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Sudáfrica: entre el triunfo de los Springboks, la corrupción y el no alineamiento alineado

La Copa del Mundo ya pasó. Y con ella, pasó la euforia del triunfo. La realidad retoma su lugar.

El presidente Cyril Ramaphosa, con los Springboks en París
El presidente Cyril Ramaphosa, con los Springboks en París .
Luis Domenianni 05 noviembre de 2023

Los fenómenos deportivos suelen galvanizar una sociedad y postergar sus divisiones y quejas. Es cuanto ocurrió con el triunfo de la selección sudafricana -los Springboks- en el Mundial de Rugby celebrado en Francia durante setiembre-octubre de 2023. Sin embargo, como en tantos otros casos, las consecuencias favorables suelen ser efímeras.

Es que la realidad se impone, más allá del momento de euforia colectiva. Hoy, buena parte de los sudafricanos de cualquier etnia o religión son fervientes admiradores de los jugadores Springbok, una especie de gacela autóctona del país que da el nombre al conjunto nacional del juego con pelota ovalada.

No siempre fue así. Por el contrario, hasta la caída del régimen de segregación racial, conocido como "apartheid", en 1990, el rugby fue un deporte casi prohibido para los autóctonos del país. Fuesen xhosa o zulúes. El fin del odioso régimen permitió, tímidamente, que algunos de los otrora denominados "hombres de color" se acercasen al "exclusivo" deporte.

Pero fue el presidente Nelson Mandela quién dio el salto que permitió que los Springbok y el rugby fuesen patrimonio de toda la nación. Resistido o ignorado al principio por la mayoría africana, Mandela logró un respaldo casi unánime para los "rugbiers" que capitaneaba por aquel entonces François Pienaard quién comprendió y respaldó la idea de unir la nación.

Esa selección -que sólo contaba con un autóctono- conquistó la copa mundial de 1995 que se celebró en el país, con un Mandela eufórico que vistió, en la final frente a los All Blacks -la selección neozelandesa- la camiseta sudafricana. Y el milagro se produjo, la nación entera vibró y adoptó a los Springbok como un símbolo nacional.

Desde entonces, con el actual, Sudáfrica ganó otros tres mundiales, un torneo que se lleva a cabo en distintas sedes cada cuatro años. Y, desde entonces, la presencia autóctona en la selección avanza a través de su participación creciente en el número de jugadores.

Es más, el flamante campeón mundial es ahora capitaneado por Siyamthanda -Siya- Kolisi, un hombre proveniente de los "townships" -barrios precarios y emergentes- de la ciudad de Port Elizabeth, hijo de padres adolescentes, con una niñez y una adolescencia de marginalidad. Hoy, además de su capitanía, Kolisi preside una fundación contra la desigualdad en el país.

En París, a la final, asistió el presidente Cyril Ramaphosa y, como Mandela, entregó la copa al conjunto ganador. Para muchos sudafricanos, Ramaphosa debería tomar ejemplo de los Springbok. Sobre todo, a la hora de elegir sus colaboradores. "Las personas correctas en las posiciones correctas", es el reclamo que se le formula.

La Copa del Mundo ya pasó. Y con ella, pasó la euforia del triunfo. La realidad retoma su lugar. La alegría cede lugar a la impotencia frente a la degradación de las infraestructuras, a la generalización de la corrupción, a la inseguridad o a la crisis de la electricidad. Una realidad aplastante que solo el rugby y los Springbok hicieron olvidar... por un instante.

Y la cosa se amplía. Para algunos, el triunfo sudafricano representa una reivindicación del Sur frente al Norte. Consideran, al respecto, que solo Inglaterra accedió a las semifinales del Mundial. Los otros tres finalistas fueron los sudafricanos, claro, los neozelandeses y los argentinos.

