El Economista - 70 años
Versión digital

mie 08 May

BUE 16°C

Esas potencias y nuestra región

El Siglo XXI no es para solitarios, sino para animarnos a unirnos en lo diverso. La Patria Grande no es sólo una identidad, es más bien una necesidad.

Esas potencias y nuestra región
Lourdes Puente 17 marzo de 2022

El Siglo XXI avanza y sus características se despliegan ante cada desafío: un poder disperso entre actores tradicionales y nuevos; la parcialidad globalizada amenazando la capacidad de los Estados de conducirlas; la sociedad empoderada y activa a través de todo tipo de actores; la diversidad interpelando lo homogéneo y las identidades; problemas globales y dificultades locales; personas globalizadas y personas excluidas; multimillonarios, y migrantes, refugiados y excluidos; potencias regionales y potencias hegemónicas en competencia; las democracias dando diversas peleas y las autocracias afirmándose. Las mujeres y los valores asociados a lo femenino protagonizando y pidiendo lugar en ámbitos antes exclusivos de lo masculino, como el poder.

A la amenaza global del Covid, que no termina de irse, pero que se va debilitando, le sigue esta guerra de Rusia en Ucrania que sorprende en evidenciar una característica más del siglo: también la geopolítica y el recurso militar están vigentes. Y eso hace que todo lo anterior tome nuevos tonos. Y que el tablero global se vuelva a sacudir.

Nuestra región parece alejada de esta contienda. Pero en esta aldea global, las consecuencias afectan a todos.

China y Rusia llevan a cabo sus propias estrategias de poder en un mundo más desordenado que antaño. China está en plena competencia estratégica con EE.UU. Hay quienes dicen que reedita la Guerra Fría, pero la realidad es que es una contienda distinta. Por lo pronto, no se plantea ideológicamente. Aun cuando algunos analistas la inscriben en la distinción capitalismo autoritario vs. capitalismo democrático, o democracias liberales vs. autocracias, lo cierto es que el Gobierno chino no pretende exportar sus ideas de orden social.

Su expansión es comercial, económica y financiera. Su presencia es a través de empresas o infraestructura crítica. Su interés es obtener del mundo lo que necesita para seguir creciendo en su camino a ser potencia. El recurso de poder más disputado es el científico tecnológico, porque es el que da acceso a una mayor capacidad de explotar e incluso denegar los espacios nuevos y/o comunes. En ellos proyecta presencia.

Es en ese sentido que esa competencia puede requerir de nuestros países algunas definiciones como la opción del 5G. China juega a participar en las instancias de integración regional como la CELAC, pero advierte la desintegración real que vive el área latinoamericana, y opera bilateralmente, sobre todo con los países más grandes, con quienes tiene relaciones comerciales y financieras crecientes y significativas.

Cuenta con recursos financieros que nuestros países necesitan, y requieren muchos de nuestros recursos naturales y energéticos. Eso hace que muchos analistas se refieran al vínculo como la recreación de la relación de dependencia típica centro-periferia. Y algo de eso tiene. 

Sin embargo, en la misma región, otros académicos prefieren considerar la opción de China como una manera de escapar a la dependencia que atribuyen hacia EE.UU. y su política “imperialista”.  Estas diferencias no son sólo académicas, sino que agrietan la posibilidad de una mirada común, y convierten las políticas exteriores en las disputas de grupos facciosos, que llevan esto a posiciones radicales.

Por su parte, Rusia opera como potencia regional. La utilización del recurso militar para impedir que Ucrania se sume a la OTAN puede parecer exagerada e inexplicable, sobre todo por los costos que en términos económicos, sociales y reputacionales le está significando. Aunque la disputa mediática justifique o condene la medida, hay otros actores que están hablando desde la sociedad global y locales. Son complejas las “victorias” en esta centuria.

En ese contexto, el interés ruso en la región latinoamericana sólo puede estar vinculado a consolidar su posición en su propia área de interés. Sumar aliados en el “patio trasero” de su enemigo histórico, es una forma de buscar herramientas para su disputa con la Europa Atlántica que tiene a EE.UU. de protector. No tiene músculo económico ni militar para que su presencia sea de temer para Washington en América Latina. El material militar que le vende a Venezuela puede preocupar un poco a Brasil, consolidando su vínculo con EE.UU. (que históricamente fue reticente), pero no mucho más.  

Sin embargo, a partir de esta guerra, hay quienes advierten sobre el mismo clivaje ideológico que se decía en la competencia con China: capitalismo liberal vs. capitalismo autoritario. Y aunque ninguno de los actores involucrados tiene incentivos para sostener esta contienda, China es quien aparece de todas las potencias como la más cercana al líder ruso Vladimir Putin. Al menos los intereses económicos chinos la ligan muy fuertemente a Rusia y en ambos países la democracia no está en consideración.

El actual presidente de EE.UU. realizó un llamado a unir las democracias del mundo. Pero nadie cree que Washington, que sostuvo muchos dictadores afines, busque aliados para defenderla militarmente. Aun así, es un llamado que interpelaría a nuestros países, que tienen dificultad en definirse en un bando, ya sea por valores o intereses.

La región tiene un conflicto propio de la periferia. ¿Cuanta capacidad de maniobra se puede tener estando en la esfera de influencia de la potencia mayor, siendo apetecible para la segunda potencia en ascenso y -por estar tan cerca de la primera-, conveniente de uso para cualquier potencias regional que quiera afectar a Washington, como Rusia?

Pero, además, como periferia, con los graves problemas de desigualdad, subdesarrollo, y democracias débiles institucionalmente, ¿qué capacidad tenemos de decir que no? ¿Es posible defender valores como la democracia y los DD.HH. en este mundo de tantas competencias cruzadas?

El problema no es EE.UU. y su vocación imperial de imponer sus intereses; tampoco China y su estrategia pacifista de expansión económica financiera; mucho menos Rusia y su pretensión de utilizar algunos de los nuestros para molestar a Washington.

El verdadero problema es que, si la región no decide tomar estas decisiones vitales de vinculación con cada una de las potencias de manera más coordinada, seguiremos viendo a otras potencias peleando en nuestros territorios, disputándose nuestros recursos, y utilizando nuestras discrepancias en su favor.

El Siglo XXI no es para solitarios, sino para animarnos a unirnos en lo diverso. Y llevar una voz común, de esta comunidad latinoamericana, que necesita estar unida para que lo que diga se escuche y considere.

En ese sentido, otras potencias en crecimiento de la periferia pueden ser aliados nuestros. Pero no podemos hacerlo cada país solo. La Patria Grande no es sólo una identidad, es más bien una necesidad.

Seguí leyendo

Enterate primero

Economía + las noticias de Argentina y del mundo en tu correo

Indica tus temas de interés