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No hay una única Rusia. Los zares se jactaban de reinar en todas las Rusias.
Historia

De la Pequeña Rusia a todas las Rusias

Rusia y Ucrania confirman la sabia reflexión: en toda guerra la primera víctima es la verdad

Oscar Muiño 15 mayo de 2022

Introducción: Ucrania y Rusia, verdades escondidas 

Rusia y Ucrania confirman la sabia reflexión: en toda guerra la primera víctima es la verdad. A pesar de los medios, las redes sociales, y la valiosa influencia de la opinión pública, se abre o se clausura la comunicación vertical, desde arriba hacia abajo, cada vez que el poder (político, económico o religioso) siente que se juega demasiado. Allí acaban las pretensiones de ecuanimidad. Los pliegues de la propaganda enmascaran los hechos. Los relatos unilaterales dominan el relato y la voz del adversario es silenciada en ambos mundos.

Un enorme mérito de las sociedades abiertas es la posibilidad del ciudadano de promover discusiones y análisis, sin temor a ser perseguido por su opinión. Lamentablemente, las fake news y una asombrosa cerrazón informativa se extienden sobre la invasión rusa de Ucrania y las reacciones de la OTAN. Ni los rusos pueden publicar que se trata de una guerra (“operación militar especial”, la llaman) ni los 30 miembros de la OTAN detallan su apoyo a Kiev. 

El conflicto actual -Rusia vs. Ucrania- exhibe el dolor de las agresiones, las mutilaciones, los miles de muertos, los millones de desplazados, el dolor por la vida tronchada de adultos y sobre todo de niños. La invasión militar rusa junta repudios, sobre todo en Occidente, donde los ciudadanos se encolumnan en favor del más débil, que es, además, el agredido.

Las emociones y las opiniones son, naturalmente, parte del derecho-deber de todo ser humano. Es lógico el horror de la opinión pública cuando descubre las atrocidades de la guerra. No parece tan loable, en cambio, la actitud de actores poderosos que se escandalizan (con razón), pero callan cuando los muertos caen en otras latitudes y los civiles son masacrados en conflictos lejanos, donde tales actores han sido sus causantes. ¿Habrá invasiones buenas e invasiones malvadas?

Más allá de opiniones y aún de prejuicios, diversos periodistas, historiadores y actores políticos y económicos tratan de comprender, desde hace mucho, la peculiar relación entre Rusia y Ucrania a lo largo de los siglos. Y entender la divergencia de miradas. Rusia ha invocado siempre la necesidad de un “colchón de protección” contra las invasiones del Occidente. En espejo, sus vecinos buscan un “cordón de seguridad” que impida la tentación expansionista rusa. 

Vladimir Putin arresta a sus compatriotas pacifistas, mientras Occidente vira hacia la rusofobia, anulando la participación y/o los contratos de artistas, sopranos y deportistas rusos. Un castigo generalizado contra quienes nada tienen que ver con la guerra: castigo al inocente. La propia Angela Merkel, la última gran estadista europea, es acusada de complacencia con Putin, sin advertir que la canciller alemana siguió la línea de Charles De Gaulle: una Europa del Atlántico a los Urales. Y ofreció a Rusia un espacio para colocar su petróleo y su gas, mientras los bancos alemanes se quedaron con la parte del león de los negocios rusos.

La disparada de los combustibles y la inflación tienen más que ver con el conflicto de lo admitido hasta hoy. La verdad es difícil de percibir. Pero merece intentarse. Para eso, es menester sumergirse en la historia. A continuación, la primera nota.

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Ucrania ha vivido pocos momentos de autonomía desde sus viejas colonias cosacas, gobernadas por un hetmán. Un fugaz Estado independiente tras la disolución del imperio zarista, seguido de una feroz guerra civil. Y ahora, su último intento, desde la desintegración de la URSS. Por Oscar Muiño

De la Pequeña Rusia a todas las Rusias

No hay una única Rusia. Los zares se jactaban de reinar en todas las Rusias: la Gran Rusia (Moscovia), la Rusia Blanca (Bielorrusia), la Nueva Rusia (Crimea y adyacencias), la Rusia Roja (la Galitzia polaca, luego austríaca) y Ucrania, la Pequeña Rusia. 

