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FMI, pandemia y globalización

El gran interrogante es cómo atravesaremos el temporal de condiciones negativas, de alguna manera externas, sin un replanteo profundo de nuestra vinculación con el proceso de globalización y sin repensar las estrategias frente a la pandemia, una vez cerrado el acuerdo de la deuda.

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Carlos Leyba 13 noviembre de 2020

Por Carlos Leyba

Tres cuestiones no generadas por esta administración que dominan la mesa de las decisiones. Cada una pone límites estrictos a la formulación de políticas.

Sumadas limitan la ambición de los objetivos y disminuyen la intensidad de los instrumentos disponibles.

¿Qué hará sustentable la política? Es la gran pregunta de la política del futuro.

Estas tres cuestiones (FMI, pandemia y globalización), acumulan una situación de exigencia de “objetivos externos”, no determinados por la autonomía de la voluntad y absolutamente necesarios de ser satisfechos, y de debilidad extrema de instrumentos propios y de bajísimo acceso a complementos externos, otrora disponibles con menor o mayor dificultad de acceso.

La cuestión del FMI es primera por la urgencia que le ha asignado el Gobierno y porque de su modo de resolución depende la ejecución de la política económica a diseñar por Martín Guzmán.

La cronología de la política económica, antes de la pandemia, establecía un primer paso en el acuerdo con los acreedores externos privados. Tardó más de lo que hubiéramos deseado y es obvio que consumió reservas. Tiempo es dinero.

El acuerdo fue satisfactorio para el gobierno y para la mayor parte de quienes se ocupan de estas cuestiones.

Desde la perspectiva nacional fue una solución sensata también para los acreedores. Una solución real.

Más allá de las cuentas que se hagan fue una solución más sensata que la de Néstor Kirchner que dejo tantos agujeros que hicieron falta dos períodos gubernamentales para cerrarlos.

Ahora Fernández resolvió razonablemente la deuda heredada de la pésima gestión de Mauricio Macri.

La segunda etapa es el acuerdo con el FMI. Al ministro le devoró un año cerrar los acuerdos imprescindibles con los acreedores externos.

Cuando Guzmán dijo “calmar la economía” se refería a terminar con los ruidos del exterior. Calmar a los acreedores es el primer paso para calmar la economía fronteras adentro.

El manejo por “tiempos sucesivos” exige de los actores, una parsimonia que aún, sin los problemas previos de la economía y los que provocó la pandemia, pareciera muy difícil de conseguir. Un dato menor: después de los misiles de Guzmán contra el alza irreverente a $195 del paralelo, en los últimos días y después de una baja extraordinaria, nuevamente comenzó una carrera alcista.

Estamos en el tiempo FMI de la estrategia ministerial. Somos el principal deudor del FMI. Un peso pesado por su gravitación en el mundo de las decisiones económicas (inversiones) y financieras (movimientos de capitales) y doblemente pesado para nosotros porque, de la deuda que contrajimos con el organismo, no quedan rastros: solo penas. Una deuda que representa hoy más de la mitad de nuestras exportaciones y muchos años de posibles superávit comerciales. Una pesada carga que no nos ha generado nada para poder soportarla, una deuda que no ha servido para acumular capacidad de repago.

No es menos cierto, vaya alivio, que esta deuda será refinanciada con años de gracia.

Pero ese hecho (¿antes o durante el primer trimestre de 2021?) es un compromiso que implicará que del excedente que podamos generar deberemos destinar una porción no menor a cancelar pagos. Este nuevo acuerdo se suma a los pagos cerrados con los acreedores privados. Una parte sustantiva del excedente, fuente primaria de la expansión del producto potencial, deberá destinarse a esos pagos. Pagar las deudas es sin duda un progreso moral. Pero es el precio, en términos de futuro, que deberemos pagar por el dispendio del pasado consecuencia del irresponsable endeudamiento externo y del manejo de la política económica del último período macrista. ¿Si eso no es “populismo” ?dólar barato, importaciones abundantes, tasas de interés pantagruélicas para los especuladores? qué es el “populismo”?

Acordar cancelar los compromisos “populistas” de Macri es el primer condicionante de la gestión Guzmán. O lo que es lo mismo ¿cuánto menos tendremos para crecer?

La segunda cuestión heredada que limita la capacidad de decisión es la pandemia que nos ha castigado y nos castiga, en las condiciones y resultados de la preservación de la vida, de una manera considerable tanto en términos absolutos como en términos relativos.

¿Cómo nos va, cómo nos ha ido? ¿Lo estamos haciendo bien? ¿Cómo podríamos hacerlo mejor? Hoy somos el país undécimo en el ranking del número de muertos. Muy lejos de Estados Unidos, Brasil, India y México, que están en la categoría de 100.000 y más muertos. Nuestro pelotón es el de los países que superan los 30.000 muertos y que no llegan a 100.000. Reino Unido, Italia, Francia, España, Irán, Perú, nosotros (con 77,6 muertos cada 100.000 habitantes), Colombia y Rusia. En términos de mayor mortandad en relación al número de habitantes ocupamos en el planeta el séptimo lugar.

