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Israel: sobran preguntas y faltan respuestas frente al ataque terrorista de Hamás

Ni negar la existencia de Israel, ni rechazar la creación de un Estado palestino, traerá la paz. En todo caso, la gran pregunta es...si alguien quiere, efectivamente, la paz.

Israel: sobran preguntas y faltan respuestas frente al ataque terrorista de Hamás
Luis Domenianni 19 noviembre de 2023

Solo una no menor cuota de mala fe puede llevar a no condenar la masacre de personas y el secuestro de rehenes. En este caso, por parte de la organización Hamás. Más aún, cuando la mayor parte de los asesinados y los secuestrados son civiles, muchos de ellos mujeres, ancianos y niños. No existe causa alguna que justifique semejante crimen.

Desde igual mirada, nadie puede alegrarse, ni enorgullecerse, por la muerte de miles -al menos así denuncia Hamás- de civiles palestinos, también mujeres, niños y ancianos, debido a los bombardeos aéreos israelíes o a los ataques terrestres sobre Gaza.

Sin embargo, ambas cuestiones no son comparables, salvo a través de una manipulación de los hechos. Mientras que Hamás irrumpió en territorio israelí para matar y secuestrar, Israel contraataca Gaza en la búsqueda de acabar con un enemigo que utiliza el terrorismo como táctica de guerra. No es lo mismo.

¿Y los civiles gazatíes? Resulta duro decirlo, pero su grado de inocencia no es total, sino parcial. En primer lugar, porque fueron ellos quienes llevaron al poder a Hamás en el 2007, mediante elecciones. En segundo lugar, porque son ellos quienes aceptan la dictadura que, desde entonces, impuso Hamas. Y son ellos quienes avalan las tácticas terroristas del grupo.

En tercer término, porque aceptan la construcción de túneles y refugios para los combatientes y para el almacenamiento de armamento que se lleva a cabo por debajo de edificios privados y públicos donde viven personas, donde trabajan, donde hacen trámites, donde concurren a las escuelas o a los hospitales.

Es harto probable que buena parte de esas personas se sientan víctimas de la manipulación de Hamás. No obstante, nadie denuncia nada. Ni adentro, ni afuera de la Banda de Gaza. Nadie eleva su voz. Nadie resiste. Da la sensación, que todos los gazatíes estuviesen de acuerdo con Hamás. No es así...pero.

Igual sensación deja, con mayor o menor compromiso, la actitud de los países árabes y musulmanes. Ninguno de ellos fue capaz de mostrar el coraje de condenar la masacre y los secuestros perpetrados por Hamás. Todos, sin excepción, prefieren lo "políticamente correcto" que imponen sus militantes locales de la intolerancia.

También entre buena parte de países del otrora denominado tercer mundo, algunos de ellos de la región denominada Latinoamérica, impera la consideración maniquea del bien y del mal. Es así que Israel es el mal y los palestinos, aun cuando su representación caiga en manos del terrorismo -Hamás- es el bien.

Lo cierto es que el capítulo Medio Oriente va más allá de la cuestión regional. Forma parte de la disputa por la supremacía mundial que enfrenta a China y a los Estados Unidos, con una actuación no menor que se adjudica a sí misma la Rusia de Vladimir Putin.

No se trata de pasar por alto el extremismo que gobierna actualmente a Israel, ni de desentenderse de la historia que comenzó con la creación en 1948 del Estado judío, ni de los derechos de los habitantes árabes -sus descendientes- que fueron expulsados o que partieron cuando el incipiente Israel venció en la primera guerra al otro día de su independencia.

Todo ello debe ser examinado y todo ello debe desembocar en una solución que debe contemplar la convivencia pacífica de un Estado judío junto a un Estado árabe en la región. Ni negar la existencia de Israel, ni rechazar la creación de un Estado palestino, traerá la paz. En todo caso, la gran pregunta es...si alguien quiere, efectivamente, la paz.

Sospechas

No resulta sencillo asimilar que uno de los mejores servicios de inteligencia del mundo, entre otras cosas plenamente capacitado para descifrar mensajes en clave, no pudo prever la sangrienta incursión del Hamás, su preparación, ni las intenciones criminales, ni su capacidad de daño.

Alguien podrá argüir que, posiblemente, Hamás no usó informática para sus comunicaciones internas, ni para la planificación de su jornada sangrienta. Difícil de creer. En todo caso, si así fuese, es aún menos creíble que los servicios de inteligencia israelíes no cuenten con infiltración suficiente entre las filas de las organizaciones terroristas vecinas.

Tanto Hamás, como el Hezbollah libanés, ambos armados y financiados por Irán, no ignoran la existencia de informantes de la inteligencia israelí dentro de sus filas. Desde los ataques de Al Qaeda sobre las torres gemelas de Nueva York, todos los servicios del mundo saben que no pueden contar solo con la intercepción y descifrado de los mensajes del enemigo.