Ucrania ha vivido pocos momentos de autonomía desde sus viejas colonias cosacas, gobernadas por un hetmán. Un fugaz Estado independiente tras la disolución del imperio zarista, seguido de una feroz guerra civil. Y ahora, su último intento, desde la desintegración de la Unión Soviética, hace treinta años. Como explicó Henry Kissinger: “Las Tribus eslavas se fusionaron en una confederación con sede en Kiev, hoy capital y centro geográfico de Ucrania, aunque para casi todos los rusos es una parte inextricable de su propio patrimonio”. 

Los tiempos oscuros

La leyenda y la historia balbucean que los infatigables vikingos son los primeros en organizar un proto Estado en esas atrasadas tierras, hacia el Siglo IX. A fines del Siglo X, Vladimir El Santo deviene cristiano  y desposa a la hermana de dos monarcas del Imperio Romano de Oriente (Basilio II y Constantino IX).  Ucranios y rusos consideran propio a Vladmir. Se va articulando una Rusia cristiana ortodoxa, que admira Constantinopla, la Segunda Roma. El desplome de ese Imperio –nunca se recupera de la devastación de la Cuarta Cruzada, que en lugar de atacar al Islam saquea Constantinopla en 1204- corta el contacto de Rusia con el faro del cristianismo ortodoxo. 

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Estatua de Vladimir El Santo, en Moscú: la inauguró Putin, en 2016

Destacan Kiev y Novgorod. Kiev es la primera de las capitales y centro del mundo ruso. Novgorod, una extensión oriental del Hansa, esa creación que extiende ciudades libres por Europa del norte. Pero Novgorod deviene “una ciudad excéntrica cuyo gran comercio queda casi por completo en manos de comerciantes alemanes, a falta de una burguesía indígena” (Edouard Perroy). 

Occidente intenta avanzar hacia lo que los rusos suponen sus territorios. La Orden Teutónica –mudada al Báltico cuando los Cruzados son expulsados de Tierra Santa- impone su caballería pesada. No son los únicos. Rusia es invadida por todas sus fronteras.

El Siglo XIII es el siglo de Gengis Khan. Los jinetes mongoles convierten Rusia en un estado tributario, aislado de las corrientes europeas de la Alta Edad Media. Las victorias de Alejandro Nevski contra los suecos y los caballeros teutones –una guerra religiosa donde los invasores intentan la conversión de Moscovia al rito católico romano- no alcanzan para sacudir el yugo mongol. Los mongoles nombran a Alejandro Nevski Gran Príncipe de Kíev y luego Príncipe de Vladímir (1261). Nevski avanza en la unificación de los principados rusos. El poder se va trasladando de la culta Kiev a la guerrera Moscú, fundada en 1147 como colonia militar. “Ya muy decaída, la Rusia de Kiev quedó definitivamente arruinada. La habilitad de los príncipes de Moscú, cuyo territorio no era ni el más extenso ni el más poderoso, consistió en hacerse reconocer como representantes de los mongoles” (Perroy).

Las tribus lituanas se unifican en el siglo trece y avanzan hacia Rusia. Logran victorias y ocupan regiones pobladas por cristianos ortodoxos. Bielorrusia, Ucrania y Smolensko son incorporadas. Surge una alianza temible; Polonia queda sin sucesión masculina y casa a la hija de su último rey con el príncipe lituano Jagellon (1386), un poderoso linaje que gobernará hasta el siglo XVI. Los polaco-lituanos llegan a Kiev. En aquellos tiempos de fuerte religiosidad, Jagellon se bautiza como católico y convierte campesinos por las buenas y por las malas. 

