El Economista - 70 años
Versión digital

mie 01 May

BUE 16°C
Debates

A la hora señalada

Las amenazas, pobreza e inflación, cuyo corto circuito haría peligrar la precaria administración, nos plantean el desafío de solucionarlas. La oportunidad es desde el 15 de noviembre

A la hora señalada
Carlos Leyba 01 octubre de 2021

Después de que el jefe de Gabinete dijera en público “que Dios nos ayude”, muchas voces ridiculizaron esas palabras. 

Pogramas, oficialistas y opositores, castigaron a Juan Manzur por ese ruego. La mayor parte de ellos, suelen reclamar -y muchas veces con razón y justicia- por la falta de cumplimiento de las normas y el espíritu de la Constitución. 

Seguramente han olvidado que nuestro Preámbulo, que espero nadie ridiculice, finaliza “invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia”

desde la primera hasta la última reforma constitucional. 

Invocación peraltada que dice de la obligación moral, de quien gobierna a la Nación, de inspirarse en la razón y la justicia. 

Inspiración cuya virtud principal es animar el desapego a las respuestas de conveniencia que van contra la razón y rompen el orden moral de las prioridades que realizan la justicia. 

Si esa inspiración de nuestro Preámbulo hubiera predominado en los últimos tiempos no habría habido ni vacunatorio VIP, ni geopolítica de vacunas a la Nicolini, ni cierre obsesivo de las escuelas, ni festejos en Olivos. Sólo para señalar los agravios más famosos de los últimos tiempos. 

Creáse o no en Dios, lo que no hay duda es que su invocación llama a eso que la Constitución señala: gobernar es la búsqueda permanente de la razón y la justicia en el proyecto colectivo. Mantener ese fuego requiere una mirada trascendente. De eso se trata.

Ni la razón ni la justicia están escritas en un reglamento para la acción. 

Las más de las veces, en la política, la razón no está a la mano porque la urgencia la ciega. Y ni hablar de la justicia que muchas veces está teñida por las sombras de las más bajas pasiones. ¿Cómo le suena?

Justamente en estas horas, las que estamos viviendo en este interregno electoral y las que vamos a vivir después del 14 de noviembre, deberíamos invocar, para que nos gobierne, la mayor cuota de razón y justicia, despegada de apetitos personales de quienes gobiernan y de quienes aspiran a gobernarnos. Se trata de templar el espíritu de todos los que se sienten convocados a dirigir. 

No es sano ni sabio que los que comentan, quienes cumpliendo su función no se comprometen con ninguna filiación política, se tomen todas las cosas a la broma porque nada, aquí y ahora, es para tomarlo en sorna. Son momentos de extrema gravedad para todos y dramáticos para la mitad de nuestros niños que se crían en la pobreza, que es mucho más que no disponer de todo lo que contiene una canasta de bienes establecida por una simplificación estadística. 

Por cierto hay destacados humoristas que juegan y juzgan la política con humor corrosivo, cumpliendo así una función en la catarsis más que necesaria en la decadencia que vivimos. 

Nuestro tiempo no es el de una crisis sino el de una decadencia que fue, durante cuatro décadas, una enfermedad cada vez menos silenciosa y que, ahora, nos encuentra en un estado colectivo tal que necesitamos de manera urgente una apertura espiritual, una llamada profunda al sentido de Nación que hemos extraviado y sin el cual no haremos camino. Porque no existe “un camino”. Hay que hacerlo.Y no es para atrás sino hacia adelante. 

Estas catilinarias periodísticas son más notables porque, tal vez, es la primera ocasión, desde que gobierna el Frente de Todos, en que una primera figura, quien sin duda es hoy el principal protagonista del gobierno, describe nuestra trágica situación y ante ella no reparte culpas al pasado, no enciende agravios y sólo se limita a decir aquello que, casi sin excepción, cualquier argentino dice ante una situación de extrema dificultad: ¡Que Dios nos ayude!. 

Con esa expresión -algo muy importante en este tiempo- el hombre se bajó del ring y lo subieron a los puñetazos los editorialistas, de uno y otra escudería. Los que están obligados a cumplir la función de ayudar a comprender, ayudar a reflexionar y ayudar a desmenuzar -con espiritu crítico- las políticas, los discursos, pasaron a la burla donde debería haber razón y justicia. Tratando que cada cosa esté en su lugar. 

Feo, sobre todo porque estamos llegando a “la hora señalada”. ¿Cuál? 

Para todos la hora señalada, seguramente menos para CFK, está en el día después de las elecciones. Más adelante volveré sobre esto. 

Cristina mira excluyentemente lo que pasará el 14 de noviembre. Una mirada fijada en la hora de la apertura de las urnas. Sabemos todos por qué y de su imperiosa necesidad de “ganar” las elecciones claves. 

Gran parte de las medidas recientes impulsadas por ella o por otros funcionarios, intentarán apurar el camino de las urnas. 

Y entre esas medidas también, por qué no, estarán muchas que son necesarias, convenientes, demoradas, y que -tal vez por la urgencia electoral- se ha decidido ponerlas en marcha ahora. Pero la oportunidad no las hace malas o equivocadas. 

También están los manejos de la Anses que tienen un sello de origen de urgencias electorales. 

