El Economista - 70 años
Versión digital

mar 07 May

BUE 19°C
Escenario

¿Qué hacer con el Estado y la Gestión Pública? Análisis de las propuestas electorales

Social democracia (Bullrich), neoliberalismo (Milei) y populismo (Massa): todos intentos disruptivos y pendulares que construyen, destruyen y reconstruyen alternadamente desde hace décadas la gestión pública y el Estado, sin visión compartida de futuro.

Casa Rosada
Casa Rosada .
Isidoro Luis Felcman 18 octubre de 2023

Una pregunta que la sociedad y los candidatos se hacen y tratan de responder. Las preguntas pueden sintetizarse en dos: 1) ¿cómo debe hacerse la gestión pública?, y 2) ¿quién debe hacer la gestión pública?

Respecto del "como", hay 2 alternativas: a) lo público debe ser gestionado por leyes y no por personas, garantizando de esta forma la imparcialidad en la toma de decisiones y la igualdad ante la ley; b) la mejor solucion es "romper las reglas" (que traban la acción) y eso lo deben hacer funcionarios emprendedores, creativos, innovadores, con empoderamiento para cambiar lo existente, mediante una gestión por objetivos y resultados.

Respecto del "quién", también hay dos alternativas: a) los servicios públicos deben ser prestados por organizaciones estatales administradas por burócratas profesionales, y b) los servicios públicos deben ser provistos por la actividad privada, bajo la creencia que la empresa privada gestiona con mayor eficiencia y que, cuanto mejor la va a la empresa privada, mejor le irá a la comunidad, que disfrutará de más y mejores servicios.

Estas dos variables (qué y cómo) se pueden cruzar, dando origen a cuatro grandes paradigmas sobre la gestión pública y a cuatro modelos diferentes de liderazgo. Entenderemos paradigma como "visión del mundo" y al liderazgo, como la habilidad que tiene un individuo para influenciar, motivar y habilitar a otros y, de esa forma, contribuir a la efectividad y el éxito de las organizaciones / sociedades a las que pertenecen.

El paradigma jerárquico es aquel donde el interés colectivo se supone bien representado por organizaciones estatales y las reglas deben ser estrictamente observadas y cumplidas. Los funcionarios son vistos como guardianes de los bienes públicos y su legitimidad proviene del cumplimiento de la ley y las aspiraciones de políticos elegidos democráticamente. Se los denomina líderes de mayordomía (stewardship), en alusión a los mayordomos que cuidan el cumplimiento de las reglas de una casa.

En el paradigma individualista, se cree que la libertad individual es el valor fundante de los colectivos humanos. De esa forma el ser humano es capaz de desarrollar todas sus potencialidades, generando innovaciones destinadas a enfrentar nuevos problemas, superarlos y contribuir de esta forma al progreso colectivo. Se cuestiona la eficiencia del Estado, porque las empresas privadas están en condiciones de desempeñar con mejores resultados lo que las organizaciones públicas hacen mal. La privatización de servicios públicos y la desregulación de los mercados son la consecuencia más visible. Aun así, para los servicios que subsistan bajo la órbita del Estado, se promueve a los lideres emprendedores (entrepreneurs) que deben gestionar innovativamente. Lograr mayor efectividad en los servicios públicos depende de la creatividad y dinamismo de líderes fuertes e individualistas, que no se sienten restringidos por el peso de la tradición o las reglas formales.

El paradigma fatalista, está habitado por quienes se sienten sujetos a un marco regulatorio intrincado y que, por ello, no se involucran en los asuntos públicos, dejando todo en manos de una "elite gobernante" que, por falta de control ciudadano, termina corrompiéndose y disputando institucionalmente el poder para acceder a sus beneficios, defendiendo intereses espurios muchas veces disfrazados bajo el rótulo de la justicia social y "la defensa de los que menos tienen". El Estado no es gobernado por burócratas profesionales sino por militantes adictos, que refuerzan permanentemente sistemas poco transparentes en el reparto de recursos. El interés colectivo es sustituido por el interés partidario, generando dentro y entre las organizaciones públicas situaciones políticamente caóticas; una especie de "anarquía organizada" que para la gente termina en fatalismo: "que sea lo que el destino quiera". La multiplicación de cargos públicos y su reparto como botín político, es otra práctica que alimenta el estado de anarquía organizada.