En 1453 cae Constantinopla y el corazón cristiano ortodoxo queda bajo el dominio del sultán. Los fieles de Constantinopla, Grecia, Serbia, Bulgaria miran a Moscú, su última esperanza contra El Turco. Iván III (1462-1505), príncipe de Moscú, desposa a Sofía, sobrina de Constantino Paleólogo, el último emperador romano de Oriente. Se autotitula zar  y empieza a cumplir ese destino. Alumbra la Tercera Roma, la luz del mundo cristiano ortodoxo que protegerá a sus fieles contra el Islam. Iván III unifica ciudades y territorios rusos y los emancipa de los tártaros. Nombra por primera vez embajadores rusos en países europeos e introduce técnicas de artillería occidental. Un arquitecto milanés proyecta el Kremlin. 

Moscú logra apropiarse de Novgorod y Pskof, dos repúblicas de mercaderes. Duplica su territorio y va imponiendo la autocracia como forma de gobierno. Un penetrante historiador británico advierte que “cuando las manos del zar no son firmes, Rusia sufre”. Iván IV El Terrible (1533-1584) anexa Kazán  (1552) y Astrakán (1554). Hay un contragolpe: el khan de Crimea invade Rusia e incendia Moscú (1571). Será el canto del cisne. El avance hacia el este y hacia el sur será imparable para sus vecinos, incluso para el Imperio Otomano, que no dejará de retroceder. Falta para eso.

Tres siglos de Romanov

Ninguna frontera está a salvo, para nadie. Iván el Terrible (1533-84) derrota a los Caballeros Teutones y ocupa la Livonia (1557-60). La Unión de Polonia-Lituania promueve conversiones al catolicismo. Moscovia encabeza una lucha militar y religiosa para “recuperar sagradas tierras rusas”. No hay lugar para dos: “Rusia o Polonia, una de las dos había de desaparecer” (J. B. Bury). 

Para colmo, irrumpe otro rival inesperado. Entre hielos y tierras ásperas, Suecia es apenas una colonia danesa en 1520. En poco tiempo derrota a los dinamarqueses y va construyendo el Estado dominante del Mar Báltico, con un ejército aguerrido. Gustavo Vasa, el artífice de las victorias suecas, comparte el cinismo de la época: “la necesidad rompe las leyes; no sólo las de los hombres sino, a veces, también las de Dios”. 

Iván el Terrible trata de expandir Rusia en territorio sueco. Cuando está por completar la toma de la Livonia, la poderosa Polonia somete a la Orden Teutónica (1561). Aliada a Lituania y a los cosacos, aspira a Hegemón de Europa Oriental. 

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Escultura del zar Iván el Terrible realizada por el antropólogo, arqueólogo y escultor Mijail Guerasimov 

Los polacos empiezan ganando y conquistan la Livonia. En 1584 muere Iván IV y Rusia entra en tiempo de angustias. El zar Boris Godunov (1598-1605) simboliza el derrumbe. Los polacos no sólo vencen a los rusos: ocupan Moscú en 1610-12.  “Polonia se convertiría en el enemigo ancestral de Rusia. Nadie podía ignorar las llamadas tres plagas de Rusia: tifus, tártaros y polacos”  (Simon Sebag Montefiore). Con la complicidad de boyardos rusos, proclaman zar a Vladislao, rey de Polonia. Éste nunca gobernará, pero las fronteras crujen. 

Los suecos toman Novgorod (1611). Rusia está a punto de desintegrarse; pierde un tercio de la población entre guerras, pestes y hambrunas. Con manotazo de ahogado –que habrá de repetirse cada vez que parezcan vencidos -los rusos expulsan a los polacos. Y cambian de dinastía: es coronado Miguel I (1613-45) de la Casa Romanov, que gobernará tres siglos, incorporando al imperio ¡50.000 kilómetros cuadrados cada año durante trescientos años!

