El Economista - 70 años
Versión digital

sab 27 Abr

BUE 11°C
Guerra

Ya no hay buenas opciones para Israel en la Franja de Gaza

Dada esta historia de conflicto y promesas incumplidas, es difícil concebir una solución que sea aceptable para todos. El camino transitado condiciona la credibilidad de las opciones futuras y los compromisos que se contraigan difícilmente gocen del consenso necesario para sobrevivir.

Ya no hay buenas opciones para Israel en la Franja de Gaza
Federico Bauckhage 06 noviembre de 2023

La mayoría de las noticias del último mes recurren al término "terrorista" para describir al grupo Hamás, con el cual Israel se encuentra en guerra. Sin embargo, ¿es este término la descripción más apropiada del problema? ¿Tiene Israel un problema de terrorismo, o es algo más profundo?

La mayoría de las definiciones coinciden en que un acto terrorista es un acto de violencia, a menudo dirigido contra civiles no combatientes, que busca generar, a través del miedo, efectos políticos deseables para un grupo, causa o ideología. Hay un consenso de que el terrorismo no es moralmente bueno, a lo sumo un mal necesario, razón por la cual rara vez un grupo se autodenomina a sí mismo como terrorista, este mote casi siempre se lo aplican sus enemigos.

El terrorismo, entonces, no es en sí mismo una causa ni una identidad, es un instrumento de violencia política, un método de lucha al cual recurren algunos actores con una determinada causa política. Un grupo no estatal que es meramente "terrorista", que tiene al terrorismo como función principal, es usualmente un grupo muy pequeño de extremistas que recurren solamente al terrorismo para generar efectos políticos porque su causa no es popular, no gozan de credibilidad con la población que los rodea, y en consecuencia no tienen mucha capacidad de movilización. 

Un grupo terrorista de este tipo puede combatirse utilizando a la policía y los servicios de inteligencia para arrestar o matar a sus miembros, hasta desarticular la capacidad operativa del grupo. Como no tiene capacidad de movilización significativa, le será muy difícil sino imposible al grupo reemplazar a sus miembros perdidos y restablecer su logística.

Hamás, en cambio, cuenta con aproximadamente 50.000 miembros, posiciones fortificadas, y un poderoso arsenal - no es una mera banda terrorista, es un ejército insurgente, que lucha de manera asimétrica. Un grupo de 50 personas armadas que ponen bombas son un problema policial, pero 50.000 personas armadas con misiles y drones son un problema militar y, por lo tanto, un problema político. 

Como sabemos por experiencias insurgentes pasadas (por ejemplo, el Vietcong o el Talibán), no importa cuántos de sus miembros mueran en combate, estos grupos suelen ser capaces de reemplazar sus pérdidas una y otra vez porque su causa es popular entre una masa crítica de población que los sostiene y protege. Tal vez Hamás no cuente con el apoyo de la totalidad o incluso de mayoría de la población palestina en Gaza, pero sí de una proporción suficientemente grande.

Una insurgencia persiste hasta que las condiciones que alimentan su existencia desaparecen, en caso de una potencia colonial o invasora, típicamente cuando dicha potencia ocupante se retira, como por ejemplo EE. UU. se retiró de Vietnam, Irak y Afganistán.

Hamás es el gobierno de facto en Gaza, y sus fuerzas militares son de facto el ejército de Gaza. Y desde su perspectiva, ellos consideran que se encuentran en una lucha desigual contra una potencia ocupante ilegítima, que es Israel. Y este caso particular, Israel se encuentra en la difícil situación de no tener otro lugar a dónde "volver" ni a donde retirarse. Para Israel, que se considera con el derecho de ocupar el mismo territorio que esta organización le disputa, el conflicto es existencial, de modo que tendrá que hacer lo posible por neutralizar esta insurgencia.

israel hamas
 

Para derrotar una insurgencia no es tan importante eliminar físicamente a los combatientes, es necesario drenar el tejido socio-político que le da sustento. Y esto se puede hacer de dos maneras, por la política o por la fuerza.

