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Discurso y gesto

Luego de una inicial "moderación", Fernández pasó a un "in crescendo" de furia contra los supremos. Quizás, Fernández pensó que "si la Corte es el enemigo de Cristina y yo me declaro enemigo de la Corte, delante de Cristina, entonces Cristina será mi amiga". No lo logró.

Discurso y gesto
Carlos Leyba 03 marzo de 2023

"De la exactitud de la etimología, dice Whitney, depende el éxito de toda la ciencia del lenguaje": V. García de Diego, Problemas epistemológicos, RAE, pág. 8, Avila, 1926. 

Según el diccionario de Oxford, "discurso" deriva de discursus  que significa "carrera de un lugar para otro". 

La primera impresión que nos ha dejado el larguísimo discurso de Alberto Fernández ha sido una carrera desde la inicial "moderación" hasta un "in crescendo" de furia que -para los viejos- suena a rabieta del Pato Donald con sus sobrinos. 

Las agresiones eran para los Supremos a los que se había invitado a la ceremonia. 

Todos sabíamos que Fernández había promovido el Juicio Político a cada uno de los miembros de la Corte. 

El alegato incendiario en la Asamblea era innecesario: ya estaba la demanda entre los legisladores y anoticiada la Corte. 

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Luego de una inicial "moderación", Fernández pasó a un "in crescendo" de furia contra los supremos. 

Ni anuncio, ni novedad. Alegato para ofender. Ninguna persona de bien, más allá de la falta de decoro y respeto a las instituciones, hace tal cosa. 

Menos cuando los aludidos no pueden contestar y no pueden aclararle "in situ" cuestiones elementales del derecho constitucional que Fernández soberanamente ignora. 

El discurso confirmó el origen de la palabra: una "carrera de un lugar para otro". Repitió su trayectoria política. Siempre va de un lugar a otro. 

Pasó de la inicial modulación moderada de inventario como para señalarle a Cristina que, por ejemplo, en la economía, a su criterio, le había ido mejor que a ella, a un final cuyo objetivo fue la complicada aplicación del proverbio árabe que dice que el "enemigo de mi enemigo es mi amigo". Fernández concluyó "si la Corte es el enemigo de Cristina y yo me declaro enemigo de la Corte, delante de Cristina, entonces Cristina será mi amiga". No lo logró. 

El discurso de su vida es ir de un lugar a otro. Presidente de la Juventud del Partido Nacionalista Constitucional, fascistoide, luego funcionario político del menemismo en el Instituto de Reaseguros. Su actuación derivó en la censura en Página 12 de una nota de Julio Nudler. 

Tras Carlos S. Menem, se recicló con E. Duhalde en el Bapro, luego legislador de CABA con Domingo Cavallo y finalmente, Jefatura de Gabinete de Néstor. Es decir coherencia. La hago corta. Su "discurso político" ha sido una "carrera de un lugar a otro". En "Animales Sueltos" (2012) dijo: "Era perversa la corrupción menemista, ¿y no es perversa esta corrupción revolucionaria?". 

Pasó de aquél furioso "anti cristinismo" militante, personalizado, a candidato de Cristina. ¿Qué tendrá? 

En la Asamblea hizo un inventario, muy imaginativo de presuntas realizaciones y concluyó con el ataque a los miembros de la Corte para congraciarse con la Jefa que le dio la oportunidad de gobernar y -creo- desde la presidencia, mejorar su situación judicial. 

No logró la declaración de inocencia en todas las causas, que es lo que esperaba Cristina. Y el período se está terminando. 

Cristina no podía olvidar lo fácil que había sido, en el ejercicio del Poder, ser beneficiada por la Justicia en 2009 cuando "un juez probo y ejemplar" como Norberto Oyarbide, había sobreseído al matrimonio presidencial ("agarrado del cogote", dixit) por el delito de enriquecimiento ilícito. 

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A la izquierda de Alberto, estaba Cristina con una cara de humor de perros, por cierto justificado. 

Desde entonces Cristina sostuvo que la inmensa fortuna familiar era producto de haber sido "una abogada exitosa" en Santa Cruz, con cinco o seis años de ejercicio de la profesión durante la Dictadura Genocida y antes de ser ambos funcionarios públicos en democracia. 

Será así de bendecida esa tierra de promisión que logró convertir a Lázaro B., de empleado bancario a mega millonario; al secretario personal de Néstor, Daniel M., millonario en dólares con un departamento en el Hotel Plaza de NY; o Rudy Ulloa de chófer de Néstor, a dueño de medios de comunicación. 

No se puede negar que hay geografías que, aparentemente castigadas, ocultan facilidades para generar fortunas sin explicación, salvo la tautología de ser exitosos. Amén. 

Pero como las encuestas y mediciones electorales dudan de la que parecía inevitable derrota del Frente de Todos, la Justicia está lentamente acomodando los melones. Hoy sabemos que hasta el "patriarcado" es una causa invocada para convertir a un culpable en inocente. Y las penas asignadas por delitos probados -gastamos mucho tiempo y dinero en investigar y juzgar- no dejan de bajar. 

Hoy Cristina no está proscripta, pero una condena firme la podría proscribir. Pero a no desesperar. El tiempo pasa más rápido que el calendario en el ámbito judicial. 

Por fuera de las palabras de Fernández, el escenario estuvo plagado de "gestos". Los gestos, los movimientos del cuerpo, la cara, las manos, expresan estados de ánimo. Pero la palabra "gesto" proviene del latín, "gerere" que significa entre otras cosas "administrar" "conducir". 

