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Ni comunista ni peronista: las ideas económicas y sociales del Papa
A 10 años de Francisco

Ni comunista ni peronista: las ideas económicas y sociales del Papa

No plantea el fin del capitalismo ni la remoción de las fronteras. En realidad es bastante más sencillo que cualquier sobreanálisis.

Ignacio Hutin 12 marzo de 2023

"Si hablo de tierra, techo y trabajo dicen que soy comunista", afirmó Francisco a poco más de un año de asumir su pontificado. Fue casi una definición inicial, una autoproclama. Como quien afirma que "soy esto", pero sobre todo, que "apunto hacia este destino". 

Esa frase fue pronunciada en el marco del primer Encuentro Mundial de Movimientos Populares, desarrollado en Roma. Al año siguiente, para el segundo Encuentro, el Papa mantuvo la misma lógica, pero esta vez la diferencia radicó en el escenario. Era 2015 y le tocaba hablar, no en la capital italiana, en Europa, en el Primer Mundo, sino en Bolivia, en su Sudamérica natal. 

"Tierra, techo y trabajo para todos nuestros hermanos y hermanas. Lo dije y lo repito: son derechos sagrados. Vale la pena luchar por ellos. Que el clamor de los excluidos se escuche en América Latina y en toda la Tierra", dijo en Santa Cruz de la Sierra. Fue durante aquel mismo viaje en el que Evo Morales, entonces presidente boliviano, le regaló el famoso "crucifijo comunista", en el que Jesucristo aparecía crucificado sobre una hoz y martillo de madera.

Aunque parezca tentador, en épocas de redes sociales y de polarizaciones, encasillar a Francisco (o a Bergoglio) con alguna etiqueta política, en verdad no es tan sencillo. Así como alguna vez aclaró que no era comunista, también debió hacer lo propio con el peronismo. Su familia siempre estuvo ligada al radicalismo y, si bien él tuvo algún acercamiento con la organización Guardia de Hierro, en la que militaban profesores de la Universidad del Salvador cuando Bergoglio estaba a cargo como provincial de los jesuitas, él  nunca fue militante del peronismo.

En realidad, las definiciones políticas, sociales y económicas del Papa no están directamente vinculadas con el peronismo, el radicalismo o el comunismo. Su base es la doctrina social de la Iglesia, un conjunto de enseñanzas sociales que comenzó a desarrollarse en tiempos de León XIII, sumo pontífice entre 1878 y 1903, y cuyos principios incluyen el bien común, la solidaridad, la participación, la justicia y el destino universal de los bienes. 

En pocas palabras, esta doctrina convoca a los cristianos a trabajar activamente por la dignidad y la igualdad humana. Claro que esos postulados suenan similares a los de no pocos partidos o movimientos políticos, por lo cual la confusión es previsible.

No es casual, entonces, que el primer viaje de Francisco luego de asumir el 12 de marzo de 2013 fuera a Lampedusa, mucho más cerca de Túnez que de las costas de la Italia continental.

La cercanía con África implica que muchos migrantes utilicen a la isla como puerta de entrada a la Unión Europea, pero, en su enorme mayoría, quedan atascados allí, sin posibilidad de seguir viaje hacia el continente. Para el Papa, era una forma de darle visibilidad a cientos de personas que cruzan el Mediterráneo en balsas precarias y de recordar a los miles que mueren en este tipo de viajes.

Mientras tanto, hoy gobierna Italia Giorgia Meloni, quien se opone a que desembarquen en las costas de su país aquellos refugiados que hubieran naufragado. No lo dice abiertamente porque es política, pero prefiere muertos antes que migrantes irregulares en Italia. Cuando se reunieron por primera vez con Francisco, en pasado enero, la cuestión migratoria fue uno de los temas centrales.

El punto no es solamente los migrantes que mueren en el mar ni Italia ni Meloni. El punto es no mirar hacia otro lado ante los que sufren, sin importar sus orígenes, ideas, forma de vida o fe. Más de una vez, Francisco se refirió a la necesidad de una regulación estatal de la economía, que el Estado funcione como mediador entre partes y que esto derive en una mayor distribución e igualdad. 

En ese sentido, podría decirse que está lejos del capitalismo liberal, pero no del capitalismo per se. No, no es comunista. Sus críticas no apuntan a quien produce riqueza, sino a quien no la distribuye, a quien no genera empleo. Por otro lado, cuestiona la primacía de las finanzas y la especulación: "Especular es una enfermedad que perjudica siempre a otro", dice en el libro de reciente publicación El Pastor. Ve a la economía como algo concreto y a las finanzas como algo etéreo, inasible. 

A esto se le suma la crítica al consumismo, al comprar excesivamente como búsqueda de una gratificación espiritual. Incluso habla de ese punto en su encíclica Laudato Si, la primera de un Papa que apunta a la ecología y en la que destaca cómo el consumismo afecta al medio ambiente.

Francisco no apunta entonces a una revolución, sino a poner en práctica y expandir lógicas que la Iglesia Católica enarbola desde hace más de un siglo. No plantea el fin del capitalismo ni la remoción de las fronteras. En realidad es bastante más sencillo que cualquier sobreanálisis: propone no mirar hacia otro lado frente al sufrimiento ajeno y trabajar para que cada humano viva con dignidad. Con tierra, techo y trabajo.

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