En buena medida, la eficacia de Al Qaeda para derribar las torres desde aviones de pasajeros capturados por terroristas suicidas contó con dos elementos particularmente complicados de contrarrestar: la voluntad suicida de sus autores y la prescindencia respecto del uso de las redes sociales en la planificación y en la ejecución.

A la fecha, se trata de una lección aprehendida: la infiltración en el terreno no solo es necesaria, sino imprescindible. Probablemente, nunca sabremos -al menos hasta que se desclasifiquen los respectivos documentos- por qué la inteligencia israelí fracasó estruendosamente en anticipar el ataque.

Tal vez fracasó o tal vez no y, en este caso, cuál es la responsabilidad del gobierno del primer ministro Benjamin Netanyahu. Cierto es que el país vive al sonido que imprimen los acontecimientos militares y que, por tanto, no parece adecuado cambiar mandos de inteligencia, ni militares, en medio de las operaciones bélicas. 

No obstante, el propio primer ministro afirmó que cuando finalicen las operaciones, una investigación sobre responsabilidades será abierta para determinar el origen de las fallas. Tal vez sí, tal vez no.

Se trata de fallas, en plural, porque junto a la inicial de la inteligencia israelí, es dable formular una pregunta respecto de la llegada del Ejército a los lugares donde actuó el salvajismo de Hamás... recién tres horas después de comenzada la incursión.

El territorio del Estado israelí es pequeño. Del extremo sur del país al extremo norte no supera los 500 kilómetros. Desde Jerusalén o desde Tel Aviv a la Banda de Gaza, la distancia es de menos de 100 kilómetros. Un puñado de segundos separan las bases aéreas israelíes de la frontera gazatí.

Entonces, falló la inteligencia y falló el Ejército. Es como demasiado para otorgarle rápidamente características casuales. Y el tercer interrogante que se abre paso es si falló o no el gobierno. O, en todo caso, cuál es la responsabilidad del gobierno ante las fallas en la inteligencia y en el Ejército.

Para una aproximación a la construcción de una respuesta sobre el tema es necesario desviar la atención de los sucesos cotidianos para dar paso a las cuestiones políticas. ¿Hacia dónde apunta el gobierno israelí? ¿Cuál es la solución política que vislumbra en el Medio Oriente? ¿Se trata de alcanzar la paz o de imponer una hegemonía territorial?

Solución política

Cualquiera sea el resultado de la confrontación militar entre el Estado de Israel y el grupo Hamás, no representará una solución política al conflicto del Medio Oriente. 

Es impensable que el Estado judío desaparezca de la faz de la tierra como pretende el terrorismo que gobierna Gaza. Tan imposible como convivir en paz en tanto no exista un Estado independiente palestino.

En el actual estado de situación no militar, es decir, política, el Estado de Israel aparece como responsable de un "impasse" que no hizo otra cosa que precarizar a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) creada tras los acuerdos de Oslo, Noruega, en 1994. En rigor, la ANP debía ser una entidad transitoria con mandato por cinco años.

Así, al comenzar el nuevo siglo, un acuerdo de paz debía acompañar la creación de un Estado independiente palestino. De momento, la jurisdicción palestina controlaba la autoridad civil y la seguridad en las áreas urbanas de Cisjordania. En cambio, las rurales, las colonias judías y las rutas de Cisjordania permanecían bajo autoridad israelí.

No solo los acuerdos de Oslo pasaron a ser letra muerta, sino que la proliferación de colonias judías en territorio cisjordano continuó, por momentos, a tambor batiente. El resultado fueron dos intifadas -rebeliones palestinas- posteriores a los acuerdos de Oslo, con miles de muertos de un lado y de otro, aunque una sensible mayor cantidad del lado palestino.

La consecuencia, además, fue el debilitamiento de la ANP, al punto de perder a manos del extremista Hamás, en elecciones libres, el gobierno de la Franja de Gaza. Hoy por hoy, el descrédito rodea a la ANP, acusada por el extremismo de "peón" de Israel. A tal punto llega dicho descrédito que los mandatos en la ANP son prorrogados sin elecciones libres. 

Cabe recordar que la ANP surge de la Organización de la Liberación Palestina (OLP), un conjunto de movimientos políticos y paramilitares que es reconocida por las Naciones Unidas como la representante legítima del pueblo palestinos. Durante muchos años, estuvo presidida por el "mitico", para la causa árabe, Yasser Arafat.

Fue en 1993, como paso previo a los acuerdos de Oslo, cuando el propio Arafat, mediante una carta enviada al primer ministro israelí del entonces, el general Isaac Rabin, reconoció el derecho a la existencia del Estado de Israel. Reconocimiento al que nunca adhirió Hamás.

Con Benjamin Netanyahu como primer ministro, el gobierno y buena parte de la opinión pública israelí dejaron de lado el criterio de dos estados -uno judío y otro árabe (palestino)- en convivencia pacífica y lo reemplazaron por el concepto del "Gran Israel", una especie de reivindicación bíblica de los territorios que ocupaban las antiguas tribus judías.

