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Recordando a González

Si los que dicen hacer “política” carecen de convicciones (reflexión e información) y no expresan programas explícitos (objetivos e instrumentos), la vida de los ciudadanos (los gobernados) es un eterno “cul de sac”, el regreso al mismo lugar: decadencia

Recordando a González
Carlos Leyba 16 diciembre de 2021

“El presidente de la República, según el espíritu de nuestra constitución y la letra de este gran código de nuestras libertades, no se debe en particular a ninguna agrupación ni a ninguna persona. Los vínculos que ligan al presidente son única y exclusivamente con la constitución de la República” (Joaquín V. González, Nonogasta, Chilecito, criollo, riojano).

Palabras del autor, entre otras obras (Mis Montañas, 1893), del “Manual de la Constitución”. Una de las grandes figuras de la Patria a la que debemos recurrir para comprender los propósitos fundadores. 

Nuestro presidente ha mencionado su relación vital con La Rioja. ¿Con las mejores tradiciones o con la nefasta escuela del menemismo que él hoy recita condenar después de haber participado y crecido políticamente en ella?  

No es la primera vez que Alberto, de hecho, se desvía de ese mandato. 

Las relaciones epistolares con CFK y la sumisión frente al desparpajo ofensivo de las renuncias publicitadas (y por cierto no indeclinables, que son las propias de las personas de bien) de algunos ministros, que no son suyos, fueron amojonando el debilitamiento de la figura presidencial que sugiere que, quién conduce, reconoce un “poder superior” al que se debe.

Poder que permanece detrás (escucha y espía) de las cortinas del Palacio. Y luego sorprende. 

Ese debilitamiento es gravísimo en una situación de inmensa complejidad, que básicamente Fernández heredó, que hace más necesaria que nunca la claridad del discurso de quién conduce en un régimen presidencialista.

Los actos de gobierno, no son, no deben ser actos populares en el sentido festivo de los actos. La situación que vivimos tiene poco que festejar. 

La continuidad de la democracia, es cierto, la celebramos. Pero es aún de baja intensidad con instituciones automutiladas. El Parlamento ha sido escribanía y la Justicia ha sido más de la época que de “la Constitución”, como reclamaba un ex senador de la UCR.

Curioso, el diccionario de la lengua (RAE, 1925) señala que “festejar” es “hacer festejos en obsequio de uno, cortejarle" y la acción de festejar “galanteo” o “regocijos públicos”. 

Claramente el acto del 10 de diciembre con el protagonismo de la vicepresidente, fungía como un obsequio reparador a ella misma, escenario y música. 

Alberto fue convocado por La Cámpora a celebrar la democracia del Estado. Pero en un acto de su Gobierno.

La razón de ser, el espíritu, su nervio, fue la manifestación de su entrega (“su deberse”) a una agrupación, más aún, a una parcialidad del frente que lo llevó al poder. Así quebró expresamente la manda constitucional leída por J. V. González. 

Pero cometió una segunda violación al “código de nuestras libertades”. 

El eje de su alegato, delante de dos expresidentes extranjeros de países miembros del FMI, vinculado al trámite requerido para no caer en default frente al FMI, fue: “Tranquila, Cristina, no vamos a negociar nada que signifique poner en compromiso el desarrollo social en Argentina”. 

Recuerde: “El presidente de la República, según el espíritu de nuestra constitución y la letra de este gran código de nuestras libertades, no se debe en particular a ninguna agrupación ni a ninguna persona”. (J. V. G.)

El día en que debíamos celebrar los 38 años desde la inauguración de este período de vigencia de la Constitución, ¿el jefe del Estado dejó en claro que está preparado y dispuesto a cumplir que “los vínculos que ligan al presidente son única y exclusivamente con la constitución de la República”? 

Nada de lo aquí dicho sugiere que Alberto Fernández esté violando las normas de la Constitución. De ninguna manera. No son las reglas las violadas.

Lo que sí se viola, con estos actos de la República mutilada a una parcialidad, de la Presidencia acotada por un poder superior, es al espíritu de la Constitución de los argentinos. Y vaya que es grave. 

Debo reconocer que, de lejos, no es el único Presidente, que ha caído en el vicio de alimentar la “parcialidad”. Es decir, el tratar de hacer de la parte el todo. 

El Cardenal Jorge Bergoglio, antes de ser Francisco, solía señalar que “el todo es superior a la parte”. ¡Tanto lo invocan y como lo traicionan! 

Ha sido esa, la parte por encima del todo, la desgraciada recurrencia a la “exclusión del otro” con el objetivo de intentar la permanencia en el Poder. Lo venimos sufriendo hace años. 

Un apetito secundario. 

Me permito una digresión que me resuena a partir de la melodía de la palabra “secundario” machacada en estos días. 

Viene a mi cabeza el apetito de poder que canibaliza los compromisos programáticos y doctrinarios y que hace del “borocotismo” virtud elogiada, es la moda en la comunicación, como “sabiduría del poder, hombría de estado”. ¡Cuanta liviandad! 

Nuestra sociedad no castiga la inconsecuencia de los que provocan el incendio y huyen, el que fuere, y que, para seguir en el “poder”, se ponen en disfraz de bombero y gritan ¡“persigan” a aquél que lleva la tea incendiaria! Lo hacen luego de cruzar la vereda. 

