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El pozo

Los conducidos percibimos el eterno retorno. Mismos problemas, cada vez mayores.

Alberto Fernández visitando una clase de aquagym en la localidad bonaerense de Tortuguitas.
Alberto Fernández visitando una clase de aquagym en la localidad bonaerense de Tortuguitas.
Carlos Leyba 18 marzo de 2022

“Desde el fondo del pozo, el cielo se ve chiquito”. Sabiduría china. 

Todos, en el pozo, estamos recortando a girones nuestra esperanza colectiva. 

Ese deshilachamiento del futuro es una enfermedad social gravísima que se multiplica cuando la realidad nos empuja cada vez más abajo; y nadie nos alumbra una salida.

“La política” es alumbrar una salida. Sin embargo, los que hacen política, los que llenan los medios, solo hablan del pasado y del presente. Pero cuando hablan del presente lo hacen en términos del pasado: no sobre cómo salir al futuro.

Su pensar está al margen de la historia tal como la entendemos. Es decir como una línea que tiende al infinito: lo que realmente importa es lo porvenir. 

Los políticos en Argentina, los comunicadores, apelan a la circularidad, al eterno retorno, que es la perfecta representación de la inmovilidad. 

Que es lo que percibimos los conducidos. Un país inmóvil

Con los mismos problemas, cada vez mayores. 

La repetición monocorde de las mismas críticas y ni una sola propuesta entusiasmante para salir del pozo. 

Mientras la inacción o las acciones irracionales, cavan dentro del pozo.

La realidad económica, con el indicador que la queramos medir; la realidad social, simplemente con mirar alrededor de las grandes ciudades o la turbulencia de los acampes; la realidad política, cuando los escuchamos hablar; esa fragmentación de la misma realidad converge en una misma dirección: el pozo. 

“Los hermanos sean unidos”. Lo sabemos desde las primeras letras y, sin embargo, no sólo la coalición gobernante junto a la opositora, ambas, invierten horas en agigantar la grieta entre ellas, sino que ahora, cuando las papas queman, en todos los órdenes, el oficialismo está cavando una grieta irracional dentro de su Gobierno. 

Confesión de la vocera del Presidente: la jefa del espacio político que lo instaló en la Casa Rosada no le contesta los llamados al Presidente. Evidencia el nivel –de responsabilidad, moral, educación, etcétera– de las personas involucradas (las tres) y la caída acelerada en el pozo al que nos arrastran a todos. 

Un país con el nivel de pobreza, de inflación, de inseguridad, de estancamiento, de fuga de capitales, que crece desde hace décadas, no puede ser conducido con esta frivolidad. 

La de los que tienen los atributos del poder y de los que, en principio, se lo disputan. 

Mientras Alberto juega a atajar penales en la playa o baila una coreo en una pileta de señoras que hacen aquagym, el expresidente y pretendido líder de la oposición, viaja a Italia a jugar un campeonato de cartas. Aclaro que Macri pretende ser “político”, es decir señalador de rumbo, pedagogo del futuro, conductor del Estado. Eso obliga a trabajar a tiempo completo. 

Claro, él está en la oposición y no es comparable la responsabilidad del que hoy conduce. Pero los hechos hablan del amateurismo infinito de los que mandan. Así nos va.  

¿O sobra tiempo para estudiar los problemas y discutir las soluciones, aunar voluntades, conquistar solidarios? ¿Da igual estar y hacer, que no estar y no hacer? Vale para todos.

Porque todos, de una u otra manera, son y somos autores de esta herencia. Veamos y sólo para detenernos en lo que va de este siglo.   

Sin ninguna duda que la herencia del menemismo y de la Alianza, por el breve tiempo que le tocó, ha sido hasta ahora imposible de levantar. 

Ese modelo implosionó al comenzar el Siglo XXI y transcurridas dos décadas aún estamos navegando un estado de default. 

Nos dejaron los resabios de una deuda externa que aún hoy nos persigue, una explosión social que aún nos condiciona y nos humilla, un deterioro de la capacidad del Estado que hace muy difícil gobernar. 

Ninguna de esos tres condicionantes básicos -la deuda externa, la deuda social y el deterioro de la capacidad del Estado (y de la política)- se ha revertido. 

Si miramos la Argentina profunda, lo que nos determina, es la impotencia del Estado y de la política para saldar la deuda social y superar el condicionamiento de la deuda externa. 

Nada nuevo desde que amaneció el Siglo XXI.  

La década más generosa de nuestra historia, en términos de explosión de los precios de las materias primas en las que somos de los mejores del planeta, que gozó la década de gobierno del kirchnerismo, no sólo no logró revertir una sola de las causas profundas de nuestras desgracias sino que nos generó la base de la profundización de los males. No la base de la superación de los males. 

¿Acaso más empleo productivo, acaso Estado más eficiente, acaso acumulación para sostener derechos? No. 

No es sensato “más empleo” aunque sea improductivo o “más Estado” aunque sea ineficiente o acaso una “declaratoria de más derechos” pero con menos acumulación que realmente pueda sostenerlos. 

Pero, no es menos cierto que el Gobierno del PRO no sólo profundizó los males de arrastre sino que le agregó al pasivo argentino la suma de US$ 90.000 millones de deuda pública externa en 4 años. En diciembre de 2015 la deuda externa era de US$ 73.000 millines y en diciembre de 2019 sumaba US$ 163.000 millones. 

