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La otra manera de ver a China en Estados Unidos

Atilio Molteni 30 julio de 2019

Por Atilio Molteni Embajador

La reactivación de los contactos oficiales destinados a neutralizar y desmontar la guerra comercial entre China y Estados Unidos, podría ser un buen punto de partida para llevar a cabo las ideas que acaban de plantear, en sugestiva carta abierta, un influyente grupo de personas del segundo de esos países. No parece sencillo que eso suceda.

En el Washington Post del 3 de julio se publicó el texto titulado “China no es un enemigo”, suscripto por cien exfuncionarios, militares, hombres de negocios y expertos en relaciones internacionales, los que decidieron criticar con llamativa claridad la política del presidente Donald Trump respecto del gobierno de Pekín. Sostienen que los actuales enfoques de la Casa Blanca no sirven a los intereses de Estados Unidos, ni a los intereses del equilibrio y la prosperidad global.

Si bien el texto aclara que los autores de esta iniciativa comparten la inquietud oficial por las recientes conductas de China que se orientan a intensificar la represión interna, incrementar el control de Estado sobre las empresas privadas, a incumplir verificables obligaciones comerciales, a reforzar el control de las opiniones extranjeras y a poner en marcha una política exterior más agresiva, las que merecen una fuerte respuesta, también sostienen que las acciones de Washington contribuyen a la existencia de tal escenario.

Alegan que China no es un enemigo económico o una amenaza de tal magnitud para la seguridad nacional de Estados Unidos, que exige aplicar persistente confrontación caso por caso. Menos que resulte valedero estimar que las opiniones de los líderes chinos suponen una argamasa monolítica e inamovible. Argumentan que muchos funcionarios de esa nación asiática y otras élites regionales ven potencialidad en un enfoque moderado, pragmático y genuinamente cooperativo con Occidente, sirve a los intereses de su país. Estiman que resulta más apropiado crear un equilibrio entre las acciones destinadas a competir y las orientadas a cooperar. Adicionalmente, suponen que el temor de que China reemplace a Estados Unidos como líder global es exagerado. porque, si bien su sus principales líderes tratan de reivindicar la noción de devenir en una potencia militar mundial para mediados del siglo, resulta importante no olvidar que alcanzar tal realidad supone creer que China está en condiciones de operar globalmente y puede enfrentar los grandes desafíos inherentes a tal percepción.

Los autores de la carta consideran que la participación de China en el sistema internacional es una pieza clave para la supervivencia de dicha estructura y para definir y resolver problemas comunes como el cambio climático. Sostienen que una política exitosa de Estados Unidos con relación a China debería sustentarse en un enfoque realista de las percepciones, intereses, metas y conductas, para dar lugar a políticas acordes de Washington y de sus aliados, por lo que sugieren restablecer la capacidad de competir efectivamente en un mundo cambiante, sin acudir a una política de contención de las relaciones de China con el mundo.

El otro factor a tener en cuenta, es que la opinión de la carta no es la única voz estadounidense que moviliza a grupos de interés independientes. También se expresa el “Comité del Peligro Presente”, nacido en los años '50 para influir en el tratamiento de amenazas estratégicas como en su momento fueron la ex Unión Soviética ,y luego, Al Qaeda. Ahora el grupo volvió al ruedo bajo la inspiración de Steve Bannon, principal ideólogo de Donald Trump durante su campaña electoral y en la primera parte de su gobierno, hasta agosto de 2017, quien fue el autor de muchas de las propuestas nacionalistas, proteccionistas y populistas del “América Primero” de Trump. Inclusive quien propuso que las empresas o grupos chinos no deberían captar capitales en las Bolsas de comercio norteamericanas. Ese comité sostiene que China es una amenaza existencial debido a la expansión acelerada de sus fuerzas armadas, las campañas de información y acciones políticas que tienen como objetivo a los norteamericanos y a sus elites económicas, políticas y de prensa; así como los ataques cibernéticos y económicos. La batalla por la preeminencia tecnológica es hoy el centro visible de las mayores confrontaciones internacionales.

El antedicho es el pensamiento que se abre camino en el Gobierno estadounidense, así como en los principales fuerzas políticas (republicanos y demócratas). En ellos se entiende que el desarrollo económico de China no fue acompañado por las regla de la democracia. Tampoco digiere con indiferencia las acciones que lleva a la práctica el presidente Xi Jinping, quien convive con relativa pasividad ante el superávit comercial de su país. Y si bien Trump amenazó e incrementó los aranceles a la importación de los productos que vienen de China, subsiste el desacuerdo para resolver el problema, algo que puede llevar a una crisis de mayor importancia. China respondió con igual terquedad, ya que responsabilizó a Washington por la presente guerra comercial y considera que el arsenal empleado por la Casa Blanca es un clásico ejemplo de unilateralismo y proteccionismo (sobre lo que no le falta cierta razón).

