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Dialogar es humano, negociar una nueva “detente” sería divino

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Atilio Molteni 21 junio de 2021

Por Atilio Molteni Embajador

El largo diálogo que sostuvieron el miércoles 16 los presidentes de Estados Unidos y la Federación Rusa, permitió constatar que dos hombres inteligentes tienen la facultad de intercambiar puntos de vista sin declarar la tercera guerra mundial. Las preguntas que siguen obligan a mayor reflexión. Son las destinadas a elegir con sabiduría los objetivos útiles y viables que caben en el nuevo escenario, algo que cualquier Henry Kissinger podía responder con llamativa facilidad.

El problema es que hoy los problemas son mucho más complejos. Estados Unidos no es la única potencia mundial y se requiere que cada actor sea consciente de sus propias fuerzas a la hora de tensar los cables y fijar los límites de sus demandas nacionales o globales. O hasta qué punto resulta aceptable mirar para otro lado cuando Irán, Ucrania, Corea del Norte o el futuro del Medio Oriente está sobre la mesa.

También hasta donde resulta productivo bajar línea a un prójimo más bien escéptico en materia de derechos humanos, democracia y otras materias que no figuran en el anecdotario curricular de la educación rusa o soviética.

Va de suyo que tales jugadas habrán de caracterizarse por los estilos y la intuición de los dúos Joe Biden-Anthony Blinken y Vladimir Putin-Sergey Viktorovich Lavrov, casi todos hombres con enorme kilometraje para juzgar el peso de las cartas e ideas de su interlocutor.

¿Es positivo que ambos líderes dijeran que las conversaciones fueron buenas y positivas? Lo es. Biden aclaró que sus comentarios no se inspiraron en el factor confianza, sino en la noción de abordar temas de mutuo interés para ambas naciones. Putin enfatizó que el ejercicio originó cierta esperanza. La aparente serenidad del diálogo no sería ajena a los rasgos personales y a la extensa experiencia del actual jefe de la Casa Blanca.

Los mandatarios llegaron a la sala sin esperar un enorme progreso. Traían sus mochilas llenas de hostilidades, una irritante nómina de conflictos que dieron pie a la aplicación de varias sanciones, la recíproca expulsión de diplomáticos y hasta el retiro temporal de sus respectivos embajadores, hecho que el encuentro hizo posible reparar con sugestiva rapidez.

A su vez Biden llegó a la Presidencia con la certeza de que no deseaba imitar a los gobernantes de su país que ofrecieron a Moscú la gratuita restauración (“reset”) de sus vínculos. También con la premisa de no asignar infundado crédito a las palabras de Putin como lo hiciera Donald Trump en 2018, durante la reunión de Helsinki, cuando desestimó en público la opinión de sus propios servicios de inteligencia y tomar como válida la palabra de un hostil Gobierno extranjero.

El actual ocupante de la Oficina Oval aseguró que haría lo posible por lograr relaciones “predecibles y estables”, basadas en una visión pragmática de la política. Alegó que estará dispuesto a cooperar en temas de interés común como la lucha contra el cambio climático, el racional desarrollo del Artico, la desnuclearización de Irán, el retiro de su país de Afganistán y la finalización de la sangrienta guerra civil en Siria.

A pesar de semejante encuadre, el mandatario estadounidense recibió una andanada de críticas por darle un exagerado rango de país a la Federación Rusa, o sea el aceptar un trato entre iguales con Moscú sin pedir nada a cambio (algo que Putin deseaba con vehemencia tras verse tratado por el expresidente Barack Obama como el gobernante de una “potencia regional”).

El titular del Kremlin nunca se autolimitó al adoptar la decisión de desplegar acciones militares en Siria y Libia, ni mostró nerviosismo al ocupar Crimea, una decisión que generó un abismal e irresuelto conflicto con Occidente. Tanto que a continuación inició el audaz enfrentamiento en la región de Donbas al fomentar disputas bélicas entre los simpatizantes separatistas de Rusia y el ejército ucraniano.

Biden asumió como válida la necesidad de acabar los cuestionamientos de Trump hacia los aliados occidentales de Estados Unidos. En la reciente Conferencia sobre Seguridad de Münich el Jefe de la Casa Blanca destacó que su país se proponía regresar al mundo, un enfoque que incluía el restablecimiento de los sólidos vínculos transatlánticos. Destacó que Washington considera tal alianza como la piedra angular de su política internacional para el Siglo XXI.

Un testimonio asertivo de tal enfoque cobró vida el pasado 14 de junio, en el marco de la Conferencia de la OTAN, donde el Presidente Biden reiteró que los lazos tradicionales del Atlántico Norte formaban parte de los vectores que deben marcar el sentido de la convivencia terrestre. Al hacerlo destacó que su gobierno espera una firme conducta de esa organización ante autocracias como Rusia y China, cuyas clases dirigentes están en las antípodas de los valores occidentales.