La primera alternativa implicaría desacreditar la razón de ser política de la organización a ojos de la población afectada. Implicaría impulsar alternativas políticas moderadas que den respuesta de manera suficientemente satisfactoria a los reclamos y necesidades de la población en cuestión, de manera que los intransigentes y extremistas pierdan credibilidad, y se vean desplazados hacia los márgenes del sistema político, pasando de ser un problema militar a un problema de seguridad, mucho más manejable.

Sin embargo, en este caso, la alternativa políticamente moderada existente, que sería la Autoridad Nacional Palestina (ANP), no cumple con estas condiciones, y el propio estado de Israel es en gran medida responsable de ello. Se suponía que los acuerdos de Oslo de 1993 que firmaron Israel y la Organización para la Liberación de Palestina, reconociéndose mutuamente, abrirían el camino para implementar la llamada "solución de los dos estados".

Desde entonces, el paulatino viraje a la derecha del sistema político israelí ha llevado a sucesivos gobiernos a renegar de las promesas hechas en Oslo, y boicotear sistemáticamente el establecimiento de un estado palestino a la par del estado israelí. 

Tras su constitución en 1994 como gobierno interino con autonomía limitada, la ANP se ha mostrado impotente para defender los intereses palestinos, no ha logrado evolucionar en dirección a un estado soberano, y no ha sido capaz de frenar ni mucho menos revertir las continuas pérdidas de territorio a manos de colonos israelíes. A ojos de la mayoría de los palestinos, la ANP es inútil, corrupta, y aún peor, activa colaboradora de la colonización israelí del territorio palestino.

Neutralizadas las alternativas políticas moderadas, entonces, no es extraño que muchos palestinos terminen viendo a los intransigentes como Hamás (o la Yihad Islámica) como los únicos verdaderos defensores de su causa, especialmente y sobre todo en la Franja de Gaza, que el continuo bloqueo israelí vuelve económicamente inviable desde hace 15 años. 

Además, el mismo gobierno de Israel fomentó inicialmente el ascenso de Hamás para dividir y debilitar a la ANP, e impedir la implementación de la solución de los dos estados, como han confirmado públicamente diversos funcionarios israelíes (inclusive el mismo Netanyahu en 2019), antecedente que hace difícil asumir la buena fe del interlocutor al momento de negociar.

Netanyahu
Benjamín Netanyahu

Dada esta historia de conflicto, intransigencia, y promesas incumplidas, es difícil concebir una solución moderada que a estas alturas sea aceptable para ambos bandos, sus posiciones son demasiado extremas. El camino transitado condiciona inexorablemente la credibilidad de las opciones futuras, y los compromisos que se contraigan difícilmente gocen del consenso necesario para sostenerse en el largo plazo.

La otra alternativa, combatir la insurgencia por la fuerza, requiere destruir el tejido social que sostiene a la organización insurgente, y dado que ésta se oculta entre la población civil, esta política invariablemente implica severas violaciones a los derechos humanos para ser efectiva. 

Tenemos numerosos ejemplos de estados lo han hecho, a través del genocidio (véase Ruanda y los Balcanes en la década del 90, o Yemen desde 2014), las transferencias internas de población (como hizo la Unión Soviética en Chechenia), su reclusión en campos de concentración (como hicieron los ingleses en Sudáfrica a principios del siglo XX), o la limpieza étnica (véase lo ocurrido en Nagorno-Karabakh, hace apenas un mes).

Entonces, ¿qué opciones tiene Israel para intentar resolver su problema en Gaza? Podemos arriesgar algunas posibilidades, que no son mutuamente excluyentes entre ellas.

1) Una ofensiva punitiva, destinada a degradar sustancialmente las capacidades de Hamás y restablecer al menos una semblanza de retribución, asegurar la liberación de los rehenes, seguida de una retirada y regreso al status quo ante. Esta opción, además de causar numerosas muertes civiles, aparece como poco probable como resultado del clima político post-7 de octubre, y el reconocimiento de que ese status quo ante es insostenible en el largo plazo.

2) Una ofensiva de gran envergadura, destinada a destruir la capacidad operacional de Hamás, seguida de una ocupación militar prolongada para evitar su reconstitución. Esta ocupación difícilmente pueda hacerse permanente, como en Cisjordania, recordemos que la insostenibilidad de la ocupación, entre otras razones por la presión demográfica, llevó a la evacuación de Gaza en 2005. 

