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Historia

Pedro y Catalina, dos gigantes convierten Rusia en gran potencia

Los rusos se expanden, pelean la Guerra de los Siete Años, derrotan a Napoleón, son vencidos en Crimea y construyen el mayor imperio

Pedro I Alekséievich o Pedro I de Rusia, más conocido como Pedro el Grande
Pedro I Alekséievich o Pedro I de Rusia, más conocido como Pedro el Grande
Oscar Muiño 16 mayo de 2022

Los Romanov acercan Europa; los zares Miguel (1613-45), Alejo (1645-76) y Teodoro (1676-82) convocan comerciantes, militares y estadistas occidentales. Se abre el camino a Pedro el Grande, coronado a los diez años, en 1682. Cuando crezca, este gigante de dos metros gobernará con mano firme hasta su muerte, en 1725, con cincuenta y dos años.

Cuando asume, Rusia todavía paga tributos al Khan de Crimea, vasallo otomano.  Pedro ataca Azov. Fracasa. Aprende que debe convertir sus desordenadas tropas en un ejército moderno. Jóvenes aristócratas son enviados a Inglaterra, Países Bajos y Venecia a aprender técnicas y construcción naval. En 1695, una flotilla naval rusa rinde Azov. Primer triunfo contra El Turco. Los británicos ven una oportunidad. “la prolongación de la guerra ruso-turca no desagradaba a Inglaterra y Holanda, pues así la Puerta (otomana) no podría auxiliar a Luis XIV” (Nisbet Bain).

Pedro busca recobrar el Báltico. Para que quede claro, funda San Petersburgo, la nueva capital que desplaza a Moscú. Deberá vencer a los suecos, el mayor poder regional. Firma la paz con Turquía y un día después, los regimientos rusos marchan hacia el norte, a enfrentar a los temibles suecos (1700). Suecia ha construido estupendas fuerzas armadas que cuesta financiar. Los cañones de su flota se empeñan para pagar a la marinería inglesa contratada, los empleados civiles no cobran. 

La voracidad sueca ha multiplicado sus enemigos. Sajonia, Dinamarca y Rusia convergen para atacarla. Los suecos prodigan valor y organización y desbaratan a sus rivales. Carlos XII está convencido que “A Rusia se la vence en todo momento”. Pedro el Grande se rehace: con las campanas de las iglesias repone sus cañones perdidos y vuelve al ataque. Daneses, polacos, príncipes alemanes, suecos y rusos luchan por la supremacía, ante la atenta mirada de Austria, Francia, Gran Bretaña y Holanda, las grandes potencias. 

Los suecos vencen a los rusos, a los sajones. Toman buena parte de Ucrania, consiguen el apoyo del hetmán cosaco, entran en Varsovia y en Cracovia y cambian al rey polaco aliado de Rusia por uno propio. Los rusos aplastan a Polonia y Carlos XII decide destruir Rusia. Pero los suecos son pocos frente a la imparable demografía rusa. 

Estocolmo hace las paces con daneses, prusianos y hannnoverianos. Cede territorio para concentrarse contra Rusia. Desastre.  Rusia vence a los temibles ejércitos suecos en Poltava (1709). Carlos XII pierde el invicto y el ejército y a duras penas puede refugiarse en Estambul, bajo protección otomana. Logra una alianza y los turcos derrotan a los rusos. Pero nadie quiere pelear eternamente; Carlos XII termina aburriendo a los turcos.

“Poltava cambió el status de Rusia en Europa; a partir de ese momento se convirtió en una gran potencia” (Montefiore). Rusia se queda con Estonia, Livonia, Ingria.  Avanza la disputa por Finlandia.  ¿Dónde queda Poltava? En Ucrania, claro…

La marcha hacia el Oriente

Hasta ese momento Rusia no es parte del concierto europeo. No ha intervenido en la guerra general por la Sucesión de la Corona de España, terminada en 1713 con la Paz de Utrecht. Tampoco ha sido invitada para firmar la Paz de Westfalia de 1648 que ha terminado con las guerras entre católicos y protestantes. Esa indiferencia está por cambiar.

Los rusos nunca olvidan a los mongoles, que los han subyugado. Siguen temiendo a Oriente. Incluso son vencidos por los calmucos en 1716. Los musulmanes de Turquía y de Persia estimulan una rebelión anti-rusa de los tártaros y los gobiernos musulmanes de Jiva y Bujara. La contraofensiva rusa se apropia de Bakú y otras regiones persas. Los armenios, mientras, informan en secreto a Rusia sobre las debilidades de los Estados islámicos. Pedro atisba la chance rusa como nexo comercial Oriente-Europa. En 1719 envía un legado a Pekín. Los chinos no aceptan firmar un tratado de comercio ni abrir consulado alguno.

