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Alemania se propone menguar su rol protagónico en los conflictos globales

El futuro gobierno podría reducir o modificar la clase de protagonismo que ejerció Merkel en el tablero de las decisiones globales.

Alemania se propone menguar su rol protagónico en los conflictos globales
Atilio Molteni 04 octubre de 2021

Si bien el resultado del acto electoral del 26 de septiembre confirmó que Alemania valora y respalda su estabilidad democrática, también permite vaticinar que el futuro gobierno podría reducir o modificar la clase de protagonismo que ejerció Angela Merkel en el tablero de las decisiones globales.

Los observadores también creen que, cualquiera sea la alianza que exprese la selección del equipo que administrará las decisiones en el nuevo gobierno alemán, éste habrá de concentrarse en los problemas internos y a subutilizar su músculo político y económico en las deliberaciones de la Unión Europea.

Tampoco se involucraría con entusiasmo en las propuestas del presidente Emmanuel Macron referidas a la creación de una nueva “autonomía estratégica” para Europa, orientada a bajar la dependencia de los imprevisibles reflejos y traiciones de Washington.

Además, no es secreto que Berlín no la tiene fácil a la hora de definir qué clase de participación aceptará, si es que alguna, en el programa nuclear compartido de la OTAN, un tema de muy escasa popularidad en el frente interno, donde se advierte que la voluntad pública es propensa a la drástica eliminación de esa clase de armas, aunque muchos piensan que Estados Unidos sigue siendo el socio de seguridad indispensable.

El actual epílogo de los dieciséis años de Gobierno de Merkel adquiere, por esos y muchos otros motivos, un análisis más fino de las nuevas reacciones que guiarán tanto a los asuntos domésticos como el papel de Alemania en la vida europea. 

La Canciller saliente se desempeñó con sugestiva eficiencia en tres diversas combinaciones de la gran alianza entre los demócratas cristianos y los social demócratas, situación que explica por qué uno de los candidatos a sucederla habrá de ser su propio vicecanciller y ministro de Finanzas, Olaf Scholz, que es miembro del segundo de tales Partidos, el SDP, un ámbito de centro izquierda, al que representó con enorme éxito en la función pública.  

Scholz es un político experimentado, una figura conocida por todos los alemanes y consustanciado con las doctrinas de la socialdemocracia. Esa percepción le dio las herramientas para ensamblar una brillante campaña electoral y explotar con poco esfuerzo las debilidades de sus contrincantes. La gente pudo observar su notable trayectoria política y el ejercicio de sus funciones en el gobierno saliente sin necesidad de engorrosas explicaciones. De hecho, las encuestas lo dan como el gran favorito para el ejercicio del puesto de Canciller. Esas virtudes le allanaron el camino al presentarse como el candidato funcional para suceder a Merkel, quien se destacó por su férrea búsqueda “del centro político”.

Al ser la alemana una elección indirecta, la mayor de las batallas está dada por la necesidad de seducir a los miembros del Parlamento (735 escaños). Ahí el SDP (siglas del Partido Social demócrata de Alemania) tiene una leve ventaja de 206 bancas sobre la alianza que existe entre la Democracia Cristiana (CDU) y la Unión Social Cristiana de Baviera (CSU), la que obtuvo 196 bancas.

Esos resultados indican que el partido que tradicionalmente solía captar la mayor fracción del voto popular, los democristianos mimetizados con la figura de Merkel, perdió una parte sustancial de su atractivo popular cuando la saliente Canciller se autoexcluyó de la justa. En esa batalla perdió ni más ni menos que el 5,2% de sus votos, un balance que hasta el momento no registraba precedentes y se adjudicó a la pérdida de identidad de las ideas partidarias, a la deficiente organización de la campaña y al pobre desempeño del candidato Armin Laschet.

En cambio, y tal como fuera previsto, Los Verdes, presididos por Annalena Baerbock, alcanzaron 118 bancas (un volumen menor al que esperaban, pero un activo de gran calidad si se tiene en cuenta que el apoyo surgió de amplios sectores de la juventud) y los liberales del Partido Democrático Libre (FDP), los que obtuvieron otras 92 bancas.  La extrema izquierda sólo consiguió 39 escaños y la extrema derecha de la AfD (Alternativa por Alemania), 83. Sugestivamente, aunque las fuerzas extremosas perdieron respaldo (la segunda de ellas mantiene una sugestiva influencia en Alemania del Este), ninguna de ellas parece relevantes para definir el resultado político de la alianza que finalmente llegue al poder.

Scholtz anticipó que, dado su amplio respaldo popular, debería tener la prioritaria oportunidad y derecho de formar gobierno. Al mismo tiempo, Laschet del CDU-CSU dijo que él tampoco se privará de buscar una fórmula de respaldo mayoritario para competir en esa batalla.

Ensamblar una viable coalición de gobierno en esta poderosa nación europea, implica enredarse en un ejercicio generalmente muy complejo y prolongado. La gente sabe que ello implicará la necesidad de que Merkel siga a cargo de sus labores de Canciller hasta que sea posible alcanzar el humo blanco.

