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A 19 años del Protocolo de Kioto: la energía nuclear vuelve a ser clave en la lucha contra el cambio climático

Este 16 de febrero se cumple otro aniversario de la entrada en vigor del Protocolo, el primer compromiso para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, 19 años después, la situación no ha mejorado, aunque la energía nuclear podría ser parte de la solución.

A 19 años del Protocolo de Kioto: la energía nuclear vuelve a ser clave en la lucha contra el cambio climático
Damián Cichero 15 febrero de 2024

Desde hace ya varios años, la lucha contra el cambio climático es una realidad. Por ello, pactos como el Acuerdo de París son conocidos prácticamente por todo el mundo.

Sin embargo, pese a la gran importancia que se la da a este asunto, esta lucha lleva ya varios años en el centro del tablero internacional sin una solución definitiva. 

Quizás, como fecha inicial, podría marcarse el año 1972, cuando se desarrolló la cumbre de la Tierra de Estocolmo y se plantearon temas como la contaminación transfronteriza o la degradación ambiental. 

No obstante, en lo que respecta a los compromisos de los países, el 16 de febrero es una fecha fundamental: ese día, pero en 2005, entró en vigor el Protocolo de Kioto, un acuerdo de la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático (CMNUCC) que buscaba reducir las emisiones de seis gases de efecto invernadero (GEI).

En realidad, el protocolo había sido adoptado el 11 de diciembre de 1997 en Kioto, Japón, aunque tardó varios años en entrar en vigencia, ya que exigía la ratificación, aprobación o admisión de, al menos, 55 países. 

Además, la otra condición era que estos países sumaran el 55 % de las emisiones de los países ricos o desarrollados. 

Finalmente, esto sucedió el 16 de febrero con la ratificación de Rusia, aunque el principal problema fue que actores como China, Australia y Estados Unidos rechazaron el acuerdo.

En simples palabras, el protocolo comprometió a los países industrializados a reducir las emisiones de GEI, exigiendo metas vinculantes para 37 países y la Unión Europea, que eran los principales responsables de los elevados niveles de emisiones .

El objetivo era que todos los firmantes redujeran al menos un 5,2 % las emisiones contaminantes entre 2008 y 2012, tomando como referencia los niveles alcanzados en 1990.

Además, en Doha, el 8 de diciembre de 2012, se aprobó la Enmienda de Doha para un segundo período de compromiso, desde 2013 hasta 2020. 

En esta oportunidad, los países acordaron una reducción de, al menos, el 18 % de las emisiones de GEI respecto a 1990. Pero, como sucedió la primera vez, países como Estados Unidos, Rusia y Canadá decidieron no firmar la prórroga.

Para fines de 2020, la mayoría de los países había cumplido con sus compromisos. De todas formas, las emisiones de GEI acumuladas habían aumentado más de un 50 %, de 22 a 36 miles de millones de toneladas de equivalentes de CO2. 

En parte, esto fue consecuencia de que los firmantes no incluían a EE. UU. y Canadá, países que aumentaron notablemente sus emisiones en ese período.

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Consultado por El Economista, Julián Gadano, director de Política Nuclear de Fundación Argentina Global y exsubsecretario de Energía Nuclear de la Nación, considera que, pese al resultado, el Protocolo no ha fracasado porque "fue la primera vez que el mundo aceptó formalmente que había que reducir las emisiones y que había que generar mecanismos que comprometieran a los Estados a hacerlo". 

"Creo que ese es el principal aporte del Protocolo: el poner el tema sobre la agenda. A largo plazo, lejos de haber fracasado, instaló el tema, generó una agenda positiva y movió al mundo, aunque no cumplió quizás con la velocidad y la profundidad que algunos pretendían para los objetivos. De todas formas, yo diría que el balance es más positivo que negativo", agregó. 

Sin dudas, puede haber diferentes motivos por los que el Protocolo no terminó siendo del todo efectivo. Sin embargo, quizás uno de los asuntos más llamativos es que la energía nuclear, pese a no emitir GEI, no fue incluida entre las formas de energía que podían considerarse en los mecanismos financieros de intercambio de tecnología y emisiones.  

Al respecto, Gadano observa que "la respuesta al hecho de que esto no haya sucedido es más política que otra cosa: hubo mucho miedo a partir de Chernobyl".

En esta línea, Gadano explica que "eso generó un impacto muy fuerte en la sociedad civil y en las comunidades políticas de Europa continental, sobre todo en países como Italia, Alemania y Austria, que, paradójicamente, es la sede del Organismo Internacional de la Energía Atómica". 

"Al mismo tiempo, se dio el crecimiento de los partidos denominados verdes, que instalaron la agenda ambiental en el sistema político europeo y que, por razones que es complicado definir rápidamente, son antinucleares", agrega. 

Por ello, desde el punto de vista del experto, se generó un efecto dominó negativo: el rechazo de la energía nuclear de esos países achicó el mercado, y este achicamiento hizo que muchas empresas quebraran o se retiraran. Así, mucha gente dejó de dedicarse a este tema y eso, al reducirse toda la cadena, encareció muchísimo más la energía nuclear.

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Imagen del accidente de Chernobyl

Pero, volviendo a la actualidad, en un momento en el que el mundo necesita respuestas concretas para este problema, Gadano dejó en claro que "el papel de la energía nuclear en esta lucha es clave. Incluso, yo iría un poco más allá y diría que, sin ella, no se pueden lograr los objetivos de reducción de GEI".

"La energía nuclear es una energía limpia y, a la vez, es una energía en la base. En el mundo actual, no disponemos de almacenamiento de energía a precios competitivos, por lo que no podemos depender solamente de energías renovables, que son limpias, pero son intermitentes, no están siempre disponibles", explica.

Por último, teniendo en cuenta que Argentina tiene un peso importante en el área pese a ser un país subdesarrollado, Gadano piensa que "Argentina puede ofrecerle mucho al mundo en materia de energía nuclear. El país tiene recursos humanos muy calificados y una cadena industrial de calidad". 

Sin embargo, alertó que el país se tiene que dar cuenta de hacia dónde va el mundo, ya que las oportunidades no van a llegar solas. 

En este sentido, remarca que "si Argentina sigue suponiendo que el tema pasa por hacer reactores gigantescos, proyectos que duran 15 años, con financiamiento público en mercados cerrados, basados en tarifas altas, entonces toda la industria se focaliza en la posibilidad de que surja un proyecto público, y ahí creo que no hay mucho futuro".

"Ahora, si el país observa lo que pasa en el mundo y se trata de integrar de manera competitiva en esa cadena de valor, podría hacerlo. Si las empresas se concentran en eso, y el Gobierno les da la oportunidad de que puedan integrarse a esa cadena de valor y no que dependan de inversiones públicas (que, por cierto, nunca llegan a tiempo), entonces ahí tenemos una oportunidad. Pero las oportunidades son trenes: uno se tiene que subir al tren; el tren no te sube. Si no te subiste, pasa", dice como advertencia. 

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