Aunque ya ha pasado casi un mes desde las elecciones presidenciales en Venezuela, la polémica no se detiene: este jueves, el Tribunal Supremo de Justicia ratificó la victoria del presidente Nicolás Maduro.
Pese a las acusaciones de fraude, el Tribunal Supremo revisó el material de la autoridad electoral y confirmó que está de acuerdo en que Maduro ganó las elecciones.
"Los resultados de las elecciones presidenciales del 28 de julio publicados por el Consejo Nacional Electoral, donde Nicolás Maduro fue elegido presidente de la República, están validados", consideró la presidenta del Tribunal, Caryslia Rodríguez.
Además, la magistrada remarcó que la decisión no puede ser apelada, más allá de que la oposición haya publicado en línea lo que dice es el 83% de los recuentos de las máquinas de votación, en donde Edmundo González habría obtenido el 67% de los votos.
Así, poco a poco, parece que la permanencia de Maduro en el poder se reafirma, si bien, a diferencia de otras oportunidades, hasta sus aliados dudan de su victoria.
Por cierto, el mejor ejemplo de esto es el del presidente de Brasil, Lula da Silva, quien consideró que Maduro le debe al mundo una explicación sobre lo que sucedió en las elecciones.
"Todavía no reconozco su elección, y él sabe que le debe una explicación a la sociedad brasileña y al mundo. Los datos tienen que presentarse de forma fiable", instó Lula.
Además, reconoció que "las relaciones entre Brasil y Venezuela se han deteriorado porque la situación política en Venezuela se ha deteriorado".
Cabe recordar que, aun cuando existen cortocircuitos entre Lula y Javier Milei, y en otra prueba de la crisis entre Maduro y Lula, Brasil también aceptó representar a Argentina en Venezuela tras la drástica decisión de Maduro de expulsar a los diplomáticos de los países que lo acusaron de cometer fraude.
Por ello, ante la tensa situación, e intentado proyectar qué sucederá en Venezuela y el resto de la región, El Economista dialogó en exclusiva con Tomás Múgica, politólogo y profesor de la UCA.
-¿Cuál es la actual estrategia de Brasil respecto a la crítica situación en Venezuela?
Creo que el Gobierno brasileño está intentando mantener algún nivel de interlocución, un canal de diálogo con el Gobierno venezolano.
De esa manera se sitúa en una posición intermedia entre los países que rechazan abiertamente a Maduro, que no reconocen el resultado de la elección, como es el caso de Argentina, y aquellos que lo respaldan, como Rusia, China o Cuba.
Al pedirle al Gobierno venezolano que publique las actas, y al mismo tiempo proponer alguna salida alternativa, como la celebración de nuevas elecciones, vemos un posicionamiento que responde, por un lado, a la orientación ideológica del gobierno de Lula, que tiene una trayectoria de amistad con Venezuela y con el chavismo, pero también responde a una mirada de más largo plazo de la diplomacia brasileña, que tiene que ver con intereses concretos y con el posicionamiento de Brasil en la región.
Brasil tiene una serie de preocupaciones concretas respecto a Venezuela, país con el que comparte más de 2.000 kilómetros de frontera y que ha recibido más de 500.000 migrantes venezolanos.
Esa es una preocupación que se agrava por la cercanía, ya que un escenario de mayor inestabilidad podría generar una nueva ola migratoria venezolana en la región.
Y, pensando en un horizonte temporal a largo plazo, el Gobierno brasileño también está preocupado por un escenario de inestabilidad que se prolonga en el tiempo y que abre posibilidades para una mayor injerencia de potencias extrarregionales, algo que Brasil obviamente mira con mucha desconfianza.
La intervención de países como Estados Unidos no es un escenario probable en este momento, pero ciertamente la continuidad de la inestabilidad genera mucha incertidumbre al respecto.
-¿Cómo evalúa el accionar del Gobierno argentino respecto a la crisis?
La posición frente a la crisis venezolana es clara y contundente: como sabemos, reconoció el triunfo de González Urrutia, además de que se asiló durante meses a opositores en la embajada nacional en Caracas.
Esto se explica fundamentalmente por la orientación ideológica del Gobierno y por las convicciones ideológicas de Javier Milei, que obviamente también responde a ciertas expectativas del electorado que lo acompaña.
Venezuela representa una especie de antimodelo para todos los espacios políticos que se opusieron al kirchnerismo y que siguen asociados a esa fuerza política.
En ese sentido, es una posición que reconoce antecedentes claros. No olvidemos, por ejemplo, que el gobierno de Mauricio Macri reconoció a Guaidó e incluso recibió a la representante diplomática nombrada por él aquí en Argentina.
Allí vemos una continuidad en el posicionamiento de Milei que tiene que ver con la orientación ideológica del gobierno y con el posicionamiento frente al público doméstico.
Sin dudas, es un posicionamiento que es consistente con el alineamiento con Estados Unidos, que es el principal vector de la política exterior del gobierno de Milei.
El presidente se alinea con las democracias contra las autocracias, adoptando una narrativa similar a la del gobierno de Joe Biden.
-¿La decisión del Gobierno brasileño de asumir la representación de los intereses argentinos en Venezuela permitirá mejorar el golpeado vínculo bilateral?
Es, sin dudas, una demostración de que la relación entre Argentina y Brasil es muy densa y que trasciende las eventuales diferencias ideológicas entre los gobiernos. Supone mantener la cooperación aun cuando esas diferencias existan.
Creo que es una señal positiva respecto a la fortaleza de las relaciones bilaterales, más allá del ruido que lógicamente hay entre los gobiernos.
La diplomacia brasileña, en esta crisis como en otras regionales, intenta tener un rol protagónico que corresponde a la percepción que tiene Brasil de sí mismo como un país líder a nivel regional.
-¿Cuál es el rol de Estados Unidos en la actual crisis en Venezuela? Actualmente, Washington parece tener preocupaciones más importantes en regiones como Ucrania o Gaza.
El gobierno de Biden, luego del Acuerdo de Barbados, había levantado algunas sanciones dirigidas al sector de petróleo y gas venezolano como una manera de contribuir a la realización de elecciones libres.
En abril, reinstauró esas sanciones, entendiendo que el gobierno de Maduro no estaba cumpliendo con las condiciones.
Luego del 28 de julio, reconoció el triunfo de González Urrutia, pero conversó con el Gobierno de Brasil para reclamar en conjunto los resultados electorales.
Sin embargo, no parece estar dispuesto a ir más allá de este tipo de medidas y, obviamente, las medidas de tipo militar no aparecen en el horizonte, ya que hay otros focos de atención para Estados Unidos en el mundo, como la guerra en Ucrania o la competencia con China.
A eso se agrega que estamos ante un cambio de gobierno de Estados Unidos. Gane Donald Trump o Kamala Harris, lo que sabemos es que, dentro de pocos meses, va a haber un nuevo gobierno que tendrá que definir su política hacia Venezuela y seguramente eso juega para que las definiciones en el vínculo no avancen demasiado.
El propio Maduro, de alguna manera, también juega a demorar las conversaciones con Estados Unidos esperando ese cambio.
Lo que resulta claro es que Estados Unidos, cualquiera sea el gobierno que tome el poder en enero, va a seguir apoyando la transición a la democracia en Venezuela.
