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No perdamos otra oportunidad: el gradualismo está destinado al fracaso

La idea de gradualismo llevó al fracaso de los programas económicos en situaciones de estanflación -inflación y estancamiento-. Por el contrario, la previa de las dos rachas de crecimiento que vivió Argentina en el último decalustro fueron programas de shock.

No perdamos otra oportunidad: el gradualismo está destinado al fracaso
Martín Siracusa 19 julio de 2023

Argentina, en los últimos 50 años, ha crecido la mitad que el promedio de América Latina. Mientras la región creció, en promedio, 1,29% anual, Argentina lo hizo 0,74%, hablando en términos de producto interno bruto por habitante (medidos con paridad del poder adquisitivo, según el Banco Mundial). Es decir, que la riqueza que un país produce a lo largo de un año tuvo un rendimiento menor para Argentina que para los países vecinos. Por ejemplo, para Uruguay fue de 2,11% anual. Pero examinemos qué nos pasó.

Desde 1973 hasta 2022, Argentina tuvo 28 años de crecimiento positivo y 22 de caída del PIB por habitante. ¿Es mucho? Bueno, Australia en el mismo tiempo solo cayó en 6 oportunidades, con crecimiento en los otros 44 años. 

Visto por etapas, Argentina tuvo dos rachas de crecimiento muy marcadas: una entre 1990 y 1998, y la otra entre 2002 y 2008. En ambas oportunidades el crecimiento comenzó con un programa de shock. En el primer ejemplo, la reforma del Estado que incluyó el régimen de convertibilidad fue una medida de shock que terminó con la hiperinflación. Hasta que se agotó el ciclo de crecimiento en 1998, el ingreso por argentino pasó de US$ 14.137 a US$ 19.773, aumentando casi 40% en esos 8 años. 

Es más que discutido en la biblioteca económica cuáles son las causas del declive del modelo de convertibilidad: el alto nivel de endeudamiento, la apreciación de la moneda local, las crisis externas del Tequila y la asiática, etcétera. Sin embargo, todo indica que el derrumbe del modelo podría haberse evitado saliendo antes del 1 a 1. 

Lamentablemente para la población, la indecisión de cambiar el modelo cambiario a tiempo puso a la economía en una recesión fatal en el 2001. Caído el régimen de convertibilidad, se llevó adelante un programa en 2002 donde se ajustó el gasto del sector público -en los tres niveles de gobierno: nacional, provincial y municipal- 6 puntos del PIB (de 35 a 29). 

¿Gradualismo? Bien, gracias. El shock interno fue impulsado con un shock externo: los precios de las commodities que exporta la Argentina volaron, creando un ingreso de dólares espectacular. Tanto, que el Gobierno kirchnerista decidió quedarse con una parte creciente de esos ingresos, mediante la resolución 125. 

Gradualmente se aumentaron los gastos del sector público a partir del año 2003 hasta alcanzar un record histórico de 46 puntos del PIB en el año 2015. Nota al pie: este record fue superado en 2016, cuando el gasto subió a 47 puntos. 

En consecuencia, los dos períodos de crecimiento -más o menos- sostenido que tuvo Argentina se dieron luego de un programa de shock, con cero nivel de gradualismo. Y finalizaron por la negativa a cambiar el régimen económico a tiempo, lo que trajo las crisis consecuentes.

Al grano...¿qué es el gradualismo y por qué está condenado al fracaso? 

El gradualismo puede definirse como un cambio de régimen económico en el mediano plazo, que pretende licuar el déficit fiscal sin realizar bajas estructurales del gasto público, esperando contar con el beneficio del crecimiento económico que se ilusiona con tener. La ilusión de que se puede crecer una vez que un modelo se agota está basada en la teoría del cheque en blanco: la sociedad y el mercado le da, según esta teoría, su confianza a un gobierno e invierte su dinero en esa economía, esperando que el gobierno cumpla sus promesas. Si funciona, el crecimiento diluye el gasto público y genera aumentos de recaudación que bajarían el déficit como porcentaje del PIB. Esta idea del gradualismo fue aplicada en tres oportunidades. La primera fue en el Plan Austral en 1985, la segunda en el gobierno de Cambiemos y la tercera en el actual Plan Massa. 

