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Historia

Guerra, revolución, intervención: ¿qué hacer con los bolcheviques?

La ilusión de una Europa feliz y el zarismo estallan. Ucrania y otras provincias rusas se proclaman independientes. Lenin convierte Moscú en la antorcha de la revolución comunista-

Los bolcheviques toman el poder en 1917
Los bolcheviques toman el poder en 1917
Oscar Muiño 17 mayo de 2022

Rusia y Polonia han disputado siglos Ucrania, la llave para la hegemonía regional. Desde su derrota, los polacos decaen hasta desaparecer en 1795, repartidos entre Rusia, Prusia, Austria. 

Europa oriental es rusa: Polonia, Ucrania, Finlandia, Letonia, Lituania. Con media Asia, el Imperio zarista es inmenso. Sin embargo, Londres ya no percibe a Rusia como su mayor amenaza. Prusia, que ha crecido como un Ejército proinglés, unifica Alemania, crea una flota, proclama una política universal  y deviene un peligro mayor. El Reino Unido, “ante el creciente riesgo alemán, firma tratados con Japón (1902), Francia (1904) y Rusia (1907)” (E. J. Stockwell).

En 1904-5 Japón ataca a Rusia sin declaración de guerra, como hará en Pearl Harbour en 1941. La vergüenza sacude Rusia, las protestas crecen, la represión es brutal. El zar Nicolás II (1894-1917) deja de ser el padrecito del pueblo. 

En 1914, guerra general. Los rusos protegen a los eslavos de Serbia contra Austria, el Imperio Alemán defiende a los austríacos, Francia tiene un pacto con Rusia y Gran Bretaña finalmente elige el bando aliado. La Europa de la belle époque explota. “Envejecimos cien  años / aunque  esto sucedió solo en una hora / desaparecieron las sombras de goces y pasiones / de la memoria como una carga inútil”, en versos de la aristocrática y gran poetisa rusa Ajmátova.

Francia está por caer. Desesperada, pide ayuda a Rusia. Los rusos, cuya movilización es lenta y desordenada, penetran en Alemania. Los germanos trasladan tropas con urgencia. Por ese hueco los franceses contraatacan y salvan París. Pero los rusos son despanzurrados, el comandante se suicida. Rusia vence a austríacos y turcos pero no aguanta la maquinaria alemana. 

Ucrania con Alemania

En la Séptima Conferencia de Toda Rusia de abril de 1917, los bolcheviques aprueban la propuesta de Lenin de reconocer a las naciones de Rusia el derecho a la autodeterminación. “La negación de este derecho –reza el documento-  equivale a apoyar la política de conquista o anexiones”. 

Para León Trotsky, “Rusia no estaba constituida como un Estado nacional sino como un Estado de nacionalidades. A los setenta millones de gran rusos que constituían el macizo central del país se añadieron gradualmente unos  noventa millones de alógenos. Se constituyó un imperio en que la nacionalidad dominante no representaba más del 43% de la población, con 17% de ucranianos, 6% de polacos, 4,5% de rusos blancos. Para las naciones oprimidas de Rusia, derribar a la monarquía significaba necesariamente realizar una revolución nacional. La igualdad de derechos civiles no significaba nada para los fineses, que no buscaban la igualdad con los rusos, sino su independencia de Rusia. No aportaba nada a los ucranianos, que no conocían ninguna restricción pues se les había declarado rusos a la fuerza”. 

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Para León Trotsky, “Rusia no estaba constituida como un Estado nacional sino como un Estado de nacionalidades"

“La política de rusificación dirigida por el gobierno, la iglesia ortodoxa y el ejército -no sólo sobre las nacionalidades claramente alógenas sino también sobre los ucranianos- se había agravado todavía más desde 1905-1906, levantando unánimemente a las poblaciones contra el régimen y provocando en todas partes el nacimiento de partidos nacionalistas de tendencias separatistas. La guerra que estalla agudiza los conflictos de nacionalidades y clases” (Maurice Crouzet). 

Todo va empeorando. El pueblo se harta de la masacre, las hambrunas y la incompetencia del mando militar. El zar cae. Un gobierno de coalición muere sietemesino. Los bolcheviques toman el poder. Declaran que no pagarán la deuda externa, lo que enfurece a las potencias occidentales.

Los bolcheviques se han opuesto a la guerra imperialista y prometen la paz. Los soldados le toman la palabra y el frente ruso se desmorona. La imparable arremetida alemana decide a Lenin a aceptar la derrota: “Somos débiles y lo supremo es preservar esta república que ha comenzado ya la revolución socialista”.  