En el 2001, en medio de la crisis con que amaneció el siglo, cuando la multitud enardecida buscaba a los responsables de la debacle para ejecutar esos horribles escraches o el castigo físico, un director del BCRA de rasgos particulares y conocidos por su presencia en la TV fue identificado por una verdadera banda de ahorristas que lo querían golpear. Pero les ganó de mano. 

Se puso del lado de ellos, cambió literalmente de vereda y gritaba insultos a sí mismo, mientras explicaba a la multitud “encima me parezco a ese HDP”. No es una broma, es un hecho. 

Otro, también director del BCRA, salía del Senado y al ver la manifestación, tiró el saco, se sacó la camisa (usaba musculosa) y en camiseta, se puso a saltar con la multitud y a gritar “que se vayan todos”. También así ocurrió. 

A esa capacidad mimética ahora la llaman hombría de Estado, hombría de poder.  A las plumas acreditadas nadie les pide tanto. 

Como sabemos, por experiencia desgraciada de vida, todos los intentos de permanencia en el poder (sustantivo) han vaciado la capacidad de poder realizar la gran obra del desarrollo de la Nación. 

Ese deseo mimético de permanencia que lleva décadas en el ámbito del Estado, castra el valor de las convicciones y confunde a todos: “Nadie me votaba si decía lo que pensaba hacer”. 

Gran mentira, si continuaba haciendo lo que prometía por imposible y alocado, la realidad lo botaba al mar y se hundía. Mimesis. 

Hagamos, digamos, militemos lo contrario si de sobrevivir en el poder se trata. ¿Cuánto daño causan los hombres prácticos?

Para escalar a las alturas del poder no son imprescindibles ni las convicciones, alimentadas por la reflexión y la información de la realidad sin resumen, ni los programas, que implican la pesada mochila de pensar, anunciar y desarrollar. Ese es nuestro primer problema: no son condiciones imprescindibles. No son exigibles.

Se escala sin esas herramientas porque son pesadas. Livianos de equipaje los escaladores del poder, como el baqueano, ponen la oreja en las encuestas y enfilan en la dirección que anuncian las mayorías; y mejor si se manotea la escalera de los que ya tienen el poder.   

Esta no es una monserga moralista. Es una consideración práctica. 

Si las partes superan al todo: el conflicto es estructural e irresoluble. 

Si el poder (la forma) no puede “poder hacer las cosas” (el contenido) “la política” se convierte en instrumento de intereses particulares que alimentan el conflicto.

Si los que dicen hacer “política” carecen de convicciones (reflexión e información) y no expresan programas explícitos (objetivos e instrumentos), la vida de los ciudadanos (los gobernados) es un eterno “cul de sac”, el regreso al mismo lugar: decadencia.

La política es pedagogía y los que la expresan requieren ser como las boyas para la navegación. 

Si cambian de lugar todo el tiempo (sin convicciones ni programa) la nave de la Nación se encalla.  

Pero tampoco la Constitución, el mandato, es una parte y menos una persona. 

El compromiso de hoy y de siempre de este y de cualquier presidente, es con toda la sociedad para garantizar el desarrollo social de Argentina y no para “tranquilizar a Cristina” o a cualquier otro árbitro auto designado. 

La cuestión adquiere relevancia porque en ese acto y de aquí en más, de lo que hablaremos es de dónde estamos y cuál es nuestro futuro, en materia económica y social, en función del acuerdo con el FMI. 

De eso es de lo que se habló en el acto. El árbitro, el Poder detrás de las cortinas del Palacio, anunció a los gritos y agitando los brazos, que ella se reserva el poder de veto. 

Que sí, que no. Vos firmá, pero si la anestesia falla, si el bisturí patina, en el quirófano y a los gritos, estaré para denunciarte por mala praxis. 

Tranquila, Cristina. ¿Se entiende? 

El segundo acto fue la presentación del Presupuesto. Lo más relevante es que se da por descontado el acuerdo con el FMI y se supone una relación extraordinaria con los organismos multilaterales de crédito los que ellos u otros nos aportarían, supone Martín Guzmán, fondos muy importantes. 

No sólo para con el FMI hay que tener buenas relaciones con EEUU sino para gozar de esos créditos. 

La política nacional está vinculada a la estrategia geopolítica. 

Por eso, como para EE.UU. la buena voluntad pasa por la hidrovía, el 5G, la tecnología, etcétera, vis a vis China, la presencia de Alberto en la convocatoria de Joe Biden, más allá de palabras enojosas, señala que cuando Cristina en la Plaza habla del FMI también está hablando de política internacional. 

Y cuando inventa quién desalojo a los presidentes radicales, está avisando que ella cree que Alberto va a comer comida envenenada. ¿Lo cree? No sé. 

Se reserva el argumento para decir “te lo dije” si algo sale mal. 

Es bueno recordarle a Alberto que “los vínculos que ligan al presidente son única y exclusivamente con la constitución de la República”. 

Que ejercer “el poder hacer” es la condición necesaria, aunque insuficiente, para saber a dónde vamos. Que sigue siendo la gran pregunta.

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