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Hay que

Domina un diagnóstico equivocado sobre las causas de la desgracia, cuyo nombre es "estanflación de largo plazo” y cuyo apellido es “economía para la deuda”

Hay que
Carlos Leyba 04 marzo de 2022

Mientras la humanidad imagina en qué puede derivar la locura y la crueldad de Vladimir Putin, el anuncio, en el discurso presidencial, que la negociación con el staff del FMI había concluido y que la deuda será refinanciada con “dinero del propio FMI y que empezara a pagarse en 2026 y terminara en 2034”, fue, y es, la noticia del año...por ahora.

Alberto Fernández logró que en lo que resta de su mandato, atender el crédito que solicitó Mauricio Macri –irresponsablemente porque había alternativas menos gravosas– no será cargo para las finanzas públicas.

Cuando asumió el PRO la deuda pública externa, en el mercado más la mantenida con organismos internacionales, era, a fin 2015, de US$ 73.000 millones. 

Desde 2016 hasta 2019 aumentó US$ 45.000 millones la deuda externa de mercado y otros US$ 45.000 millones la deuda con organismos. 

A fin de 2019 la deuda externa (de mercado y con organismos) era de US$ 163.000 millones. 

Una buena, el PRO aumentó las reservas netas del BCRA: pasaron de negativas en US$ 3.000 millones con Cristina a US$ 14.000 millones positivas con Macri. (Dal Poggetto y Kerner, Tiempo Perdido, pág. 281). 

“El acuerdo no resuelve el problema de la deuda externa, pero da un paso importante en esa direccion”. 

Fernández acudió a la cura del tiempo. No hay otro paso disponible. 

Cuando termine 2022 –si sale bien– el PIB per cápita será menor al de 2018. 

La “economía para la deuda” es un tobogán –con pasos de sube y baja– y el PIB per cápita de 2022 superará por poco al de 1974. 

En 4 años y medio habrá que negociar nuevamente con el FMI. Salvo que Argentina se haya transformado en el país que, dado sus recursos, podría ser. Y lluevan las inversiones. 

¿Por qué no lo es? Es que domina un diagnóstico equivocado –superficial– sobre las causas de la desgracia, cuyo nombre es "estanflación de largo plazo” y cuyo apellido es “economía para la deuda”. 

No hay una cura para la estanflación de la década si no transformamos la “economía para la deuda” en una “economía para la producción”.

Ello exige un plan de largo plazo y un consenso nacional. 

No hay una cosa sin la otra y viceversa. 

Es decir, una solución política y una estructura técnica que convierta “el plan” en “proyectos de inversión concretos”, evaluados y ordenados por prioridades. Proyectos a ejecutar por el sector público y evaluar y priorizar los incentivos públicos para la inversión privada. 

Es lo que hacen y han hecho todos los programas de desarrollo de todas las economías que han crecido en los últimos 50 años.   

Fernández tiró una mezcla de propósitos y leyes que serían “su plan”. Ni sombra de instrumentos más allá del nombre de unas leyes. 

¿“Sarasa” o desorden conceptual? 

Muchas manos sobre el mismo texto. 

En estos días, oficialismo y oposición, deberán atravesar el examen del “sí o no” para el acuerdo. 

El fracaso de ambos será la parálisis o el rechazo para salir del default. Nada peor que el default. El acuerdo sólo es tiempo. 

Pero sin ese tiempo es inimaginable encontrar una salida de la “economía para la deuda” que venimos construyendo desde la Dictadura Genocida. Veamos. 

Se abrió la economía. No para exportar sino para importar. Disciplinar los precios era el propósito. El déficit generado se amortiguaba con “deuda externa”. 

La “abnegada entrega” del patrimonio público por Carlos Menem –PJ acompañado por los mayores de 50 del PJ de hoy– a la manera del capitalismo mafioso de Rusia prorrogó aquellas “mieles”, hasta que el desempleo, la pobreza y la desconfianza, se llevaron puestos el sueño de primer mundo basado en la deuda externa. 

Default, postergación, milagro de viento de cola, y otra vez default. Hoy. 

La deuda –está en la naturaleza del sistema – se patea y se vuelve a patear. 

Fernández pateo la deuda externa con los privados. La que Macri no quiso patear por “razones ideológicas” y nos metió con el FMI para “pedalearla”.

El anunció de Alberto fue pateamos la que tenemos con el FMI (US$ 45.000 millones). 

Si lo aprueban, en el mejor de los casos, seguiremos en “estado de default”, hasta que adoptemos una “economía para la producción”. 

Pero sin acuerdo no podremos adoptar nada. 

Lo más probable es que “nos adopten” (abrirle a Putin la puerta de América Latina o meternos a pura deuda en la Ruta de la Seda) para especializarnos en economía primaria. Y que aparezca como una “idea progresista”. Rusia y China “fueron los comunistas” de la juventud de algunos que inspiran a Alberto y a Máximo. Amores que matan.

Fernández no habló de un plan sistémico para la “economía para la producción” 

Mencionó la recuperación. Es cierta. Pero inexistente para el promedio. El PIB per cápita en 2022 será menor al de 2018. Un “volver” si es que no tenemos en cuenta la pobreza que, estacionada, es una bomba de tiempo. 

La pandemia impidió hacer. Nos caímos 10%. 

Pero no fue un impedimento para pensar un plan de proyectos integrados, evaluados como proyectos de inversión y ordenados, para salir del tobogán. 