“Las conquistas de Rusia en el extranjero, ataques y usurpaciones durante el Siglo XVIII no fueron sino sucesivas fases de una contienda determinada para realizar el programa de Pedro El Grande” (Nisbet Bain). Rusia gana su lugar. Los jacobitas escoceses que aspiran vencer al rey inglés le piden armas y tropas. Moscú rehúsa, pero Londres está molesta. En 1726 rey Jorge I envía una flota británica al Báltico con el siguiente mensaje a la viuda de Pedro, zarina Catalina I: “Nuestra flota ha sido enviada para conservar la paz en el norte e impedir a la vuestra hacerse a la mar”. 

Es el siglo de las mujeres. Después de Catalina I (1725-7) y Ana (1730-1740) llega otra zarina, Isabel Petrovna (1741-1762, hija de Pedro el Grande). Corren días difíciles. Acechan las guerras, que nunca paran: “Los turcos dominaban enteramente los cinco grandes ríos (Dniester, Bug, Dnieper, Don y Kuban) que riegan la Rusia meridional y podían dominar también y hasta suspender cuando lo creyeran conveniente una porción considerable del comercio ruso. La guerra turca de 1736-9 señala el principio de la lucha sistemática  por parte de Rusia para recobrar  sus límites meridionales naturales, la cual había de durar  todo el trascurso del siglo dieciocho y llegar a un éxito definitivo a costa de muchos millones de vidas y de incalculables cantidades de dinero” (Nisbet Bain).

Victoria inútil contra Prusia                                      

Gran Bretaña captura sin aviso buques de guerra y mercantes franceses. Estalla la Guerra de los Siete Años (1756-63), el primer conflicto europeo peleado en todos los continentes. Se lucha por Canadá, por la India, en el Río de la Plata… Inglaterra sostiene al margrave de Prusia, sus esterlinas le dan un ejército en medio de Europa. 

Rusia debuta y apoya a Francia. “Rusia había entrado por primera vez en el equilibrio de poder de Europa Occidental al participar en la guerra de los Siete Años. Desde entonces Rusia ha desempeñado un rol único en los asuntos internacionales; es parte del equilibrio de poder en Europa y en Asia pero sólo contribuye irregularmente al equilibrio del orden internacional. Ha iniciado más guerras que cualquier otra gran potencia contemporánea, pero también el dominio de Europa por una sola potencia combatiendo a Carlos XII de Suecia, Napoleón y Hitler cuando los elementos clave del equilibrio continental habían sido superados” (Henry Kissinger).

Inmensa Catalina

Los rusos derrotan a los prusianos, su caballería toca Berlín. La victoria es cuestión de semanas. Pero muere la zarina Isabel. La sucede Pedro III, un luterano admirador de Prusia que abandona la inminente victoria y devuelve a su adorado Federico el Grande los territorios conquistados con ríos de sangre rusa. Furiosos, oficiales de la Guardia lo asesinan y elevan a su viuda, nacida princesa alemana de Anhalt-Zerbst. Será la sobresaliente Catalina II, la Grande (1762-1796). 

“Desde 1725 a 1762 había venido creciendo continuamente la influencia de otras naciones sobre Rusia, pero en 1762 Rusia se constituyó de nuevo en verdadero Estado independiente. Catalina nunca consintió que su país fuese a remolque de ninguna otra potencia” (Otón Hotzsch).  Una de los primeros éxitos de Catalina es imponer un rey a Polonia, arrebatándoselo a Austria, Francia y Prusia. Prepara el camino a la extinción de Polonia: “Los contemporáneos miraban a Polonia como un centro de intolerancia religiosa y de tiranía aristocrática” (Hotzsch). Rusia se queda con buena parte del territorio polaco; el resto se lo reparten Prusia y Austria.

Resuelta su frontera occidental, Catalina se concentra en atropellar al declinante mundo otomano. “El antagonismo entre Rusia y Turquía dimanó y dimana aún hoy en parte del hecho de ser los turcos los sucesores de los tártaros”, escribía en 1913 un tratadista de la Historia del Mundo Moderno de la Universidad de Cambridge. 

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Catalina I, segunda esposa de Pedro

Por primera vez una flota rusa -guiada por dos almirantes ingleses- consigue una gran victoria, ahora sobre los otomanos (1770). El Mar Negro es el trampolín para pasar por el Bósforo y los Dardanelos, rumbo al Mediterráneo. Rusia se declara protectora de los fieles de la iglesia ortodoxa griega que habitan Turquía. Georgia se pone bajo protección rusa. Catalina II anexa Crimea con Sebastopol y funda Odesa.