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Los bolcheviques toman el poder. Declaran que no pagarán la deuda externa.

El 9 de febrero de 1918, Ucrania es reconocida por Alemania como país independiente y deviene satélite de Berlín (Oleh Fedyshyn). 

El 3 de marzo de 1918, en la misma ciudad bielorrusa de Brest-Litovsk, el gobierno bolchevique firma una paz humillante con Alemania. Rusia reconoce la independencia ucraniana, de Georgia y de Finlandia. Entrega Polonia, Lituania, Letonia y Estonia a Alemania y Austria-Hungría, y los poblados de Kars, Ardahan y Batum a Turquía. 

“Los alemanes estaban decididos a mantener expedito el acceso a las riquezas de Ucrania para alimentar su esfuerzo bélico. En Ucrania las bayonetas alemanas se encargaron de apoyare a los separatistas que desafiaban la autoridad bolchevique. Los movimientos separatistas se vieron estimulados por los gobiernos aliados” (George Kennan). 

Meses después Alemania es derrotada y obligada por los aliados a renunciar a todas sus adquisiciones. 

Hay rebelión contra los bolcheviques. La vieja Rusia se levanta contra la nueva y la guerra civil es general. Hay zaristas absolutistas, monárquicos moderados, liberales reformistas, anarquistas, social-revolucionarios, burgueses occidentalizados, populistas, comunistas… 

La pelea es encarnizada en Ucrania. Desde abril de 1918 los alemanes han instalado un hetmán, evocando el liderazgo cosaco. Ucranianos occidentales independentistas, ucranianos independentistas sin aditamentos, ucranianos bolcheviques, el Ejército Negro anarco, polacos que reivindican territorio ucraniano, bandoleros que saquean. Todos contra todos.

Para frenar la secesión de etnias y regiones, José Stalin, georgiano y comisario del pueblo para las nacionalidades, promueve “una alianza sincera y libremente consentida entre los pueblos de Rusia”. 

Para Stalin, “el leninismo ha puesto al desnudo ha roto la muralla entre los negros y los blancos, entre los europeos y los asiáticos, entre los esclavos cultos e incultos del imperialismo y con ello ha vinculado el problema nacional al problema de las colonias. El leninismo  ha ampliado el concepto de la autodeterminación nacional”. Pero agrega: “suele darse el caso en que los movimientos nacionales de determinados países oprimidos chocan los intereses del desarrollo del movimiento proletario”. El argumento para evitar que las naciones se independicen del poder obrero. La capital vuelve a Moscú, tras dos siglos en San Petersburgo.

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Stalin promueve “una alianza sincera y libremente consentida entre los pueblos de Rusia”. 

Un trío sin rusos

El norteamericano Woodrow Wilson, el británico Lloyd George y el francés Georges Clemenceau se juntan en París en 1919 para rehacer el mapa del mundo. Rusia, el único beligerante no invitado a la Conferencia, provoca los mayores desencuentros. Hay desconfianza y temor hacia la revolución social. Muchos creen las patrañas más burdas: que los soviets han nacionalizado a las mujeres, convertido las iglesias en burdeles e importado torturadores chinos…

La historia oficial soviética  denuncia que “en diciembre de 1917, los gobiernos de Francia e Inglaterra concluyeron un acuerdo secreto, repartiéndose las esferas de las hostilidades: Francia se encargaba de luchar contra el poder de los Soviets en Ucrania, Crimea y Besarabia, en Inglaterra en el Don, Kubán y el Cáucaso”. 

Winston Churchill promueve la intervención y critica la indecisión: “¿Estaban en guerra con la Rusia soviética? Por supuesto que no, pero disparaban contra los rusos soviéticos en cuanto los veían; se les encontraba invasores en suelo ruso. Armaron a los enemigos del gobierno soviético. Bloquearon sus puertos y hundieron sus acorazados. Deseaban sinceramente su caída y la tramaban. Pero guerra….¡qué escándalo! Injerencia… ¡qué vergüenza!”. 

