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Cambio, bañarse, cambiarse

Sin la reconstrucción de un aparato productivo, que incluye protagónicamente la reindustrialización del país, no hay manera de resolver nuestras debilidades: la fuente primaria de las mismas es la ausencia de trabajo de alta productividad.

Cambio, bañarse, cambiarse
Carlos Leyba 09 junio de 2023

Cambiar es dar algo por otra cosa. Quien ofrece cambio debe decir qué, cómo y cuándo es "la cosa" que da. 

La Argentina es un fracaso dónde miremos. Hay que cambiar: en esto no hay grieta. 

El territorio, nuestro mar -que supuestamente ocupamos, permanece despoblado, desconectado- nos ofrece gigantescas oportunidades. Cambiar es posibilitar aprovechar esas oportunidades. Pero con destino común. Si no señalas cómo "aprovechar" oportunidades no estás hablando de "cambio". 

Los que hablan de "cambio" - por ahora - no señalan el cómo "material". Demuelen todo, casi todo, ahora no, más adelante. Se bañan. Pero ni una palabra de la "materialidad". Nueva política metafórica, primera, segunda, tercera generación de cambios. Inextricables. No es cambio si no está la "otra cosa".

Respetar las palabras: "el nombre es arquetipo de la cosa/ en las letras de "rosa" está la rosa/ y todo el Nilo en la palabra "Nilo" (JLB). Si decimos cambio, digamos la "otra cosa" y sino callemos.

La política es oferta de ideas y proyectos -no puede ser otra cosa- para aprovechar nuestras inmensas oportunidades materiales. 

También debemos concentrarnos en superar nuestras debilidades que, de permanecer, nos van a impedir la realización de nuestras oportunidades. 

mar argentino
 

No somos lo que fuimos: en 1974 teníamos un Coeficiente de Gini de 34 (desigualdad escandinava), pobreza que dolía al 4% de la población, una cultura que se exportaba a todos los países de habla castellana, y una década de crecimiento, sin interrupciones, con un incremento sostenido de la productividad, nuestra distancia tecnológica con el primer mundo era -con gran esfuerzo- alcanzable. La "convergencia" era una propuesta obvia. 

Eso era lo que imaginábamos: teníamos un PIB pH en dólares mayor que el de España y el mayor de América Latina. En Madrid, a fines de los sesenta, la cola de mendigos en las principales avenidas era tan interminable que la limosna se identificaba con un cintillo de color para que no insistan. Aquí no lo veíamos. 

Íbamos despacio respecto de nuestras posibilidades, pero entonces, decía Guido Di Tella, nuestro crecimiento llevaba el peso de la inclusión social del Estado de Bienestar y el empuje de la eficacia de la que era, hasta entonces, una burocracia seleccionada por mérito y formada por la tradición administrativa. 

Para ponerlo en claro, el Gasto Público era 20% del PIB. El Ministerio de Economía ocupaba el mismo predio desde 1930. En los '90 el predio se multiplicó hasta casi toda la manzana y hoy el peso del Estado en el PIB es el doble. 

La productividad del Estado -a pesar de los avances tecnológicos- hoy es escandalosamente menor y la moral de la cosa pública está derrumbada. 

Sin un Estado eficiente es imposible diseñar el aprovechamiento común de las oportunidades. Claro, puede haber negocios esplendorosos para una camarilla de concesionarios de favores públicos. Pero eso es una desgracia y peor no aprovechar oportunidades para el bien común. 

El primer paso del Estado eficiente es terminar con ese acoso de los favores mercenarios. ¿Se entiende? ¿Se paga extra por los dólares oficiales?

Una apostilla, un ejemplo ¿ qué es hoy nuestro Estado? 

El gobernador de Tierra del Fuego (160.000 habitantes) provincia a la que el Estado Nacional transfiere millones de dólares, básicamente a dos grupos empresarios, uno macrista del "alma" y otro kirchnerista del estómago, acaba de diseñar la estrategia geopolítica más audaz de la Argentina en toda su historia

La cesión (¿hay otra palabra?) para que una empresa china construya (y seguramente opere) un puerto y una central eléctrica en esa provincia. El ingreso a la Antártida. La puerta sur del territorio, en manos de una potencia con la que profundizamos nuestro endeudamiento. Esto se suma a la estación espacial que alegremente cedió CFK en Neuquén a China. 

tierra del fuegi
 

Este de hoy es el hecho de mayor envergadura geopolítica de la Argentina, habilitado por un gobernador mínimo que responde a Gustavo López, un radical K. 

Tal vez esta decisión se inscribe (y se tolera) en la desesperación de Sergio Massa por comprar tiempo a base de deuda y compromisos para demorar lo inevitable. 

Las consecuencias de esta aventura de un cipayismo inimaginable, no es otra cosa, solo es tolerable por el Estado Nacional por desesperación e ineptitud: las dos cosas a la vez. Volvamos.

Somos ahora un país en el que la pobreza del futuro nos domina: 60% de los niños son pobres; el pronóstico de la "cultura colectiva" es así de sombrío; estamos amenazados por el narcotráfico -en dimensiones inimaginables hace sólo 20 años- y con una dependencia financiera agobiante en la que, el actual gobierno, siguiendo lo iniciado por los Kirchner y continuado por Mauricio Macri, profundiza la primarización deficitaria del comercio exterior con los que ellos consideran los dos "socios estratégicos". Acabamos de citar el último ejemplo: el puerto fueguino. Socios que nos compran naturaleza y nos venden trabajo y con los que nos endeudamos estructuralmente sin solución de continuidad. 

