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Un planeta de machirulos, inversión y econo-parches

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31 agosto de 2020

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

Si bien el propósito original de esta columna era divagar en detalle sobre dos de los numerosos proyectos de reactivación económica que se discuten en diversas partes del mundo para revertir los efectos de la actual pandemia del Covid-19, mi cerebro patinó hacia la idea de explicar cómo piensan y actúan los actuales referentes políticos de la Unión Europea (UE) y de otros gobiernos de similar o mayor influencia global.

El único dato que durante la pasada semana iluminó con sensatez tal escenario fue la decisión de reconocer, por fin, que el borrador de acuerdo negociado entre la UE y el Mercosur no concita los necesarios respaldos políticos del Viejo Continente como para suscribir y ratificar lo adoptado en junio de 2019. Con su habitual sabiduría, Angela Merkel encontró la manera sana y discreta de poner punto final a tan lamentable parodia. Quienes conocen el tema eran conscientes de que nunca hubo real voluntad de negociar un acuerdo sustantivo, integral, equilibrado y viable.

Nada de eso fue sorpresivo. A principios de agosto, el ministro de Economía de Brasil, Paulo Guedes, se había referido al tema en diálogo con Alvaro Vargas Llosa en la Fundación Libertad. En esa oportunidad sólo insinuó los argumentos prefabricados a principios de año por el Euro-Parlamento, cuyo plantel elaboró un informe ad hoc (ver mis columnas específicas) acerca de la irracional política amazónica del presidente Jair Bolsonaro. Nadie ignora que estos hechos dejan en pie la asignatura pendiente de negociar un acuerdo respetable y eficiente entre el Mercosur y la UE. Para lograrlo Brasil debería entender que el cambio climático no es un invento marxista o prebendario; que los dogmas y no la integración interfieren con la defensa de los patrimonios soberanos a la hora de regular el comercio y la inversión; y que coordinar nuestras decisiones es la mínima cuota de voluntad política y lógica profesional que requieren estos ejercicios. De hecho, no hay señales de que Bruselas se haya privado de sugerir un Acuerdo de Libre Comercio con Washington poniendo como condición previa una cuota innegociable de amor ambientalista y de respeto a la lucha contra el cambio climático nada menos que al gobierno de Donald Trump, como sí lo hizo al desconcertado Mercosur.

El pasado 27 de agosto el mundo se encontró con que el hasta entonces influyente Comisionado de Comercio de la Comisión de la Unión Europea (UE), Phil Hogan,  entendió necesario renunciar a su cargo tras el escándalo social que armó con el viaje que hizo a su país natal (Irlanda). Según la prensa, el hombre no exhibió sincero apego a  las normas cuarentenarias vinculadas con el CODIV-19. El reproche indica que Hogan fue a una comida de 80 personas efectuada en un Club de Golf, donde había políticos, jueces y otros influyentes del poder local, establishment al que el viajero solía pertenecer antes de integrar el gabinete de la UE. Él residía y ejercía en Bruselas desde 2014, donde empezó como Comisionado de Agricultura del gabinete presidido por Jean-Claude Juncker.

A fines de 2019, y recién asumidas sus nuevas funciones de Comisionado de Comercio del elenco que hoy encabeza la doctora Ursula von der Leyen, Hogan fue a Washington a dialogar sobre la posible reactivación de las suspendidas negociaciones del Acuerdo de Libre Comercio bilateral con Estados Unidos para evitar, entre otras cosas, que el impredecible genio de Trump siga amenazando a la UE con imponerle un oneroso arancel de importación de  autos europeos, cosa que el Jefe de la Casa Blanca ensayaba con equivalente pasión ante el gobierno “amigo” de Japón. En la capital estadounidense habló antes con las ONG que con el embajador Robert Lighthizer, titular de la Oficina Comercial (el USTR), quien  lo solapeó verbalmente al explicarle las ambiciones mercantilistas y algunas sensatas del actual gobierno estadounidense.

Lo cierto es que, entre su designación y su renuncia al puesto de Comisionado de Comercio, Hogan tampoco se privó de explorar abiertamente la posibilidad de convertirse en Director General de la OMC, una candidatura que nunca formalizó.

La cosa es que en su condición de ex Comisionado no pegó una en diez meses y al dejar el puesto dijo que esperaba que la historia lo trate mejor que la prensa cotidiana. Ello debe haber repicado como música familiar en quienes conocen lo que dijeron Fidel Castro y Cristina Kirchner (un “la historia me absolverá”). O sea que al enfilar hacia la puerta de calle, Hogan hizo plagio de una frase solemne, sin tener conciencia de con quién se metía.

Tanto el Comisionado renunciante como su perspicaz antecesora Cecilia Malmström, quien negoció el borrador de Acuerdo de Libre Comercio birregional con el Mercosur, confirmaron espontáneamente que en la susodicha negociación la UE otorgó concesiones de insignificante valor al sector agrícola de la parte sudamericana. Por fortuna ninguno de ellos se atrevió a detallar la magnitud y alcance del paquete de proteccionismo regulatorio que le enchufaron a los negociadores de América del Sur. En él texto aparecen, por ejemplo, disciplinas sobre Bienestar Animal que sonarían a ridículas de aplicarse en serio al gigantesco escándalo que acaba de estallar en  Francia y la UE a raíz de la filmación de un tétrico y roñoso criadero de gansos, con cuyos hígados se elabora un magnífico foie gras.  Esa explotación es un testimonio Summa Cum Laude de Malestar Animal, ya que tan  excelso bocadillo requiere enfermar y perfumar al ganso sano para producir un manjar  que deleita a los consumidores (me incluyo).

