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La vitalidad del Gobierno

¿Cuánto “resto energético” tiene Alberto Fernández?

Argentina no es ni rosquera ni parlamentarista, es popularista. Los episodios de la serie “Borgen” no proveen casi ninguna enseñanza para gobernar aquí.

Alberto Fernández.
Alberto Fernández. Archivo
Julio Burdman 24 marzo de 2022

Por “resto energético”, una expresión más propia de un manual de ingeniería eléctrica o autoayuda que de la ciencia política, nos referimos a la vitalidad del Gobierno de Alberto Fernández. Lo que tiene para gobernar, o lo que le falta. 

Desde hace miles de años se discute cuál es la “esencia” de lo político. Obviamente no hay ni habrá una sola respuesta a semejante pregunta, pero todos los caminos llevan a lo que hace posible que un gobierno cambie la realidad: decisión, gobernabilidad, espíritu, ambición, ideología, poder, voluntad, etcétera. 

Gobernar no es ir todos los días a ocupar la oficina del presidente. De hecho, cuando los ciudadanos no se convencen de que el ocupante de la oficina presidencial esté haciendo correctamente su trabajo (es decir, cambiar la realidad), aparece la incómoda pregunta: ¿quién está gobernando “realmente”? ¿Cristina Kirchner, Clarín, el FMI, los chinos, Soros? Porque siempre, en el trono o detrás de él, alguien “real” está gobernando. O eso cree el imaginario popular.

Desde hace un tiempo, se instaló entre políticos y comentaristas la idea de un doble vacío de poder para Fernández. Por un lado se dice que el presidente nunca gobernó “realmente”, porque Cristina era quien lo hacía, y para colmo ahora Cristina y el cristinismo estarían sufriendo como nunca antes el desgaste de estar en el poder en un contexto complejo, quedando incapacitados para controlar el poder detrás del trono.

Según esa lectura, la crisis del cristinismo como gobierno “real” se desata con la derrota electoral de noviembre de 2021 y se acelera con la firma del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), llevándolos a saltar anticipadamente del bote gubernamental.

Todo ello dejaría a un Presidente desnudo y expuesto, enfrentando en una desoladora soledad la insistente pregunta de cuánto “resto energético” tendría para cargarse el gobierno al hombro.

Como todo análisis, éste combina verdades con exageraciones. Para empezar, es cierto que el oficialismo perdió las elecciones legislativas, que la oposición lo supera en las encuestas, que su electorado tiene cada vez menos paciencia frente a la inflación y la malaria, y que sufre una interna. 

También es cierto que el cristinismo-kirchnerismo está hoy más orientado a proteger su legado y su relación con sus votantes que a apoyar al presidente, que otros sectores internos (no kirchneristas) del Frente de Todos también están en posición de fuga, y que el Presidente está desorientado frente a estas novedades poco agradables. 

Lo que es una exageración es que todo esto constituya una catástrofe sin remedio. El Presidente aún tiene muchas herramientas para seguir jugando. Por eso, lo más grave del panorama es la desorientación política oficial, porque la acción humana en la neblina de la guerra es lo que construye realidades.  

El amplio apoyo que obtuvo el acuerdo con el FMI en el Congreso, a pesar del voto en disidencia de La Cámpora y sus aliados de la izquierda frentetodista, demostró que el cristinismo no hegemoniza a la coalición.

Fernández está al frente de la segunda fuerza electoral del país, y lo está gobernando. Sin embargo, la interna del Frente de Todos lo privó de su mecanismo de sustentación política, que era la “mesa de unidad” -real o imaginaria- del oficialismo.

Fernández se nutría de esos apoyos internos que, además de ser voluminosos, lo ponían como continuador de la mayor fórmula de gobernabilidad que conoce la Argentina contemporánea, que son los frentes electorales mayoritarios de base justicialista.

Con la sensación de que eso estaba roto, en los últimos meses el Presidente estuvo abocado a la estrategia de gestionar apoyos internos para garantizar el apoyo mayoritario al acuerdo. Y esa estrategia funcionó bien, porque el Presidente logró el acuerdo y sentó las bases de lo que resta de su mandato. Sin embargo, la gestión de la interna tenía fecha de vencimiento, y debe ser rápidamente reemplazada por otra estrategia superadora.

En nuestro régimen político presidencialista, los “restos energéticos” de la política provienen del liderazgo y el apoyo popular.

Argentina no es ni rosquera ni parlamentarista, es popularista. Los episodios de la serie “Borgen” no proveen casi ninguna enseñanza para gobernar aquí. Por eso, el Presidente cometería un error si ahora intenta recuperar la “unidad perdida” para afianzarse en su rol. Su trabajo principal no está en el palacio, está en la calle. Su aparente soledad reside en no haberse preparado durante estos años para ser el jefe de la opinión oficialista.

La “mesa de la unidad”, luego reemplazada por la “mesa de la gestión interna”, ahora debe ser sustituida por una “mesa del liderazgo político”. Que la primera narrativa política posterior al acuerdo surgida de la Casa Rosada haya sido una carta de intelectuales-funcionarios escrita para el consumo interno de la interna revela la desorientación respecto de la naturaleza de la tarea por delante. Para esta nueva etapa, el Presidente necesita un equipo político para ejercer el liderazgo de la sociedad, brindando un horizonte de continuidad y futuro al país que no sea una mera disculpa por las decisiones tomadas, y que tienda todos los puentes posibles con los votantes, que pasaron a ser su verdadera -y, como siempre, única- fuente de sustentación. 

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