Pero también están el lanzamiento de normas como la Ley Agroindustrial elaborada en un trabajo de meses en el Consejo Económico y Social. 

Hay que discriminar en el aluvión de anuncios en el que todo viene mezclado. Separar la paja del trigo. Todo no es igual. 

En el ruido de los próximos días también estará la apelación infame al clientelismo que ha dibujado con claridad meridiana el nuevo concepto de Daniel Gollan que tradujo aquello de “billetera mata galán” en términos de “su” política en la que “unos pesitos alcanzan para corromper la moral que se indigna frente al abuso”. Triste.

Eso sí que justifica “la broma”, el tomar con sorna, porque nadie, en razón y justicia, puede tolerar esa declinación confesa de las virtudes del hombre público. 

Hay, por otra parte y saliendo del proceso electoral, una generalizada “mirada corta” del conjunto de la sociedad sobre el proceso que se iniciaría el 14 de noviembre. 

Es, por cierto, necesario despertar en la sociedad la vocación por una mirada larga, por la mirada del tiempo necesario “para”. 

No estamos preparados para eso porque estamos atropellados por los fracasos. Del proyecto colectivo ni dudar. Aunque ese fracaso es más por ausencia que por fallida ejecución. 

Y también por los múltiples fracasos de los proyectos individuales que caracterizan el malestar de los sectores medios. La fuga de cerebros, la búsqueda de horizonte en otros territorios, que más que números preocupantes son temas preocupantes de conversación. Se acumulan renuncias al futuro “aquí”.

Hoy nos domina la mirada “corta”. La sociedad se interroga por lo que se va a decidir (¿qué harán?) después de las elecciones y por el impacto de esas decisiones. 

Esa es la mirada de la inmensa mayoría que se pregunta cómo se encaminará el gobierno, después de las elecciones, frente a la enormidad de amenazas y desafíos y las pocas fortalezas y oportunidades de las que disponemos a mano.

Las gentes del común estamos pendiente de lo que pase después de ese día porque las amenazas inmediatas son enormes. 

Sabemos que si la pobreza y la inflación no comienzan un proceso inmediato de disminución, sus energías liberadas arriesgan un cortocircuito. Amenaza que se cierne sobre el proceso posterior al 14 de noviembre. 

Ayer el Indec informó que la pobreza alcanzó al 40,6% de la población, cifra apenas menor que la que se registró a la misma fecha del año pasado. La indigencia superó al 10% de la población y es mayor que la anterior comparable. 

Síntesis: 18,6 millones de pobres y 4,9 millones indigentes y a pesar de la enorme cantidad de planes sociales que tratan de compensar tanta exclusión. 

A pesar de tamaña magnitud de pobreza que habla de la pauperización del consumo, las Expectativas de inflación, que mide la Universidad Torcuato Di Tella, estaban, en la medición publicada en septiembre, en 48,6% anual. Hace 47 años, la medición del Indec, arrojaba 800.000 personas en la pobreza. Mientras la población más o menos se duplicó, el número de pobres se multiplicó por 23. 

Un fenómeno único en el mundo. Como única, para países que han alcanzado nuestro nivel de desarrollo, es esa tasa de inflación con ese nivel de pobreza. 

El gran desafío después de las elecciones es elaborar un programa capaz por lo menos de contener a ambas desgracias, que no transiten una espiral ascendente, sino que, ambas, cambien consistentemente de dirección, que dejen de crecer y comiencen el retroceso. 

Llevamos medio siglo tratando de lograrlo. En general las transitorias derrotas de la inflación vinieron acompañada por la derrota del empleo y su secuela fue esta larga marcha de la exclusión y la pobreza que deshilacha toda esperanza de un proyecto colectivo. 

Hasta el 14 de noviembre todo estará entre paréntesis porque, en definitiva, imaginamos que no es posible trabajar sobre “soluciones verdaderas” en tiempo electoral. Y menos después que el que ha perdido es el que gobierna. 

La presión por el resultado electoral inhibe -sabemos de las urgencias de Cristina- de soluciones cuyas buenas noticias sean posteriores al proceso electoral. Es que estamos ante la ruptura de un balance de poder. Eso es lo que se juega fundamentalmente en el Senado y eso es lo que repercute sobre cuestiones personales. 

Cristina -en términos de sus soluciones personales- es, hasta ahora, la más postergada, mientras a todos los grandes empresarios, con los que supuestamente se la asocia, han gozado de resoluciones judiciales y administrativas, como mínimo muy generosas. 

Por lo tanto sólo podemos imaginar decisiones en pos a las “soluciones verdaderas” después del escrutinio. 

Así como hay una hora señalada para el balance de poder y las expectativas personales de Cristina, también hay ?a partir de ese momento y cualquiera sea el resultado? una hora señalada para una expectativa de búsqueda de soluciones. 

Las amenazas, pobreza e inflación, cuyo corto circuito haría peligrar la precaria administración, nos plantean el desafío de solucionarlas. 

La oportunidad está fijada y es a partir del 15 de noviembre. Poco tiempo para desarrollar las fortalezas de las que hoy carecemos. Pero esa es nuestra hora señalada. Jugados.

Seguí leyendo

Enterate primero

Economía + las noticias de Argentina y del mundo en tu correo

Indica tus temas de interés