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El cajón de Herminio

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Carlos Leyba 08 marzo de 2021

Por Carlos Leyba

Las campañas electorales, en el final, se hacen centrípetas. Se alejan de sus extremos y van a capturar dubitativos entre uno y otro margen. Nadie gana sólo con los propios.

Las campañas empiezan en el extremo. Acusan de traición al menos beligerante. Etapa “centrífuga”.

Una vez fortalecida la identidad, el “nosotros”, comienza la construcción “centrípeta”.

Gracias a la reforma de 1994 los gobiernos tienden a vivir campaña. Ganar las de medio tiempo es la obsesión para la reelección. Gobernar no es “construir la Nación” es “mejorar la imagen”. Vivimos una etapa centrífuga dominante.

Alberto Fernández asumió con vocación centrípeta. Su segunda apertura parlamentaría fue el lanzamiento centrífugo de la campaña electoral aglutinando propios y arrollando opositores.

Cristina comenzó la campaña 2020 en el extremo fanático. Axel Kicillof, marxista cuando joven, fue su etapa centrífuga. No le fue mal. Desubicó a los líderes provinciales que no son una tribu de fanáticos. Viejos peronistas militan en el PRO y al peronismo no le hace asco que sus destacados ministros hayan sido conversos. Marxistas (y gorilas), como Carlos Corach o Axel; o liberales de la Dictadura Genocida, como Domingo Cavallo o migrantes, ahora radicales, como Martín Lousteau.

La etnia originaria no es fanática. Lo son los conversos. Desde 1973, “para un argentino?”.

Axel en algunos discursos sostuvo, con su verba inflamada, que los adversarios son enemigos y es innecesario e imposible conciliar. Palo y palo. Hay que imponer, no consensuar y, por lo tanto, no hay que debatir. Parece decir “la vía de la inclusión social es la exclusión de 'ellos' de todo acceso al poder”.

CFK sabía que la vía centrifuga, a pesar del desastre de Mauricio y sus CEO boys, era la vía de la derrota. Axel sirvió a su fracción en el interior del peronismo y en las condiciones sociales del conurbano que había sufrido el desaguisado de los “chicos PRO”.

Pero la tensión de la grieta llevaba a la derrota y antes que el insólito Jaime Durán Barba reaccione, Cristina realizó su magnífica jugada centrípeta coronando candidato al amigo de Héctor Magneto, el Señor Clarín, a quién Fernández públicamente llamó “Beto” para hacernos saber que “era su amigo”. Que no lo iba a defraudar. Tradición menemista.

Cristina fue tan a la búsqueda del centro, y de los medios, que ungió a quién le había propinado las calificaciones más duras, las que ningún opositor había pronunciado.

Alberto, con maestría, sumó a todos los desplazados del escenario K, a los autores de su ocaso (Sergio Massa) y tendió puentes con quienes, en la colecta de votos, representaban algo diferente y dividían el voto opositor (Roberto Lavagna).

Ese viaje le hizo ganar la Presidencia, y el Senado. Con el conurbano (reforma de 1994) se gana la Presidencia. Para el Senado hacen falta los gobernadores. El ungido condujo con maestría la cosecha del centro.

Mauricio, desde que asumió, hizo campaña para la grieta. Reaccionó tarde incorporando a Miguel A. Pichetto, jefe de la bancada cristinista en el Senado y orador sagrado de la 125.

Macri abandonó el eje “centrifugo” basado en la condena a Cristina y reemplazó la consigna Durán Barba por algo más civilizado. Le fue mejor de lo esperado.

El giro centrípeto es la lógica en el final de la campaña.

Sólo con los que se identifican plenamente no se gana si es que se respetan las formas de la democracia. Nunca está garantizado: hay que mirar la justicia electoral en la Provincia de Buenos Aires, ya hay señales de Alejo Ramos Padilla.

Cuando la “captura por aproximación al centro”, estando en el poder, se considera inútil, porque va tan bien que “los del centro” se aproximan solos, o porque no habrá manera de convencer y se renuncia a ese viaje al centro, entonces el proceso centrífugo se convierte en peligroso. Torna en un viaje a la búsqueda del elixir de terminar con la alternancia que, al desvanecerse dado que es el punta pie inicial del proceso democrático, se extingue la democracia.

Si no hay la posibilidad con alguna chance de votar al menos a dos, la democracia se terminó. La consecuencia es que se liquida la soberanía del pueblo y se instala la soberanía del que tiene el poder.

Si la pasión centrífuga, en ambos lados, no encuentra freno y entre forcejeos y dádivas, el triunfo resulta producto del vigor de los extremos, en ese caso, la derrotada es la cordura.

Como lo sugiere la etimología, la cordura apunta al equilibrio del intercambio entre los fluidos, que es como funciona el corazón. La cordura es la materia prima de la cordialidad que es el elemento agente que produce la posibilidad del diálogo civilizado.

El alfa y omega de la democracia que no pueden funcionar sin un mínimo de consenso.

Es muy difícil construir consenso cuando, gobierno tras gobierno, se profundiza el fracaso. El fracaso irrita y el enojo, que nos pone a la búsqueda del culpable.

Los resultados, de 1983 en adelante, han hecho que los partidos se hayan dedicado a demostrar “yo no fui”. De ahí el nivel reptante de las campañas.

