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Nancy Pelosi llegó a Taiwán y Rusia se solidarizó con China

Pese a las advertencias del gigante asiático, la legisladora demócrata arribó el martes por la noche a Taipéi. Por su parte, desde Moscú, y en plena guerra con Ucrania, apoyaron a Pekín y reforzaron su alianza.

El orgullo chino está herido y es más que probable que realicen una demostración de fuerza para reafirmar su posición.
El orgullo chino está herido y es más que probable que realicen una demostración de fuerza para reafirmar su posición.
Damián Cichero 03 agosto de 2022

En el día de ayer, la legisladora demócrata Nancy Pelosi arribó a Taiwán, aumentando las tensiones con China. 

La presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos llegó a la isla al anochecer (mediodía de la Argentina), lo que es interpretado como un claro mensaje de Washington hacia Pekín.

Pelosi, que viajó en un avión de transporte de la Fuerza Aérea de EE.UU., aterrizó en el aeropuerto de Songshan, en el centro de Taipéi, y fue recibida por el ministro de Relaciones Exteriores local, Joseph Wu.

“La visita de nuestra delegación del Congreso a Taiwán honra el compromiso inquebrantable de EE.UU. de apoyar la vibrante democracia de Taiwán”, dijo Pelosi.

"La solidaridad con los 23 millones de habitantes de Taiwán es más importante hoy que nunca, ya que el mundo se enfrenta a una elección entre la autocracia y la democracia", agregó.

Así, Pelosi, segunda en la línea de sucesión presidencial, se convirtió en la funcionaria norteamericana de más alto rango en viajar a la isla de Formosa desde 1997, cuando el republicano y presidente de la Cámara, Newt Gingrich, actuó de la misma manera. 

Esta no es la primera vez que Pelosi desafía a China ya que, en 1991, dos años después de la brutal represión en la plaza de Tiananmen, la legisladora apareció allí con una pancarta que decía “A los que murieron por la democracia en China”. 

Como era de suponer, las críticas desde Pekín no se hicieron esperar: el Ministerio de Relaciones Exteriores dijo que presentó una fuerte protesta ante EE.UU. y que este accionar daña gravemente la paz y la estabilidad en el estrecho de Taiwán.

"Tiene un impacto severo en la base política de las relaciones entre China y EE.UU. e infringe gravemente la soberanía y territorialidad de China", agregó. 

Desde el punto de vista de Pekín, Taiwán es una provincia rebelde desde 1949, año en el que el Partido Comunista triunfó en la guerra civil china y el Kuomintang huyó hacia la isla de Formosa. 

Por ello, no permite que ningún país mantenga relaciones diplomáticas con Taipéi y considera que el viaje de Pelosi, que hoy se reunirá con la presidenta Tsai Ing-wen, es una ofensa que refuerza la postura independentista del archipiélago. 

En este sentido, las autoridades chinas habían advertido que existían grandes posibilidades de que el avión de Pelosi fuera atacado. Pero esto no ocurrió por un pequeño, aunque importante detalle: a la hora de ingresar en territorio taiwanés, la funcionaria fue escoltada por aviones de guerra de ese país, y no por norteamericanos, lo que podía haber sido interpretado por Pekín como una invasión.

Sin embargo, el orgullo chino está herido y es más que probable que realicen una demostración de fuerza para reafirmar su posición.  El Ejército del gigante asiático ya ha sido puesto en alerta máxima y confirmó que lanzará "operaciones militares dirigidas". 

Realizarán hasta el próximo domingo, como mínimo, simulacros aéreos y marítimos conjuntos cerca de Taiwán y lanzamientos de prueba de misiles convencionales en el mar al este de la isla. 

Por su parte, desde Washington, que no reconoce formalmente a Taiwán, pero mantiene vínculos a través de la “Ley de Relaciones con Taiwán” (1979), la cual lo obliga a proveerle armas, intentaron ponerle paños fríos al asunto. 

El portavoz de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Kirby, dijo que su país "no se dejará intimidar", y que la visita no es una violación de la soberanía ni de la "política de una sola China" que EE.UU. reconoce.

"No hay razón para que esta visita se convierta en un evento estimulante para una crisis o conflicto", agregó, explicando que, gracias a la división de poderes de EE.UU., Pelosi puede tener su propia agenda, aunque esto no signifique que el Poder Ejecutivo la apruebe. 

Eran pocos y se sumó Rusia

Desde Moscú, a más de 7.000 kilómetros de distancia de Taiwán, el Kremlin se solidarizó con China.

Rusia, que actualmente se encuentra en guerra con Ucrania, es uno de los principales aliados del gigante asiático, y ambos se han unido para contrabalancear el poderío estadounidense. 

Dmitry Peskov, portavoz del Kremlin, dijo que “todo lo relacionado con esta gira es puramente provocador".

Por su parte, Maria Zakharova, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores ruso, insistió en que “EE.UU. es un estado provocador (…) Rusia confirma el principio de 'una China' y se opone a la independencia de la isla en cualquier forma".

Además, el Ministerio de Defensa ruso se refirió a la actual guerra en Ucrania y argumentó que es consecuencia de la expansión de la OTAN hacia el Este; también sugirió “Washington, contrariamente a lo que afirman la Casa Blanca y el Pentágono, está directamente involucrado en el conflicto (…) es la administración de Biden la responsable directa de todos los ataques con cohetes aprobados por Kiev contra áreas residenciales en áreas pobladas”.

EE.UU. logró lo improbable

A simple vista, teniendo en cuenta que Rusia y China son las principales potencias de Asia, y que históricamente han tenido disputas territoriales e ideológicas, es difícil creer que ambos países puedan conformar una alianza.

Desde un punto de vista realista, lo lógico sería que ambos países se tuvieran una gran desconfianza como consecuencia de la anarquía internacional. Los dos aspiran a ser el hegemón de Asia y, ante la falta de una autoridad supranacional, dependen exclusivamente de ellos mismos para lograrlo.

Sin embargo, la política exterior de Estados Unidos de los últimos 30 años ha logrado todo lo contrario. 

Como se consignó en la edición de ayer de El Economista, en 1979, en plena Guerra Fría, el presidente norteamericano Richard Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger, decidieron crear una “mesa de tres patas” para darle un golpe casi letal a la URSS.

Conscientes de las disputas ideológicas entre la Unión Soviética y la China de Mao Zedong, decidieron establecer relaciones formales con Pekín a cambio de que estos rompieran sus vínculos con Moscú.

Esto obligó a la URSS a tener que soportar dos frentes de conflicto al mismo tiempo, lo que la debilitó y precipitó su caída. 

Sin embargo, en los últimos años, EE.UU. no solo ha desarmado su mesa de tres patas, sino que ha generado una en su contra con la nueva alianza entre Rusia y China. 

Justamente, hace un par de años, durante la presidencia de Donald Trump, el propio Kissinger le recomendó aliarse con Rusia para contener a China y, aunque el magnate no implementó totalmente esa estrategia, sí pudo observarse cómo las relaciones entre ambos mejoraron considerablemente.

Pero, más allá de este hecho particular, la actualidad es consecuencia de una histórica política norteamericana, tras su triunfo en la Guerra Fría, que continuó aumentando su poder a través de maniobras como la expansión de la OTAN. 

Incluso Kenneth Waltz, padre del neorrealismo, advirtió a principios de los 2000 que “las razones para expandir la OTAN son débiles. Las razones para oponerse son sólidas. Empuja a Rusia hacia China en vez de atraerla hacia Europa”.

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