Esos países, que no invierten en operaciones productivas de alto valor agregado en el país, se orientan al aprovechamiento de la naturaleza y por lo tanto no vehiculizan la transformación positiva de nuestro patrón de comercio. Son asociaciones estratégicas dependientes. 

Llevamos muchos años de representantes de la Cancillería, independientemente de los gobiernos, que son entusiastas de esa dependencia geopolíticamente peligrosa. Va por dentro.

Pero no es menos cierto que el excedente económico generado en el país por los nacionales, pagando impuestos o sin pagarlos, huye del sistema financiero nacional. 

Paradoja: un país con "excedente" y sin "ahorro", un país con inmensas oportunidades y sin inversiones para aprovecharlas, un país que forma extranjeros en sus universidades públicas gratuitas y que observa impávido como emigran sus connacionales graduados en las escuelas y universidades públicas y radican sus conocimientos en el exterior. 

En estas condiciones no es extraño que los ciudadanos de a pie vivamos en el enojo y -en esta debilidad- sintamos al futuro como una inmensa amenaza. 

Sufrimos de optimismo perverso: hoy estamos mejor que mañana. Dicen las encuestas que muchos piensan que en el futuro estaremos peor. 

Con litio, Vaca Muerta, cobre, uranio, el mar. Quien debe organizar esa fortaleza, aquí y en cualquier lugar del Planeta, es eso que llamamos "el Estado". Y el que hay -la actual clase gobernante y la que lo fue ayer- no ofrece manera de aprovecharlos para el bien común. 

A los que están tratando de llegar lo primero que les sale de la boca -ya que no de la cabeza, que no debe haber- es "dinamitar todo" o "dinamitar casi todo" o la furia de "cambio, cambio" que a todos nos suena a la letanía de los arbolitos de la calle Florida. 

Estoy tentado de repetir el dicho de las tías viejas "el que vino no combino y el que combino, no vino". La soltería de un Estado infecundo.

La frase famosa sobre Argentina y Japón nunca rescata un hecho material: en 1960 el PIB por habitante de Argentina, en dólares corriente, era el doble del de Japón. Los números de aquellos años. En 1973 el PIB por habitante de la Argentina era el más grande de América Latina y en 1974 mayor que el de España. Ya habían nacido todos los que hoy hacen política.

Usted se pregunta: ¿qué pasó? Lamentable, la emergencia dominante de los economistas -que como dijo el Abate Ferdinando Galiani (1728/87) somos una "secta triste" a la que pertenezco- ha logrado instalar una explicación espantosa (creo a consecuencia de cuestiones inconfesables) que consiste en decir "el país agotó un sendero apoyado en el vigoroso crecimiento del mercado interno y la sustitución de importaciones": Clarín (5/6/23). 

La explicación "se agotó" se repite "ad nauseam" como tangente para no explicar la conmoción que produjo la guerrilla montonera (cuyo origen alguna vez se esclarecerá) y la deriva que terminó por decisiones políticas concatenadas para dar lugar a un modelo que nos ha traído hasta aquí y que fue el "industricidio" propugnado primero por los asesinos esbirros de Mario Firmenich y coronado por la Dictadura Genocida. Nada se agotó. 

Un aparato, un modelo, fue destruido. Sin la reconstrucción de un aparato productivo, que incluye protagónicamente la reindustrialización del país, no hay manera de resolver nuestras debilidades: la fuente primaria de las mismas es la ausencia de trabajo de alta productividad. 

La productividad media de nuestra sociedad es bajísima. Nos hace un país pobre en el que hasta el que trabaja tiene un salario al que se le hace caro lo que producimos de manera hiper eficiente e hiper abundante. 

Nuestros salarios magros, consecuencia de la baja productividad media, obligan a "retener" parte del precio de nuestras exportaciones de carnes y granos para no generar un estallido social. Daño doble, causa única. 

Este modelo de "industricidio" iniciado en noviembre de 1974 con la pasividad de Alfredo Gómez Morales quien sostenía que "devaluar es traición a la Patria" y que la Argentina no debía promover la exportación de industria manufacturera (en 1972, con el Presidente Lanusse, por ejemplo, habíamos exportado 10.000 motores Fiat 128, 100% argentinos a Europa) completado con el "rodrigazo" gobernado por Isabelita y Lopecito, y garantizado por la "tablita", el pedal y la deuda externa del "deme dos" de la Dictadura, este modelo, es el que hay que cambiar para que todo cambie. 

Y eso exige un Estado que piense y coordine el largo plazo, que genere las zanahorias sin las cuales el capital no llega y que la política sea capaz de tejer un consenso del modelo productivo capaz de ocupar los desamparados de los conurbanos. 

Si ese consenso se logra, la macro que es muy, pero muy importante, vendrá por añadidura. 

La macro es el vehículo, pero el destino y también el combustible, es el proyecto productivo que debe exponer su materialidad.

Cambiar es pensar la "otra cosa", no sólo bañarse y cambiarse de partido.

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