Habitualmente se da por sentado que los dos primeros partidos mayoritarios integrarán las referidas coaliciones, una premisa que en esta oportunidad carece de validez. Otra posible variante sería que Los Verdes y el FPD puedan decidir el formato del nuevo gobierno si sus representantes deciden respaldar al SDP de Scholtz (quien mejoró en 5,2% el caudal de los votos que obtuviera en la elección anterior) y hoy es, como se dijo, la opción más probable. Algo parecido podría surgir de una movida equivalente del CDU-CSU, a pesar del magro resultado que obtuvo en la elección.

Estos malabares estadísticos indican que la composición del futuro gobierno surgiría de una coalición tripartita (por primera vez desde 1957) y que ésta deberá sortear con inteligencia las cuentas referidas a las prioridades políticas de cada coalición y de su habilidad para lograr el consenso.

El programa del SPD concentró sus ideas fuerza en los enfoques de justicia social y laboral (lo que apunta a generar una política más equitativa de distribución de la riqueza del país, con el acento puesto en el lema “una política social en favor y en respeto de los trabajadores”), la lucha contra el cambio climático, la movilidad social, la modernización del transporte, la infraestructura y la digitalización, todo ello sin menoscabar la fuerte cultura del país en el terreno de la promoción de exportaciones. Ese producto supone, al igual que lo hizo Joe Biden en Estados Unidos, una enorme capacidad de ensamblar el pensamiento de las líneas internas centristas y progresistas.

En paralelo, el FDP ya arrancó las conversaciones exploratorias apelando al objetivo de controlar el Ministerio de Finanzas con el tácito objetivo de fortalecer la asistencia a las empresas y el comercio.

Para Los Verdes el menú es simple. Persiguen el objetivo de alcanzar el desarrollo sostenible, profundizar la lucha contra el cambio climático y fortalecer la preservación del medio ambiente. Lo que nadie consigue explicar con claridad, es cómo hará la coalición triunfante para amalgamar un gobierno que sea coherente con el número y la diversidad de propuestas que están sobre la mesa.

La exitosa gestión de Merkel siempre residió en buscar el centro de las corrientes del pensamiento del país y en dar en la tecla al elegir las ecuaciones de convergencia. Esos postulados le permiten dejar la función pública con un nivel de asentimiento que ronda el 80%, un admirable lujo político.

El éxito de Merkel también radicó en procurar todas las formas de consenso y en haber alcanzado una permanente estabilidad obre la base de trabajar con propuestas que no daban mayores alternativas a terceros. Con esa modalidad consiguió domar situaciones tan críticas como la crisis financiera, la apertura de fronteras a la inmigración y el armado de una efectiva contención con socios de alto riesgo como Turquía.

Esa mirada no viene exenta de críticas. Hay sectores que le objetan el no haber preparado al país para disputar un lugar en la competencia global que hoy existe entre las grandes naciones hegemónicas (Estados Unidos y China) y por su obsesiva vocación meritocrática, lo que cercenó la posibilidad de crear un genuino esquema de movilidad social. Otros grupos recuerdan la firmeza que exhibió al clausurar las centrales nucleares alemanas después de lo ocurrido en Fukushima (Japón) o al frenar las movidas hostiles de la política europea que originaran las insólitas conductas del expresidente Donald Trump.

Un detalle que no escapó a los observadores es que la agenda internacional de Alemania no tuvo seria gravitación en las elecciones pasadas. La gente siquiera espera que estos antecedentes influyan sobre quién ejercerá el liderazgo del futuro gobierno.

Ello no implica el olvido popular de asuntos relevantes y sensibles como la derrota occidental en Afganistán?donde Alemania envió alternativamente 150.000 soldados como parte de la misión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)?, los sensibles ciclos de inmigración y otras cuestiones que requieren de decisión regional en la Unión Europea.

Además, los analistas creen que la política internacional del nuevo gobierno ya sea uno liderado por Scholz o por Laschet, no se va a modificar sustancialmente, ya que la prosperidad del país depende en alta medida del éxito y el volumen de sus exportaciones, debate en el que es central la influencia de China en cualquier escenario. 

En semejante plano, Los Verdes y el FDP pueden tener una posición más firme tanto en la exigencia de altos estándares en materia de derechos humanos como en exigir respeto a las normas de derecho de la comunidad internacional. El problema es que nadie puede precisar en qué consiste el paquete que contiene tales ideas.

Al compaginar estos ejercicios, es preciso recordar que Alemania fue el eje europeo en el que se apoya la alianza tradicional transatlántica con América del Norte, en el puntal a la hora de definir los compromisos de defensa colectiva, aspectos que incluyen la meta de gastar en defensa el 2% del PIB de todos los miembros de la OTAN, un compromiso previsto dentro de un plazo gradual y quizás demasiado prolongado que responde al propósito de no afectar el estado de bienestar de la población. Obviamente, la moneda acerca de cómo serán tratados en el futuro muchos de estos temas, sigue en el aire. 

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