“Churchill exigía que Lloyd George tomara una decisión clara: o intervenir con numerosas fuerzas o bien retirarse de Rusia. Lloyd George no pensaba hacer ninguna de las dos cosas, ya que la intervención a gran escala le crearía problemas con la izquierda, y la retirada con la derecha. En la primavera de 1918 tropas británicas habían desembarcado en los puertos de Arcángel y Murmansk, en el norte, y los japoneses habían tomado Vladivostok, a orillas del Pacífico, y penetrado hacia el oeste, en Siberia. Una legión  checa se hallaba atrapada en Siberia.  Los británicos convencieron luego a los canadienses para que proporcionaran un contingente  que hiciera de contrapeso a los estadounidenses y japoneses. En el sur, otro contingente británico penetró en la cordillera del Cáucaso y sus yacimientos petrolíferos. Los franceses, que andaban aún más cortos de efectivos que los británicos, se limitaron a enviar misiones militares o contingentes simbólicos (…) Después de la derrota Alemania, siguiendo instrucciones de los aliados, empezó a retirar sus tropas de Ucrania. Los aliados se esforzaron por llenar el vacío. A finales de 1918 había ya más de 180.000 soldados extranjeros en suelo ruso y varios ejércitos de rusos blancos que recibían dinero y armas de los aliados. Lo que hacía titubear a los aliados eran los indicios de que existía una fuerte oposición a nuevas aventuras militares. El público y las fuerzas armadas de los países aliados estaban cansados de tanta guerra. ¡No toquéis Rusia!, el lema de la izquierda, iba adquiriendo popularidad. El gobierno francés envió un contingente al puerto de Odesa, en el Mar Negro. La expedición no tardó en encontrarse luchando. La moral cayó en picada. En abril de 1919, las autoridades francesas abandonaron de repente lo que se estaba convirtiendo en un desastre. Dos semanas después, la flota francesa en el mar Negro se amotinó.  En la Conferencia de Paz y en los años siguientes Francia hizo todo lo posible para crear alrededor de Rusia estados, como por ejemplo Polonia,  que formasen un cordón sanitario en torno a los apestados” (Margaret MacMillan). 

Los “apestados” ganan amigos. El poder soviético suma apoyos en el movimiento obrero mundial. El presidente norteamericano Wilson ve a los rusos como “un montón de individuos imposibles luchando entre ellos. No puedes tratar con ellos, de modo que los encierras en una habitación y cierras la puerta con llave”. Una frase para negarse a intervenir. Los famosos Catorce Puntos de Wilson plantean la retirada de los ejércitos extranjeros de Rusia (curiosamente, uno de esos ejércitos es norteamericano). La intervención se mantiene. 

En respuesta a la intervención, en 1919 el Congreso de la Internacional Comunista, con delegados de treinta países, proclama la jefatura soviética. Ese año el Octavo Congreso del Partido Comunista desecha la idea de una federación de partidos comunistas (se habían fundado en Turquestán, Ucrania, Lituania, Letonia, Bielorrusia, Besarabia y Estonia) y declara “indispensable  la existencia de un solo Partido Comunista centralizado. Los comités centrales de los partidos comunistas  de las repúblicas soviéticas nacionales gozan de los derechos de comités regionales y están subordinados al Comité Central del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia” (Historia del PCUS).

Premios y castigos

El triángulo Wilson-Lloyd George-Clemenceau discute cómo castigar a Alemania, cuáles países nacerán, qué imperios tendrán que morir.  Pequeñas naciones aspiran volver a fronteras de la etapa más gloriosa de su historia. Los griegos impulsan otra guerra contra Turquía para recuperar Constantinopla y gran parte de Anatolia, el imposible renacimiento del Imperio Romano de Oriente. Lo intentan y fracasan ante Ataturk. Todos hacen fila: Armenia respira, el Kurdistán no. Francia y Gran Bretaña se reparten el Medio Oriente otomano, como han previsto.

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George, el italiano Orlando, Clemenceau y Wilson: el "comité de los cuatro", en las negociaciones de Versalles

Los polacos han peleado la guerra en bandos diversos: unos con los rusos, otros con alemanes y austríacos. Wilson desea el resurgir de Polonia. Los polacos quieren reconstruir la Gran Polonia del siglo XVI, con territorios lituanos y ucranianos, más zonas de Rusia, Bielorrusia, de Alemania y el puerto de Danzing, la Amsterdam del Este. No logran todo lo que buscan pero Lituania, Checoeslovaquia, Rusia y Alemania  se sienten despojadas.

La guerra entre bolcheviques rusos y Polonia sigue con suerte dispar.  En mayo de 1920 los polacos entran en Kiev, “pero (el líder polaco Josef) Pidulski, que era muy supersticioso, se sentía intranquilo; Kiev tenía fama de traer mala suerte a quienes la ocuparan” (MacMillan). 

“En lo que se refería a Ucrania, ninguno de los aliados apoyaba su independencia.  Tanto los británicos como los franceses seguían albergando la esperanza  de que existiera una sola Rusia bajo un gobierno antibolchevique” (MacMillan). 