La Copa del Mundo ya pasó. Y con ella, pasó la euforia del triunfo. La realidad retoma su lugar. La alegría cede lugar a la impotencia frente a la degradación de las infraestructuras, a la generalización de la corrupción, a la inseguridad o a la crisis de la electricidad. Una realidad aplastante que solo el rugby y los Springbok hicieron olvidar... por un instante.

Como siempre, la política pretende tirar agua para su molino tras los éxitos deportivos, culturales o científicos. Tan absurdo como pretender que Nueva Zelanda forma parte del "subdesarrollo anti imperialista" por aquello del sur...

BRICS y algo más...

Junto con el Brasil del exmetalúrgico Luiz Inacio da Silva, la Sudáfrica del presidente Cyril Ramaphosa pretende construir un liderazgo a imagen y semejanza del otrora tercermundismo y su no alineamiento.

Al respecto, previo a la reciente reunión de los cinco miembros del BRICS, el 22 de agosto de 2023, Ramaphosa intentó poner las cosas en su lugar. Repito: en "su" lugar, al afirmar que "Sudáfrica no se dejará empujar en una competencia entre potencias mundiales".

A los oídos del nacionalismo y su retórica chauvinista suena bien, pero es el colmo de la falta de seriedad porque. ¿Qué es el BRICS? Es la reunión de Brasil, India y Sudáfrica con... Rusia y China. Es decir, de Sudáfrica con dos de las tres potencias mundiales vigentes.

Vamos más allá. Hasta el momento, Sudáfrica rechaza condenar la invasión rusa a Ucrania y tampoco hace lo propio con el salvajismo de Hamas, su toma de rehenes y sus asesinatos de civiles en Israel. Sin ruborizarse, Ramaphosa aseguró que su país está comprometido con "una política de no alineamiento".

Cyril Ramaphosa y su par de Brasil, Lula da Silva
Cyril Ramaphosa y su par de Brasil, Lula da Silva

Muy difícil de creer. En particular, frente al "buscado" presidente ruso Vladimir Putin cuya detención reclama la Corte Penal Internacional (CPI) por crímenes de guerra cometidos en Ucrania. Es más, Putin no asistió a la cumbre del BRICS ante el temor de ser arrestado.

¿Qué pasó? Una de dos, o Ramaphosa le solicitó que permanezca en Rusia para no quebrar la adhesión del país al tratado creador del CPI, o Ramaphosa desconfía de sus propias fuerzas de seguridad dispuestas a cumplir el mandato internacional. 

En su diletante y tardío tercermundismo, el presidente sudafricano considera que el BRICS debe ampliarse. Alrededor de cuarenta países pidieron su adhesión al grupo. Entre ellos, por ejemplo, la Argentina e Irán o Arabia Saudita, junto con Egipto, Etiopía y los Emiratos Árabes.

Al menos, nadie puede negar que las nuevas inclusiones son por demás variadas. Los otrora aliados occidentales como Arabia Saudita, Emiratos Arabes y Egipto, en convivencia con rusos y chinos y, en particular, con los ayatolas de Irán. Es decir. con los sostenes de Hamas, Hezbollah, los Hutís yemenitas y la dictadura siria de Bashar El-Assad.

O la mezcla de Argentina con Irán. Un tema que sobrevuela por sobre los pedidos de captura para seis dignatarios iraníes por la voladura de la mutual judía AMIA en Buenos Aires, en 1994.

Pero Ramaphosa pasa todo por alto y mezcla el agua con el aceite, aunque resulten imposibles de mezclar. En rigor fue un instrumento útil, también lo fueron el presidente Lula y el primer ministro Modi -aunque en mucho menor medida-, para los propósitos rusos y las ambiciones chinas.

Para China, se trata de acrecentar su influencia en el Sur global, en su enfrentamiento con los Estados Unidos. Para Rusia, se trata de quebrar su aislamiento internacional tras la artera invasión a Ucrania.

