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El IPC no se toma vacaciones

En 2019, la inflación retornaría a la velocidad crucero previa a las corridas cambiarias.

15 febrero de 2019

Por Matías Carugati  Economista Jefe de M&F Consultora

Los precios tomaron impulso

Los minoristas aumentaron 2,9% mensual en enero, variación superior a la de diciembre. La estabilidad cambiaria y la reducción marginal en el precio de los combustibles no alcanzaron a mitigar los ajustes tarifarios y el encarecimiento de los alimentos. Las perspectivas a corto plazo estarán marcadas por las sucesivas rondas de aumentos tarifarios, por el resultado de las paritarias y por la dinámica cambiaria que, a su vez, promete estar atada al escenario electoral (y las encuestas). El sesgo contractivo de la política económica y una demanda débil (aún cuando habrá reactivación en 2019) son factores que harán contrapeso. Apenas comenzado el año, las proyecciones de consenso apuntan a una notoria desinflación, ya que la inflación anual bajaría de 48,7% en 2018 a 29% en 2019, aunque las estimaciones tienen dispersión (2,9%) y muy posiblemente vuelvan a corregirse al alza.

La “tariflación”, a pleno

Los precios regulados volvieron a encabezar la lista de aumentos en enero, al dispararse 3,4% mensual, impulsados por la suba en transporte y comunicación. Por su parte, los precios libres aumentaron 3%, cortando con la desaceleración de los últimos meses. Este rubro, que marca en cierto modo la tendencia inflacionaria, sigue ajustándose a un ritmo superior al que traía previo a las crisis cambiarias de 2018 (promedio mensual de 1,7% entre enero-2017 y abril-2018), dificultando el camino hacia delante. Precisamente, a pesar de que la macro continúa estabilizándose, los precios libres sufrirían un salto debido al encarecimiento de la carne (las condiciones climáticas afectaron al ganado y aumentaron los insumos). Además, en febrero se concentran varios aumentos de precios regulados, dándole otro envión al IPC (aportarían más de 1 punto a la variación total). Los rubros estacionales podrían compensar un poco, ya que en febrero típicamente registran poca variación de precios.

El ritmo de la inflación en 2019 estará marcado por etapas

Una primera fase llegará hasta abril/mayo, y estará caracterizada por los aumentos de precios regulados. Las subas en transporte, gas, luz, prepagas y combustibles le pondrán un piso alto a la inflación (no menor a 2,5% mensual). De mayo en adelante, la dinámica de los precios podría verse afectada por los aumentos salariales (si las empresas trasladan costos o resignan margen) y, sobre todo, por los movimientos del dólar. La tranquilidad cambiaria continúa, pero una vez que comience de lleno la carrera electoral y empiecen a circular encuestas la situación podría cambiar. Las expectativas de mercado parecen reflejar la idea de un año por etapas, con continuidad de una depreciación moderada. Por caso, se espera una inflación mensual promedio de 2,5% hasta abril, 2,2% en mayo y 2% para junio y julio, con el tipo de cambio aumentando a razón de $1 por mes. La inflación retornaría así a la “velocidad crucero” que sostenían previo a las corridas cambiarias del año pasado.

Las expectativas apuntan a un 2019 con desinflación

La mirada de consenso sostiene que los precios finalizarán diciembre con un aumento de 29% anual, habiéndose elevado esta proyección en los últimos dos meses. Simulaciones sencillas en base a un modelo de inflación de costos indican que las correcciones podrían continuar. En un escenario base, con supuestos razonables para depreciación (27% anual según REM), aumento salarial (35% punta a punta, consistente con paritarias razonables más el efecto de aumentos escalonados y de las cláusulas de revisión) y precios regulados (aumento de 42%, igual al 2017 ?último año electoral?), la inflación tendría un piso del 30% anual (dependiendo de la variante del modelo). Se trataría, en cualquier caso, de una desinflación de más de 15 puntos. De todos modos, alcanzar tasas de inflación de un dígito llevará tiempo. La necesidad de seguir corregiendo precios relativos hace que la desinflación deje de ser exclusivamente un problema de coordinación, sumando un problema distributivo. Avanzar de forma gradual, como han hecho la mayoría de los casos exitosos, parecería ser la mejor alternativa para minimizar el “ratio de sacrificio” (léase, el costo de la desinflación).

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