva una estrategia de relaciones internacionales. Al respecto, de imprescindible lectura "Las consignas del nuevo pacto Estado - sociedad" (O. Oszlak, LN 8/1/24).

Milei rechaza todo acuerdo, no sólo tripartito sino parlamentario. "No se negocia". Sólo acepta "propuestas de mejoras". La actitud de los ministros y de la coalición parlamentaria que da, a La Libertad Avanza, una mayoría en las comisiones, durante el simulacro de debate de la Ley Ómnibus, así lo avala. El espíritu kirchnerista es contagioso. 

Congreso
 

La estabilidad de sociedades y gobiernos occidentales se asienta en esas cuatro patas que dan sustento al presente y horizonte al futuro. 

Decía un experimentado y brillante diplomático de carrera JHHV, "sin estrategia nacional no hay coherencia en las relaciones internacionales". Las actitudes de D. Mondino (Taiwán) se explican por la ausencia de esa estrategia, gravoso para una Argentina tan necesitada de ayuda externa que no admite improvisaciones amateurs. Lo mismo sufrimos con A. Fernández y sus papelones (Rusia y China).

Milei tiene la convicción de haber ganado una revolución que tiene el objetivo de reemplazar el orden (o desorden) previo sin concesión alguna. Destruir y luego edificar. Las convicciones incluyen desprecio por lo anterior que, se afirma, es obra de "la casta". En esas convicciones, no cabe el "acuerdo tripartito de intereses sociales y económicos" y menos la idea de "plan", "proyecto", "estrategia nacional". Estas "patas" (acuerdo, estrategia) esenciales para la mesa democrática, en Milei, son reemplazadas por "el mercado". 

Llevamos 50 años de fracasos. Las políticas macro han sido devastadoras, aunque de a ratos hayan generado transitorias estabilidades o crecimiento: pero con productividad estancada y la pobreza creciendo. Es cierto también que la manía legiferante y reglamentarista de los 50 años ha sido nociva. 

Pero lo esencial es que, en cinco décadas, no hemos podido generar un consenso básico sobre el mecanismo de acumulación y de distribución que caracteriza a cada sistema económico y, además, hemos carecido de una "visión", de una proyección de largo plazo que nos permita ser Nación ("proyecto de vida en común") y tener así relaciones internacionales fructíferas. Nada ha salido bien. Ni las "relaciones carnales", ni la "patria latinoamericana", ni el acuerdo estratégico con China, ni siquiera el Mercosur.

Lamentablemente la propuesta de Milei no es tener un consenso básico y una visión compartida de largo plazo. Su credo es no tenerla. Su prioridad es preparar la cancha para que el mercado, impulsado por su apetito, fuente de toda sabiduría, genere  "lo justo". 

En ese marco la convicción de Milei -el pensamiento dominante del Gobierno- es que la estabilidad es una condición necesaria, no suficiente, para que el mercado haga su trabajo. Para ello es necesario derribar todo lo que interfiere con "el mercado", no sólo las regulaciones que están en el DNU y la Ley Ómnibus, sino - claro que más adelante - terminar con las trabas a la libertad de comercio nacional y sobre todo internacional

El principio es "el mercado lo resolverá". 

El entusiasmo de Milei fue celebrar el 25,5% de inflación como un logro de su gestión, reiteró que "tarde o temprano cerrará el Banco Central"  (La Red, 10/1/24). Instalará la dolarización que es hacer del territorio argentino uno liberado de restricciones estatales: la Ley Ómnibus y el DNU lo enuncian al sostener la administración del mar y sus recursos y abrir la propiedad extranjera de la tierra sin límites. 

Milei aspira al "mundo plano" cuando, incluyendo a líderes de la nueva derecha, renace la idea de Nación, ante la acumulación de disconformidades nacidas no sólo de la ineficiencia burocrática de los Estados sino de la debilidad de los mismos, erosionada por el peso de lo "multinacional". 

Basta observar el paradigma de la política de J. Biden que, en lo económico, es una profundización de la reacción que inauguró D. Trump. En esto Milei huele a ropa vieja. 

