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El estímulo fiscal: ¿un empujón para la inflación de EE.UU.?

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26 mayo de 2021

Por Sofía Milagros Suardi (*)

Las economías avanzadas se encuentran cada vez más cerca de dar vuelta la página y dejar atrás el capítulo del Covid-19 de la mano de políticas de vacunación efectivas que permiten relajar las restricciones de movilidad, reabrir comercios y reactivar la actividad económica.

La contundente respuesta a la pandemia, combinando política fiscal y monetaria expansivas, sentaron los cimientos para esa recuperación. Los países de todo el mundo, especialmente en el mundo desarrollado, llevaron adelante paquetes de estímulo fiscal en una escala no vista desde la Segunda Guerra Mundial y bajaron significativamente las tasas de interés. En particular, la respuesta fiscal a la crisis por parte de Estados Unidos fue una de las más grandes en términos del producto en 2020 (16% o aproximadamente US$ 3 billones) y, como consecuencia, la hoja de balance de la Fed creció de forma acelerada.

El paquete fiscal incluyó una ampliación de los seguros de desempleo y transferencias directas a las familias que dieron lugar a que se gestaran presiones inflacionarias a partir del aumento de la demanda creada por los más de US$ 2 billones de ahorros que los estadounidenses acumularon durante la pandemia. Las grandes inyecciones de dinero no suelen pasar inadvertidas en términos de inflación. Si bien el principal impacto se vio en el incremento de los precios de los activos (acciones, commodities y/o inmuebles), las presiones comienzan a trasladarse a otros segmentos.

Los aumentos significativos del nivel general de precios están generalmente correlacionados (después de un cierto lag) con un aumento sostenido de la base monetaria en términos per cápita. En el último año, el déficit fiscal en Estados Unidos alcanzó 15% del PIB mientras que el crecimiento de la base monetaria corrió levemente por detrás.

Ahora bien, no todo aumento de la base monetaria necesariamente culmina en un evento inflacionario. Correlación no implica causalidad. Sin embargo, es muy probable que se eleve el nivel general de precios en aquellos escenarios que se caracterizan por un fuerte crecimiento de la oferta monetaria combinado con un cierto grado de escasez de insumos o problemas en las cadenas globales de suministro, al mismo tiempo que las expectativas de inflación no se encuentran ancladas.

La inflación trepó al 4,2% en los últimos doce meses y Estados Unidos se encuentra en un “pico inflacionario” no visto desde 2008. La Fed, con su política de metas de inflación promedio, se mantiene firme en su decisión de mantener las tasas cercanas a cero hasta 2024 y a continuar monetizando el déficit expandiendo su hoja de balance a un ritmo mensual de US$ 120.000 millones, incluso si la inflación supera (moderadamente) el 2% anual.

La Fed y la administración de Joe Biden tienen argumentos para señalar que parte de este fenómeno inflacionario es transitorio. Sin embargo, es probable que estemos ante un evento de mayor duración y múltiples factores sugieren que la inflación aún puede acelerarse, incluyendo nuevas presiones sobre los precios a medida que el crecimiento de la demanda supera al de la oferta, una disminución de los inventarios y el impacto de las expectativas de inflación sobre el consumo. Asimismo, la aceleración en las expectativas de inflación puede alimentar a los repuntes inflacionarios y darles un mayor poder de permanencia.

Las empresas están aumentando los precios como respuesta a los mayores costos de los insumos y resulta poco factible un escenario en el que las materias primas (como el cobre) muestren una caída drástica en sus precios (incluso probablemente aumenten con el cambio hacia las energías verdes), o que las empresas que, en busca de atraer empleados, elevaron el salario por encima del salario mínimo por hora lo reduzcan nominalmente. En palabras de Warren Buffet: “La inflación que estamos viendo es sustancial, estamos aumentando los precios, nos aumentan los precios a nosotros, y esto está siendo ampliamente aceptado”.

Es posible que la Fed pueda contener las presiones inflacionarias de una economía que se está sobrecalentando elevando las tasas de interés. En el contexto actual, donde los mercados de todo el mundo reciben hace mes es un “forward guidance” apuntando a que las tasas permanecerán en mínimos históricos en el futuro cercano, los costos en términos de actividad no tardarían en hacerse visibles. Cada vez que la Fed pisó el freno con la fuerza suficiente para desacelerar el crecimiento de manera significativa, la economía entró en recesión.

Los incentivos de la Fed para mantener las tasas bajas y continuar con el sendero de política monetaria actual enfatizando en los factores transitorios que empujan los precios al alza son claros. Desde el plano fiscal, la tasa de interés próxima a cero dado el nivel de deuda pública, minimiza los intereses que paga el Gobierno. Para fines de 2021, Estados Unidos habrá acumulado un stock cercano a US$ 30 billones de deuda pública y por cada punto de tasa sobre esa deuda la cuenta de intereses anuales ascendería a más de US$ 300.000 millones. Desde el lado del mercado, la mera señal de que la Fed contempla la posibilidad de aminorar el ritmo de expansión de su hoja de balance, sin siquiera hablar de recoger el barrilete, podría generar tensiones en Wall Street que desemboquen en una aguda toma de ganancias.

Los incentivos son claros, pero la gran pregunta es si el mercado le cree a la Fed.

(*) Analista de EcoGo Consultores

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