También reconozco que estoy entre quienes siempre pensaron que el Rey Juan Carlos fue un protagonista meritorio y heroico de la ordenada transición del franquismo a la democracia española, y a la posterior inserción en Europa promovida por Felipe González, ya que atribuí a la maledicencia popular la histórica versión de que su Majestad solía combinar su gesta patriótica con un imparable reflejo de semental. En todo caso resultó ser el más democrático y derrochador de los sementales europeos, porque una de sus ex amantes acaba de comprar y reciclar un simpático castillete británico con una partecita de los 65 millones de dólares que el ex monarca habría recibido por una de sus discretas y espirituales mediaciones (presuntamente ferroviaria).

En la misma semana, el matutino londinese The Guardian informó que el gobierno del Primer Ministro británico, Boris Johnson, se aprestaba a designar como enviado especial de su gobierno y miembro prominente de la Junta de Comercio (Board of Trade) para negociar el ACL bilateral con Estados Unidos, al ex primer Ministro de Australia Tony Abbott. Si bien hasta ahora la noticia no recibió comentario alguno de 10 Downing Street (la Casa Rosada británica), en medios del laborismo opositor se da por cierta tal designación junto a un desparramo informativo acerca de las virtudes del candidato.

Abbott nació en Inglaterra de madre australiana y a los dos años se fue a vivir al país de su progenitora. Y aunque sólo consiguió ejercer por dos años como primer Ministro  del partido liberal, sus “voluntarios biógrafos” dicen que es exageradamente misógino; que no se le conoce gran experiencia en comercio exterior; que es un gran admirador de Trump y que dijo con aire flemático que el calentamiento global (el cambio climático) es probablemente bueno para el planeta, lo que seguramente habrá de engordar la vena poética de los militantes verdes del Viejo Continente. En suma, un candidato inmejorable para acoplarse a la presente gestión del Gobierno británico.

A despecho de esa alborotada realidad, el Parlamento Europeo está circulando un proyecto de Resolución destinado a estimular la inversión regional. El hecho no demanda mayor explicación: el PIB de la UE caerá en 7,5% o más en 2020 y, sin estímulos a la inversión, difícilmente habrá recuperación de empleos surgidos de la actual realidad económico-sanitaria.

La pandemia hirió profundamente las cadenas de valor, a la inter-conectividad en la producción y la vida de las pymes. De hecho están en jaque el proceso de digitalización y el destinado a intensificar la lucha contra el cambio climático, mediante la generalización de la economía circular. Por lo expuesto el poder legislativo del Viejo Continente se propone un fondo llamado InvestEU (Invierta en la Unión Europea), destinado a impulsar soluciones estructurales vinculadas al desarrollo regional, una cobertura que alcanza a la inteligencia artificial.

El fondo fue concebido para abastecer de instrumentos financieros a proyectos técnica y económicamente viables. Su papel consistiría en crear un proceso para dar base lógica al riesgo y la coparticipación del riesgo. Los objetivos no sólo apuntan a la creación de empleos, sino también a dar continuidad a los programas de infraestructura, los fondos necesarios para la iniciación de proyectos y los planes vinculados al Programa 2030 de Desarrollo Sostenible sin olvidar al omnipresente Pacto Verde (Green Deal). Dos de los sectores prioritarios del Fondo serán la energía y el transporte, así como el salvataje de la aniquilada industria turística. La idea es darle fuerte protagonismo al Banco Europeo de Inversiones.

El otro poder que se descolgó con un gigantesco plan de reconversión del desarrollo es China, cuyos líderes intentan sustituir una parte de las exportaciones por el desarrollo del consumo y la inversión doméstica. El Gobierno de Xi Jinping acaba de reformular, nuevamente, la estrategia económica. Esta consiste en tres pilares centrales: a) lograr que la población gaste más y ahorre menos, bajando el miedo a la pandemia y la recesión global; b) el re-direccionamiento del comercio exterior hacia los mercados asiáticos, y c) la creciente sustitución de las cadenas de valor, para equiparar la política de desenganche de China como centro de industrialización de las grandes potencias occidentales (un nuevo modelo de desarrollismo).

Pekín también intenta no sólo renovar la confianza hacia la fase 1 del acuerdo bilateral con Estados Unidos, que será el prioritario abastecedor de gran parte de una demanda orientad a importar 40 millones de toneladas de soja, sino también de unos US$ 300.000 millones anuales en semi-conductores.  A pesar de ello, algunos observadores sostienen que la reformulación de políticas no es fácil en ninguna economía y menos en el caso chino, cuyos cañones apuntan al comercio exterior. China quiere ser una segunda Alemania.

Otros analistas creen que China puede mejorar sus enfoques en materia de propiedad intelectual, pero temen que no modificará su intervencionismo en Hong Long ni sus aspiraciones de alinear a Taiwán con la RPC. Pekín tampoco se piensa arrepentir de las metas fijadas en materia tecnológica para 2025.

Me hubiera gustado contraponer los anteriores ideas con el plan de reactivación argentino, pero la verdad es que no lo conozco. Siquiera imagino los parches que suele vaticinar con lacerante claridad Carlos Melconian.

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