El Plan Austral fue un cambio de régimen monetario que creó una nueva moneda, el Austral. Sin embargo, entre 1984 y 1986 el gasto público hizo lo contrario a lo que debía: subió de 26,6 a 32,1 puntos del PIB. ¡Casi seis puntos del producto! Este plan fracasó y llevó a los resultados ya conocidos. 

En diciembre de 2015, el gobierno de Cambiemos heredó una de las peores gestiones económicas de la historia. Una economía estancada, con inflación alta -y retenida-, reservas negativas en el Banco Central. Y muchas, muchas expectativas en un cambio profundo para el país. Si bien se salió del cepo en forma inmediata, el gradualismo se impuso en materia fiscal. En 2016 el gasto subió, en 2017 el gasto volvió al nivel previo y recién en 2018 comenzó a bajar módicamente. Pero las dos sequías, la del campo y la del financiamiento externo, provocaron una fuerte devaluación que evitó un segundo período de Cambiemos. El cambio quedó trunco.

Actualmente, el modelo populista se ha encontrado con su propio límite: la inflación va a un ritmo que duplica los precios en menos de 350 días, los salarios perdieron un promedio del 30% de su poder de compra en tres años y medio, el cepo frenó la actividad económica que entró en una fase de caída de la producción del 4,2% en el último año. El cepo, con un dólar de mercado arriba de los $500 y un dólar oficial para los exportadores debajo de $270 (porque hay que restarle las retenciones) ha tenido dos resultados: dejó sin dólares al país y frenó la producción. 

Como respuesta, el ministro de Economía inició un proceso gradual de suba de las tarifas de energía y combustibles, una leve reducción del gasto en términos reales (no tan leve para los jubilados), y un intento de incrementar el financiamiento de parte del FMI este año. Todo patear la pelota. Gradualismo a pleno.

Para finalizar, ¿qué es un shock y por qué es necesario?

En la década del ochenta, muchos países tenían grandes inflaciones. Un caso conocido es el de Israel, que llegó a tener una inflación del 444% por el enorme gasto público -especialmente, el gasto militar- que estaba sosteniendo. 

El programa israelí para salir de esa tremenda situación económica requirió del liderazgo de Shimon Peres, quien generó un fuerte ajuste del gasto público, incluso el gasto en defensa -que fue ajustado en 500 millones de dólares-, lo que parecía imposible en el contexto que vivía el país. En menos de un año, Peres había logrado la aprobación de las leyes de reformas claves, como la independencia total del Banco Central y la prohibición de emitir para financiar al gobierno. Los resultados de esa política duran hasta hoy. 

Pero ese shock no fue lo único que hizo: creó un marco de bajo riesgo para las inversiones extranjeras en infraestructura, además de apostar a la educación y a generación de tecnología. Nadie dice que el shock es bobo, sino que es veloz. 

En este ejemplo podemos ver claramente la necesidad de tomar las medidas rápidamente. En una economía tan cerrada como la nuestra, ajusta el gobierno o ajustan los ciudadanos. Resulta que, si Argentina hubiera crecido a la misma tasa que Uruguay desde el 2010 hasta hoy, cada argentino habría acumulado un total de US$ 45.000 más de riqueza (PIB per cápita). Esa riqueza, la que no tuvimos, pero podríamos haber tenido -y quizás ahorrado-representa el ajuste que hicimos los argentinos por culpa de sostener un modelo populista con un Estado elefantiásico. La pregunta es cuánto tiempo más lo vamos a sostener. 

En conclusión, la idea de gradualismo llevó al fracaso de los programas económicos en situaciones de estanflación -inflación y estancamiento-. Por el contrario, la previa de las dos rachas de crecimiento que vivió Argentina en el último decalustro fueron programas de shock, con transformaciones profundas en el régimen fiscal, cambiario y monetario. 

No tomar esas medidas en forma veloz, llevaría a un nuevo fracaso y peor, a perder una oportunidad histórica con un contexto favorable. El liderazgo que hace falta para ordenar el país será lo que definirá los próximos 20 años de la economía: es todo o es nada. 

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