El Economista - 70 años
Versión digital

mar 19 Mar

BUE 21°C
Escenario

¿Un plan?

En nuestro país “el gobernar es prever” ha caído en desuso. La idea dominante es “gobernar es reparar”. Ir detrás de los acontecimientos

¿Un plan?
Carlos Leyba 03 diciembre de 2021

Una buena noticia. Desde el Gobierno y la oposición, en el ámbito de los economistas mediáticos, ha surgido la palabra plan. 

Es una novedad: no goza de buena prensa. 

La cuestión ahora es qué cosa es un plan. ¿Una lista de objetivos? ¿Una serie “plurianual” de los supuestos del Presupuesto? ¿Ingresos, gastos, déficit, cuentas externas, tipo de cambio, inflación, etcétera? 

Es muy bueno que la autoridad de a conocer, con la mayor anticipación, su propuesta de la marcha de la economía. 

Pero obviamente eso es insuficiente, si de lo que se trata, es señalar que es “un plan”. 

Esos números pueden ser la consecuencia de un plan. El plan es lo que haremos para lograrlo. Es bastante obvio. 

Pero hasta hoy nada sabemos acerca de la “estrategia” de Martín Guzmán para lograr esos números que tampoco conocemos. 

Pero menos sabemos acerca de cuáles son los acuerdos de Guzmán con quienes deciden en el frente de gobierno. 

Y menos aún sabemos acerca del grado de coherencia de esos números con las demandas que han de surgir en los acuerdos con el FMI.

Hablar de plan y de plan plurianual es una buena noticia. 

Pero hasta ahora es un paquete cerrado e inclusive puede tratarse de un paquete vacío, es decir, sin contenido “estructural” ni de “largo plazo”.

Desde este mismo momento, y sería bueno que el Presidente tenga una estrategia acerca de esto, estamos ante la sorpresa de una buena nueva, un plan coherente y consistente con el FMI o, de lo contrario, estaríamos ante el riesgo del desarrollo de una frustración. Son semanas cruciales.

Necesitamos un acuerdo con el FMI y eso implica una serie de compromisos, con nosotros mismos, de largo plazo. 

La solidez, la visión, la integralidad, el consenso de esas definiciones de largo plazo es la herramienta capaz de disipar una nueva frustración. 

Las cosas malas ya han ocurrido. Ahora, asumirlas, implica diseñar una estrategia de largo plazo que genere un consenso muy amplio con la convicción que vamos a hacer que esta democracia dé de comer y de trabajo, que vuelva a llevar la educación a la excelencia que supimos tener; que construya ese bienestar, esa salud colectiva, con que nació el compromiso de la democracia que sí hemos sabido preservar.

No será la única oportunidad. Pero es una en la que casi todo está en juego. 

Es poco entendible el silencio del gobierno, la ausencia de diálogo con todos los que deben converger en el consenso. 

Dialogar es conversar acerca de los objetivos y sobre todo acerca de las herramientas. 

La CGT ha señalado su apoyo al Gobierno siempre y cuando no afecte el nivel de los salarios de los trabajadores formales. Y es justo. El ministro de Obras Públicas ha manifestado que no debe hacerse nada que afecte el plan de esas obras que él lidera. 

En principio no es el método. “Concertar”, para llegar a un consenso, tiene mas que ver con hacer posible que con condicionar. ¿Es esa la cultura de un plan?

Es una cultura que tuvimos y que hemos perdido. 

Desde hace décadas Argentina, con todos los colores políticos que llegaron al poder, no sólo renunció a la palabra plan, que implica largo plazo y consenso, sino que llegó a condenarla. 

Repasemos las palabras de los que a lo largo de los últimos años han conducido el Estado.

Recuerdo a Cristina Kirchner, en campaña, hablando en un hotel 5 estrellas de la zona de Pilar, afirmando, más o menos con estas palabras, “cuando a mí me hablan de plan” y seguía una frase condenatoria. No quiero inventar esas palabras de castigo porque no las recuerdo: pero fue una condena que me golpeó fuerte. Que no es lo mismo no proponerse un plan que el condenar el pretender hacerlo. 

El kirchnerismo fue la esencia de un gobierno sin plan y obviamente lo mismo le cabe a la etapa macrista.

Los que rechazan “el plan” se caracterizan por “la respuesta al problema una vez ocurrido”. 

Vamos viendo, gobierno de la encuesta. Sin programa anunciado. 

Compartieron la más practicada de nuestras políticas desde hace medio siglo: la sorpresa. Un método que viene fallando, entre otras razones, por el acostumbramiento de la sociedad a adelantarse. 

Hay al menos dos maneras extremas de rechazar, en la práctica, la idea de plan o programa. 

La primera es la que hemos aplicado en las últimas décadas: gobernar a partir del acontecimiento. 

Se rompe el caño y lo reparo. Nada tiene de malo resolver los problemas cuando se presentan. Obvio. 

Pero gobernar es prever, es decir, anticiparse a los problemas y evitar que ocurran. No esperarlos, para repararlos.

En nuestro país “el gobernar es prever” ha caído en desuso. La idea dominante es “gobernar es reparar”. Ir detrás de los acontecimientos. No está mal. Hay que reparar. Pero eso no es “gobernar”.

Es, por ejemplo, la digna “filosofía del intendente”. En ese nivel no hay herramientas de poder para mucho más. Pero en el Estado Nacional están las herramientas para mucho más. 