En el discurso de apertura del Congreso, el Señor Presidente inauguró el proceso electoral 2021. Su discurso, dedicado a la crítica y no a la proposición, que es lo que la sociedad demanda con desesperanza, fue explicado por el alegato de Cristina en el juicio por el dólar futuro. Fernández fue el prologuista de esa arenga y Vilma Ibarra, reciente conversa, le puso “el manto de crítica generalizada al funcionamiento de la Justicia” para tratar de ocultar el verdadero sentido del alegato de la jefa.

Alberto se puso en el extremo. Arrasó con todo para señalar que está dispuesto a terminar con las causas judiciales que la atormentan a CFK y a sus hijos. Para ese menester, es lógico, ella quería el poder.

Sin embargo, aún no ha logrado la mejora en sus causas. Ibarra ha afirmado que si la Justicia la declara culpable o inocente, ese juicio, es inútil porque la mitad de la sociedad no creerá en la honestidad de los jueces. Una conclusión escatológica.

Me pregunto, más allá de las consideraciones judiciales, ¿cómo es posible que Daniel Muñoz, un oscuro secretario que llevaba las valijas de Néstor, haya escriturado bienes por US$ 50 millones y nadie de aquél gobierno, se sienta obligado a pedir o dar una explicación? ¿Cristina o Alberto que eran funcionarios, o Vilma que estaba en la burbuja con él, no preguntan ni explican? ¿Realmente no importa? Son hechos ¿de qué estamos hablando? Para Vilma los hechos no importan. Importa lo que opinamos de los que los juzgan. Qué pena.

En 1983, el peronismo eligió a Italo Luder, un profesor universitario. Nadie más alejado de la violencia imberbe y estúpida de la guerrilla y profundamente distante de las patotas de la derecha que a veces acompañan a esa fuerza política.

Tal vez Luder haya sido el mejor candidato presidencial del peronismo desde entonces.

Raúl Alfonsín, con el discurso de la Constitución de 1853, le llevaba la delantera.

Pero algo insólito que Luder no podía imaginar le derrumbó la campaña. Herminio Iglesias quemó un cajón simbolizando la promesa de violencia y exterminio de adversarios convertidos en enemigos.

El cajón de Herminio no fue la causa de la derrota. Pero hizo imposible el triunfo.

Ese gesto imbécil asomó la grieta, como símbolo de decadencia de la política, a la que creíamos haberle puesto punto final con la derrota de la Dictadura Genocida.

El cajón de Herminio plantó la semilla y muchos cajones de Herminio se han ido apilando hasta formar ese clima pestilente que droga a la política.

Los exabruptos de Hebe de Bonafini o los impresos con las caras de periodistas críticos que el kirchnerismo alentó fueran escupidos por los “militantes”. Y en los últimos días, antes del discurso de Alberto, las huestes virulentas del PRO, los jóvenes republicanos, colgando bolsas mortuarias en las rejas que rodean a la Casa Rosada.

Son los hechos. Los hechos son autoexplicativos y no necesitan de interpretaciones.

Quien alienta, desde la oposición, esa conducta tiene nombre y apellido. Fue montonera, menemista, aliancista y PRO.

Patricia Bullrich, que no puede dejar de lado ni disimular su adhesión a la violencia (ahora verbal), está presente en el origen de este cajón de Herminio del PRO

Lamentablemente, para la mayoría de racionales, que hay tanto en la oposición como en el oficialismo, la que conduce la campaña opositora centrífuga, la que aglutina en los extremos, es Bullrich. Digo lamentablemente, para opositores y oficialistas, porque Patricia marca un objetivo centrífugo que alimenta a los centrífugos del oficialismo.

¿Cómo sostener, entonces, a los racionales, de uno y otro lado, en el diálogo creativo del Consejo Económico y Social?

Al igual que Fernández, palabras y gestos de Patricia, han logrado poner sordina a Horacio Rodríguez Larreta quien señaló a la grieta, recurrente cajón de Herminio, que tapona la salida de consenso que Gustavo Beliz invitó a buscar, todos juntos, en el CEyS.

Alberto, Cristina, Patricia (recuerde que los tres militaron el menemismo -privatizaciones, desregulaciones, apertura irracional, convertibilidad, desempleo, pobreza- y que las dos simpatizan con “los fierros”: una actuaba, la otra dice que los miraba con simpatía) tienen tres discursos agrietantes que, además, no responden a los problemas que sufrimos.

Desempleo, pobreza, inseguridad e inflación son las consecuencias de los cajones de Herminio que, aquellos tres y sus seguidores, siguen agitando. ¿Por qué “las consecuencias”?

Las causas son problemas estructurales que traban el desarrollo de una sociedad decente. Sólo pueden abordarse con diagnósticos, objetivos e instrumentos de largo plazo. El CEyS es una propuesta pero, para definirla como herramienta, hacen falta cordura y consenso.

Los cajones de Herminio, las pedradas en el Congreso, la represión de Gildo Insfrán, la procacidad de los libertarios, producen las cárcavas que fracturan todos los caminos que conducen al consenso.

Los años pasan, lo bueno que heredamos envejece, y la infame política del “cajón” entierra al futuro: vamos por ahí.

¿Será posible? ¿Hasta cuándo?

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