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Lecciones desde Berlín

Occidente vuelve a comprobar el axioma de que los negocios pueden ser una prioridad, pero la seguridad, que trata nada menos que de la vida o la muerte de los Estados, lo es más porque la inseguridad termina siendo más onerosa que cualquier pérdida económica.

Alemania lucha con su dependencia de China.
Alemania lucha con su dependencia de China.

Que el mundo está transformándose drásticamente lo demuestran los pronunciados cambios que se están operando en la política exterior de Alemania, que durante años mantuvo una invariable consistencia y ahora, de improviso, se encuentra urgida de redefinir sus vínculos con los dos más delicados desafíos que plantea el nuevo orden multipolar: frente a Rusia, como lo hizo hace poco tiempo tras la invasión rusa a Ucrania lanzando una nueva estrategia de Seguridad Nacional, y como ahora lo acaba de hacer con respecto a China, en un momento de crecientes rispideces entre esta superpotencia y Occidente.

La recientemente anunciada nueva estrategia alemana frente a China se basa, según sus autores, en una actitud crítica aunque no en un desacoplamiento del gigante oriental, surgida de la necesidad de Alemania de buscar un equilibrio entre la comprobación de que Berlín advierte cada vez más interferencias entre ella y Beijing, y la imposibilidad de limitar sus ingentes vínculos comerciales con su principal cliente comercial.

Por primera vez en su historia, Alemania cuenta con una estrategia propia para sus cada vez más complejas relaciones comerciales con China, como parte de un flamante y más amplio planteo de Seguridad nacional, surgido de la preocupación de aquél país europeo ante la actitud cada vez más agresiva que está adoptando China hacia Occidente y sus valores, como un mayor acercamiento con Putin y actitudes más agresivas con respecto a Taiwán y la minoría uigur, entre otras.

El desafío para Alemania radica en la delicada tarea de disminuir su enorme dependencia comercial de su principal socio mundial durante siete años consecutivos, sin dañar su propia economía.

Las formas de lograrlo consisten en que el Gobierno alemán, por un lado, alienta a las empresas alemanas a diversificar sus clientes asiáticos y, por el otro, por ejemplo, en adoptar posturas más duras respecto de las violaciones de Derechos Humanos en China.

Atrás va quedando, al igual que está ocurriendo con Rusia, aquel fuerte acercamiento comercial y la escasamente crítica política de la Alemania de Ángela Merkel con respecto a China, despidiéndose del sueño de una asociación estratégica integral con ese país, y encolumnándose resueltamente detrás de la política más distante de Beijing que ha adoptado Washington y otras capitales europeas.

Aunque los empresarios alemanes pueden convivir con esta nueva estrategia, observan con preocupación este viraje oficial alemán fundado en razones "misioneras" de seguridad internacional, pues temen que afecte a sus negocios y ganancias, por lo cual propulsan un equilibrio entre diversificar el comercio, reducir la dependencia de China en áreas críticas y continuar haciendo buenos negocios.

El propio Bundeskanzler, Olaf Scholz, destacó que se trata menos de un desacople de China que de minimizar riesgos, a lo cual se sumó la Ministra de Relaciones Exteriores germana, Annalena Baerbock, quien agregó que el mensaje es "que queremos vivir en paz y libertad junto con todos nuestros socios en el mundo, con todos los países de este mundo, y que, al mismo tiempo, no somos ingenuos". Todas expresiones que, sin duda tendrán su costo para Alemania, pues Beijing no está ahorrando críticas para esta nueva posición de la potencia europea.

El trasfondo del escenario mundial

El telón de fondo de esta nueva estrategia de Alemania frente a China, del mismo modo que con Rusia, consiste en una toma de consciencia de que Occidente había relajado sus recaudos de seguridad frente a estas dos superpotencias, confiada en que las opulentas ganancias del mercado chino y el abundante flujo de los gasoductos rusos estaban eternamente asegurados y eran gratuitos en otros planos.

Occidente, que había desatendido la recomendación de Cicerón de jamás limitar la imaginación en materia de seguridad si no se desea ser sorprendido tardíamente, vuelve a comprobar el clásico axioma de que los negocios pueden ser una prioridad, pero la seguridad, que trata nada menos que de la vida o la muerte de los Estados, lo es aún más, pues la inseguridad termina siendo más onerosa que cualquier pérdida económica, especialmente para un país como Alemania que, con su delicada ubicación geopolítica y su atroz experiencia histórica, ha recordado que la inseguridad es el peor de los negocios.

No obstante, mientras Occidente posee margen para recuperarse de su distracción, cabe especular que, a largo plazo, los mayores costos de estas profundas transformaciones caerán sobre Rusia y China, las cuales con sus súbitos vuelcos en materia de seguridad, han despertado a Occidente del relajamiento en que se había confiado, generando suspicacias que acarrearán graves y perdurables consecuencias para las economías rusa y china, que se verán fuertemente afectadas por la desaceleración de los negocios de Occidente, y por la necesidad de volcar cada vez más atención y recursos a los gastos de seguridad en detrimento del bienestar de su población, sin contar la presión de mostrar éxitos frente a sus delicados frentes internos.

Lecciones para la Argentina

Este flamante concepto alemán imparte una severa lección para aquellos que en la Argentina pretendan interpretar el nuevo rol mundial de Rusia y China como datos pintorescos e inocuos del paisaje mundial para solaz de los aficionados y con los que se puede jugar a discreción.

Al tradicional prejuicio argentino de que el país puede continuar viviendo apartado e inmune a los grandes conflictos mundiales, se añade que la política exterior argentina de los últimos años ha padecido de serios males. Entre otros, el amateurismo como pretexto de un voluntarismo supuestamente virtuoso, la ambigüedad de la picardía criolla como recurso sofisticado de la diplomacia, la supeditación de la gran estrategia externa a las miserias de la política parroquial y un ideologismo setentista pueril elevado al rango de valor loable aunque inconfesable, como lo ha expuesto durante estos últimos años nuestra actitud ante Rusia y China.  

Si la diplomacia alemana, al contrario de la argentina, se ha tomado en serio esta cuestión de concebir una nueva y meditada estrategia frente a Rusia y China, resultaría un gesto de inmensa soberbia desatender posturas lúcidas y perseverar en tantos dislates.

Urge que la próxima administración del país se imponga, a la medida de nuestros propios intereses y valores, un meditado equilibrio entre negocios redituables y recaudos sensatos en áreas sensibles, pues en materia de seguridad internacional la improvisación es un pecado capital que puede convertirse fácilmente en mortal.

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