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El efecto morsa

En el Efecto Morsa, Mauricio y Cristina son, cada uno, uno de los extremos. La morsa aprieta a lo que está en el medio. El costo del Efecto Morsa, como respuesta al hecho catastrófico (el atentado), es el desvanecimiento de las verdaderas vocaciones dialoguistas. Adiós a los sensatos.

Cristina y Mauricio podrían pasar al diálogo.
Cristina y Mauricio podrían pasar al diálogo.
Carlos Leyba 16 septiembre de 2022

El atentado que sufrió Cristina configura un momento catastrófico que, en materia social, alude a lo imprevisible. 

Para un momento catastrófico no está disponible modelo alguno que permita pronosticar sus consecuencias que son importantes, como el cambio de estado, y habitualmente son extremas. 

Ejemplo: un perro enfurecido corre a atacarnos y puede ocurrir que nos muerda o que, en la carrera, gire y salga huyendo con la cola entre las patas. 

Un momento catastrófico porque es imprevisible lo que habrá de ocurrir. Puede ser una cosa o todo lo contrario. El agua al hervir se convierte en gas. Un cambio de estado inimaginable un segundo antes.

Es imposible prever la consecuencias. La expectativa habitual, que temporalmente sigue al hecho catastrófico, es que lo que viene no será una simple proyección lineal del presente. Un cambio: “Algo va a pasar”. 

Todos intuimos que algo “distinto” va a pasar. Un punto de quiebre en la trayectoria. Veamos

Cristina Fernández, luego del atentado, pronunció un discurso ante un grupo de curas villeros y religiosas. Señaló que está pasando un momento místico de alta religiosidad cristiana. Seguramente sanador. 

Pidió, remedando a Francisco, que recen por ella. 

Tal vez sea un punto de quiebre. Pero, por sus recientes palabras, no se trataría de un quiebre para cambiar la mira del pasado para ser capaz de reconocer que las palabras de odio y las acciones de violencia deshumanizantes, de su admirada “juventud maravillosa”, materializaron, de manera organizada, el asesinato de muchos ciudadanos comunes, dirigentes políticos y sindicales y -entre ellos- a quien, sin duda, fue el hombre más próximo a Juan Perón en 1973. Vuelvo a recordar el magnicidio, en democracia, de José Rucci. Esos sí que -como de otros dice CFK- suprimían al que pensaba diferente. 

Cristina no recuerda esa violencia que sí vivió y  que eligió como suyos a montoneros y a los que celebran aquella siniestra violencia que ensangrentó al país antes del genocidio de la Dictadura. 

En lugar de reconocer la historia que realmente nos pesa, prefirió hacer historia con la violencia del también fallido atentado a don Hipólito Yrigoyen en 1929. 

Le acercaron el diario de sesiones de 1930 cuando un senador radical asignó el atentado a la deriva de las palabras de odio del diario Crítica. Los colaboradores no le dijeron que el atentado lo cometió un anarquista, uno más de los muchos de la década del 20. Le pasan letra y - como decía Monseñor J. Laguna - habla de corrido con pocos datos. Este fue el caso. 

En este discurso lanzó una idea de diálogo centrado en la economía, acerca de su “tesis” que la causa de la inflación es no tener moneda (sic). Sostuvo que se puede hablar “de economía porque son números” y no ideología. Dialogar de economía. 

Citó a José Mayans como consejero. El senador es el que dijo ”si quieres la paz, termina con el juicio de Vialidad”.  

Entonces el giro que en Cristina generó el atentado, digamos la consecuencia catastrófica, fue uno de 360º. En esa tenida mística demostró dulcemente que no dejó de ser la misma. 

Sin embargo muchos periodistas e intérpretes avezados de la política, han dado a conocer que Cristina, a través de Adolfo Rodríguez Saa -por otra parte presente en la ceremonia mística- está procurando un encuentro de “amor y paz” con Mauricio. 

El contacto es a través del senador José Torello, amigo de la infancia de Macri. 

La información surge del bunker de Mauricio. Las palabras de CFK en el senado vienen a confirmar la especie.

Cristina y Mauricio podrían pasar al diálogo. Ya lo tienen indirecto. 

Cristina y Mauricio cada uno son  los jefes del núcleo duro del oficialismo y de la oposición. 

Cristina y Mauricio son, ambos, los dirigentes políticos con mayor porcentaje de rechazo, la mayor negatividad posible, en la opinión pública y creo, ambos, los de mayor negatividad de la historia de esta democracia. 

Ambos no lideran a la mayoría de los dirigentes de sus espacios. Mas bien la mayoría se resignan.

Cristina, con lo poco que tiene, paraliza y mantiene en silencio a todos los dirigentes del peronismo originario que podrían, juntos, enfrentarla y rescatar un escenario mejor para todos.

Mauricio, con lo poco que tiene, ha logrado subdividir a quienes no lo siguen -dentro de la oposición- en una enorme cantidad de compartimentos estancos. 

Para ser realmente “cacique” de una tribu y en política es exactamente igual, es imprescindible que “el cacique” de la tribu enemiga te reconozca como tal.

Nadie duda que Cristina es cacique del Frente de Todos. La sostienen todos los que no son peronistas, los “infiltrados con alta renta”, que son los grupos más activos dentro del Frente; lo hacen a regañadientes los peronistas de origen, porque entre ellos se les hace difícil encontrar uno con las condiciones de mando. 