En 1921 nace la Republica Socialista Soviética de Ucrania. En diciembre de 1922, el Tercer Congreso de los Soviets aprueba la formación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas: “El derecho constitucional consagra esta ideología igualitaria, la ideología soviética de las relaciones entre naciones algunas naciones se organizan en Estados soberanos: las repúblicas federadas. Las naciones más pequeñas, o las que no reúnen todas las condiciones necesarias para su soberanía tienen un marco estatal aunque no soberano: las repúblicas autonómicas. Finalmente, las nacionalidades o formaciones étnicas menos desarrolladas que las naciones, e incuso los grupos étnicos, se benefician del reconocimiento de su especificidad cultural y disponen de una organización espacio-nacional como regiones autónomas o distritos nacionales. La utopía revolucionaria marca a la Rusia de los años 20. Es un hecho que no hay que olvidar”, concluye Carrère d´Encausse, refinada crítica del poder soviético.

“En Siberia, al igual que en las otras zonas fronterizas soviéticas, continuó la actividad militar aliada, y no fue abandonada hasta que  desapareció toda esperanza de oponerse al triunfo del comunismo” (Historia del Mundo Moderno, Universidad de Cambridge). Tres millones de rusos emigran entre 1917 y 1929. Otros, como la anti-bolchevique Ajmátova, se niegan: “No estoy con lo que abandonaron su tierra / Para mí el exilio es siempre lamentable / como un prisionero, como un enfermo / oscuro es tu camino, vagabundo, /amargo es el aroma del pan de los desconocidos”.

El reino de Utopía

La Revolución Rusa, a pesar de los muertos, la guerra civil y las hambrunas, exhibe una vitalidad extraordinaria. Tanto en la construcción del nuevo Estado como en una revolución de los creadores. 

La convicción que gesta un hombre nuevo, mejor que todos los anteriores, guía el sueño de Utopía. Lenin muere pronto y Stalin (1922-53) desplaza uno tras otro a sus rivales. 

Stalin acude al artista, “el ingeniero del alma humana”. Los creadores experimentan la pretensión de “unir el arte y la vida. Los constructivistas, los futuristas, los artistas alineados con Prolekult (Cultura Proletaria) y el Frente Izquierdista de Arte, Vsevolod Meyerhold en teatro o el grupo Kinok y Eisenstein en el cine, compartían ampliamente el ideal comunista. Todos esos artistas libraban sus propias revoluciones contra el arte burgués y estaban convencidos de que podían entrenar a la mente humana a ver el mundo de una manera más socialista por medio de nuevas formas de arte” (Figes). 

Hay demasías: Vladimir Mayakovsky proclama “es hora de rociar de balas los museos”, orquestas sinfónicas tocan sin director (símbolo de la autocracia). Lenin se molesta: para él la alta cultura es valiosa y se trata de elevar el gusto popular para que los trabajadores disfruten de ella. Los años veinte albergan logros memorables como “El acorazado Potemkin”, película muda que los críticos consideran la mejor de todos los tiempos. Su director, el letón Serguei Eisenstein. La revolución llega a la música, la pintura, el ballet. Los doscientos teatros llegan a 6.000. La educación gratuita alfabetiza y crea un público para el consumo de arte.

Se decide la colectivización del agro, extirpar los grandes agricultores (“liquidar a los kulaks como clase). La masiva resistencia del campo, deja escasez de alimentos y una hambruna generalizada. “La situación en Ucrania, donde el partido insistía en extraer los cupos máximos para castigar a los campesinos por su resistencia, era tan desesperada que indujo a Stalin a comentar, en una carta urgente que escribió en agosto de 1932, 'Puede que perdamos Ucrania'” (Richard Overy).

En 1922 los ex-enemigos alemanes son los primeros en reconocer al Estado soviético. Gran Bretaña e Italia lo hacen en 1924, siguen Francia, China y Japón.  Los soviéticos han padecido como nadie los años posteriores a la Revolución, pero la crisis de 1929 que sacude al mundo capitalista no los castiga. Estados Unidos espera la llegada de Franklin Roosevelt; inicia relaciones con el régimen bolchevique en 1933.  En 1934 Moscú es admitida en la Sociedad de las Naciones. 

“La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas continúa, con intensidad incomparablemente mayor, el proceso de occidentalización iniciado por Pedro el Grande.  Lenin es auténtico sucesor de Pedro” (Arnold Toynbee). También hay tradición popular, “las costumbres igualitarias y los anhelos utópicos del campesinado.  Mucho antes de que Marx lo pusiera por escrito, el pueblo ruso había vivido con la idea de que la ganancia excedente era inmoral, toda propiedad era un robo, y que el trabajo manual era la única fuente verdadera de valor” (Figes).