La pretensión del "Gran Israel" que reclaman los partidos aliados del Likud de Netanyahu, todos ellos más a la derecha aún, con componentes laicos y religiosos, es una de las causas -no la única- de la continuidad del conflicto que ya dura tres cuartos de siglo.

Su visibilidad geográfica son las colonias judías implantadas en Cisjordania, no así en Gaza donde por decisión israelí, los asentamientos allí existentes fueron desalojados en el año 2005. Poco antes de la victoria electoral del Hamás.

La observación del mapa de Cisjordania revela un recorte extremo del por sí muy pequeño territorio de entre 20 y 40 kilómetros de ancho por un largo menor a 200 kilómetros, futura base del cada vez menos posible Estado palestino

De ese escaso territorio, debe descontarse el que ocupan los 127 asentamientos "legales", según Israel, y los 135 "ilegales" aunque tolerados por el gobierno israelí. En síntesis, en Cisjordania, colonias mediante, habitan algo más de medio millón de israelíes. 

Como no podía ser de otra manera, el Plan de Paz para el Medio Oriente del ex presidente Donald Trump reconocía y consagraba la existencia de las colonias y dejaba en manos palestinas un territorio recortado que, visto en el mapa, más parecía un "mamarracho" que una entidad estatal.

En síntesis, el todo a la medida para la justificación de la intransigencia de Hamás.

Una extraña locura

Si las decisiones -o indecisiones- israelíes dejan margen para la duda, la magnitud del ataque sorpresa y la brutalidad sobre la población civil israelí por parte del Hamás no van en zaga.

No se trata solo de analizar la envergadura militar del ataque terrorista, la ocupación de territorio israelí, el empleo de combatientes y de material militar avanzado, la planificación minuciosa y la ejecución sanguinaria.

En todo caso, en el capítulo militar, la incógnita a despejar es el alcance de la capacidad bélica del Hamás a la que debe sumarse la del Hezbollah libanés, la de los grupos pro iraníes de Siria y de Irak, y la de la del Ejército de los Guardianes de la Revolución iraní. Es decir, de la totalidad del aparato militar transnacional que manejan los ayatolas iraníes.

Una incógnita que representa un estadio decisivo para la supervivencia del Estado de Israel. En otras palabras, ¿será posible para las Fuerzas Armadas israelíes resistir y derrotar una ofensiva protagonizada por el conjunto mencionado?

De momento, la respuesta es sí. La nunca reconocida capacidad bélica nuclear de Israel aparece como suficiente para disuadir un ataque en toda la regla contra el país judío. No obstante, nada parece impedir que, tiempo mediante, la teocracia de los ayatolas logre fabricar su bomba nuclear a partir del enriquecimiento de uranio que lleva a cabo.

Precisamente, Irán acaba de prohibir el acceso a sus instalaciones nucleares de varios inspectores de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA). Entre otras razones porque el stock de uranio enriquecido iraní supera en 22 veces los límites establecidos por el acuerdo internacional del 2015.

Además, gran parte de ese uranio alcanza un grado de enriquecimiento que lo acerca al imprescindible para su empleo militar. El límite para el mero uso civil del uranio es un enriquecimiento al 3,67%. Irán posee un stock de 567 kilogramos con enriquecimiento al 20% y 128 al 60%. Se acerca al 90% necesario.

Pero, volvamos al Hamás. ¿Cuál pudo ser la motivación política para lanzar el ataque y, sobre todo, para dotarlo de características terroristas? Es que no solo vulneraron la seguridad israelí, sino que ejercieron un salvajismo sobre la población civil inaudito para una entidad pretendidamente estatal.

Aclaración del punto: Hamás no es equiparable a Al Qaeda, ni a Estado Islámico. Aún si el 7 de octubre confirmó el carácter terrorista de la organización, Hamás administra desde hace quince años un territorio con población civil, con actividad económica, educativa, sanitaria, deportiva y socio-cultural.

¿Entonces? O bien, se trata de una reacción frente al "entendimiento" que algunos países árabes llevan adelante con el gobierno de Israel con particular olvido de la causa palestina. O bien, se trata de un mandato iraní bajo el marco de la doble disputa del gobierno de los ayatolas con Israel por un lado y con las monarquías árabes por el otro.

En todo caso, la conducción de Hamás no podía ignorar que las características terroristas de su masiva incursión en Israel, desembocaría, necesariamente, en represalias. Ni que el objetivo de esas represalias sería -es- la destrucción por completo de Hamás y sus aliados del grupo Jihad Islámica.

Destruir por completo Hamás implica aniquilar su conducción política y militar. Algo complejo de lograr. En particular porque, como casi siempre en estos casos, la conducción política de Hamás vive lejos. Muy lejos, en Qatar. Tal vez, allí reside la razón del ataque del 7 de octubre del 2023.

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