Tales escarceos registran múltiples expresiones y etapas. En junio, el jefe de la Casa Blanca indicó, tras una reunión con el presidente Xi Jinping efectuada en el Grupo de los 20, que su Gobierno estaba analizando la posibilidad de autorizar la reasunción condicionada de las ventas de insumos de sus compañías nacionales al gigantesco grupo chino Huawei (la mayor parte de los semiconductores son fabricados en los Estados Unidos), después de sostener que constituían un riesgo para la seguridad nacional y tratar de persuadir a sus aliados globales hacia de que discontinuaran el uso de tales equipos frente a la llegada de las tecnologías de nueva generación en el ámbito de las comunicaciones, los denominados 5G. Un síntoma de cómo están las cosas es que las inversiones de empresas chinas disminuyeron en un 90% desde la asunción de Trump, debido a un mayor control estadounidense y la existencia de mayores controles chinos a las inversiones de sus nacionales en el exterior.

La conclusión de los analistas es que ambas economías se están alejando de sus anteriores relaciones, después de años de integrarse y haber sido grandes socios comerciales. Para Washington, las políticas hostiles de Pekín son un problema. El Gobierno de Xi Jinping se ha vuelto más represivo y puso a todas las compañías tecnológicas locales al servicio de sus fuerzas armadas, sin respetar la propiedad intelectual de las empresas extranjeras ni las reglas elementales de economía de mercado.

En la misma línea, la Secretaría de Defensa de Estados Unidos señaló, en el informe al Congreso de 2019, que los desarrollos militares y de seguridad de China, salieron beneficiados de un período de oportunidad estratégica en los primeros veinte años del corriente siglo, al haber volcado todas sus energías al desarrollo comprensivo del mercado interno y a la expansión de su poder nacional. Tal enfoque, agrega, realzó la prosperidad y el poder de ese Estado comunista, dotándolo de una capacidad operativa de alcance mundial, lo que hoy le permite asegurar el estatus de una gran potencia y predominar en la región del Indo-Pacifico, utilizando iniciativas diplomáticas y económicas para gestar tal escenario. El informe oficial no menciona que parte de la responsabilidad de la mencionada evolución se origina en la salida estadounidense de todas las cabeceras de puente que concibiera en la aludida región. Ello permite detectar posibles áreas de conflicto en la península coreana, Taiwán y en tanto el Mar Oriental como en el Mar del Sur de la China, donde ese país reclama, para su soberanía, áreas marítimas e islas, lo que le ha generado conflictos con Vietnam, Filipinas e Indonesia, mientras Estados Unidos se limita a asegurar la libertad de navegación.

Ante esas lecturas, nadie descarta un choque estratégico entre Estados Unidos y China (el que no sólo comprendería la aludida región, como lo demuestran los casos de Venezuela, Irán y los desarrollos geopolíticos chinos en Eurasia), lo que tendrá implicancias para todos los países, incluida Argentina. Semejante rivalidad se expresaría en los campos más variados, ya que estaría presente en el comercio, la transferencia de tecnología, la infraestructura, la geopolítica, la gobernanza mundial, la ideología y los derechos humanos.

Ante tan extrema bipolaridad, donde las cuestiones comerciales pueden ser el primer paso de un enfrentamiento más intenso, nuestro país debería replantearse cuales son sus intereses nacionales y actuar con gran prudencia. Al hacerlo no sólo tiene que computar sus dificultades económicas, sino su exigua capacidad militar y el efecto de la profunda división entre dos concepciones políticas muy antagónicas que pugnan por emerger y en no confundir la coyuntura con la visión de largo plazo.

Los ejemplos concretos de expansión china están a la vista. Van desde la Estación para Misiones de Exploración Interplanetaria construida por ese país en la provincia de Neuquén como consecuencia de un acuerdo internacional suscripto en 2015, cuyas reales características y alcances se desconocen casi por completo (un proyecto que surgió atado a la ayuda financiera china), como la masiva presencia de buques pesqueros de esa nacionalidad en la milla 201, adyacente a nuestra zona económica exclusiva, cuya actividad no regulada causa perjuicios directos a la capacidad nacional de pesca y de su patrimonio sectorial en ese ámbito.

Lo anterior indica que la clase dirigente debería prestar más atención al difícil juego de las relaciones internacionales pues Argentina no parece entender que Estados Unidos enfrenta políticamente a otro Estado que tiene la característica de ser su principal socio comercial y que tal circunstancia lleva a ese país a tener una concepción radical de su seguridad estratégica. Además, que la Historia no terminó, como en algún momento sostuvo Francis Fukuyama. Nada impide que regresen los nuevos y grandes conflictos entre las grandes potencias y las esquirlas de estos procesos pueden convertir en víctimas a quienes no sepan dónde ubicarse.

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