Con todo, Ramaphosa obtuvo una victoria. Logró desarmar la resistencia de la India -rival regional de la China- que desconfía de los avances hacia el sur de la dictadura del Partido Comunista chino, y la de Brasil, cuyo presidente sueña con una cuota de liderazgo mundial que dé sentido a la política internacional de su tercer gobierno.

De su lado, los Estados Unidos siguen muy de cerca los acontecimientos sudafricanos. En particular, la relación cada vez más estrecha con Rusia y su autócrata gobernante, Vladimir Putin. 

A disgusto, debieron callar cuando el partido oficialista sudafricano se pronunció a favor de abandonar el tratado de adhesión a la Corte Penal Internacional, dado que los propios Estados Unidos jamás lo firmaron. Ramaphosa se hizo eco durante un día y al siguiente explicó que se había tratado del consabido "error de comunicación", para cubrir la marcha atrás.

Pero alzaron la voz respecto de la colaboración militar de Sudáfrica con Rusia. El embajador norteamericano en la capital Pretoria denunció que un carguero ruso anclado en un puerto militar cerca de Ciudad del Cabo fue cargado con armas y municiones. Otra vez, Ramaphosa "surfeó" la denuncia y habló de una investigación...

Impunidad que no es ficción

No, no se trata de un film basado en un "best seller", aunque merece serlo. Es una historia real sobre protección e impunidad que supera los límites de la ficción.

Si alguien caracteriza la corrupción en los más altos estamentos estatales, ese alguien es el expresidente Jacob Zuma. En junio del 2021, Zuma fue condenado a quince meses de prisión efectiva por ultraje a la justicia, debido a que se negó a declarar ante una comisión investigadora sobre la corrupción masiva que caracterizó a su mandato.

Un mes después, el 18 de julio, Zuma entró a prisión. Automáticamente, se produjeron disturbios en las grandes ciudades sudafricanas con un saldo de más de trescientos muertos. El propio presidente Ramaphosa, ex vicepresidente de Zuma, debió reconocer, por aquel entonces, que la democracia sudafricana corría peligro.

En cuanto a Zuma, inmediatamente fue trasladado a la enfermería de la prisión donde, presuroso, un médico emitió un apuradísimo informe que explicitaba que Zuma padecía una "enfermedad terminal avanzada" sin catalogarla, pero suficiente para reclamar la "inmediata libertad".

Junto con el Brasil del exmetalúrgico Luiz Inacio da Silva, la Sudáfrica del presidente Cyril Ramaphosa pretende construir un liderazgo a imagen y semejanza del otrora tercermundismo y su no alineamiento.

La cuestión pasó a manos de un consejo médico que rechazó el informe anterior, pero el amigo de Zuma y director de prisiones, un tal Arthur Fraser, ordenó su puesta en libertad. No es cualquiera este Arthur Fraser. Fue jefe del servicio de inteligencia sudafricano. Fue quién hizo desaparecer las pruebas sobre la corrupción de Zuma. 

Hubo que esperar hasta noviembre del 2022 para que la Corte Suprema de Apelaciones de Sudáfrica revise las decisiones del tal Fraser y las considere "ilegales e inconstitucionales". Entonces, Zuma debía cumplir la condena, aunque eran los servicios penitenciarios los encargados de definir cuánto resta de pena por cumplir.

Tantas idas y vueltas parecen terminar cuando la Corte Constitucional decide que debe cumplir la casi totalidad de la condena.

Duró poco el imperio del Estado de Derecho. Sí, es cierto, Zuma retornó a prisión y estuvo encarcelado durante... una hora. Ocurre que, según el gobierno Ramaphosa, el ex presidente no "gozó" de ningún tratamiento especial, sino que corrió la suerte de todos quienes por una causa u otra fueron condenados a la privación de libertad.

Sin un atisbo de rubor, el gobierno explicó que Zuma se benefició de una reducción de penas general, firmada por Ramaphosa, debido a los problemas de superpoblación carcelaria. Fue el azar que determinó que la firma del respectivo decreto por el presidente Ramaphosa ocurriese y fuese puesta inmediatamente en vigor solo minutos después del ingreso de Zuma a prisión...