Privilegio para Ucrania

Catalina percibe la cuestión regional y escribe: “La Pequeña Rusia (Ucrania), Livonia y Finlandia se gobiernan conforme los privilegios que les han sido confirmados. Sería extremadamente imprudente y torpe quebrantar esos privilegios o anularlos de pronto. Llamarlos pueblos extraños y tratarlos como tales sería peor que un error. Esas provincias necesitan que se procure con la mayor suavidad moverlas a que consientan identificarse con Rusia”. Lo logra a medias: “No podía cerrar el abismo que existía entre la Grande y la Pequeña Rusia” (Hotzsch).

La expansión territorial rusa impacta. Los ingleses y otras potencias la frenan cuando está a punto de romper el espinazo del declinante imperio turco. Los ingleses temen el control sobre el Bósforo y los Dardanelos. “Catalina supo y pudo aprovecharse del vigoroso antagonismo entre Prusia y Austria. Echó los cimientos de la influencia política de Rusia sobre Alemania, y especialmente sobre Prusia, que duró hasta bien entrado el siglo diez y nueve” (Hotzsch). 

“A fines del siglo XVIII, Gran Bretaña junto con Francia, los imperios de Rusia, China y Turquía, es uno de los principales estados del mundo” (Andrew Porter). Por primera vez Rusia, con 29 millones, supera a Francia como país con mayor población de Europa. “Feliz el escritor que dentro de un siglo trace la historia de Catalina”, escribe Voltaire, admirador de la zarina.

Catalina es el mejor ejemplo del despotismo ilustrado. Esos reyes que aman a los filósofos y el espíritu de cambio, dispuestos a mejorar la vida de sus pueblos, pero sin consultarlos ni renunciar al absolutismo. La ilustración los convoca hasta que estalla la Revolución Francesa (1789). Los reyes, horrorizados, se coaligan. El gobierno plebeyo de París sorprende a todo y monta el mejor Ejército del mundo, donde converge la tradicional pericia de su generalato con el derroche de valor de la plebe francesa. Los ejércitos mercenarios no pueden contra los voluntarios. 

Napoleón y Rusia

La Francia revolucionaria subvierte todo orden. La imitan y se levantan pueblos y naciones. Polonia busca apoyo de París para sacudir el yugo ruso y volver a la vida independiente. Será un punto clave de desconfianza en las relaciones franco-rusas. Lo aprovecha William Pitt, el cerebro de las coaliciones que el Reino Unido organiza una y otra vez contra la invencible Francia.

Catalina II muere en 1796; la sucede un hijo trastornado, Pablo I, otro admirador de Prusia que odia a su madre y prohíbe que en el futuro una mujer pueda dirigir el imperio. Su política zigzagueante termina con su reinado: es estrangulado para que asuma su hijo Alejandro

Napoleón Bonaparte ejerce una potente y ambigua influencia sobre el zar Alejandro I (1801-25). La corte de San Petersburgo habla en francés y es casi francófila, pero desconfía de Bonaparte, un  clima vívidamente narrado por León Tolstoi en “Guerra y Paz”. No sorprende, entonces, que el zar sea alternativamente enemigo, aliado y otra vez enemigo de Francia. Ha guerreado en su contra, ha pactado una alianza franco-rusa pero en 1812 sufre la invasión de Bonaparte. 

El corso llega a Moscú. Está vacía, no quedan habitantes ni pertrechos. La ciudad se incendia.  Hay que volver. Su Gran Ejército se deshace. Las tropas rusas entran, victoriosas, en París. Jamás han llegado tan lejos. Tras la derrota napoleónica, Alejandro I propone una Santa Alianza de reyes que ataque a los republicanos en todas partes. Imagina retomar el Río de la Plata y el resto de las colonias insurgentes. Londres lo impide: sabe que las nuevas naciones necesitarán abastecerse de numerosos productos por mar. Y el mar es más inglés que nunca. Rusia igual se expande: otra guerra contra la disminuida Suecia y le arrebata definitivamente Finlandia.

Esa Francia a la que han derrotado transmite a oficiales jóvenes rusos  un modelo reformista. Además, han compartido aldeas, comida y batallas con soldados rasos y han descubierto el mundo campesino. “Para los decembristas, 1812 fue una guerra del pueblo. Esos nobles liberales se alzarían por la nación  y la causa del pueblo en lo que se conocería como la rebelión de los decembristas del 14 de diciembre de 1825” (Figes). Los militares se amotinan y exigen una Constitución. Son derrotados, pero su visión de convertir siervos en ciudadanos divide la nación. 

Nikolai Karamzin escribe “Historia del Estado ruso”, “la primera historia verdaderamente nacional. El tema general era el avance constante de Rusia hacia el ideal de un Estado imperial y unitario. Para los defensores del statu quo, la guerra simbolizaba el triunfo sagrado del principio autocrático ruso, que salvó por su cuenta a Europa de Napoleón” (Figes). 