En el comunicado conjunto de esa reunión, los líderes del foro destacaron que, si bien no intentan confrontar ni amenazar a Rusia, sus gobiernos asumen el compromiso de demostrar la intención de cumplir las normas y obligaciones que definen la normalidad intra y extra OTAN.

Fue en ese contexto que prestigiosos analistas percibieron el respaldo del foro a las políticas orientadas a frenar los diversos intentos del Kremlin por restaurar la zona de influencia que tenía en la era Soviética. También advierten que esa realidad explica el deseo de Ucrania de adherir a la OTAN, un paso que Moscú interpreta como una amenaza potencial a su seguridad, ya que los deseos de Kiev de resucitar su integridad territorial coinciden con la prioritaria agenda política de las naciones occidentales. Ningún observador de la política exterior ignora que la cuestión de la unidad ucraniana es uno de los enfrentamientos más sensibles que complican el futuro de los vínculos entre Rusia y Occidente.

El comunicado tampoco omite el listado de las acciones del Kremlin que considera como amenazas a la seguridad transatlántica como la expansión de su capacidad militar, los novedosos desarrollos bélicos y los visibles despliegues de fuerzas armadas, un concepto que abarca a la zonas cercanas a las fronteras, las acciones híbridas y la interferencia de Moscú en las elecciones de los países europeos.

El texto enfatiza la preocupación por la estrategia nuclear de Rusia la que consiste en modernizar sus sistemas de armamento, en diversificar su arsenal destructivo y la expansión de acciones (concepto en el que se incorpora a las armas nucleares no estratégicas).

La formulación de este nuevo consenso, el que deja pendiente la necesidad de generar planificación operativa y de obtener los medios necesarios, permitió que Biden le mostrara a Putin un testimonio de la coordinación Occidental ante los desafíos de una acción estratégica común de disuasión y defensa, una visión que se aparta de los antiguos alistamientos de la Guerra Fría, cuyo destinatario principal siempre fue el propio Kremlin.

Aunque los organizadores del diálogo entre Biden y Putin previeron que la reunión tendría alcances muy modestos, los hechos demostraron que tal percepción fue errónea. Para ellos las decisiones que llevaron a reponer los Embajadores, abren una ventana que puede facilitar el diálogo ante incidentes de tensión geopolítica o la necesidad de entablar diálogos sobre la estabilidad estratégica. Ese concepto incluye los controles de armas y las opciones que permiten bajar los riesgos de un conflicto no intencional o una escalada nuclear entre ambas potencias.

Esas ventanas de cooperación también podrían enriquecer la austera existencia del denominado “Nuevo Tratado Start”, el único convenio de ese tipo vigente entre ambos gobiernos, recientemente prolongado por 5 años. Sus disposiciones se orientan a limitar el número de cabezas nucleares y a disciplinar el despliegue de sus sistemas estratégicos. El asunto es particularmente sensible, por cuanto existen desarrollos muy significativos en la materia y porque algunas de esas armas no están cubiertas por el tratado vigente.

El Jefe de la Casa Blanca advirtió que un número de instalaciones de infraestructura de las naciones involucradas en estos diálogos son críticas y deberían quedar fuera de cualquier ataque cibernético (como los que se originaron en Rusia sin que sus autores fueran identificados). Igual criterio resultaría aplicable si la misma situación se le presentara a Moscú.

Adicionalmente, el diálogo abrió la expectativa de que el control de las actividades cibernéticas sea parte de la agenda bilateral.

Pero no todos los temas recibieron tratamiento positivo. El mandatario estadounidense comentó que su crítica a las violaciones de los derechos humanos, entre ellas las referidas a Alexei Navalny, el opositor político de Putin más conocido en el planeta, hoy encarcelado y con riesgo cierto de perder la vida, no tuvo buena recepción. Tampoco las alusiones a las creativas formas de represión que se aplican a las amplias protestas populares contra la corrupción.

Con parecido vigor el Presidente Putin rechazó las críticas a la política interna de su país, a las que calificó como inaceptable interferencia de gobiernos extranjeros.

No obstante el creciente malestar socioeconómico, el mandatario ruso está en condiciones legales de permanecer en el poder hasta 2036, ya que las elecciones de ese país confieren importancia muy relativa al voto y a la opinión popular. Es obvio que Biden es consciente de que Putin continuará siendo su interlocutor por mucho tiempo, lo que otorga adicional significado al diálogo que el mismo insistió en generar.

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