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Joe Biden y el dilema hutí

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10 febrero de 2021

Por Manuel Ignacio Carreras

El anuncio del nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, de frenar el apoyo a Arabia Saudita en la guerra de Yemen podría ser un pequeño avance para terminar una de las mayores crisis en Medio Oriente. Desde 2014 comenzó una de las mayores guerras en Yemen, provocando una crisis que el mismo Biden calificó como una “catástrofe estratégica y humanitaria”.

Los países de esa convulsionada región, frecuentemente son asociados con grandes reservas de hidrocarburos y riquezas, prosperidad económica y bienestar. Pero no es así en todos los casos, y el desaventajado Yemen es precisamente una de esas excepciones.

Con un índice de desarrollo humano bajo y un PIB de menos de US$ 100.000 millones, Yemen es uno de los países más pobres de Medio Oriente. Limita con Omán y con la gran potencia en la región, Arabia Saudita. Tiene una posición geográfica importante al ser unos de los tres países que controlan el estrecho de Bab el-Mandeb (junto con Eritrea y Yibuti), una de las rutas marítimas más importantes del mundo, por el cual transita una gran parte del comercio del petróleo con conexión con el Mar Rojo. Toda lo que transita por el Canal de Suez, debe pasar por dicho estrecho.

Estratégicamente ubicado, el territorio que hoy ocupa Yemen fue controlado a lo largo de la historia por diferentes civilizaciones. Por esas tierras pasaron, persas, egipcios, portugueses y el Imperio Otomano hasta el Siglo XX. Luego de la Primera Guerra Mundial, los británicos, que ya controlaban una parte del sur desde el Siglo XIX, se hicieron con el control de Yemen, en una repartición junto con Francia, de los territorios que habían pertenecido al extinto Imperio Otomano, moldeando los límites territoriales de la actual Turquía.

Más adelante en el tiempo, durante la Guerra Fría, coexistieron dos repúblicas de Yemen con tendencias ideológicas opuestas. La República Democrática del Yemen con capital en Adén formaba la primera nación comunista en Medio Oriente, mientras que la República Árabe del Yemen, con su capital en Saná, tenía el apoyo del reino saudí y de Estados Unidos.

En 1990, después de la caída del Muro de Berlín y el desmembramiento de la Unión Soviética, las dos Yemen se unificaron, dando nacimiento a la República del Yemen. En tanto, en 1993 se celebraron sus primeras elecciones libres y democráticas.

Pero un año más tarde, se desató una guerra civil entre la facción que apoyaba al vicepresidente del país, Al Beidh, contra las fuerzas que respaldan al presidente Salé, siendo este último el vencedor de la contienda. Dicho enfrentamiento llevó a Salé a nombrar a un nuevo vicepresidente: Abd Rabbuh Mansur al-Hadi.

Diez años más adelante, en 2004, surgió un movimiento de una rama del chiismo llamada zaidismo, el cual defendía los intereses no representados por el Gobierno central en Saná y tomaron el nombre de hutíes, así bautizados en honor de su asesinado líder Hussein Badreddin al-Houthí, quien fue ejecutado por las autoridades yemenitas.

En 2011, una serie de levantamientos en varios países de Medio Oriente que pasarían a la historia bajo el nombre de la "Primavera Arabe", derivaron en cambios políticos en países como Libia, Túnez o Egipto. Yemen no fue la excepción y su presidente Salé fue reemplazado por Hadi, su vicepresidente. Pero la caída de Salé no alteró la situación política en el país, dado que los hutíes siguieron reclamando la falta de compromiso de Saná con las minorías chiitas, ya que Yemen es mayoritariamente un país sunita. Tres años más tarde, los acontecimientos darían otro giro, cuando estalló la guerra civil que continúa hasta nuestros días. El movimiento hutí, exasperado por la falta de Hadi, invadió la capital (Saná). El Parlamento fue disuelto y sus militantes se expandieron durante años hasta llegar a ocupar aproximadamente un tercio del territorio del país. Por su parte, el depuesto presidente Hadi tuvo que huir a Adén donde estableció un nuevo Gobierno buscando recuperar las riendas del país.