Se abre una batalla por la historia. Para los absolutistas “los primeros príncipes habían llegado a Rusia desde Escandinavia, en el Siglo IX, en respuesta a la petición de las tribus eslavas que estaban en guerra. Era un buen mito fundacional  para los defensores de la autocracia, suponía que sin una monarquía los rusos eran incapaces de tener un sistema de gobierno. Contra esa posición, los demócratas  sostenían que mucho antes los eslavos habían formado su propio gobierno, cuyas libertades republicanas se vieron destruidas poco a poco por la imposición del dominio de los príncipes. Había diferentes versiones, sostenidas por grupos que creían en la predilección natural por la democracia del pueblo eslavo: no sólo los decembristas, sino también los eslavófilos de izquierdas, los historiadores polacos y los historiadores populistas de Ucrania, y, más tarde, también de Rusia” (Figes). 

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“Después de la derrota de la Francia napoleónica en 1815, Gran Bretaña quedó sin rivales internacionales significativos, salvo Rusia en Asia central” (D. A. Washbrook). Crece entre los cristianos dominados por el sultán la esperanza de una redención. 

Cada vez que Rusia avanza sobre territorio otomano, el Reino Unido manda amenazas y buques para impedir el colapso turco, la irresistible marcha de Rusia hacia los mares cálidos. “En 1839-41, 1854-56, y 1877-78 Gran Bretaña prefirió la supervivencia del sultán a cualquier otra alternativa” (Porter). En la Guerra de Crimea (1854-56) Gran Bretaña arrastra a Francia (su rival por siglos). 

El zar Nicolás I (1825-55) muere en plena guerra, muy desfavorable. 

Su hijo Alejandro II (1855-81) firma la paz, “el peor revés de Rusia desde la época de turbulencias” (Montefiore).  La derrota acelera una decisión reclamada: la emancipación de los siervos, en 1861.

”Hasta 1815, Francia era el poder que asustaba al resto, después de 1815, Francia, junto con Rusia, fueron los poderes que más suspicacias despertaban en Gran Bretaña. La expansión territorial de Rusia, su marcha hacia el sur, rumbo al Mar Negro y el Mediterráneo, y por Asia Central hacia Persia, la aproximaba la India. No hubo ninguna década que pasar sin serias crisis en las relaciones anglo-rusas en uno u otro de esos tres frentes. La presión rusa sobre China  creció en los 1860s y se intensificó en los 1890s. Gran Bretaña estaba alarmada por la fragilidad de los imperios otomano, persa y chino. Una interferencia francesa y rusa podía expandirse con rapidez  a expensas de los intereses británicos y la seguridad imperial” (Andrew Porter).

Ese Siglo XIX suma el eslavismo que repudia la occidentalización, defiende las tradiciones y convoca a la unidad cristiano-ortodoxa que sólo puede conducir Rusia. Pero ese inmenso imperio alberga angustias y dudas inabordables. Fiodor Dostoievski devela la conciencia escindida: “Nosotros, los rusos, tenemos dos patrias: Rusia y Europa”. 

Lo ha dicho antes Alexander Pushkin en “Eugene Oneguin”, “una sutil exploración de la compleja conciencia ruso-europea que caracterizaba a la aristocracia en los años de 1812 (…) Los rusos estaban inseguros de su lugar en Europa  (siguen estándolo hoy en día) y esa ambivalencia es una característica vital de su historia e identidad cultural” (Figes).  

San Petersburgo lidera la Rusia europea y modernizante, Moscú la Rusia eslava y tradicionalista. La ambigüedad llega a la Pequeña Rusia. 

El ucraniano Nikolai Gogol -su padre escribía en ucranio- acude a proverbios, canciones e historias ucranias…pero escribe y publica en ruso coloquial. 

“Hacia mediados de los años 1870, el crecimiento industrial, fortaleza militar y aumento de la actividad transoceánica, en particular de Alemania, Francia, Estados Unidos y Rusia mostraban que el Reino Unido había dejado de ser el único poder global” (E. H. H. Green).  

En 1892 el premier inglés Lord Salisbury precisa: “La protección de Constantinopla  para evitar una conquista rusa ha sido la política de este país durante al menos los últimos cuarenta años y estoy convencido seguirá siendo por otros cuarenta años. Si Rusia poseyera Constantinopla, y partir de ahí el Levante, la ruta a la India por el canal de Suez quedaría muy expuesta”. 

Gran Bretaña ha conquistado 160.000 kilómetros cuadrados por año entre 1815 y 1865. En 1909 el Imperio británico ocupa más de veinte millones de kilómetros cuadrados, un quinto de la superficie terrestre (Ferguson). Compite con los veintidós millones del zarismo, los dos poderes más extendidos del mundo... 

 

Mañana, El Economista publicará la tercera nota de Muiño: “Guerra, Revolución, Intervención. ¿Qué hacer con los bolcheviques?”

La primera columna “De la Pequeña Rusia a todas las Rusias”

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