El Economista - 73 años
Versión digital

sab 07 Sep

BUE 17°C
Escenario

Nuestro nuevo intento por estabilizar la macroeconomía

En los últimos 63 años, tuvimos déficit primario en 48, y déficit financiero en 57. Dado que casi permanentemente hemos convivido con déficit e inflación, resulta acertado encontrar en esa variable una causa importante de nuestra inestabilidad. 

Ministerio de Economía
Ministerio de Economía
Javier Okseniuk 09 julio de 2024

Argentina se encuentra transitando un nuevo capítulo de la larga serie de intentos para estabilizar su economía. Es una serie tediosa, de esas a las que se agregan temporadas innecesariamente. En esta edición aniversario de 73 años de El Economista, podemos decir que, desde entonces, tuvimos solamente 13 años con inflación de un dígito. Fueron dos años de aquel programa de Gómez Morales en el '53 y '54; otro, consecuencia del programa de Krieger Vasena en el 69; ocho años en la Convertibilidad; y dos años luego de la crisis de 2001, herederos de la estabilidad de la década anterior. En paralelo, en este período 27años fueron recesivos. 

Todo esto da cuenta de nuestra dificultad para estabilizar la economía, sobre todo en años como el actual, que se requiere una estabilización tanto nominal (dejar que la inflación sea un problema) como real (dado que desde 2011 el PIB per cápita fue en descenso, y este año cerrará un espantoso 16% por debajo del de ese año).

Antes de pasar a lo coyuntural, podemos preguntarnos el por qué de esta dificultad, y yo podría aventurar una respuesta dividiéndola en dos motivos: en parte sería consecuencia de disputas en el terreno técnico, es decir, sobre qué variables son relevantes para estabilizar, su orientación, velocidad y secuencia; y por otra parte, surge el entendimiento de que, atrás de todo instrumento de política económica (sea fiscal, cambiario o monetario) hay efectos distributivos: se generan conflictos que no estamos pudiendo resolver colectivamente. Muestra de esto es que las inflaciones de un solo dígito comentadas arriba, una vez logradas, tuvieron un resultado efímero.

Desde lo técnico, y ubicándonos en la actualidad, debemos destacar el énfasis por encuadrar las cuentas fiscales del Gobierno actual. En los últimos 63 años, tuvimos déficit primario en 48, y déficit financiero en 57. Dado que casi permanentemente hemos convivido con déficit e inflación, resulta acertado encontrar en esa variable una causa importante de nuestra inestabilidad. 

pesos
En los últimos 63 años, tuvimos déficit primario en 48 y déficit financiero en 57.

Por supuesto, el ajuste debería contar con un buen soporte político e institucional para dar una idea de irreversibilidad, de modo de orientar mejor las expectativas, dado que medidas consensuadas visibilizan una idea compartida, aumentando la confianza de la sociedad. Pero el encuadre fiscal está mostrando algo inédito que ayuda a señalizar un cambio de régimen, y lo mismo sucede con el envío de leyes estructurales. No todas son acertadas, y muchas rayan lo intrascendente, pero también intentan colaborar con la noción simbólica de que "esta vez es diferente".

Ahora bien, dado que solemos buscar patrones comunes y analizar modelos de esos patrones, los economistas solemos simplificar demasiado las causas y los remedios para estabilizar. Quienes han diseñado y ejecutado planes de estabilización exitosos en el mundo aseguran que rara vez la evolución de los precios depende de una sola variable, o puede pronosticarse a partir de una sola ecuación.

El encuadre fiscal es fundamental, pero suele ser insuficiente para una desinflación rápida y duradera. Que cada uno de los precios de la economía se vaya acomodando con movimientos cada vez menores implica un proceso de aprendizaje, sobre todo sabiendo que no es lo mismo desinflar en recesión que con una economía pujante. ¿Cómo será la reacción remarcadora en caso de que los salarios reales y los costos suban, la demanda aumente, y el tipo de cambio deje de estar casi clavado? 

Para una fase II, más que poner el foco en un swap de deuda intra-sector público de limitada relevancia, pareciera mejor comprender que tal vez hace falta arremangarse más para aceitar la coordinación de expectativas, complementando la salud fiscal con otras medidas (metas, administración transitoria de algunos precios) que ayuden a sincronizar las remarcaciones y desterrar la memoria inflacionaria. 

La inflación mensual está bajando bien, pero lo hizo más parsimoniosamente que en otros episodios de estabilización, como el Plan Austral, el Plan de Convertibilidad, el Plan Real de Brasil o el de Israel de 1985. Como la desinflación no fue más abrupta, las anclas usadas (dólar, salarios) quedaron un poco atrás lo cual es probable que estén demasiado tensionadas. 

Más aún, se suele subestimar lo que es el Talón de Aquiles de la economía argentina. Nuestra restricción externa está camuflada con la recesión y con el cronograma de pagos de las importaciones, pero sigue omnipresente. 

El frente externo se encuentra estructuralmente tensionado, y la evidencia muestra que cada vez que pasan los años, el valor de dólar necesario para ser competitivo aumenta en términos reales, seguramente como consecuencia de nuestra pérdida de gimnasia para competir con productos externos y para conquistar nuevos mercados. 

  • Nuestras exportaciones son menos del 15% del PIB, y deberían estar cerca del 25%. 

exportaciones
 

Sin reservas y sin acceso al crédito externo por dosis grandes, se dificulta mucho encontrar alternativas para administrar esa restricción: dólar que sale debe tener su contraparte en un dólar que entra en el frente comercial. Un nuevo financiamiento neto de organismos internacionales puede ayudar, pero se formó nueva deuda con importadores que en algún momento deberá regularizarse, y todavía resta crecer (y demandar más importaciones).

Este panorama implica una gestión compleja para lo que queda del año porque un tipo de cambio más alto impacta en la formación de precios y exacerba tensiones distributivas (por significar salarios reales más bajos), por lo que se debe, nuevamente, tener soporte político para esa administración y herramientas para romper con los componentes inerciales. Y además no resulta fácil gestionar un alza del tipo de cambio sin reservas, aunque las cuentas fiscales estén en orden, con lo que las restricciones cambiarias deberían persistir, al menos en parte, hasta que se consolide el proceso.

Para el mediano plazo, se deberá insistir con una buena agenda de reformas estructurales (incluyendo infraestructura, educación y estrategias de inserción en las cadenas globales de valor) que incremente la competitividad del sector transable argentino.

Con todo esto, y para finalizar con el componente de resolución colectiva de conflictos, lo importante será que las dosis de pragmatismo del Gobierno vayan en aumento, que se genere lo más posible un ambiente cooperativo entre gran parte de los estamentos políticos, en donde impere el uso de la información y la intención de persuadir a través del diálogo. 

Sin dudas hay que arremangarse más para la gestión de esta transición, y sobre todo armarse de paciencia, dado que el camino hacia la estabilidad será más errático de lo que algunos consideran. 

Poco ayudará que, frente a resultados algo esquivos a las expectativas, nos apresuremos con medidas más aventureras y poco probadas. Como sugirió recientemente el FMI en su 8° revisión, una línea tradicional de estabilización, incorporando algunos ajustes nada rimbombantes en el frente monetario y cambiario, serán suficientes para lograr el objetivo de que esta sea la última temporada de nuestra larga serie de inestabilidad.

En esta nota

LEÉ TAMBIÉN


Lee también

Seguí leyendo

Enterate primero

Economía + las noticias de Argentina y del mundo en tu correo

Indica tus temas de interés