El conflicto interno de Yemen, en tanto, brindó la oportunidad para que potencias extranjeras tomaran territorios. En vista de la situación de vacío de poder, actores como Al-Qaeda avanzaron en la búsqueda de sus objetivos.

La crisis, a su vez, permitió a Irán apoyar a los hutíes como parte de su rol como ferviente defensor de los intereses del chiismo en toda la región. Mientras tanto, el presidente Hadi mantiene el respaldo de Arabia Saudita, principalmente, que formó una coalición de países árabes para derrocar a los hutíes, pero sin éxito hasta el momento. El resultado es difícil de explicar. Uuno de los ejércitos mejor equipados del mundo como el saudí, sumado a bloqueos a puertos y aeropuertos que se establecieron sobre los territorios dominados por los hutíes, además de la avanzada tecnología que cuentan los saudíes, no alcanza para doblegar la resistencia de los chiitas.

Una explicación de este fenómeno reside en la velocidad de las decisiones y en el terreno. El Ejército saudí posee una verticalidad en la toma de decisiones muy rígida, por lo que la espontaneidad en las reacciones no son posibles, a diferencia de los hutíes, que sí pueden tomar esas determinaciones con facilidad. Además, el terreno montañoso de Yemen, mejor conocido por los hutíes, les presenta una gran ventaja en el combate. Tal es la desproporción entre un Ejército y el otro, que algunos expertos han llamado a esta guerra como “el Vietnam saudí”.

En tanto, al comienzo de la guerra civil yemení, la administración de Barack Obama brindó un apoyo a la coalición pro Arabia Saudita. Pero esa asistencia no fue tan contundente como esperaban sus aliados de Riad, debido a que la diplomacia norteamericana se encontraba entonces en plena negociación con Irán por el pacto nuclear, por lo que un apoyo directo y masivo a Arabia Saudita podría traerle complicaciones.

La llegada de la administración Trump en 2017 otorgó un respaldo total hacia los saudíes, manteniendo una relación mucho más estrecha con el príncipe saudí Mohamed bin Salman. Este apoyo implicó la venta de armas e intervención de drones norteamericanos en la guerra de Yemen y el establecimiento de la calificación del movimiento hutí como un grupo terrorista.

El nuevo presidente Biden decidió cambiar de táctica, intentando volver al tratado nuclear con Irán, el acérrimo rival de Arabia Saudita, junto con aunar esfuerzos para terminar con la guerra en Yemen. En este plano, su primer paso fue el anuncio de dejar de dar suministros a los saudíes en dicho conflicto, en donde el rol de los drones estadounidenses fue fundamental.

Aunque es difícil anticipar el resultado final del conflicto, en una región altamente conflictiva y dinámica, algunas conclusiones pueden esbozarse. Si para Arabia Saudita ya era una tarea difícil frenar a los hutíes con la asistencia de Estados Unidos, el retiro de Washington ofrecerá dificultades adicionales y un desafío mayor a su esfuerzo militar. Al tiempo que obligará al reino saudí a recurrir a otro socio para la compra de armas (desde el comienzo de la guerra, Riad es el principal importador de armas de Estados Unidos a nivel mundial).

La administración Biden tiene un objetivo en política exterior muy claro, que es el reducir la influencia americana en campañas extranjeras, al menos en las que consideran que no traerán grandes beneficios. Dejar de lado a Arabia Saudita en este conflicto significa un mayor acercamiento a Irán, lo cual resulta relevante si quieren volver a entrar en el tratado nuclear, logrando que esta vez, en Teherán, ofrezca aún más concesiones de las que ya habían establecido en el año 2015.

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