Alberto estaba ante las cámaras, la Corte y sobre todo ante Cristina. Las cosas siempre deben ser ubicadas en el tiempo y en el espacio. Ante el poder de Cristina y sus gestos y ante el poder de la Corte y sus gestos.

A la derecha de Fernández, las figuras hieráticas, por lo tanto, solemnes, majestuosas e inexpresivas, como corresponde a su jerarquía, de los Supremos allí presentes. 

La mirada -que acompañaba su, como mínimo, conocida superioridad intelectual respecto de la media de los observados- se mantenía clavada en un horizonte que no nos animamos a imaginar.

La guerra -que no era originalmente la de Fernández- ahora es suya. ¿Cómo termina? 

Estamos frente a algo similar a un "golpe de Estado" porque hay un poder del Estado a tiro de otro. 

No es que un Juez ha cometido un hecho bochornoso, es que las decisiones de la Corte -algunas por unanimidad- son las que motivan el intento de Juicio Político para condenarlos. 

Y si bien es cierto que los números hoy no darían, nadie puede asegurar que eso nunca ocurrirá. 

Lo que ya ocurrió es que la mayoría de los legisladores y el Poder Ejecutivo quieren, por razones políticas, por la defensa de la persona y el patrimonio de la líder del espacio, liquidar la idea misma de la Corte como institución de la República. 

El gesto de quienes representaban a la Corte señala claramente un abismo. No importa si el paso lo dan los parlamentarios o -vaya a saber- la Corte. 

Importa que Alberto Fernández nos ha puesto a todos ante este abismo que es infinitamente peor que la grieta. La grieta separa. El abismo es una mutilación irreparable. 

La Corte tiene un poder que requiere ser reconocido por los otros poderes en términos de la Constitución. 

El gesto -la capacidad de administración de la Corte- estaba señalando, en la mirada de los miembros presentes y en la ausencia consensuada de los ausentes, un rechazo "in limine" a las decisiones de un poder y a la que está en trámite en el otro. Un abismo.

Los legisladores del Frente de Todos y sus aliados como el Topo Rodríguez o Graciela Camaño, siguen la disciplina partidaria que es la voz de Cristina, nunca fallan cuando es crucial. Las "diferencias" son para la tribuna. No importa si están los votos o no. El daño ya está hecho. 

Además de superar la grieta, ahora hay que alejarse del abismo. 

A la izquierda de Alberto, estaba Cristina con una cara de humor de perros, por cierto justificado. Es muy difícil, la entendemos, compartir el escenario con el responsable de haber perdido un enorme caudal electoral que pone en riesgo el control de los resortes del poder que tramita desde hace 20 años. 

El gobierno de Alberto, si se lo puede llamar así, fue muy malo desde el primer día: la integración del Gabinete fue su primer y definitivo error. No tenía aire en ninguna rueda ni burro de arranque. 

Es que Fernández es un típico producto de la decadencia política argentina: un operador (de Néstor, de Cavallo, de Massa, de Randazzo). Su cuestión es estar. No es de Hamlet, pero "la cuestión es ser o estar". No se puede estar en todas partes siendo uno mismo. No es el único. Si trazamos trayectorias varias nos sorprenderíamos. Por ejemplo: ¿a Mauricio no lo afilió Ramón Puerta al peronismo? ¿Duhalde no se paseaba con él por el conurbano y decía "mide mucho"? M. Lousteau le decía a D. Sheikman que había estado cuatro meses con Cristina, creando la 125, firmando el tren bala y avalando la falsificación del Indec. OK. Pero no le recordó su periplo por la provincia y el banco con el kirchnerismo. No fueron "cuatro meses". ¿Eso es evolución? Alberto no es el único. Néstor y Cristina fueron socios políticos de Domingo Cavallo. ¿Ser o estar?

¿Cómo y cuándo comienza la decadencia política argentina? El fin de la proscripción del peronismo (1973) pudo haber sido el cierre definitivo del ciclo de violencia en el poder iniciado en 1930. Ese reverdecer de la democracia inauguró "la amistad" política (abrazo Perón - Balbín) que es la condición necesaria para construir consensos básicos que garantizan políticas de largo plazo que son, a su vez, condición necesaria para el progreso colectivo. 

La amistad y el consenso fueron heridas de muerte por la violación del "no matarás". La guerrilla y el terrorismo imberbes en procura del socialismo y la respuesta de la barbarie genocida, son el huevo de la serpiente de la decadencia política. 

De allí la decadencia económica con el estancamiento y la inflación iniciadas en 1975 y sin freno hasta hoy; y como consecuencia el número de personas en la pobreza que crecen desde 1974 a 7% anual acumulativo.

Cristina -que también es hija y parte de la decadencia política- exponiendo el Santo Rosario sobre su pecho que -todos sabemos- inspira compasión, perdón por las ofensas, mano cálida para quien la requiere, a la vista de todos, ni siquiera aceptó de Alberto un poco de agua mineral con la que imploraba una mirada humana.

Le apartó la mano para rechazar esa búsqueda de "hacete amiga". Alberto no siquiera se dio cuenta que el vaso de Cristina estaba lleno. 

Lleno. Más bien hartos como todos de la retahíla de mundos imaginarios y anuncios de guerras inútiles que nos empujan al abismo. 

Discursos y gestos de una dirigencia que esta sociedad no se merece. Pero que la elige. 

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