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La nota más triste de mi vida

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23 julio de 2020

Por Sandra Choroszczucha Politóloga y Profesora (UBA)

Hace dos años y medio, un 31 de diciembre, mi papá murió en una prestigiosa clínica de la ciudad porteña, y el diagnóstico que nos indicaron al momento de su fallecimiento fue “neumonía”.  Siendo mi papá una persona cardíaca suponíamos que lo indicado era que lo ingresen de inmediato a terapia intensiva, pero había pocas camas disponibles, y la indicación médica fue esperar un poco más. Así, un lunes 18 de diciembre de 2017, mi papá se quedó en su habitación esperando que llegue el comienzo del fin. Pasó una noche y llamó mi mamá para que vayamos con mi hermana inmediatamente a la clínica, porque mi papá se había descompensando. Jamás olvidaré esas imágenes, mi papá saltando literalmente de la camilla mientras le daban oxígeno; pensé que se trataba de un infarto, pero los médicos nos dijeron que se trataba de un shock séptico. Así, tarde, ingresó de urgencia a terapia intensiva. Lo indujeron a un coma para analizar su estado de salud y diagnosticaron que tenía efectivamente neumonía. Nunca volvimos a verlo despierto, y el 31 de diciembre de 2017, mi papá murió.

La muerte de mi papá fue la pérdida más triste de mi vida, y me cuesta identificarla con una estadística porque es mi papá, pero en realidad debo admitir, a pesar del inmenso dolor que me sigue invadiendo, que la muerte de mi papá sí forma parte de una triste estadística en Argentina. Una estadística que nos revela que, según informes oficiales de la Dirección de Estadísticas e Información en Salud del Ministerio de Salud de la Nación, para el año 2018 (último año que se sondeó la cantidad de fallecidos desagregada por enfermedades, y que manifiesta una constancia anual) la cantidad de muertes a causa de enfermedades del sistema respiratorio fue de 61.668 personas.

El presidente Alberto Fernández nos contó pocos días atrás, que, sin una cuarentena estricta y obligatoria, ya habrían muerto unas 10.000 personas por coronavirus en Argentina. Me atrevo a corregir al presidente de los argentinos, porque dicen que soy buena con los números, y lo corrijo, si no nos hubiésemos confinado estrictamente y hubiésemos padecido igual que Estados Unidos (el país que más víctimas sufrió por coronavirus: al día 21 de Julio son 140.909 los fallecidos) padeceríamos más de 10.000 muertes y tendríamos exactamente 19.014 personas fallecidas en Argentina.

Una cifra muy importante, sin duda, pero mucho menor a las 61.668 personas que mueren según los informes oficiales de la Dirección de Estadísticas e Información en Salud, del Ministerio de Salud de la Nación, cifra que se repite año tras año, por enfermedades respiratorias, como la que padeció mi papá.

Hoy cada persona que muere por Covid-19 es identificada, tiene nombre y apellido, tiene rostro, es importante. Otras muertes no contaron ni cuentan con ese privilegio.

Que un Gobierno de científicos reaccione rápidamente cuando un virus es muy contagioso, y trate de fortalecer el sistema de salud y de adquirir y fabricar cantidad de test de detección del coronavirus, fue apoyado por la enorme mayoría de los argentinos durante las primeras semanas de cuarentena, y es lógico que así haya sido. Sin embargo, el sistema de salud argentino, muy precario, no pudo fortalecerse como se esperaba, y los test no llegaron ni se fabricaron ni se utilizaron hasta pasados dos meses de encierro obligatorio en nuestras casas. Y el tardío testeo llevó a tardíos diagnósticos y a que el virus ya esté proliferando descontroladamente, principalmente en la zona del AMBA.

Mientras tanto, la Justicia sigue de feria en Argentina, y una importante cantidad de funcionarios públicos, de diferentes banderas políticas, que utilizaron dinero público para beneficio propio (dinero que podría haber sido destinado a salud), no son indagados ni procesados como corresponde, y los que fueron procesados y encarcelados, ya salieron de prisión y se encuentran en sus hogares esperando el fin del coronavirus y la llegada a la buena vida.

Cuando murió mi papá, se contabilizaron ese mismo año más de 60.000 fallecimientos por enfermedades respiratorias. El sistema de salud privado, con absoluta mezquindad y frivolidad contaba con una hotelería maravillosa, pero con una falta de camas en unidades intensivas lamentable, y una escasez de médicos y enfermeros vergonzosa (igual que lo que ocurre hoy, por eso solo vale quedarse en casa) y el sistema de salud público sufría por supuesto faltas muchísimo mayores, donde escaseaban los insumos más elementales, y la espera para que una persona enferma pueda atenderse sin morir en el intento podía llevar meses (igual que lo que ocurre hoy, por eso solo vale quedarse en casa). Así vivimos año tras año en Argentina.

Cuidémonos del coronavirus, y cuidémonos de la mezquindad y la maldita corrupción, porque la mezquindad y la maldita corrupción apestan y matan.

No me lo contó nadie.

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