Suecia, la mejor guerrera 

Polonia y Suecia caminan juntas –en parte para enfrentar a Rusia- hasta que las convicciones religiosas rompen el acuerdo. La vocación misionera polaca pretende que la luterana Suecia y la ortodoxa Rusia retornen al catolicismo romano. El enfrentamiento entre protestantes, católicos y ortodoxos se mezcla con las luchas entre los Estados y los linajes. Sin hablar de la agitación campesina que azuza los enfrentamientos de clase, mientras las noblezas defienden sus privilegios y pujan por evitar el crecimiento del poder real. 

Las pretensiones rusas se diluyen. “Rusia no podrá meter ni un bote en el Báltico”, se jacta el rey sueco Gustavo Adolfo (1611-1632).  Para fortuna rusa, los suecos entran en guerra con Polonia y envían instructores militares a Rusia, creyendo que podría acompañarla contra los polacos. 

Suecia se extiende por regiones alemanas, aplasta a los polacos en 1626 y crece durante la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) cuando pelea junto con las potencias protestantes contra las católicas Austria y España. Recibe financiamiento francés: el cardenal católico Richelieu decide que la razón de Estado es más importante que la fe religiosa y apoya a los protestantes. Los suecos entran en Prusia, y toman el puerto de Koningsberg. También han vencido a Dinamarca y ocupado regiones alemanas como Pomerania occidental, Brema y Verden. “Por medio siglo de guerrear constante, Suecia había adquirido incuestionable supremacía” (E. F. Reddaway). Pero Suecia padece el mal del militarismo. Ataca una y otra vez; suma un enemigo tras otro.

Ucrania con Rusia

Rusia lame sus heridas y pinta poco en aquellos días. Pero puede rehacerse: sus adversarios se desangran en un conflicto interminable que consume sus veteranos y su hacienda.

Los padres jesuitas hacen desde Polonia proselitismo religioso en el sur de Ucrania. Los cosacos acusan a los polacos de tratarlos como raza inferior, la Ucrania cosaca se levanta y pide apoyo ruso. Alexei, el segundo Romanov (1645-1676)  es impulsado a intervenir en apoyo de campesinos ortodoxos en rebelión contra  la nobleza polaca católica. El influyente patriarca ruso Nikon proclama la voluntad de Dios: Moscú debe ser la Nueva Jerusalén que blande la espada del Señor. 

“Los ortodoxos apelan al zar, ofreciéndole una oportunidad irresistible de expandir su imperio y de redimir las tierras perdidas de la Rus de Kiev” (Montefiore).  Nikon pretende que el monarca se subordine a la iglesia, como en el Occidente católico. Termina confinado en un remoto monasterio. Se consolida la subordinación de la jerarquía ortodoxa al poder político. Así ha sido durante el Imperio Romano de Occidente, luego en el de Oriente (y en 2022 la iglesia ortodoxa sigue acompañando la política exterior del gobierno ruso). 

Moscú recupera zonas rusas en religión y lengua. Los cosacos se declaran súbditos del zar (1653-4). “Para los rusos fue el momento en que Ucrania se hizo suya; para los ucranianos, el momento en que Rusia reconoció su independencia” (Montefiore). Los rusos toman Smolensk, otras treinta ciudades y sesenta estandartes polacos. Captura Minsk, avanza en Ucrania, Bielorrusia y Lituania. La primera gran victoria rusa desde los tiempos de Iván el Terrible. 

A fines del siglo XVII, Ucrania es tierra de conflictos. Los cosacos cambian de bando varias veces. Cosacos, polacos, suecos y rusos pelean entre sí. Incluso hay bandoleros y hasta una guerra ruso-turca. Para colmo, otra guerra ruso-sueca entre 1656-58. Una paz ruinosa expulsa a Moscovia del Báltico. Un consuelo: el tratado de Bakchi-serai (1680) deja para Rusia Ucrania y la Zaporagia.

El martes, El Economista publicará la segunda nota de Muiño: “Los dos gigantes”

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