¿Qué dicen esas cifras? En realidad muy poco ya que todas las evaluaciones adquirirán trascendencia cuando el período se cierre.

¿Qué nos dicen sobre la eficacia de nuestro enfoque? No mucho. No referimos resultados como los de Uruguay y Paraguay, a los que les va mejor; tampoco como los de Chile, Bolivia o Brasil a los que les va peor.

Lo que sí nos dicen los números es que la pandemia, en términos de política sanitaria, con todo lo que ella implica, es un problema que nos afecta multidimensionalmente en el presente; y que lo seguirá haciendo en el futuro.

Se ha destruido capital productivo, se ha afectado profundamente la organización social, se ha debilitado en dimensiones y profundidades, que aún ignoramos, el sistema educacional y se han debilitado los horizontes y expectativas vitales que potencian el futuro de la sociedad. Todo eso es producto de la pandemia.

El resultado es la evidencia que el producto potencial, lo que somos capaces de generar trabajando a pleno, es hoy menor (considerablemente menor) que lo suponíamos sería posible antes de la pandemia.

Al escenario del endeudamiento que hoy responde a las negociaciones con el FMI que, como hemos dicho, afectará la dimensión del producto potencial por mucho tiempo, se suman los efectos que sobre la misma variable nos ha generado y nos está generando la pandemia.

Pero, como mencionamos al inicio de esta nota, hay una tercera condicionante “heredada” sobre la mesa de las decisiones del ministro de economía y es la cuestión de la globalización. Fenómeno multidimensional al que no son ajenas ninguna de las otras dos cuestiones.

El endeudamiento externo privado, como estrategia de las economías en desarrollo, se instaló al mismo tiempo que la intensidad de las aperturas de las cuentas de capital acompañaba la “globalización” de las finanzas; a la que sucedió el proceso de “apertura comercial” y globalización de la economía. Y hoy, para poner la cuestión en perspectiva, la revista griega Babylonia (20/5/20) le pregunta a Giorgio Agamben cuál cree que será la condición del Estado-Nación después de la pandemia.

Esa pregunta nos enfrenta a la característica de los tres fenómenos interrelacionados en nuestro presente que conforman una trama condicionante de la formulación de la política económica: de la condición de la potencial debilidad del Estado.

La base del progreso económico y social, con perspectiva de economista, es el crecimiento de la productividad, la mejora consistente en la distribución del ingreso, el aumento del empleo y la disminución del desempleo (fenómenos que están asociados pero que no son idénticos) y todo eso al mismo tiempo. No es sencilla la sustentabilidad de un enfoque secuencial: es un proceso sistémico, productividad, distribución, empleo.

Pues bien si tomamos al país protagonista por excelencia de la globalización en el Siglo XXI, que es sin duda la República Popular China, en esa Nación desde el 2000, y por cierto desde años antes, hay una consistente expansión de la productividad en casi todas las actividades económicas, con un incremento notable en lo que hace al desarrollo tecnológico. También ?partiendo de 2000? ha mejorado notablemente el Coeficiente de Gini, que refleja la mejora en la distribución del ingreso, y se ha producido una disminución sostenida de la pobreza y considerables mejoras a nivel espacial y de los niveles de empleo.

La potencia china ha crecido vertiginosamente y también se ha desarrollado pari passu con el proceso de globalización. Las estadísticas del Banco Mundial y distintas estimaciones lo corroboran.

Pero al mismo tiempo, ese proceso integral, no se ha registrado estadísticamente en todas las naciones desarrolladas de Occidente y por el contrario hay señales de retroceso o al menos de estancamiento.

La lectura de la performance de la Argentina, en ese escenario en el que la globalización transformó la economía china, lamentablemente en esos mismos 20 años han sido la continuidad de un fracaso de crecimiento y, naturalmente, de desarrollo.

Es decir, nuestra vinculación a la globalización protagonizada por China no registra beneficios tales que hayamos podido revertir la tendencia previamente dominante a la caída de la productividad media, al empeoramiento de la distribución personal y regional del ingreso, y al aumento del desempleo y a la baja relativa del empleo.

Las tres condiciones previas heredadas en la mesa de la decisión de este Gobierno, el endeudamiento y la vinculación al proceso de globalización, sumados a las consecuencias de la pandemia, implican una enorme debilidad instrumental que nos condiciona a pocos ambiciosos objetivos.

El gran interrogante es, en este irrespirable escenario político de la grieta, cómo podremos atravesar este temporal de condiciones negativas, de alguna manera externas, sin un replanteo profundo de nuestra vinculación con el proceso de globalización y sin repensar las estrategias frente a la pandemia, una vez cerrados los acuerdos por la deuda.

Ambos replanteos exigen articular una estrategia de largo plazo cuya formulación carece de sentido sin un acuerdo de tanta profundidad como largo sea el plazo de realización de un programa que, a la reversión del pasado, debe agregar la respuesta a la pandemia y la redefinición de la vinculación con el proceso de globalización.

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