Los peronistas con más condiciones de mando que se han puesto en evidencia, son  Juan Schiaretti, pero no parece estar convencido de cuál es la tribu de la que podría ser cacique; o Miguel Pichetto, que emigró a la tribu enemiga convencido que en el Frente nadie lo seguía; o Omar Perotti que está atrapado en la provincia narcotizada; nadie cree que los amigos de Fernández puedan levantar vuelo con alas propias dado el peso muerto que el mismo Alberto representa. Por lo que se ve no hay en ciernes otro cacique que Cristina en el Frente. 

La operación Torello, que todo parece señalar que es real, tiene como propósito instalar nuevamente a Mauricio como cacique ungido por Cristina. De eso se trata básicamente. 

“Cristina quiere hablar con Mauricio” quiere decir que no quiere hablar con otro. Los demás no son jefes, Cristina dixit. 

Muy fuerte y una obra astuta de Macri. 

Es que Mauricio para ser cacique, con tantos aspirantes, necesita ser reconocido por Cristina para desplazar a los demás sin decirlo. Por eso tiene que dar una señal en esa dirección. 

El libro en ciernes y el lanzamiento periodístico, con dos notas editoriales de los principales medios de la oposición, es el espaldarazo que Macri necesitaba para reinstalarse como candidato por lo menos del PRO. 

Y poner en jaque a toda la coalición. 

Si no hay PASO, rasgadura pública de vestimenta, indignación y gritos, pero esta movida lo acaba de poner a Mauricio en el lugar que las de Horacio Larreta y Patricia Bullrich le trataban de quitar.

Para Carlos Pagni, el analista político de mayor influencia en los medios, en el mundo empresario y de mucho peso en la política, esta movida de diálogo, entre Cristina y Mauricio, es un hecho auspicioso derivado del hecho catastrófico. 

El diálogo abierto o incentivado, para lo económico según Cristina o con una agenda de cinco puntos para Mauricio, es para Pagni la señal necesaria porque, si los extremos empujan, todo lo que está en el medio se ve compelido a dialogar. 

En ese planteo de lo catastrófico habría surgido la posibilidad del diálogo. 

Pagni habla con la gente de Macri y seguramente con contactos de Cristina. 

Pero esta operación podría ser todo lo contrario. Es decir, puede ser el Efecto Morsa. 

La morsa tiene dos extremos. Uno que es la resistencia y otro que es aquél en que se aplica la fuerza.

Jorge Gardella, el verdadero autor de "Petróleo y Política" de Arturo Frondizi, me enseñó en el Colegio que en política no se puede hacer presión sobre lo que no tiene resistencia. 

En el Efecto Morsa, Mauricio y Cristina son, cada uno, uno de los extremos. 

La morsa aprieta a lo que está en el medio. 

En buen romance, el diálogo, el reconocimiento de que ellos son los caciques, que este planteo de diálogo -se concrete o no- genera, es que todo lo que está en el medio será aplastado. 

El costo del Efecto Morsa, como respuesta al hecho catastrófico, es el desvanecimiento de las verdaderas vocaciones dialoguistas. 

Adiós a la sensata aspiración de Horacio Rodríguez Larreta de gobernar con el 70% de apoyo para legitimar el largo plazo de un consenso programático. 

Y seguramente adiós a los peronistas de origen del Frente de Todos que pueden aspirar a conducir un consenso programático de largo plazo. 

Convengamos que el Efecto Morsa era lo menos previsible a posteriori del atentado. 

Pero tal como se configuran los primeros días, los dichos de Cristina en el discurso con los curas villeros, la versión que puso en marcha el senador Torello que ocupó a todos los medios, son señales que algo de verdad hay en ese run run. 

Y esa verdad del Efecto Morsa es una de la menos auspiciosas consecuencias del hecho catastrófico: es la prórroga de la disputa entre las dos personas más tóxicas de la política argentina. 

Cristina, ante los curas y religiosas, dijo -sin el menor pudor- que los años felices de la Argentina los vivimos bajo los 12 años de la gestión K. Y Mauricio, a no dudarlo, en su nuevo libro sostendrá que todo lo que hizo, lo hizo bien pero con menor velocidad y menor intensidad que lo necesario. 

Difícil de creer tanta capacidad de negación. Le negación, en definitiva, es el gran disparador del Efecto Morsa que procura destrozar el sentido común de la mayoría de los dirigentes que pretenden desintoxicarse de los desvaríos de Cristina y Máximo que, por algo, concitan tanto rechazo.

Pero no es lo peor. Hay algo más. El atentado fue el escenario donde reapareció Mario Firmenich publicando su Programa del peronismo montonero. Firmenich sostiene que el atentado es el prólogo de la guerra civil en Argentina. Y ese atentado es la consecuencia del odio de los medios y de la oposición y por supuesto de la guerra judicial. 

Para evitarla hay que suprimir las causas: medios, oposición y justicia. Lo mismo que en los '70. Y poner en marcha “su programa”.

Pato o gallareta, el hecho catastrófico aquí no mueve el amperímetro. 

Hacerle lugar al consenso democrático para el desarrollo no necesita de cimbronazo o hecho catastrófico, sino que se trabaje la amistad política para pensar y comprometer un programa de desarrollo que rompa la inercia decadente de medio siglo. 

El Efecto Morsa es todo lo contrario: es aplastar a los sensatos.

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