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Biden deberá acabar la grieta, la pandemia y la recesión

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Atilio Molteni 09 noviembre de 2020

Por Atilio Molteni  Embajador

Al redactarse esta columna, Joe Biden había logrado juntar los respaldos necesarios para convertirse en el cuadragésimo sexto Presidente de los Estados Unidos, sin que nadie supiera cuánto talento de líder y estadista alberga en sus entrañas para resolver los gravísimos problemas nacionales, regionales y globales que deberá enfrentar. Tampoco había una clara noción acerca de cuántas jugarretas adicionales se proponía inventar Donald Trump para embarrar y demorar un proceso ya taponado por enormes problemas logísticos que se fueron resolviendo mejor de lo esperado. Sencillamente nadie sabía cuántas excusas habrían de quedar pendientes, cuánta lucha legal terminará ofreciendo ni adonde se proponía llegar con tanto escándalo de conventillo, apegado a una lógica totalmente ajena al resto de los mortales. Tal como venían las cosas, estaba seguro acerca de cómo habría de acabar esta absurda parodia.

La elección que acaba de pasar fue, en muchos sentidos, un referendo acerca de la personalidad del actual Jefe de la Casa Blanca, pues sus oponentes nunca dudaron que su reelección suponía una evidente amenaza a la convivencia democrática. Trump fomentó sin medias tintas tanto las luchas partisanas y raciales como la extrema polarización de la sociedad, haciendo de la grieta un problema de Estado. Fue un productor serial de mentiras y falsedades informativas. Un artífice de la relación con los mayores demagogos y regímenes autoritarios del planeta. Un adicto al culto de la personalidad totalmente alérgico a las ideas y los tangibles proyectos socioeconómicos.

Sin embargo, los enfoques del Jefe de la Casa Blanca no originaron el amplio repudio que esperaban los opositores demócratas e independientes. Sólo generaron profundas divisiones sociales y sus chances de ser reelecto, lo que no supondrá la erradicación del populismo de la política estadounidense.

Los 70 millones de votantes que recibió en tales condiciones, demostraron su notable vínculo con los grupos racialmente blancos que habitan en áreas rurales y una nueva conexión con los votantes latinos de ciertas comunidades que habitan en los Estados de Texas y Florida, un vínculo en parte facilitado por la ausencia de un mensaje claro del candidato Biden respecto a la perspectiva de sus relaciones oficiales con Cuba y Venezuela.

Además, el todavía Jefe de la Casa Blanca hizo una buena elección nacional si se la compara con la del 2016 y quedó muy cerca del nivel de votantes que consiguió Biden, quien recibió unos 4 millones de votos adicionales. Por otra parte, los demócratas aún no lograron la supremacía esperada en el Senado ni repitieron el número de legisladores elegidos que consiguieran para exhibir una clara mayoría en la Cámara de Representantes, motivo por el que tendrán dificultades para llevar adelante sus iniciativas parlamentarias y una fluida política exterior si los números no cambian al final del proceso.

La política internacional no fue un gran tema durante el proceso eleccionario. El mundo que le habrá de tocar a Biden como Presidente será muy distinto del que existía cuando integraba la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado y durante los ocho años que fungió de vicepresidente de Barack Obama. Estados Unidos ya no es la única superpotencia y su poder hegemónica es muy limitado. Además, la actual pandemia sumió al planeta en el caos económico, sanitario y político. Las estrategias globales de hace una década quedaron fuera de contexto ante los avances tecnológicos y las dudas existentes acerca de la interdependencia de los países.

A pesar de ello, Biden tiene una personalidad apropiada funcional para atraer y convivir con el apoyo de diversas corrientes de opinión. Exhibe el perfil de una figura transaccional, gran experiencia en negociaciones y fuerte inclinación por desarrollar consensos.

El Washington de Trump se nutre del mercantilismo y el populismo. Sólo hace pie ante líderes y personalidades de reflejos similares. Pero en el mundo multipolar Estados Unidos compite con la influencia de China, Rusia y potencias regionales de vuelo propio como la Unión Europea (UE).

La pasión de Trump por las acciones unilaterales hizo que Washington mermara su autoridad y liderazgo, hecho que provocó una visible indiferencia hacia el orden liberal y el multilateralismo. Su enfoque destinado a “Hacer América Grande de Nuevo” y las iniciativas populistas y nacionalistas, afectaron al comercio global, motivaron su retiro de organizaciones internacionales, (como la Unesco, la OMS, el Acuerdo de París sobre Cambio Climático y la hibernación de la OMC). También su decreciente participación en foros centrales como el Acuerdo Nuclear con Irán (o PAIC) y de varios Tratados que regulaban su capacidad nuclear y la de Rusia. La relación transatlántica con Europa (y su papel en la OTAN) quedó muy desteñida. Estos temas demandarán otra clase de atención de la futura presidencia.

Cuando Biden asuma, el 20 de enero de 2021, sus primeras acciones pueden estar destinadas a pacificar la situación interna de su país, una agenda que incluye la lucha contra la pandemia, la crisis económica, la desigualdad social, poner orden en el gobierno y llevar adelante los objetivos de su programa político.

