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Leyendo a Kissinger: algunos consejitos de política exterior

La asombrosa inexperiencia de la Nueva Política Exterior argentina ha dejado un tendal de naciones y liderazgos ofendidos. Suena necesaria, parece, una guía profesional.

Convendría alguien con conocimiento sobre la historia y las prácticas de los países, al menos de los líderes y de los más vinculados a Argentina.
Convendría alguien con conocimiento sobre la historia y las prácticas de los países, al menos de los líderes y de los más vinculados a Argentina. .
Oscar Muiño 09 enero de 2024

Para una responsable de relaciones sociales, sería bien recibida la designación de alguna dama elegante, incluso elegantísima. En relaciones exteriores, en cambio, convendría alguien con conocimiento sobre la historia y las prácticas de los países, al menos de los líderes y de los más vinculados a Argentina.

La asombrosa inexperiencia de la Nueva Política Exterior argentina ha dejado un tendal de naciones y liderazgos ofendidos. En algunos casos, el insulto fue perpetrado por ignorancia y no por decisión. En otros, acaso, por una visión ideologizada extrema. Suena necesaria, parece, una guía profesional. Dada su orientación súper-conservadora, lo mejor es acudir a los clásicos. Nadie mejor que Henry Kissinger.

El Tío Henry, numen de la política exterior de Estados Unidos, ha sido hasta su reciente muerte, a los cien años, uno de los actores decisivos del último medio siglo. Académico de Harvard, consultor de presidentes y empresarios globales, artífice del mayor cambio geopolítico del siglo (el pacto chino-estadounidense para aislar a la Unión Soviética), hombre respetado en Pekín y en Moscú. Negociador de la retirada militar de Vietnam

Es verdad que prohijó desastres en nuestra América Latina, como la desestabilización del presidente socialista Salvador Allende en Chile y su reemplazo por el general Augusto Pinochet, o el "háganlo rápido" con el que facilitó a la dictadura argentina su plan criminal. Pero esto tampoco parece molestar a la Administración Milei, así que vamos a los recuerdos del Tío Henry en sus "Memorias".

De contreras a asesor

"Yo no conocía al presidente electo. Me presenté a las diez de la mañana del lunes 25 de noviembre en el cuartel general de transición de Nixon, en el piso treinta y nueve del Hotel Pierre. Me preguntó cuál debía ser, en mi opinión, el objetivo de su diplomacia. Repuse que el problema principal era liberar nuestra política exterior de sus violentas fluctuaciones históricas entre euforia y pánico, y de la ilusión de que las decisiones dependían principalmente de las idiosincrasias de quienes las tomaban. La política tenía que ser relacionada con algunos principios básicos de interés nacional que trascendieran a cualquier administración en particular, y, por lo tanto, fueran mantenidos cuando cambiaran los presidentes (...) Se me ofreció el puesto de asesor de seguridad".

"Apenas ocho semanas atrás, la sugerencia de que yo podría participar en la toma de posesión como uno de los asesores más allegados al nuevo presidente habría parecido descabellada. Hasta entonces, toda mi experiencia política había tenido lugar en compañía de aquellos que se consideraban en mortal oposición a Richard Nixon. Más de diez años había enseñado en la Universidad de Harvard, donde el desprecio hacia Nixon era ortodoxia establecida en el cuerpo de profesores. Y la persona que más influyera en mi vida había sido un hombre a quien Nixon derrotó dos veces en fútiles búsquedas de la nominación presidencial: Nelson Rockefeller (...) Rockefeller consideraba a Nixon un oportunista amoral, sin la visión y el idealismo necesarios para conformar el destino de nuestra nación. En 1968 yo compartía muchas de esas actitudes hacia Nixon".

Los nuevos y los viejos

"Las promesas de cada nueva administración son como hojas en un mar turbulento. Ningún presidente electo, ni sus asesores, tienen la posibilidad de saber a qué orilla serán finalmente llevados por esa tormenta de plazos urgentes, información ambigua, alternativas complejas y presiones multiplicadas que descienden sobre todos los líderes de una gran nación".

"Una de las tareas más penosas de un nuevo presidente es eliminar del equipo que lo ayudó a llegar al poder a los hombres y mujeres que no podrán ayudarlo en su ejercicio. Esto lleva a una rivalidad casi inevitable entre aquellos que han apoyado al presidente electo durante su jornada hacia las elecciones y los recién llegados que aparecen ante la vieja guardia como intrusos para cosechar los frutos del trabajo de los veteranos. Tiene que haber recién llegados, porque las cualidades de un ayudante de campaña son diferentes de las de un hacedor de políticas".

"Pronto descubrí que otras de mis ideas originales no podrían sobrevivir. Tuve que educarme a mí mismo sobre mis obligaciones, tuve que instalar la maquinaria de análisis y planeamiento prometida por el presidente durante su campaña. Parte de mi educación la obtuve consultado a muchos hombres y mujeres que ocuparon posiciones prominentes en las administraciones de Eisenhower, Kennedy y Johnson. En todo el período de posguerra, la política exterior ha sido ennoblecida por un grupo de hombres distinguidos, quienes se consagraron a la función pública, un conjunto único de talentos, una aristocracia dedicada al servicio de esta nación en defensa de principios y más allá de partidismos. Los pueblos libres les deben gratitud por lo que hicieron y lograron, presidentes y secretarios de Estado se han sentido apoyados por su patriotismo incuestionable y su sabiduría liberalmente brindada".

Ojo con el tuteo

"Fue Nelson Rockefeller quien me introdujo en la política de alto nivel, en 1955, cuando él era Asistente Especial para Asuntos de Seguridad Nacional del presidente Eisenhower. En aquella ocasión, él reunió a un grupo de académicos, entre quienes estuve incluido, con la tarea de redactar un documento para el presidente sobre un problema diplomático fundamental: cómo podía Estados Unidos tomar la iniciativa en los asuntos internacionales y articular sus objetivos de largo alcance. Fue un encuentro revelador. Rockefeller entró en el salón, palmeando las espaldas de los académicos reunidos, sonriendo, y dirigiéndose a cada uno por la aproximación más cercana de su nombre de pila que podía recordar. Sin embargo, esto, y su aura de encanto puramente norteamericano, sirvieron al mismo tiempo para establecer su lejanía; cuando todos son llamados por su nombre de pila y con la misma amigabilidad, las relaciones pierden su significado personal".

"Yo había servido como consultor de la Casa Blanca en los primeros días de la administración de John Kennedy. La misma naturaleza de una asesoría externa y mi propio egocentrismo académico, todavía no atemperado por la exposición a las diarias presiones de la presidencia, se combinaron para hacer de esto una experiencia frustrante en todo sentido. Un consultor regular está demasiado alejado para participar en decisiones rápidas y, sin embargo, demasiado íntimamente involucrado para mantener la distancia y el misterio del asesor externo. Casi inevitablemente se convierte en una carga, tanto para aquellos que deben ayudarle como para aquellos a quienes asesora".

"Teniendo entonces poca comprensión de la forma en que trabaja la presidencia, consumí mis energías ofreciendo asesoramientos indeseados y, en nuestro contacto infrecuente, infligiendo al presidente Kennedy disquisiciones aprendidas sobre las cuales él nada hubiera podido hacer, aun en el caso improbable de que ellas despertaran su interés. Fue con una sensación de mutuo alivio con la que nos separamos a mediados de 1962".

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