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¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa?

En el océano de la decadencia, que es la gigantesca pobreza en que vivimos, destruir valores es usar la pedagogía del poder para adoctrinar que "la justicia social es una aberración" mientras 1 millón de niños se acuestan sin comer.  Señor ¿qué nos pasa?

Los habitantes de la Casa Rosada, en medio siglo, no lograron revertir el proceso: siempre el número de pobres aumentó.
Los habitantes de la Casa Rosada, en medio siglo, no lograron revertir el proceso: siempre el número de pobres aumentó.
Carlos Leyba 16 agosto de 2024

Esa pregunta: a sus habitantes, Señor, ¿qué les pasa?, nos la hacemos ante el desfile patético y dramático, de los protagonistas de la Casa Rosada. 

Lo que nos pasa es la consecuencia de sus actos y omisiones. Desde cuándo... 

Cada uno tiene "un día D" para el desembarco de esta decadencia a la que estamos sometidos. 

Pero ¿qué es la decadencia? 

Decadencia señala "tiempo", algo que transcurre y que comienza cuando ha terminado el proceso del "progreso". Hay decadencia si hubo progreso previo. 

Conceptualizar "qué es progreso" define decadencia: es el extravío del progreso. 

Julio H.G. Olivera definía al progreso como el "aumento en la satisfacción de las necesidades sociales": abarcador, la cuestión de las consecuencias, siempre olvidada por los hombres prácticos de las soluciones drásticas. 

Progreso no es lo mismo que crecimiento, que es el incremento del PIB; ni que desarrollo, que es la realización del potencial económico de la Nación. 

Estamos estancados económicamente: gran parte de los colegas insiste en que lo estamos hace sólo "10 o 20 años". Pero la economía no crece - tomando el PIB por habitante - desde hace 50 años. ... "notable pésimo comportamiento luego de 1975", Cortés Conde/Della Paolera, Nueva Historia(pág.25). Camila Perochena, historiadora UTDT, agregó una explicación; "desde 1975, la Argentina no tiene "modelo de desarrollo" (radioconvos,14/8). 

Un ejemplo, básicamente somos un país semiárido, que obtiene la mayor parte de sus divisas (el alimento de la economía) del agro; y sin embargo, no dispone de un programa transformador de aprovechamiento del riego, a pesar de trabajos académicos, identificación de áreas y fuentes, que permitirían regar 6 millones de hectáreas (Miguel Cuervo). Este año gran parte del país, se estima, sufrirá déficit hídrico y las aguas irán a morir al océano. 

En términos de Olivera somos un país estancado y subdesarrollado. 

La "decadencia" quedó hoy, una vez más, reflejada en el Informe de UNICEF que ratifica y profundiza las estadísticas del Indec y del OS de la UCA: 1,5 millón de niños se privan de una comida al día y un cuarto de los adolescentes realizan tareas laborales. 

Pobreza, indigencia, desempleo: es la evidencia de la "gigantesca disminución de la satisfacción de las necesidades sociales" que afecta a la mayoría (más de 50% de la población y a 70% de los niños) de los argentinos. 

La decadencia no empezó con Milei: desde 1975 el número de personas en la pobreza aumenta en promedio (con sube y baja) a 7% anual acumulativo, consecuencia del estancamiento y el subdesarrollo. 

Los habitantes de la Casa Rosada, en medio siglo, no lograron revertir el proceso: siempre el número de pobres aumentó. 

Los gobiernos, desde entonces, no procuraron "el progreso". Tampoco el desarrollo. En 1975 desapareció el cuerpo técnico del Estado que pensaba el desarrollo, el viejo CONADE que acompañó la década 1964/74, una de las de mayor crecimiento de la historia argentina en términos de PIB. 

Algunos intentaron el "crecimiento" atado a oportunidades, nueva deuda, términos del intercambio. En todos los casos, desde 1975, fueron estrategias oportunistas que lograron un crecimiento efímero: hasta que duró el impacto ajeno. 

Milei, con buen criterio, recordó en su última intervención que crecer no es "volver" al punto del que caímos: eso puede ser el "rebote del gato muerto". Crecer es sentar las bases de una economía más grande, pero más robusta para hacerlo sustentable. No ocurrió.

En medio siglo, el crecimiento fue tan efímero que Martín Rapetti estimó que el PIB ph de 2020 resultó igual al de 1975: crecimiento cero de largo plazo y pobreza creciendo a tasas chinas. 

Los habitantes de la Casa Rosada no han hablado de la decadencia (la pobreza) salvo para negarla (Cristina, Kicillof, Aníbal Fernández) o, como acaba de afirmar Milei en su último discurso, que sus medidas evitaron que "la cantidad de pobres hubiera llegado al 90% y la cantidad de indigentes al 50%. Es decir, hubiéramos tenido una verdadera catástrofe" (14/8). 

Esta conjetura presidencial es una negación de que la escandalosa pobreza que vivimos, más de la mitad de los argentinos, "no es una verdadera catástrofe". Como referencia, recuerdo que el antónimo de "catástrofe" es "fortuna". Es espantoso siquiera sugerir que no estamos en una catástrofe, más allá de, con derecho, querer deslindar responsabilidades por el origen de esta. 

Pero la continuidad pasa a ser la causa de lo por venir y ahí está la responsabilidad. No somos afortunados si sólo 1 millón de niños se acuesta sin comer (UNICEF). 

A los habitantes de la Casa Rosada, Señor, ¿qué les pasa? 