Con los datos oficiales (Mecon,BCRA, Indec), Marina Dal Poggetto, en "Tiempo Perdido" (pag. 281), de cuya seriedad e independencia política nadie duda, computa que la “deuda pública de mercado en dólares” más la deuda en dólares con “Organismos Internacionales” y la suma en dólares de deuda acumulada por Macri es una herencia extremadamente compleja y difícil de levantar. 

El Siglo XXI, desde el default de Adolfo Rodríguez Saá en 2002, renegociaciones de deuda, riesgo de default con Mauricio que lo llevó al auxilio del FMI, han sido el escenario permanente de la deuda externa; compartido por la deuda social, a la que no se le puede declarar un default o renegociarla. 

Nuestro dilema es tener que resolver con promesas de pago futuro la deuda externa y al mismo tiempo tratar de asegurarnos que esas promesas de pago no se conviertan en el default de la deuda social que haría del país un territorio irrespirable. 

Son años de errores acumulados. La historia es una línea de tiempo proyectada hacia el futuro. La política argentina, los que la hacen, tiene molicie de futuro y esa ausencia de pensamiento y acción no es sin consecuencias. 

La consecuencia es que los males del pasado se acumulan y agobian al presente. Las deudas. 

Pero hay algo detrás. Con fundamento estadístico, desde hace muchos años hemos construido (tal vez por ignorancia, por ese apego a las “modas” o por ese apego que Jorge Luis Borges llamaba “los que creen que el sol y la luna están en Europa”, en “El tamaño de mi esperanza”, 1926) una suerte de cultura política que deserta de pensar en el país real y posible. 

Reconstruir la confianza en el Estado, en su capacidad de administrar el bienestar colectivo, es una prioridad política indiscutible. ¿Cómo? 

Cuando se inició esta gestión propuse un acto fundacional. El compromiso de las cabezas de los tres poderes del Estado a nivel nacional, provincial y municipal, de las cabezas de las fuerzas políticas de la oposición, de congelar por 10 años todos los cargos a los que el Estado, con los impuestos ciudadanos, sostiene. 

Una medida difícil, pero simple. Sin costos inmediatos pero con una rentabilidad social gigantesca. La caída vegetativa del número de salarios públicos sería colosal. Tenía antecedentes. 

Fundamentalmente del mismo origen político de la gestión que se iniciaba. Cuando Juan Perón asumió la presidencia en 1973 en uno de sus tantos discursos dijo, ante lo que consideraba la super población del Estado, que cuando fue derrocado la Casa Rosada tenía 300 empleados y cuando volvió 18 años después tenía 3.000. 

No es ajeno a su visión de la política que, en 1972 -antes de asumir-,  la Administración Nacional tenía 506.000 personas y en 1974 –cuando su Gobierno había concluido– tenía 482.000. Lo más progresista siempre es administrar para el Bien Común los recursos del Estado. 

Luana Volnovich y su pequeño ejército de nuevos empleados en el PAMI no es la excepción de este Gobierno ni de todos los gobiernos que la preceden. 

La respuesta política a la crisis de empleo en la Argentina no es crear trabajo productivo sino encontrar “soluciones ad hoc”. 

En algunos casos empleo público aunque no se reúnan las condiciones o sea necesario y en otros casos multiplicar los planes.  

Hace muchos años que “gobernar es crear trabajo productivo” no es una consigna política. 

Muchos años en que los gobiernos no comprenden que “crear trabajo” significa atraer y conquistar inversiones. Y que las inversiones requieren zanahorias. Pero no solamente zanahorias. Porque uno ingiere sólo aquello en lo que tiene confianza. 

Y la confianza se construye sobre la base del respeto a uno mismo, a las normas, a los demás.

Repartir de esa manera salvaje cargos públicos, tirar planes a la marchanta, es una falta de respeto a la dignidad de los beneficiarios y al conjunto de la sociedad que contribuye con los impuestos a sostenerlo.

Esa manera de entender al Estado, como una canongía, es lo que más daño hace a las ideas del Estado de Bienestar que, para los que lo ignoran y para que los niegan, mientras duró, logró el pleno empleo, la pobreza al 4%, entre 1964 y 1974 un crecimiento entre puntas al 8% anual y que la industria realizara el 25% de las exportaciones.   

Cuando serrucharon esa línea histórica que nos llevaba hacia el futuro, el Rodrigazo, la Dictadura, el menemismo, nos metieron en el pozo de la economía para la deuda externa y para la deuda social, del que no podemos salir con una dirigencia política que ataja penales en la playa, baila coreos en las clases de aquagym, juega a las cartas o vota para que caigamos en default.

Con esos antecedentes, con una inflación que no alcanzó su máximo, hoy Fernández comienza su guerra contra la inflación. 

Para tener éxito toda guerra requiere de un Plan y un comando unificado. 

El y Guzmán creen (comparto) que la inflación es “multicausal”, es decir, no son sólo los precios. ¿No? ¿Cuál es el plan?

Pero, ¿no tendría que terminar primero la guerra interna? 

Sin plan integral y sin comando unificado, la guerra será cavar en el pozo.

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