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Estados Unidos- China: la tensión va a continuar

La llegada de un gobierno multilateralista, pro-medioambiente y en las antípodas de la intolerancia de Trump, no significa el abandono de prioridades básicas en materia de seguridad exterior, ni de las sanciones aplicadas a China en materia comercial.

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Héctor Rubini 04 diciembre de 2020

Por Héctor Rubini (*)

El 20 de enero Joe Biden asumirá como nuevo presidente de EE.UU. Los nombres de su nuevo gabinete indican un cambio significativo de su política exterior, de acuerdo a lo que se observaba en la campaña electoral. Las prioridades serían el giro del proteccionismo comercial al multilateralismo, el retorno a los organismos internacionales de los cuales se apartó EE.UU. en la era de Donald Trump y cierta distensión con la República Popular China. Pero no habría en este último caso un desvío significativo de la tónica dura seguida por Donald Trump.

El presidente saliente seguirá “mostrando los dientes” a Beijing hasta el último día de su gestión. Algo que tiene el total apoyo de la Cámara de Representantes que ya en julio había sancionado una ley (la “Holding Foreign Companies Accountable Act”) que prohíbe a empresas chinas a cotizar en bolsas estadounidenses si no cumplieron en los tres años previos con una ley específica en materia de auditorías (la “US Public Accounting Oversight Act”).Una decisión que apunta a excluir del acceso a fondos en los mercados estadounidenses a empresas que ya cotizan allí como Alibaba, y otras como la firma tecnológica Pinduoduo y la conocida petrolera PetroChina. Una ley que la American Securities Association recibió con inocultable euforia, sosteniendo que era necesaria para proteger a los estadounidenses de “empresas fraudulentas controladas por el Partido Comunista Chino”.

Además, la agencia de Aduanas y Protección de Fronteras (CBP) prohibió ayer las importaciones de algodón provenientes de la firma china Xinjiang Production and Construction Corps (XPCC) alegando que dicha producción proviene del trabajo forzado de musulmanes uigures en campos de “reeducación” (nombre oficial a prisiones que muchos caracterizan como simples campos de concentración). La sanción estaba en estudio ya desde julio pasado, y el de septiembre el organismo aduanero estadounidense había prohibido la compra de algodón, confecciones, artículos de peluquería y partes de computadoras, a otras cuatro empresas de Xingjiang

A diferencia de varias lecturas incompletas (de mínima) de algunos observadores, el triunfo de Biden no va a modificar nada de esto. Son decisiones que han contado con el apoyo de demócratas y republicanos en ambas cámaras del Congreso, y no hay elementos objetivos para esperar un pronto cambio. En otras palabras, el enfoque estratégico sigue siendo el de preservar el liderazgo tecnológico, militar y económico de EE.UU. La gran diferencia será el apartamiento de la política pendenciera de Trump, pero no mucho más. La llegada de un gobierno multilateralista, pro-medioambiente y en las antípodas de la intolerancia de Trump, no significa el abandono de prioridades básicas en materia de seguridad exterior, ni de las sanciones aplicadas a China en materia comercial. Las relaciones de China con Irán, Corea del Norte, Venezuela e incluso Rusia, estarán a diario en la mesa de trabajo de la administración de Biden. Y no habrá por qué esperar ningún “aflojamiento” en las relaciones con esos países, o sus aliados y socios comerciales o estratégicos.

El gobierno chino enfrenta, a su vez, un mundo poco complaciente. Cierto sentimiento anti Beijing ha emergido en varios países luego del inicio en Wuhan de la pandemia actual, y del tratamiento del mismo por parte de las autoridades chinas. El gobierno de Xi ha asimilado el golpe que significa ser señalado como el país de origen y expansión de un virus que sigue causando muertes a diario en todo el planeta, y está abocado a desarrollar una de las varias vacunas que se aplicarán en todo el mundo y a proveer toda la ayuda posible a países no desarrollados y desarrollados que se lo soliciten. Pero internamente no está dispuesto a abandonar prácticas de seguridad y espionaje interior que para no pocos países occidentales son componentes básicos de un terrorismo de Estado sin límites.

El gobierno chino tampoco va a dejar de sostener que es víctima de un trato discriminatorio injustificado. Pero en Estados Unidos, el establishment económico y político entiende que buena parte del desarrollo tecnológico y militar chino ha sido posible en las últimas dos décadas a expensas de EE.UU. El propio Biden sostuvo ante The New York Times que no va a levantar las sanciones y aranceles aplicados por Trump en su gestión a China, sin una previa revisión total de la situación, y sin la consulta previa a sus aliados estratégicos.

Para preocupación de Xi y su equipo de gobierno, el nuevo presidente de EE.UU. usó casi el mismo lenguaje de Trump al sostener que su política comercial se va a focalizar en las prácticas “abusivas” de China, incluyendo “robo de propiedad intelectual, dumping, subsidios ilegales a empresas” y transferencias poco claras de tecnología estadounidense a empresas chinas. Además, dejó en claro que no iniciará de inmediato ninguna renegociación de los actuales acuerdos comerciales con China, ya que eso significaría convalidar las afirmaciones de Trump en el sentido de que Biden va a ser “blando” con Beijing. Por el contrario, el nuevo presidente ha afirmado que se tomará todo el tiempo que sea necesario para lograr un consenso mínimo entre Demócratas y Republicanos respecto de qué tipo de política industrial necesitan los EE.UU. Más aún, sostuvo que su administración va a aumentar el gasto público en investigación y desarrollo, infraestructura y educación para competir mejor con China.

Queda, por tanto, más claro que antes: Biden no es pro-China ni lo será, y no tendrá una política complaciente con Beijing, y probablemente tampoco con quienes equivocadamente apostaron a forjar alianzas con el Gobierno chino. Alianzas que para varios países puede significar problemas con EE.UU. y otros. Podrá decirse que no fue ese el mundo entre 2000 y 2015, pero el mundo actual no es el de entonces, y la China actual tampoco. Y el futuro gobierno de Estados Unidos no parece dispuesto a abandonar ciertos lineamientos de la administración anterior, más allá de que su equipo y su impronta se encuentre en las antípodas de la intolerancia y de la pésima educación de Trump y de varios de sus seguidores.

(*) Economista de la Universidad del Salvador (USAL)

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