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Guerra en Ucrania e inflación en el mundo: lo peor está por venir

La guerra recién empezó. Su impacto inflacionario, y eventualmente recesivo, recién está en sus inicios

La guerra recién empezó. Su impacto inflacionario, y eventualmente recesivo, recién está en sus inicios.
La guerra recién empezó. Su impacto inflacionario, y eventualmente recesivo, recién está en sus inicios.
Héctor Rubini 28 marzo de 2022

Los problemas de logística del año pasado estuvieron en el núcleo de la insuficiente expansión de la oferta de bienes frente a una demanda a la suba de bienes y servicios. El mundo en general descontaba que el eventual fogonazo inflacionario no llegaría a “niveles argentinos” y sería un episodio transitorio.

La corrección vía subas de tasas de interés de la mayoría de los bancos centrales gradualmente se fue generalizando y las perspectivas de crecimiento en el mundo en 2022 y 2023 no se apartaban demasiado de las del FMI. Se perfilaba un horizonte muy lejos del retorno a tasas de crecimiento previas a las de 2020, o mejor aún a las anteriores a la crisis subprime. La única novedad, y previsible, era el de una suba de tasas de interés de la mayoría de los bancos centrales para controlar la demanda de bienes y la inflación.

Pero el 24 de febrero, Vladimir Putin invadió a Ucrania, y todo cambió.

La estrategia de Moscú es la de “desmilitarizar y desnazificar Ucrania”. Pero la realidad sugiere la intención de anexar el país (no sólo las provincias pro-rusas) y aniquilar la herencia cultural ucraniana, su idioma y buena parte de su población.

Ante la errada táctica por la vía terrestre, es probable que Rusia opte por más bombardeos a blancos civiles. Al menos por este año ya nadie imagina ninguna normalización de la navegación comercial en el Mar Negro ni de la producción y exportación de commodities agrícolas y no agrícolas, al menos desde Ucrania.

Las sanciones económicas al Gobierno ruso se harán sentir a partir del próximo semestre. La solución de sustituir exportaciones de gas a Europa por ventas a China no parece ser factible por lo menos hasta la segunda mitad de esta década, y la exigencia de cobrar a países “hostiles” en rublos complementa, y no sustituye, el efecto aislacionista de las sanciones aplicadas. Por la vía de los hidrocarburos se complicará no sólo el cumplimiento de contratos en curso, sino el normal ritmo de extracción y distribución interno y hacia el exterior.

  • Primer problema para el mundo en materia de inflación: suba de costo de combustibles y energía en el resto del mundo, sobre todo para los países que sustituyan el abastecimiento ruso por otros proveedores.

La suba del costo de los fletes impulsará nuevas subas precios de precios mayoristas y al consumidor.

Abandonar el expansionismo monetario es lo recomendable, pero cuánto subir tasas de interés sin aumentar excesivamente los costos financieros para las empresas, es algo hoy por hoy bastante incierto. Al menos por esta vía, el horizonte es inevitablemente inflacionario para gran parte del mundo.

  • Segundo problema: suba de costos para el agro ruso y ucraniano por faltante de fertilizantes. El impacto alcista sobre commodities agrícolas será más fuerte en los países más dependientes de la importación de fertilizantes de Rusia y Ucrania y tenderá a propagarse si el conflicto bélico se extiende en el tiempo y/o participan activamente otros países.
  • Tercero: el impacto inflacionario por la sustitución de productos primarios de origen ruso o ucraniano por los otros países. Esto ya tiene impacto en los precios de diversos agroalimentos, y podría agudizarse en línea con lo mencionado en el punto anterior
  • Cuarto: la suba de precios de minerales y de insumos industriales de los cuales Rusia y Ucrania eran grandes proveedores mundiales. Esto ha impulsado a la suba significativa del precio internacional de varios metales exportados por ambos países, como cobre y hierro (de múltiples usos industriales), níquel (para acero inoxidable y baterías de autos eléctricos), paladio (para convertidores catalíticos de autos, microprocesadores e insumos medicinales), titanio (para la industria aeroespacial), y otros. Esto forzará a los clientes del resto del mundo a sustituirlos por otros proveedores, sosteniendo la presión alcista de los precios.