Volvamos al principio. La primera pata de Milei probará su fortaleza si la inflación baja y consolida la estabilidad. Entonces "todo lo demás" se dará por añadidura.

Más allá del superávit fiscal necesario para cancelar las deudas, el gobierno, en macroeconomía, no tiene otros objetivos. Ni el de crecimiento del PIB, empleo, distribución, pobreza. El objetivo es la estabilidad y el instrumento el superávit fiscal: la inestabilidad de nuestra economía es consecuencia del déficit y su monetización.

La primera pata está en marcha y ha tenido un resultado positivo, que es el compromiso del staff del FMI en reconducir el programa en el que, allá lejos y hace tiempo, ya había participado Luis Caputo. Para Milei inflación, recesión, pauperización son consecuencia de lo heredado y su "ajuste" ha evitado que todo sea peor. Pero los costos de sus decisiones son obvios. 

La segunda pata ya tiene al DNU plenamente vigente, salvo el capítulo laboral trabado en sede judicial. El DNU está en la ley ómnibus que se ha empezado a tratar. 

El contenido del DNU y el de la Ley Ómnibus, con temas de distinta jerarquía y disímil importancia o trascendencia, habla de improvisación de los autores y la celeridad exigida casi parece una estrategia de disimulo de los errores acumulados en la redacción. Supuestamente esas normas son las necesarias para generar inversiones: un ministro llegó a decir que sin esas leyes no entrará un peso. Es decir que si se aprueban llegarán las inversiones. Aclaremos que la venta de activos (empresas públicas, clubes de fútbol, tierras) no son "inversiones" en el sentido de las necesarias para compensar la caída de la actividad y a la vez mejorar el empleo y la productividad: son caja que entra y, como es habitual, sale. No hay nada en esas normas que tenga la fuerza inductora de la inversión: habría que copiar, por ejemplo, la legislación Biden y ahí tal vez. 

Por ahora se propone un período de más inflación y menos actividad, un aumento del número de personas bajo la pobreza y disminución del nivel de vida de los sectores medios. ¿Condición necesaria del proceso de saneamiento? 

En ese proceso los precios relativos -liberados- alcanzarían "su nivel óptimo" con algunas interferencias de la política: fijación del tipo de cambio, mantenimiento del cepo, liberación gradual de tarifas, la desindexación de pagos sociales, no cancelación con dólares oficiales de deuda de importadores... 

No es algo inesperado. Milei lo anunció como el remedio necesario para lograr la estabilidad macroeconómica primero y así crear el escenario en el que las fuerzas del mercado puedan manifestarse. 

El Gobierno no está muy convencido de qué cosa habrá al final del túnel. Y por eso con total soltura anuncia una extensión del túnel que va de 15 a 40 años. Es una frase de panelista que insólitamente se dice sin provocar hilaridad.

La incapacidad de evaluar las consecuencias de lo ya puesto en marcha es lo que ha llevado a decir, una vez más, que hay luz al final del túnel. Y esta vez con particular astucia se ha dicho que el túnel tiene una extensión tal que tarda 40 años y que algunos destellos de luz se podrían llegar a ver dentro de 15. 

Nadie se animó a tanto. Ni a un futuro tan venturoso ni tampoco a un plazo tan largo como para ofrecer una prueba. 

Todos imaginan que llegará el otoño y para entonces, cualquiera sea la política, estarán los dólares de la habitual riqueza nacional más los que se derivan de las nuevas fuente: hidrocarburos y minerales. Habrá buenas nuevas. Pero si a pesar de ellas las inversiones no llegan para compensar el peso del estancamiento, la gran excusa será que no aprobó el DNU y la Ley Ómnibus como están redactadas. Una excusa que hace culpable al Parlamento que no aprobó o a la Justicia que advirtió que la Constitución que rige es la de 1994. 

Salvo que R. Barra tenga razón y que en definitiva "la revolución" requiere llevarse la Constitución por delante. 

Cumplimos las normas hace 40 años. La solución es con ellas.

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