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Ausencia de diálogo

No es el FMI

En Argentina no se habla, no se discute ni se piensa sobre los temas importantes. Se improvisa.

Fondo Monetario Internacional
Fondo Monetario Internacional
Carlos Leyba 17 febrero de 2022

No debería ser "por el FMI" ni por no caer en default, que recién entonces pensemos en ponernos de acuerdo en algo. 

Y en pensar algo para poder ponernos de acuerdo. 

Es obvio: si no hay pensamiento previo, no existe la posibilidad de un acuerdo. 

El "con qué" es lo esencial en cualquier acuerdo.

Martín Guzmán, ¿el responsable de la economía?, desde el primer día anunció que daría a conocer su programa, por escrito y detallado, y que lo haría más adelante. 

Pasaron los días y muchísimas cosas y Guzmán, el único programa que ejecutó y el siguiente que piensa ejecutar, es el que consiste en lograr un acuerdo, primero, con los acreedores privados y luego con el FMI. 

El acuerdo con los privados lo logró. Felicitaciones. Pero no logró cosechar ninguna de las previsibles consecuencias benéficas de una renegociación, sino todo lo contrario. 

El país consolidó una deuda con acreedores privados –mejor financiada y mucho más liviana que la heredada– pero no consolidó la confianza que es el objetivo central de toda renegociación. 

Ni la confianza externa ni la interna. 

Los problemas se patearon para adelante, lo que es por cierto mejor que revienten hoy. 

Pero allá "adelante" no hay ningún programa o transformación en marcha, que siquiera sugiera que afrontar esos compromisos será más fácil. 

O que "el problema" tiene ésta solución: ¡mírela!

Cualquier pronóstico mecánico nos diría que podría ser peor. ¿Acaso usted vislumbra que está sociedad habrá incorporado excluidos o seguirá el camino de la exclusión adormilada? ¿Qué cambió?   

El carácter de época es que nuestra clase dirigente, incluyo a los intelectuales, no piensan el país y si lo hacen, al menos, no lo hacen para el público. 

Pensar para adentro y en silencio, es un signo de impotencia. Tal vez sea eso.

Por eso y abusando de una cita enorme, me animo a afirmar que "lo gravísimo de nuestra época grave es que todavía no pensamos" (Martin Heidegger, Qué significa pensar).

Es que estamos aturdidos por la crítica. Son tantos los errores. O peor, tan escasa la capacidad y el ejercicio de la autocrítica, que la crítica se convierte en la "esencia" de la política cotidiana. Pero eso no es la política. 

Tal vez sea la función del periodismo. Natalio Botana eligió la frase "Dios me puso sobre la ciudad como a un tábano sobre un noble caballo, para picarlo y tenerlo despierto" (Sócrates), como el mensaje de su diario sensacionalista. 

Un diario sensacionalista que se dio el lujo de tener en su redacción, entre otros, a Roberto Arlt y Jorge Luis Borges, quien supo decir que los diarios no deberían salir todos los días, sino solamente cuando las noticias fueran importantes.  

Tal vez no hay noticias importantes, otra vez, porque la política se reduce a la crítica del pasado o del presente y nunca a la visión crítica del futuro. Que es otra cosa. 

Porque la política es tal cuando se trata de pensar el futuro, la acción para la construcción. 

Sobre todo cuando para Argentina, no sólo el pasado de estos 46 años fue sencillamente espantoso sin excepciones, sino que el futuro –sin pensar, programar y ejecutar– se presenta obscuro. 

Lo más exasperante es que todos los debates políticos –al menos los públicos- son ejercicios de demolición. De uno y del otro lado de la grieta. 

Hay un grado de inconsciencia colectiva que hace que el ejercicio de demolición tenga rating y –de alguna manera– revela que el mercado lo demanda. 

No sé si las encuestas de opinión pueden descubrir una demanda silenciosa por "un rumbo". 

Sabemos de una casi mitad, los sufrientes, a los que no tenemos derecho de pedirles siquiera esperanza que es la fuerza del espíritu para vencer causas imposibles. 

Y los que no sufren pero sí temen ver disminuir sus goces, rumian el desembarco. 

No digo nada que todos no sepamos. Por eso voy a citar a un querido amigo, Eduardo Fidanza, que nos alertó que "encabezados por una clase dirigente irresponsable, huimos hacia adelante aferrados a metas individualistas, lo que descarta cualquier solución colectiva de nuestros más hondos problemas. Pareciera que no tenemos arreglo. Un irracional 'sálvese quien pueda' nos envuelve e idiotiza" (Perfil).

Imposible decirlo mejor. Es una exhortación a declinar los individualismos, los particularismos, una llamada a reinstalar el pensar en el Bien Común. Algo tan simple y tan complejo como ello. ¿Hay maneras? ¿Hay cómo?  

Claramente sabemos que la critica continua es una escalada en el camino de la violencia verbal que abona el embrutecimiento colectivo. 

Hoy hay nuevos protagonistas de enorme impacto mediático gracias a la escenificación de la escalada verbal: el insulto personal y la concesión celebratoria de los medios ante quienes calientan la pantalla mediática gracias a la teatralización de la agresión. 