“El comunismo marxista se desarrolla como religión; de modo que los escritos de Marx y Engels vendrían a ocupar el lugar del Antiguo Testamento en las Sagradas Escrituras Cristianas; los escritos de Lenin, en cuya vida vino a encarnarse la significación marxista de la vida, así como la significación cristiana de la historia se encarnó en la vida y en la pasión de Cristo, serían la réplica de los Evangelios, y los escritos de Stalin se parecerían a las epístolas de Pablo, la principal interpretación autorizada de la revelación histórica” (Martin Wight). 

El camino de la guerra

Las vanguardias siguen creando hasta que el régimen abandona el impulso disruptivo y se aferra al “realismo socialista” (de calidad menguante) y el regreso a los clásicos y la tradición.  A medida que se acerca la guerra, se ensalza a los zares, generales y pensadores que defendieron Rusia contra los invasores. La admiración de Stalin pasa de Pedro el Grande a Iván el Terrible. “Llevamos entre cincuenta y cien años de retraso respecto de las naciones industrializadas. O las alcanzamos en diez años o seremos aplastados”, sentencia Stalin. 

No ve tiempo para discutir y determina en todo rival un enemigo del pueblo que debe ser destruido. El régimen se endurece. Viejos bolcheviques son detenidos, enjuiciados, fusilados. La purificación aprendida como seminarista.

La Unión Soviética ve el riesgo de desafiar al mundo entero y abandona la línea de “clase contra clase”. La Internacional Comunista promueve alianzas con socialistas y liberales para frenar el belicismo de Hitler y otros líderes de extrema derecha. En 1936 estalla la sedición militar contra la República Española. Hitler y Mussolini apoyan a Franco, Stalin a la República y los británicos, temerosos de la comunización de España, mantienen una neutralidad favorable al franquismo.

“Había quedado suficientemente claro  que los países capitalistas que habían accedido a que Hitler violase el tratado de Versalles y volviese a ocupar la Renania, no estaban en situación de oponerse por las armas a cualquier expansión que intentasen los alemanes por el Este” (Kennan). Stalin busca un compromiso militar con Francia y el Reino Unido. No tiene eco. Winston Churchill “es la voz que en 1938 se ha manifestado con más claridad a favor de una Gran Alianza con la Unión Soviética y los países del este de Europa como medio de amedrentar y disuadir a Hitler. El partido laborista y muchos otros grupos de izquierdas apoyan la ida de una Gran Alianza” (Ian Kershaw).

Varsovia pacta con Hitler: “Los polacos veían con recelo y hostilidad los esfuerzos franceses por restablecer el equilibrio europeo  haciendo que la Unión Soviética participase en él” (D. C. Watt). Alemania anexa Austria, los Sudetes y Checoeslovaquia violando el Tratado de Versalles, sin que Paris o Londres reaccionen. Polonia aprovecha y toma Teschen, territorio checo. Churchill acusa a Polonia: “con un apetito de hiena se ha sumado al pillaje y la destrucción del estado checo”. 

“El gobierno soviético se mostró en todo momento dispuesto a oponerse al avance nazi  por la fuerza de las armas si los países del Oeste hacían otro tanto.  No hay duda de que la Unión Soviética habría contribuido enérgicamente a una guerra contra Hitler, si británicos y franceses se hubiese mostrado dispuestos a recoger el guante” (Kennan). 

“Las potencias occidentales no se habrían sentido decepcionadas si Hitler hubiera dirigido sus fuerzas armadas hacia el este y hubiera demolido el comunismo en la Unión Soviética” (Robert Service).

En el momento decisivo, los soviéticos aceptan el dominio alemán de Polonia, se quedan con la parte oriental de Polonia y los estados bálticos y atacan Finlandia. En 1939 Polonia vuelve a desaparecer del mapa. “Stalin optó por la carta alemana. Obrando así –sigue Kennan- conseguía demorar la necesidad de hacer frente a Hitler en el campo de batalla”. Muchos comunistas se sienten traicionados por el pacto con el nazismo. 

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El Tratado de No Agresión entre Alemania y la URSS, también conocido como Pacto Ribbentrop-Mólotov, se firma en 1939

Mañana, El Economista publicará la cuarta nota de Muiño: “De la victoria contra Hitler a la Guerra Fría y la decadencia”

La primera columna “De la Pequeña Rusia a todas las Rusias”

La segunda columna “Pedro y Catalina, dos gigantes convierten Rusia en gran potencia”

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