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Lo que no se puede trocar

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18 junio de 2020

Por Sebastián Giménez Escritor

En estos tiempos excepcionales y adversos para la economía, nos venimos a enterar que había algo peor que los mercados de trueque que tuvieron lugar en nuestro país en el lejano 2002. En aquél entonces, no había un cobre en la calle, el Gobierno de la Alianza se había derrumbado al intentar sostener la convertibilidad a todo trance, secando la plaza de dinero. Desaparecieron los pesos para que siguieran siendo igual a un dólar en las disminuidas arcas del BCRA. La ortodoxia a la máxima expresión lo había llevado a restringir de forma colosal los pesos circulantes, tanto pero tanto que quedó poco o nada. Un corset demasiado costoso el de la Convertibilidad. Ni quiero imaginar lo que hubiera sido una pandemia en ese contexto, sin poder darle a la maquinita.

Cuando explotó todo por el aire, en algunos lugares los sectores más vulnerables se lanzaron a intercambiar bienes de consumo en ferias organizadas a tal efecto, cuando no se tenían ni patacones en el bolsillo.

2002, 2020, llamativa la presencia de los mismos números en distinta posición, pero no vamos a citar a Nostradamus, quédense tranquilos. Aquélla y ésta, dos situaciones diferentes aunque parecidas en un aspecto: la gente no tiene un mango en el bolsillo.

Y, los que lo tienen, lo cuidan y no lo gastan porque no se sabe cuánto va a durar esto. El trueque, aquél tipo de intercambio previo a la economía capitalista, de pronto resucitaba ni bien iniciado el Siglo XXI en Argentina como una pieza de museo que cobraba notoriedad por la pobreza extendida. Un tipo de relación económica en la que existía mucha interacción entre los vecinos, que buscaba satisfacer en forma ideal las necesidades de cada uno: vos necesitás un par de medias, yo un kilo de azúcar. Vos un par de zapatos y yo una silla. Lo que fuera. Exigía la interacción cara a cara e incluso una somera revisión del estado del bien que se intercambiaba. En 2020, las prescripciones sanitarias impiden la existencia de ferias por la cuarentena.

Existen razones de sobra para suponer que, en la actual situación económica, podría volver a florecer el trueque. La cuarentena obliga a quedarse en casa sin haber un mango en el bolsillo de los sectores más vulnerables de la población y los nuevos pobres que genera la coyuntura. Se extiende el tiempo, hay redes de solidaridad que se articulan pero todo parece poco, tal vez porque la cuarentena impone al capitalismo global y también al de barrio, a la macro y a la micro conomía, un desafío mayúsculo. ¿Se puede vivir sin el comercio? ¿Se puede sostener una economía sin consumo? ¿Se puede seguir adelante si no se vende nada, o mucho menos?

El sector comercial es probablemente el más golpeado, los rubros que venden productos o servicios. 2020 es el año en que la peluquería  se convirtió en un oficio clandestino, apuntó en un lúcido

tweet Facundo Alvarez (@facu_ alvarez73).

Los bares y restaurantes cerrados con las sillas arriba de las mesas y subsistiendo con el grupo electrógeno del delivery, que no les significaba más que 10% de la facturación en la mayoría de los casos. Los negocios de ropa, miles de ejemplos que todos vienen al caso. ¿Cómo se subsiste sin plata en la calle, o con los pesos encerrados en la casa? Compras virtuales, el delivery con Glovo o Rappi. El consumo intenta sostenerse con el ingenio criollo, pero no alcanza. El Gobierno intenta ayudar pero nada es suficiente y la industria también se retrae porque si no se puede vender para qué fabricar.

Un problema del mundo entero y también de Argentina. La cuarentena se extiende en el tiempo y el camino cuesta arriba hacia el pico no habilita  ilusiones de mayores flexibilizaciones.

En su canción de las bienaventuranzas irónicas y geniales, Joan Manuel Serrat dijo: “bienaventurados los que alcanzan la cima, porque será cuesta abajo el resto del camino”. Luego de que se alcance el pico de contagios, andar hacia abajo sería más fácil. Pero ya no sabemos si vendrá o no, o si evolucionará la curva como un serrucho de sube y baja, o si se termina amesetando, ojalá. Dios quiera que nunca la ola del crecimiento de casos cubra la capacidad instalada en los efectores de salud, lo que sería un fruto incuestionable de la cuarentena. Un logro que a veces cae en saco roto, porque casi que se sobrevive a condición de ser más pobres. Es que parece que no se pueden lograr “la chancha, los veinte y los chorizos” del dicho popular. La experiencia de otras latitudes es que no se lograron ninguna de las tres y acá se está intentando preservar la vida (la chancha, pónganle), la salud a toda costa.

El Gobierno intenta ayudar pero qué difícil llegar a todos. No se puede vivir del amor, dijo en su memorable canción Andrés Calamaro. Necesitaríamos los valores de los ascetas para eso. Pero uno mira lejos y cerca, ¿y qué otra queda? Aunque sea dificilísimo. El trueque en el 2002 servía para suplantar la moneda. Hoy, la crisis sanitaria devastadora en los países europeos e incluso vecinos nos enseña, aún ochenta días después y con todo el dolor, que hay una cosa que no se puede trocar: la vida por el comercio.

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