Planificar es eso: tener proyectos, integrarlos y evaluarlos comparativamente, es decir, prioridades económicas y sociales. No lo hemos visto. 

No lo hubo antes: recordemos a Cristina y su proyecto de tren bala; o Macri y el de la estación central debajo del Obelisco. Ausencia de pensamiento. 

Esa ausencia es hoy la represa Cóndor Cliff - La Barrancosa, sin “evaluación y prioridades”; o la inexplicable demora de la licitación del caño que invertiría el signo negativo de la balanza energética. 

Alberto inventarió lo que hizo. Encuestas (y votos) hablan de baja calificación. 

Lo que se hizo no movió el amperímetro de la confianza y la esperanza.

Hubiera sido mejor exponer, inversiones e incentivos evaluados y ordenados, lo que piensa hacer.  

No mencionó, salvo obviedades de obra pública, decisiones concretas de inversiones o incentivos, evaluadas y ordenadas por prioridades, hacia una “economía de la producción”. 

El desprestigio de la oposición, o del gobierno de PRO, radica en que no hubo resultados y no hay autocrítica y tampoco oferta de futuro. La política es “ofrecer futuro”.

Fernández no hizo su autocrítica. “Soy falible”, no es autocritica, es condición humana. 

Autocrítica es poner nombre a los errores. Un chico de La Rioja nos los recordó. 

La oposición habla del presente, nunca del futuro. No trasciende del “hay que”. Obviedades acerca del déficit fiscal, la política monetaria, la inflación y la que ellos llaman las reformas estructurales (laboral y previsional). Pero ni por asomo un cómo y las consecuencias. 

Por falta de iluminación del futuro y de aclaración del pasado, hoy gozan del mismo desprestigio que el oficialismo y por las mismas razones. 

En el discurso de Alberto, leerlo lleva 58 minutos, lo más agradable fue el final con la cita de Dickens. Pero poco tuvo que ver con la conclusión de su discurso: “Esta época bisagra de la historia Argentina necesita que le propongamos un sueño, un proposito, pasar a ser propulsores de algo, sacar la utopia del pasado y volver a ponerla en el futuro”. 

Para que “la utopía” no sea quimera, la política debe planificar y eso – repito – es evaluar proyectos de inversión y ordenar prioridades.

Hay que escuchar a la sociedad. Cierto. Pero no es todo. 

El hombre de Estado debe mirar más allá. Eduardo Duhalde hizo del “cordón cuneta” una lamentable cultura de la política de intendentes. Es “lo que se ve”. Lo que nos domina. 

Las encuestas señalan que lo que más aqueja es la inflación. El mal es lo que la causa. ¿La inflación causa la pobreza o la pobreza es la causa del desorden que lleva a la inflación?

¿A quién le cabe duda que “el problema” que tiene sitiada a Argentina, “la bisagra de la historia”, es la descomunal pobreza que multiplica la indecencia de esta sociedad que condena el futuro de 60% de los niños? 

Pero lo único “concreto” (proyecto, evaluación, prioridad) acerca de la pobreza que dijo fue “tenemos un sendero para ir reduciendo paulatinamente la inflacion y la pobreza”. 

¿Qué sendero, cuál? ¿Cuánto tiempo?¿Sin consenso?

Importa un sendero que reduzca paulatinamente la inflación. Claro. 

Pero, para el que a los 5 años de edad está sumergido en la pobreza, no es justo decirle -como programa de gobierno- “tenemos un sendero para ir reduciendo paulatinamente” tu sufrimiento que te está condenando y que nos está condenado cada día. 

¿Cuál es el programa que pensaron, durante la pandemia, para terminar con la collera de tiro que nos arrastra a la degradación?

¿Que es lo que sigue a la decadencia en que ya estamos viviendo? 

Degradación. 

Una violación en manada. De la respuesta oficial de E. Gómez Alcorta prefiero olvidarme. 

Pero transmite la impronta cultural que impone al Presidente una minoría activa. Alberto mencionó al Papa. ¿Para qué, si contradice la letra y la esencia de su mensaje? 

Mientras Alberto acusaba de cómplices (delitos) a los miembros de la Corte, Vilma Ibarra estaba sentada detrás de esos miembros como si fuera un agente de control.

Dijo ser “respetuoso de todas las diversidades” y por eso “reforzaremos el trabajo para garantizar los derechos constitucionales a los pueblos originarios” y “por eso ya implementamos el DNI no binario”. Textual: una continuidad de los pueblos originarios a la X puesta al nacer.

Finalmente, anunció  los que, para él, son “objetivos realistas”: por año al menos 200.000 puestos privados de trabajo de calidad; 10.000 nuevas empresas. En 2030, exportar US$ 170.000 millones. Industrializacion verde. Hidrogeno verde, litio, energias renovables; produccion de aparatos y medicamentos, economia para la defensa, ser la plataforma sudamericana de vehiculos electricos, cannabis medicinal, desarrollo hidrocarburifero, Nano-biotecnologia, Plan Ganaderia, Plan de Forestacion, con 100.000.000 de arboles hasta fin del 2023. 

Leyes. “Hay que”. No “cómo”. Evaluación de las inversiones. Prioridades.  

¿Sarasa? Perdón a los pobladores de Sarasa, provincia de Buenos Aires, una Estación Ferroviaria levantada. Metáfora de la política sin “evaluación de proyectos”: “hay que” o cómo levantar una vía, sin evaluación, extermina pueblos. Sarasa.    

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