La violencia verbal es, inevitablemente, un prólogo. 

No es por ahí, no está ahí el cultivo del cómo y no son esas las maneras. 

Estas incorporaciones a "la pantalla" alientan un clima peor. Provocan y crecen con la escalada. 

Llevamos años en picada, en caída libre. Los números, y no las simpatías o las ideologías, lo dicen con claridad. Si medimos el resultado de esta sociedad, la pergeñada más o menos desde la Dictadura Genocida para acá, la pobreza de más de la mitad de los niños que aquí viven, la certeza de que no hay futuro imaginable y apetecible para la mitad de los niños, es una prueba irrefutable del fracaso, sin excepción, de todos de los que han gobernado desde entonces. 

No hubo buenos momentos en los últimos 46 años. Fueron anfetaminas para adelgazar que abatieron la inflación destruyendo neuronas que no se volvieron a reproducir. Y acumularon males mayores. 

Por ejemplo, la obesidad fofa del Estado (¿quién puede estar en desacuerdo?) que es hija del estancamiento generado por el industricidio y por la incapacidad de generar otra estrategia que la del empleo público redundante y hasta obsceno; y los pagos de transferencia y subsidios –en muchos casos perversos- para mantener la calma.   

Represas, diques de contención, para un sistema que ha demostrado ser una máquina de generar pobreza al ritmo de 7% anual acumulativo durante casi medio siglo. Tal vez 1 .000.000 de pobres en 1974 y con el mismo método 20 millones de pobres hoy.

La Dictadura Genocida fue una respuesta infame al desprecio por la vida, paradójicamente nacido de un ideal de construcción de una sociedad mejor. 

En ambos casos la destrucción del "otro" y en ambos casos "la muerte" fueron la razón y el método. Moralmente más bajo no se puede caer. 

La corrupción, el robo, la mentira –en esas condiciones– no encuentran freno moral porque la violencia extrema les brindó un campo fértil.

Todo eso es el pasado que debemos abandonar como fundamento de nuestra desgracia, porque el presente –en el que estamos nosotros– está anunciando un futuro peor. Excepto que nos convoquemos a pensarlo. 

No es el FMI el que reclama un programa. La gran paradoja de la Argentina es que la ausencia de un programa hace aparecer al FMI. 

Porque el FMI llega como prestamista cuando el fracaso, lógica consecuencia de la ausencia de programa, estalla. 

Y cuando el fuego del fracaso se expande, en este sistema mundial, el FMI se aviene a apagar los fuegos. Pero no sabe, ni tiene la capacidad, procurar una estructura que impida que una pequeña llama haga, de lo que es fácil de extinguir, la causa de un incendio arrasador.

Argentina, en la que se habla todo el tiempo de los políticos y la política –y tal vez muchos más que en otros lugares prósperos del planeta– no se habla, no se discute y no se piensa sobre los temas importantes. Se improvisa.

Se improvisa en política internacional. En las últimas semanas vivimos el aquelarre de visitar varias veces al embajador de Estados Unidos para compensar que nos solidarizamos con el Gran Timonel (el imberbe embajador argentino en China le "explicó" al presidente de la RPCh el papel del PC en la construcción de la China contemporánea) y que queremos abrirle la puerta de América Latina a Rusia. Todo en una semana. 

Se improvisa en política energética acelerando un endeudamiento postergable con el país con el que somos estructuralmente deficitarios; y habiendo postergado la realización de una obra que, como mínimo, nos habría permitido ahora –si hubiéramos empezado las obras al inicio de esta gestión– una balanza energética neutral o positiva, en términos comerciales externos.

Se improvisa en la lucha contra la inflación y en la lucha contra la pobreza, se improvisa en la política agropecuaria, minera e industrial. 

Anuncios. Se improvisa en educación y en política demográfica.

El acuerdo con el FMI obliga a presentar algunos números que han de ser consistentes en materia fiscal y monetaria, incluyen la política de subsidios y deberían contener una estrategia implícita de política de ingresos. 

Pero nada de eso transforma positivamente la estructura productiva fallida que da lugar a las crisis recurrentes que hemos vivido durante la democracia que es el período en el que gobernamos y no aquel en el que fuimos gobernados.

Se votará en el Parlamento y tal vez una actitud mezquina, que no es por ejemplo la de Elisa Carrió, lleve a que los extremos del PRO (la línea Bullrich-Macri – Pichetto) y los extremos del FdT voten en contra o se abstengan o se ausenten. 

Una mayoría lo votará. Puede ser una mayoría precaria del FdT o una mayoría de consenso que incluya a sectores de distinto origen. 

Si ocurre lo segundo, el Parlamento habrá dejado, por una vez, de ser una escribanía de los mandantes. (Al Presidente del bloque del FdT no lo votaron sus miembros, lo eligió Fernández, escribanía pura) y por una vez se habrá abierto una esperanza de que la política comience a pensar en el futuro y que tal vez se constituya en el Parlamento el Conade que este Presidente y todos los de la democracia se negaron a formar. ¿Por qué?

Porque el "plan es ética en acción" (Paul Ricoeur) y la ética, por todo lo dicho, es lo que tiene que recuperar la política.

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