Toda política para ser tal “es” nacional y requiere de “estadistas” cuya misión es evitar que los problemas ocurran. 

Los problemas no ocurren porque, el plan que ejecuta “el hombre de Estado”, se construye en base a una visión de futuro que ha generado las condiciones materiales genéticas de la solución. 

Hace rato que Argentina no tiene planes de largo plazo. 

A los hombres de Estado los generan los planes. Lo mismo que a los liderazgos positivos (que es la misma cosa). La ausencia de visión de largo plazo produce el vacío de estadistas y el Estado es capturado, inevitablemente, por el espíritu de los que venden la “solución”. 

El riesgo enorme de la ausencia de planes es la generación de liderazgos negativos. 

Observe la fuerza de los liderazgos negativos de estos tiempos y la coincidencia con la ausencia de planes y programas de largo plazo.

¿Cuándo Argentina abandonó la construcción intelectual de visiones del futuro colectivo que necesariamente es de inclusión? 

Los que Juan Perón llamó “estúpidos e imberbes” procuraban un proyecto excluyente que pasaba por la supresión del enemigo. La Dictadura Genocida profundizó, además del genocidio, el carácter excluyente de la política. 

Experiencias históricas de la negación de consenso, de inclusión, de proyecto colectivo, dejan huellas. 

Y una de ellas es la cultura política de “tomar el rábano por las hojas”: asomarse a la realidad compleja desde una sola ventana.

El gran premio a la confusión se lo lleva la lucha contra la inflación. Todos los “milagros”, cortos o largos, fueron siempre el artilugio de “adelgazar con anfetaminas”. Se baja de peso por un tiempo, se destruyen las neuronas y luego se vuelve a engordar. Pero la secuela es que uno está más estúpido que antes. 

Cada “milagro”, sin visión de largo plazo, cuando la anfetamina dejó de surtir efecto adelgazante, pone en evidencia su inevitable fracaso. 

No sólo volvieron los kilos, sino que teníamos más deuda financiera externa y más deuda social que antes de empezar los pases mágicos. 

Revise Ud. la historia de las últimas cuatro décadas y no tendrá dudas que hubo “milagros” y cada uno de ellos nos dejo peor que antes de empezar el tratamiento y sin distinción de partidos políticos. 

Gobernaron ese proceso con el espíritu “de resolver el síntoma”. No con la visión del estadista que ataca las causas. 

Por eso cada “milagro” nos dejó peor. 

La primera manera de negar la necesidad del plan integral es la de los que tratan de dar respuesta a los problemas una vez que se presentan y por lo tanto, por definición, escapar a considerar las causas. 

Es lo que venimos poniendo en práctica desde que nos negamos a pensar la política en términos de plan que, necesariamente, es sistémico.

La segunda manera de negar el plan es la apología del mercado. ¿Para qué necesitamos plan, programa, esa cosa soviética, burocrática, antigua, ese “estatismo insoportable”, la presencia abusadora de la “casta”, etcétera? El rechazo del plan es “el elogio de la omnipotencia del mercado”. 

Abramos todo a la magia del mercado que resuelve de la mejor manera en la medida que le saquemos de encima el peso del Estado. 

Síntesis, cuando menos Estado y más mercado el acceso al progreso es más acelerado. Nada de pensar el futuro o construir herramientas. Dejemos al mercado hacer su trabajo y todos estos problemas que nos aquejan habrán de desaparecer. Llevará tiempo. 

Cuando lo pusimos en práctica no funcionó. Algunos dicen que la dosis fue insuficiente y hay que ir por más.

Lo cierto es que ninguna enfermedad de base se cura atendiendo los síntomas y no el origen del mal. Ahora los anarcocapitalistas nos proponen abrir todo.

Una corriente benéfica de bienes baratos, de calidad, arrasará con toda esa oferta “flor de ceibo” que protege a los productores locales. 

Digo “productores” porque incluye a empresarios y trabajadores que hacen esos productos “caros y malos”. No es nuevo. 

Juan B. Justo en 1905 decía que no tenía sentido proteger a “los oligarcas de la industria” porque importando cosas bien hechas y baratas, la clase obrera viviría mejor. Propiciaba, sin saberlo, el desempleo de la clase obrera urbana.

Las izquierdas y los fanáticos del mercado, han hecho un culto de la no consideración de las consecuencias de sus visiones simplificadoras, simplemente, porque no piensan en términos de Plan, largo plazo, consenso e inclusión.

En estos días la Fundación Mediterránea y el Gobierno han valorizado el concepto de plan. Nos informan que preparan un plan.

El plan conforma el primer bien público de una sociedad dispuesta a crecer. Un plan debe ser de “largo plazo”. Pero el largo plazo es intransitable sin consenso de inclusión territorial, social, cultural. 

Estamos en un proceso de creciente exclusión territorial, profundización del abismo social y ahora, ante el avance de la cancelación, los espacios culturales se convierten en maquinarias de exclusión. No es sólo la grieta que han fundado la política y los medios. 

Trabajar el plan, la visión de largo plazo y educarnos para la inclusión, es  el gran desafío que el uso actual de la palabra plan nos está provocando. 

LEÉ TAMBIÉN


Lee también

Seguí leyendo

Enterate primero

Economía + las noticias de Argentina y del mundo en tu correo

Indica tus temas de interés