Hoy la población de Gaza es mucho más numerosa, y la situación socioeconómica muchísimo más precaria, lo cual haría una ocupación mucho más arriesgada y costosa para las fuerzas israelíes, que probablemente enfrentarán resistencia por parte de los restos de Hamás y de otras organizaciones militantes. Las muertes de soldados y civiles serían inevitables y numerosas, sin hablar de la miseria económica que la ocupación infligiría sobre la población civil de Gaza. 

Pero incluso si se eliminara a todos los miembros de Hamás, quedarán en Gaza 2,5 millones de palestinos, en un presente muy precario y con futuro incierto. En estas condiciones, lo más probable es que tarde o temprano Hamás o algún grupo similar reaparezca. 

3) Una limpieza étnica, consistente en evacuar a toda la población de Gaza hacia otro lugar, preferentemente el Sinaí. Es sabido por declaraciones de funcionarios israelíes y por documentos oficiales filtrados que una de las alternativas consideradas es la remoción de la población civil de Gaza hacia el desierto del Sinaí, en Egipto.

La dificultad de este plan es que, además de constituir un crimen contra la humanidad, requeriría de la colaboración de Egipto (o eventualmente, otros países árabes de destino) para acoger a dichos refugiados. Pero estos estados difícilmente se presten a esta política, ya que la población desplazada sin duda incluirá numerosos integrantes (actuales y futuros) de Hamás y otras organizaciones dispuestas a continuar su resistencia a Israel, que serán un riesgo para la estabilidad política de los países de destino (véase la experiencia de Jordania y el Septiembre Negro de 1970, y posteriormente la guerra civil en el Líbano).

Por último, los propios palestinos resistirían este plan dado que, en su experiencia, desde 1948 a la fecha, a aquellos que fueron desplazados de sus hogares, jamás se les permitió regresar. Los palestinos desplazados en 1948, y los que se sumaron tras guerras posteriores (y sus descendientes) aún habitan en permanente precariedad los aproximadamente 65 campos de refugiados que existen en el Líbano, Siria, Jordania, Cisjordania y Gaza.

En definitiva, esta opción tampoco elimina las causas de la oposición armada contra Israel, simplemente desplaza el problema al territorio de otros estados, donde puede no solamente sobrevivir sino incluso agravarse, como atestigua el crecimiento de Hezbollah en la frontera norte.

4) Una misión multinacional de paz, consistente en tropas neutrales que sean capaces de mantener el orden en Gaza. Algunas alternativas que trascendieron en los últimos días sugieren una fuerza compuesta por una coalición de países árabes.

Si la misión fuera de imposición de la paz, por ejemplo, siguiendo un modelo similar al de la fuerza IFOR en Bosnia-Herzegovina entre 1995 y 1996, las tropas involucradas deberán combatir a Hamás. Esto nos devuelve a la cuestión de los inmensos costos materiales y humanos, tanto para la fuerza de intervención como para los civiles en Gaza. 

Si la fuerza en cuestión tuviera una misión de mantenimiento de la paz, esto presume que el grupo Hamás ya ha sido neutralizado. Dada la improbabilidad de que Hamás se rinda de manera voluntaria a una fuerza de paz, sea del país que sea, es de suponer que previamente el grupo deberá haber sido previamente neutralizado por vía militar, con todos los costos humanos mencionados anteriormente en el punto 2. La neutralidad de la fuerza de paz ayudaría a minimizar la resistencia a su presencia, al menos inicialmente, pero fácilmente podrían convertirse en el nuevo enemigo de la resistencia.

Actualmente, la situación parecería estar evolucionando en esta dirección, aunque es muy pronto para saberlo. En cualquiera de los casos, es difícil concebir algún país o grupo de países que tengan simultáneamente tanto la capacidad militar, como la voluntad política, de asumir esta ingrata tarea.

Seguí leyendo

Enterate primero

Economía + las noticias de Argentina y del mundo en tu correo

Indica tus temas de interés