Entonces, así, sin contemplación especial -según el ministro de Justicia- Zuma recuperó su libertad. Ya no temporal, sino definitivamente. Pasaron tres años desde el dictamen médico que "detectó" la "enfermedad terminal avanzada" del ex presidente. A juzgar por las imágenes eufóricas de Zuma, tras finalizar su hora en prisión, parece que el avance... dejó de avanzar.

Colapso energético

Como siempre ocurre, la corrupción desemboca en crisis que afectan a la mayoría de las personas. En gran medida, el problema va más allá de las propias crisis. Y es así, porque buena parte de la población no vincula ambos fenómenos. Por el contrario, a cambio de asistencialismo, acepta versiones estrambóticas sobre las causas de dichas crisis.

Claro que no en todas partes es igual. Pero es una constante entre los gobiernos populistas del otrora denominado "tercer mundo". Y el caso sudafricano no es la excepción.

El país padece una crisis energética de proporciones que se extiende, de manera creciente, desde hace más de un año, producto de diversas causas. El resultado consiste en que los sesenta millones de sudafricanos solo reciben electricidad durante no más de algunas horas diarias.

El país padece una crisis energética de proporciones que se extiende, de manera creciente, desde hace más de un año, producto de diversas causas. El resultado consiste en que los sesenta millones de sudafricanos solo reciben electricidad durante no más de algunas horas diarias.

La respuesta oficial a la crisis fue la declaración del estado de catástrofe por parte del presidente Ramaphosa durante su mensaje anual sobre el estado de la Nación pronunciado desde la municipalidad de Ciudad del Cabo.

El estado de catástrofe permite desbloquear fondos destinados a otros usos y volcarlos a la búsqueda de soluciones -en realidad, de paliativos- frente a la crisis eléctrica.

A la fecha, la empresa que produce el 90% de la electricidad sudafricana carga con una deuda que, a febrero de 2023, totalizaba US$ 23.000 millones. Además, la mayor parte de su producción surge de centrales térmicas, en gran medida alimentadas con carbón mineral, que presentan un estado de vetustez superior a los cuarenta años.

Sudáfrica enfrenta un colapso energático feroz
Sudáfrica enfrenta un colapso energático feroz

Polución y vetustez, aunque graves, originan solo una pequeña parte del faltante. El grueso proviene de la corrupción. No se trata solo de tolerados -y en algunos casos, inducidos- robos de cables para la reventa de los hilos de cobre. Se trata de desvíos de fondos. De la recaudación por los servicios y de los aportes extranjeros para la transición energética.

No se trató de denuncias anónimas. Quién las formuló fue el director de la empresa estatal Eskom, André de Ruyter, quien explicó el funcionamiento corrupto que atribuyó a políticos, inclusive un ministro, del oficialista Congreso Nacional Africano, el partido del legendario Nelson Mandela.

De Ruyter denunció que los robos de materiales y piezas de recambio se llevan a cabo de manera organizada para obligar a llamar a licitaciones para su reemplazo, pero... a precios exorbitantes. Cuando no son robados, son destruidos. Obviamente, el sabotaje cumple el mismo rol: la recompra con valores recargados.

La dirección de Eskom enfrentó graves problemas cuando decidió atacar la corrupción. El propio de Ruyter sufrió un intento de asesinato a través de un envenenamiento. Los gerentes de algunas plantas caminan con chaleco anti balas, rodeados de guardaespaldas que también deben proteger a sus familias.

Por supuesto, el Congreso Nacional Africano niega toda responsabilidad sobre la corrupción. Como si semejante desfalco -calculado en US$ 50 millones mensuales- fuese posible sin la participación gubernamental.

Es más, todo indica que Cyril Ramaphosa será nuevamente candidato oficialista para las próximas elecciones presidenciales. La impunidad a la orden del día.

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