A esto se suma la escasez de algunos insumos críticos. Hasta febrero pasado, aproximadamente el 90% del neón utilizado en todo el mundo para la litografía de microprocesadores (chips) provenía de Rusia y la purificación del 60% la realizaba una sola empresa con sede en Odesa (Ucrania). Ya cuando Rusia ocupó Crimea en 2014 el precio de un insumo esencial para dicho proceso, el gas neón, había saltado 600%.

Ningún país está en condiciones de sustituir en pocos meses el suministro desde esa región, dada las demoras y costos que exige fabricar máquinas litográficas. Algunas de las de última generación se han comercializado el año pasado en Europa a precios superiores a los U$S 1.000 millones. Por la escasez de chips de 2020 (causadas por las cuarentenas), junto a las tardías entregas por escasez de contenedores, las plantas de varios países debieron parar su actividad por varios meses.

Pero esta vez la extensión de la guerra podría afectar no sólo a la oferta de chips para las automotrices, sino también para a la electrónica de todo tipo de bienes durables de consumo.

¿Y Argentina?

Este contexto la ubica a Argentina en una situación complicada. Basta con comparar el comportamiento de la inflación local con los registros de otros países de la región. Si se toma, por ejemplo, el período enero de 2017-diciembre de 2019 la inflación promedio mensual (IPC) de Argentina fue de 2,9% pero en otros países ha sido sensiblemente menor en esos 3 años: 0,6% en Uruguay, 0,3% en Brasil y Colombia, 0,2% en Chile y Perú, y 0,0% en Ecuador.

Luego, entre enero de 2020 y febrero de 2022 la inflación promedio mensual en nuestro país fue de 3,1%, 0,8% en Uruguay, 0,6% en Brasil, 0,4% en Chile y Colombia, 0,3% en Perú, y 0,1% en Ecuador.

Sin ningún “efecto guerra del exterior”, la inflación acumulada entre enero de 2017 y febrero de 2022 muestra a nuestro país muy por encima del resto: Argentina: 533,4%, Uruguay: 52,7%, Brasil: 30,1%, Colombia: 23,6%, Chile: 20,4%, Perú: 15,0%, y Ecuador: 2,0%.

La evidencia suscita, guste o no, preguntas inevitables e incómodas, respecto de nuestro país.

  • ¿Es casualidad que Argentina haya registrado una inflación entre 10 y 36 veces más alta que otros con metas de inflación?
  • ¿Es casualidad que países con efectivo control monetario y sin desbordes fiscales recurrentes tengan tasas de inflación permanentemente inferiores a las de Argentina?
  • ¿Es casualidad que el dolarizado Ecuador haya acumulado una inflación de apenas 2% en 6 años?
  • ¿No fue prematuro invocar la guerra en Ucrania ante la inflación de febrero pasado?
  • ¿Puede realmente tomarse en serio la “explicación” multicausal de la inflación para justificar controles de precios y de mercados, visiblemente inefectivos?

La guerra recién empezó en Europa. Su impacto inflacionario y eventualmente recesivo a nivel mundial se empieza a sentir, pero recién está en sus inicios. En el caso de nuestro país, el “efecto Ucrania” recién empezará a asomar a partir de la inflación de este mes, y por un período en principio incierto.

Lo que sí parece ser claro es que difícilmente se lo logre “aislar” con controles de precios y gravámenes a bienes exportables. Todo indica que si se persiste en atarse a enfoques totalmente equivocadas respecto de la inflación y sus casusas, el año 2022 puede terminando siendo una verdadera pesadilla para todos, y probablemente el próximo año electoral también.

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