Tal vez, como sugirió la historiadora C. Perochena, la pérdida o el abandono de la agenda de desarrollo (1975) está en el origen de la decadencia. Pablo VI dijo: "El desarrollo es el nuevo nombre de la paz" (1965). Cuando registramos las dramáticas migraciones de la pobreza hacia el mundo del desarrollo, envueltas en conflictos, se hace evidente que el desarrollo, de los países condenados al atraso, es una condición necesaria para la paz. 

Ofrecer una "agenda de desarrollo" debería ser un mandato ético para quien ejerce el Poder. 

Esa agenda en la Argentina del presente, la de ahora, es por encima de todo, la de resolver la catástrofe del futuro, a la que UNICEF le ha puesto el número 1 millón de niños que se acuestan sin comer. 

¿Hay acaso un problema colectivo ético de mayor dimensión?

La cuestión de la ética y el poder, de la que tanto se ha hablado en estos vergonzosos días, se ha centrado en poner la página de policiales (robos, violencia de género, alcoholismo, etc.) en la primera plana. 

Es la consecuencia de una legítima indignación agigantada por la difícil situación que atraviesa la inmensa mayoría y por la no menos difícil situación que atraviesa el Gobierno. 

Nadie puede evadirse de la actualidad. 

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El 15/8, en "Pagina 12", una nota de Silvia Ons, comienza con esta afirmación diagnóstica "La desvinculación de la ética con el poder es la marca de nuestro tiempo". 

El mismo día Javier Cercas, en La Nación 15/8, escribe una nota centrada en la política española y apunta a la decadencia moral de la política y sintetiza: "En otras palabras, entre el beneficio personal y el bien común, Suárez eligió el bien común". Podemos extenderlo, o resumirlo, con entre la prioridad de lo personal y lo sectorial, el bien común de los argentinos se desplomó. Eso también es decadencia. 

¿Pero cómo se discute el "bien común"? La decadencia del dialogo político, social, económico, que obliga a "la palabra" a "la conversación", está en el origen.  

Pero, me pregunto con enorme pena, ¿se le puede pedir a Javier Milei? El, como Margaret Thatcher (y obvio Rothbard), no cree que "la sociedad" exista (él tampoco cree que el Estado deba existir) y por lo tanto no hay tal cosa como "el bien común" ni un Estado para armonizarlo. 

Nada le podemos reclamar sobre "bien común", dialogo, agenda de desarrollo, a quien cree que su trabajo es otro. Milei prepara el retiro del Estado para que las fuerzas del mercado generen "valor" y que "los valores sean los que el mercado decida". 

El pueblo votó ese programa y todo indica que, a pesar de los sufrimientos presentes, sigue apoyándolo y sobre todo los más jóvenes, lo que asegura más tiempo.  

El poder y la ética, dice Silvia Ons, "lejos ha quedado la amalgama griega en la que praxis es ética y política". Reflexiona sobre el aquelarre de Alberto y Fabiola y los negocios. Espanto. Para los más viejos remeda a Carlos y Zulema, primera dama (con papeles) expulsada de Olivos por la fuerza. "Yomagate", robo para la Corona, Cristina y los hoteles, Lázaro, secretarios millonarios y uno asesinado. Las denuncias de Elisa Carrió, que afectaban a lo más granado de la "nueva oligarquía de los concesionarios", "nueva elite de poder económico construida al amparo del Estado", frenadas por "jueces", señalan una trama de poder que está desapegada del "bien común", mucho trabajo para eludir "legalmente" el pago de Bienes Personales. 

La pobreza en la Argentina creció de manera vertiginosa al mismo tiempo que ¿de la nada?, surgieron fortunas inimaginables. ¿Fortuna, antónimo de catástrofe?

Otros tiempos, 1875, Dolores L. de Lavalle, presidenta de la Sociedad de Damas de Beneficencia, "miles de familias pobres, condenadas a la miseria y el hambre, por falta de trabajo...(que) es una violación desastrosa de economía social" (que se agrava) "cuando lejos de distribuirse ...en el cuerpo de nuestra población... emigra ...a fecundar la industria ... del extranjero mientras las familias del país quedan sin pan por falta de trabajo". Aquella idea del bien común de la vieja oligarquía la hemos extraviado. 

Luciano Roman, en LN (14/8), señala que "la atmósfera de valores distorsionados que supo crear el kirchnerismo, el insulto, el atropello verbal, la descalificación y el señalamiento arbitrario desde el poder tienden a ser moneda corriente" Es verdad. 

Pero el "no matarás" es anterior, e infinitamente más grave, en la creación de esa atmosfera: la locura guerrillera - tan olvidado su papel - la infamia del uso del Estado para la tortura, la sevicia, el asesinato. La respuesta de Videla a Nacho López:"son desaparecidos" y "no tienen entidad". 

Cuando hablamos de valores, debemos recordar lo más atroz. No nos hemos curado de esa enfermedad que nos contagiamos al comienzo de la decadencia. Hay un origen común.

Roman señala "recesión ética y la degradación institucional como uno de los problemas fundamentales de la Argentina". Coincido. "Revertir el peor legado del kirchnerismo, que excede el descalabro económico para alcanzar la dimensión de una catástrofe moral".

Pero no hay peor catástrofe moral que violar el "no matarás" y el desprecio por el "amor al prójimo". 

En el océano de la decadencia, que es la gigantesca pobreza en que vivimos, destruir valores es usar la pedagogía del poder para adoctrinar que "la justicia social es una aberración" mientras 1 millón de niños se acuestan sin comer.  Señor, ¿qué nos pasa?

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