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Cuatro décadas del estreno de dos de las obras más influyentes de la historia del cine mundial

El ícono neo noir Blade Runner coincidió con la llegada a las salas de otra película clave: La Cosa, obra suprema de John Carpenter

Pablo Manzotti 03 julio de 2022

“Todos en Blade Runner están obsesionados por la mortalidad, no solo los replicantes. Inicialmente reacio, el propio Scott solo accedió a dirigir la película después de que Frank, su hermano mayor, muriera de cáncer, pensando que sería una 'rápida solución emocional'”.

El certero párrafo forma parte de un interesante análisis disponible en la web del British Film Institute (BFI). Uno de los tantos análisis, una de las miles de aproximaciones a la película neo noir por excelencia. 

Más allá de las cualidades artísticas, que las tiene y son muchas, se podría decir que Blade Runner es una de las cinco películas más influyentes de la historia. Se acaban de cumplir cuarenta años de su estreno y, por esas cosas que tenemos los seres humanos de admiración por el sistema decimal, abre la puerta al análisis de ese impacto.

Una coincidencia notable y que sirve como pintura de época de un momento muy particular de la industria cinematográfica es que, el día del estreno, ese 25 de junio de 1982, coincidió con la llegada a las salas de otra película clave e influyente: La Cosa (The Thing, llamada en Argentina El Enigma de Otro Mundo), obra suprema de John Carpenter. 

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La película cuenta la historia de un grupo de investigadores estadounidenses en Antártida que se encuentran con “La Cosa”

Y las dos producciones sufrieron la misma (mala) suerte: fueron un fracaso de taquilla, con críticas negativas y eclipsadas por ese boom mundial que había invadido los cines exactamente un mes antes: E.T., El Extraterrestre, a quien se dedicó un acercamiento en esta misma sección hace unas semanas. 

Hablar del estreno de Blade Runner y The Thing el mismo día es complementar ese mismo contexto: Steven Spielberg había logrado convertirse en el joven aceptado por la poderosa industria de Hollywood y, valga la metáfora, sus tiburones productores. 

Ridley Scott era, aún y más allá de producciones interesantes en su haber, ese director inglés tratando de hacer pie definitivamente en Los Angeles. 

Carpenter, por otro lado, había logrado que La Cosa fuera su primera película apoyada por un gran estudio de Hollywood. Obviamente, los magros resultados en taquilla impactaron de lleno en ese momento de su carrera.

Con La Cosa, Carpenter eleva un escalón más arriba el terror en el marco de la ciencia ficción. El mismísimo Scott había dejado un mojón extraordinario para abrir la nueva década con Alien, estrenada en 1979. Un relato claustrofóbico y opresivo con una entidad que se apropia de una tripulación de una nave de transporte de carga. La supervivencia en el marco de la guerra de las compañías multinacionales. El mundo de fin de siglo las convertía en omnipresentes y el cine las hacía protagonistas. 

Carpenter lleva ese concepto de ciencia ficción con terror claustrofóbico a un grupo de investigación en la Antártida. Pero con un guion impecable fuerza el relato hacia una paranoia descontrolada. El organismo invasor podía estar en cualquiera. Una apología de una sociedad que nacía a una década atravesada por el último estertor de la Guerra Fría. Demasiado para un espectador que ya le había abierto los brazos al extraterrestre bueno y empático con la raza humana.

“El objetivo del monstruo es ser monstruoso, ser repelente. Eso es lo que te pone del lado de los seres humanos. No tuve ningún problema con eso. Los críticos pensaron que la película era aburrida y que no permitía ninguna esperanza. Esa fue la parte en la que realmente insistieron. La falta de esperanza está integrada en la historia. Es inevitable, pero eso no es necesariamente negativo”, comentó Carpenter en una de las tantas entrevistas acerca de su obra. 

Tanto él como Scott también lograron tardíamente ese reconocimiento gracias al contexto de época que, antes, les había jugado en contra. La explosión del negocio del video hogareño - el boom del VHS - permitió un acceso continuo a estas obras con una aproximación diferente, con una mirada más positiva y descubriendo los inmensos valores detrás de cada una de ellas.   

Los androides y las ovejas eléctricas

Hubo que esperar al menos una década para empezar a percibir el impacto de Blade Runner en la cultura popular. Nacida de la adaptación de una compleja novela de Philip K. Dick (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de 1968), como en casi toda obra maestra, confluyeron diferentes variables que permitieron elevarla como un discurso complejo, plausible de análisis en varias capas de lectura. 

Causa impresión conectarse con esa primera placa negra que aparece como introducción a la acción mientras suenan los acordes de Vangelis: Los Angeles, Noviembre de 2019. La película trazó una mirada estética al futuro distópico como nunca antes se había conseguido. Probablemente heredera del concepto de sociedad posindustrial de Metrópolis, la mirada de Scott acierta en el mundo dominado por las corporaciones, asfixiado de pantallas y con ciudades hiperpopulosas y multiétnicas. 

Pero la mayor referencia fue transformar la película en un policial negro dando lugar al concepto de neo noir. Harrison Ford, ese Rick Deckard, un Blade Runner, un policía retirado, ex cazador de replicantes, es un Philip Marlowe posmoderno. La visión de Scott perduró en el tiempo y casi ningún director de cine pudo (ni puede) escapar de los tentáculos de su concepto estético para desarrollar historias en ciudades distópicas. 

Todo funciona a la perfección: los efectos especiales, los contrastes de luces, el neón fantasmal sobre la humedad y el humo de las calles, la composición de los planos amplios, la música de Vangelis como una partitura del futuro. Todo. Y continúa funcionando.

Al final del periodo de montaje, el director se encontró con un exceso de presupuesto y de tiempo, frente a lo pautado con los estudios. Exceso que les permitía a los productores intervenir en el corte final de la película. Frente a los muy malos resultados de los test screenings (pruebas de audiencia) recortaron una escena en la cual el personaje de Harrison Ford soñaba con un unicornio y agregaron un relato en off del mismo Ford que le otorgaba un mayor acercamiento al policial negro pero le quitaba ambigüedad al relato de Scott. También añadieron un epílogo más luminoso (con contraste, incluso, con el tono de toda la película)

Ford y el realizador habían discutido bastante acerca del perfil que querían transmitir con el personaje protagónico y su dilema ¿cazar o empatizar con los replicantes? ¿Quiénes lograban las actitudes más “humanas”? Y lo más importante: ¿Es Rick Deckard un replicante? Para Scott, sí; por eso esa escena con el unicornio podría sugerir que tenía recuerdos implantados. Harrison Ford no compartía esa visión, le parecía demasiado negativa y quería a un detective humano para que el público pudiera identificarse. 

En 1997 llegó a los cines el corte original del director sin la voz en off, con las escenas extirpadas y con ese final abrupto y ambiguo. En 2017 apareció el corte definitivo de Ridley Scott. 

Las dos versiones de la película hoy están disponibles para ver en streaming, en la plataforma HBO Max. Es un buen ejercicio de contribución al análisis continuo mirar ambas visiones. Y, por supuesto, extraer las propias conclusiones. 

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