Todos esperan que la prioridad internacional se concentre en marcarle la cancha a China en los planos del comercio, las reglas de propiedad intelectual, la inversión y la cooperación tecnológica, así como en ciertos aspectos de la gobernabilidad mundial, los derechos humanos y las fronteras geopolíticas, que incluyen conflictos como el futuro Taiwán y el posicionamiento chino en la región del Indo-Pacífico y sus áreas marítimas.

China también fue uno de los temas prominentes de la campaña electoral y es una de las pocas áreas de consenso bi-partidario. Washington quiere reducir su dependencia de Pekín en los sectores de salud, telecomunicaciones, alta tecnología e inteligencia artificial. Asimismo limitar las inversiones en compañías o instalaciones estratégicas, rediseñar las cadenas de abastecimiento y resolver el creciente déficit comercial, tema en el que Trump no consiguió nada.

En las tres cumbres que mantuvo con el líder de Norcorea, Kim Jong-un, el actual Jefe de la Casa Blanca Trump no logró avance alguno en materia de desnuclearización y desmilitarización de ambas Coreas. Pyongyang se niega a desarmarse unilateralmente y continúa las pruebas misilísticas y su programa nuclear. No puede descartarse que el líder norcoreano haga alguna provocación misilística durante la transición presidencial.

En los últimos tiempos Vladimir Putin logró imponer orden, estabilidad y un sistema autoritario. Rusia dejó ser una potencia declinante para devenir en uno de los principales protagonistas regionales y mundiales en escenarios como Europa Oriental, el Báltico, Medio Oriente, Libia, Ucrania, Venezuela y el Artico. El intento de Trump por mejorar los vínculos con Moscú y su Presidente no se concretó debido, entre otras razones, a la desconfianza institucional, estratégica y política que existe en la dirigencia de ambos países. Pero ante la gran capacidad militar y nuclear de Moscú, la nueva Casa Blanca debería buscar entendimientos viables y mutuamente satisfactorios.

Washngton también tiene que reciclar los nexos con Irán sobre una base equivalente o mejor, desde el punto de vista colectivo, a la que surgiera del Acuerdo Nuclear de 2015 (PAIC), del que Estados Unidos se retiró unilateralmente. Su política de renegociar el contenido con “máxima presión”, limitar las acciones iraníes en la región y condicionar su capacidad misilística no llegaron lejos. El PAIC fue resultado de una compleja operación diplomática y ese patrimonio no debería marchitarse. Las reacciones de Trump en esta materia fueron vistas con preocupación por Israel, Turquía, Arabia Saudita y algunos países del Golfo.

Las otras naciones que participaron en el PAIC (como Francia, Reino Unido y Alemania), mantuvieron su membrecía y criticaron la decisión de Washington, a cuyos líderes le dijeron que su modalidad sólo provocaría mayor inestabilidad en la región. Con Biden se podría intentar una reformulación más pragmática y ambiciosa, sin dejar de lado a los otros participantes, lo que supone incluir una conducta funcionalmente constructiva acerca de las sanciones.

Por separado, Trump intentó disminuir su participación y las tensiones en el Medio Oriente, región en la que Estados Unidos solía desempeñar la función de poder hegemónico. Lo cierto es que nunca logró progresos sustantivos, bajo las reglas del “proceso de paz”, en el conflicto entre Israel y Palestina. Hace pocos meses Washington buscó respaldar los intereses de Israel a través de numerosas decisiones que incluyeron el reconocimiento de Jerusalén como capital del Estado judío, el traslado de su Embajada a esa ciudad, el condicionamiento a la colaboración con los palestinos, y su Plan de “Paz para la Prosperidad”, que podría facilitar la anexión de parte de la Margen Occidental del río Jordán.

Adicionalmente encaró una apertura diplomática con los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Sudán con respecto de Israel, un gesto que significó dejar de lado la condición de sujetar el proceso de paz regional a la previa solución de la cuestión palestina. Ello fue visto en ciertos medios, como un resultado muy positivo e imputable a la política regional de Trump, en el que influyó la preocupación de los países sunitas por las acciones de Irán. En este ámbito de Biden se puede esperar que mantenga la relación estratégica con Israel, deje de lado el proyecto “Acuerdo del Siglo” y promueva la reanudación de las negociaciones con los palestinos.

Ninguna de esas piezas permite esperar acciones parecidas y prioritarias con América Latina. Durante su desempeño como vicepresidente, Biden estuvo a cargo de los vínculos con esas naciones y logró avances concretos. Luego expresó su opinión de que la cooperación en el hemisferio occidental había sido innecesariamente dañada por Trump.

Washington no avanzó gran cosa en los intentos de derrocar el régimen de Nicolás Maduro y la opción militar no tuvo respaldo internacional. La búsqueda de una solución diplomática que permita llegar a elecciones democráticas, transparentes y creíbles hace necesario concebir una nueva y pragmática visión.

Muchos analistas sostienen que un gobierno demócrata tendría que retomar la iniciativa estratégica y patrocinar un orden global más coherente y principista. Para ello, Washington necesitaría reinsertarse en foros dedicados a la lucha contra el cambio climático, la solución de los problemas ambientales y la sincera defensa de los derechos humanos.

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