En general no es fácil aceptar la existencia de esta visión en el mundo de las organizaciones y la gestión estatal. El fatalismo, es visto como antiorganizacional y, en este sentido, no estamos hablando aquí de organizaciones que circunstancialmente "perdieron el rumbo" u operan en contextos de crisis y caos, sino de organizaciones cuya lógica de diseño obliga a operar en permanente condición de conflicto e incertidumbre. La "anarquía organizada" es un caos que es intrínseco y fundante: las organizaciones son consideradas "arenas de resolución de conflictos" entre diferentes actores, que persiguen fines diversos y opuestos entre sí, que sostienen valores contradictorios y prácticas no ajustadas a similares reglas de juego. Los líderes para esta visión son del tipo "autoprotectivo": persiguen sus intereses individuales, están centrados en sí mismos, son egoístas y poco comunicativos de sus intenciones, son permanentes generadores de conflictos, deliberadamente orientados a culpar a los demás y "salvar su pellejo" frente al peligro. En algunos casos siguen la lógica de crear enemigos reales o artificiales contra los cuales dirigir sus críticas ("por culpa de ellos estamos así") y de este modo legitimar ideologías, reforzar consignas y creencias, justificar políticas y prácticas.

En el paradigma igualitario, las creencias básicas pasan por suponer que existen lazos sociales e intereses compartidos entre los miembros componentes de una sociedad, pero con mínimas reglas. A nivel de las organizaciones predomina el estado de asamblea permanente y para las cúpulas políticas las propuestas apuntan a "grandes acuerdos nacionales", "gobiernos de coalición", "encuentros para el dialogo nacional" "establecimiento de políticas de Estado". Esto requiere de estadistas, líderes visionarios y articuladores, capaces de generar participación, convocar a la sociedad en términos de grandes proyectos comunes, escuchar opiniones y puntos de vista diferentes y desarrollar procesos de negociación/acuerdo tendientes a la resolución pacífica de conflictos y a alcanzar visiones compartidas de futuro.

¿Dónde se ubican las propuestas electorales en este esquema conceptual?

Javier Milei adhiere a la visión individualista. La clave es liberar las fuerzas del mercado y confiar que una "mano invisible" generará el equilibrio. La libertad de decisión y acción debe ser irrestricta y, para ello, es necesario bajar impuestos, eliminar trabas burocráticas y promover incentivos para alentar el emprendimiento empresario. Suponen que la riqueza así creada, será luego "derramada" espontáneamente sobre el resto de la sociedad. Se propone un Estado mínimo encargado de brindar seguridad, defensa y justicia, desregulando, privatizando y concesionando todo lo que pueda ser realizado por la actividad privada. Esto ya lo experimentamos en el neoliberalismo menemista de los 90, pero esta vez, el planteo de derecha es más extremo y ortodoxo.

Patricia Bullrich adhiere a una visión jerárquica y funda su propuesta en el "orden para siempre". Salir de la actual anarquía organizada, fortaleciendo una institucionalidad estable, con menor intervención estatal en el ámbito económico y previsibilidad de largo plazo para las decisiones empresarias de inversión, en un ambiente económico estable y un entorno social ordenado. Esto significaría un punto de partida dentro de la visión jerárquica ("orden") y un tránsito progresivo hacia el individualismo, sin llegar al posicionamiento de extrema derecha, con el Estado como garante de la paz social y la institucionalidad de largo plazo ("orden para siempre"). Si bien es utilizada por el candidato Juan Schiaretti, la frase de Willy Brandt "más mercado donde sea posible y más Estado donde sea necesario", quizá resume la propuesta de Bullrich, más cercana a una Economía Social de Mercado.

Finalmente, Sergio Massa pretende fundar su propuesta en el abandono de la actual anarquía organizada, con garantía de derechos (ya adquiridos y nuevos) y oponiendo a las fuerzas del mercado una fuerte intervención estatal que promueva el equilibrio en favor de las clases populares. Ahora bien, ¿salir de la anarquía organizada con que dirección? ¿El orden y la institucionalidad o la participación y los consensos? ¿Las últimas propuestas de conformar un gobierno "de unidad nacional", apuntan a una visión compartida de futuro, o a una nueva ronda en el reparto de espacios de poder?

Reflexión final: más allá de las consignas, hay una visión ideológicamente fundada en los consensos o el péndulo de la historia parece nuevamente instalarse en este momento de la política. Social democracia, neoliberalismo, y populismo: todos intentos disruptivos y pendulares que construyen, destruyen y reconstruyen alternadamente desde hace décadas la gestión pública y el Estado, sin visión compartida de futuro. Ninguno de ellos sostenido con coherencia basada en los consensos y mirando hacia un mismo horizonte, lo cual requiere: visión compartida de futuro, acuerdos políticos básicos, permanencia en el rumbo, institucionalidad de largo plazo y flexibilidad de trayectoria.

Como dijo hace unos días Carlos Páez Vilaro (h) (protagonista de la tragedia/epopeya de Los Andes) en un reportaje radial: "Si los argentinos no se juntan, son boleta. Así como están, cada uno por su lado, se autoimponen cruzar una cordillera más alta de la que nosotros tuvimos que atravesar para volver a vivir".

En esta nota

Seguí leyendo

Enterate primero

Economía + las noticias de Argentina y del mundo en tu correo

Indica tus temas de interés